viernes, 12 de octubre de 2018

778. Chicago take three

Los días 3 y 4 de octubre no tuvieron un contenido tan singular como la primera jornada del Workshop de Chicago. Fueron dos días clónicos en los que repetimos un esquema de programa similar. No me parece necesario contarlos cronológicamente, así que lo voy a hacer por temas. También me referiré al día 5, el de mi viaje de vuelta, de modo que terminemos aquí esta mini-serie, que no hay motivos para estirar más. Empezamos por el resumen del programa. El día 3 asistimos a las presentaciones de Gisele Medeiros, de Curitiba, en un inglés excelente; Luis Zamorano, que decidió hacerla en español, a pesar de que maneja un inglés no inferior al de su colega brasileña, y Tina, la mujer de Acra (Ghana). El día 4, los oradores especiales fueron Shannon y Horacio, el barcelonés que no se llama Horacio. Además hubo múltiples actividades cruzadas, sesiones clínicas y ejercicios diversos. Al final hicimos balance y empezamos a esbozar un documento de conclusiones.

¿Qué puedo decir del contenido técnico del workshop? Pues que, como el año pasado, la aportación que me pareció más interesante fue la que explicó Shannon. Entonces era sólo un proyecto, pero este año ya han empezado a aplicarlo. Se trata de fomentar la densificación controlada en determinadas zonas de la ciudad. Un tejido urbano tan extendido y bajo en densidad como el de LA (y el de la mayor parte de las ciudades norteamericanas) es tremendamente ineficiente desde el punto de vista medioambiental y energético, y no genera vida urbana ni lazos de comunidad. En el urbanismo ya está todo inventado y está científicamente demostrado que hay un intervalo correcto de densidades, que es el que diferencia a la ciudad compacta y plena de actividad urbana, siempre con mezcla de usos, de modo que la gente se pueda mover a pie o en bicicleta a los lugares de trabajo, al pequeño comercio o a los equipamientos urbanos. Por debajo de ese intervalo, tenemos ciudades ineficientes, pensadas para el automóvil (modelo americano) y, por encima, nos encontramos con ciudades congestionadas, como las grandes urbes del tercer mundo.

Los servicios técnicos de Los Ángeles han decidido empezar a densificar, pero esto es algo que ha de hacerse controladamente, porque la gran industria inmobiliaria está al acecho. ¿Y cuál es la idea? Pues trazar unos círculos alrededor de las paradas del transporte público e incrementar la densidad autorizada dentro de esos círculos, imponiendo la mezcla de usos y otras condiciones que garanticen una mínima sostenibilidad ambiental y energética. La idea está ya aprobada, en marcha y puede suponer una revolución en el urbanismo americano, porque todas sus ciudades siguen con atención lo que hace Los Ángeles. Si estas zonas ofrecen unas condiciones de vida urbana que no se dan en el resto de la ciudad, la gente se irá trasladando allí. Por otro lado, es una forma de movilizar la inversión privada en un sentido marcado por el interés público. Desde luego, es una propuesta con muchos riesgos, pero algo hay que hacer en ese sentido, si no queremos cargarnos el planeta. Shannon no es quien ha inventado esto; ella es, como yo, una comunicadora y, por cierto, una oradora brillante que habla con pasión, se apoya en gesticulaciones amplias, intercala bromas y seduce al auditorio.

En el otro extremo, Tina, la mujer de Ghana, nos mostró un caso en una de las sesiones de City Clinics. Se estaba construyendo en Acra un centro de negocios a la orilla del mar y al lado había una enorme zona de chabolas. La pregunta era: ¿Se pueden aprovechar las plusvalías de esta operación para mejorar el barrio de al lado? Yo le pedí datos de las condiciones de ese gigantesco barrio insalubre. Respuesta: allí viven 160.000 personas. No tienen electricidad, ni agua, ni alcantarillado, ni calles asfaltadas. Ante eso, mi comentario fue que no se puede hacer absolutamente nada. Con un asentamiento como ese, sólo se pueden intentar políticas a largo plazo, que empiecen por reforzar los lazos de comunidad, mejorar la enseñanza e ir poco a poco implantando unas infraestructuras a costa de los presupuestos públicos, si es que los hay. Le pedí disculpas por ser tan bruto, pero lo contrario hubiera sido mentir. LA y Acra, extremos de la diagonal de este mundo desigual.

Vamos a otro tema. Las visitas de campo de esos dos días fueron a la zona denominada Fulton Market y a un área de la periferia donde había ciertas actuaciones de tipo cooperativo con la población para crear huertos comunitarios, cultivos solidarios, etc., sin mayor interés para el blog. El área de Fulton Market, en cambio, es una actuación a medio camino entre el SoHo de Nueva York y el 22@ de Barcelona. Es decir, una zona industrial y de almacenaje, con bonitos y sólidos edificios de ladrillo, que se queda en el centro de la ciudad y en la que el Ayuntamiento promueve un cambio de uso a comercio, restaurantes y empresas digitales. El problema es que se ha convertido en la zona de moda, han desembarcado los hipsters y los precios se han disparado. Pero para visitarla es cojonuda; aquí están los bares más enrollados y los restaurantes más cool de la ciudad.

De hecho, ambos días tomamos algo por la zona (excepto los que se fueron a descansar al hotel) y luego cenamos también por allí. El primer día la copa fue en una terraza en la azotea de un edificio renovado, donde Shannon y yo nos pedimos unos spritz aperol, en honor a su origen italiano. Luego cenamos en el Beatrix, un lugar de comida moderna, tirando a medio vegetariano pero con una cerveza estupenda. Y por último, algunos nos tomamos todavía una copa en un lugar de cócteles de aire hawaiano. Shannon nos dejó después de cenar, porque había quedado con unas amigas de Chicago que no veía desde la universidad, y algunos se fueron a dormir. La banda de los revientanoches la seguimos todavía un poco más, comandados por Eric, el negrazo de Washington, que es un crack y nunca tiene bastante.

El último día, cenamos en una pizzería monstruosa y súper ruidosa de Fulton Market, que ocupaba toda la planta baja de un edificio y dos o tres carpas gigantescas adosadas. Esa noche nos tomamos la última en uno de los bares del hotel. Allí Marcelo, el hombre de Sao Paulo, y yo nos obsequiamos con sendos bourbon, sin agua ni hielo, o sea: straight, como se lo tomaban John Wayne y Lee Marvin. Y allí terminamos la noche los de la banda más juerguista (salvo Eric, que había volado de vuelta esa misma tarde). Aquí tienen unas fotos de algunos de estos saraos. Creo que son más divertidas que las de las sesiones de trabajo (de esto les basta con la mía).


En la terraza de la primera copa del día 3. Ese día hacía bastante calor. De izquierda a derecha, Sandra, la chica de Portland de origen boliviano, el gran Eric, dos chicas de Chicago, Eleanor en segundo plano y Abbey Monroe, una mujer bastante guapa, a la altura de su sugerente nombre. A la derecha, Shannon brindando conmigo, que salgo cortado, con nuestros spritz aperol.

Ya con bastante alcohol al cuerpo: Zain el sudafricano, Shannon, Gisele, Daniel (de Río de Janeiro), Eric, Carlos Colombo, de Buenos Aires y Marcelo, el hombre de Sao Paulo.


Aquí listos para empezar la cena del día 2 en el Quartino: Luis Zamorano, Shannon, el joven Joshua, Flavio Coppola y, por el otro lado, Zain, Sandra, Gisele y yo con mi jersey: todavía no se me había pasado el frío del barco.


Y aquí el selfie en el ascensor del hotel, cuando regresábamos de tomarnos unos bourbon y otras bebidas en la última noche: en la diagonal izquierda yo, Horacio y Carlos Colombo. En la diagonal central Flavio medio cortado, Marcelo, Daniel y Luis Zamorano. Y a la derecha las chicas: Shannon, Gisele, Laura Jay y Tina.

Otro tema. Algunos personajes. Ya he hablado de Zain, de Joshua, de Laura Jay, de Horacio, de Luis Zamorano y (mucho) de Shannon. He de centrame ahora en los brasileños. Con tres representantes, era el país con mayor presencia, después de los USA (españoles, éramos dos). Y no es casualidad: en Brasil hay una tradición de teoría y práctica del urbanismo, probablemente la más importante de Latinoamérica. Daniel, el hombre de Río, es ligeramente soso, pero Gisele y Marcelo son un encanto. Y, además, con los tres tuve la oportunidad de practicar el portugués dulce de Brasil, algo que me fascina. Gisele es una mujer grande, con un corazón proporcionado a su tamaño. De edad mediana, divorciada, con una hija de 12 años de la que habla todo el tiempo, se maneja en inglés como Shakespeare y contó algo muy interesante sobre los llamados derechos del aire, un sistema que han desarrollado en Curitiba para financiar las operaciones urbanísticas y que el año pasado nos explicó Liana Vallicelli, con la que luego coincidí en Vancouver. Ya quedó dicho entonces en el blog que la otra intervención que me había impresionado era la de Liana. Gisele me explicó que, en Curitiba, el urbanismo tiene tres grandes oficinas: planeamiento, gestión y comunicación. Todo el mundo empieza en planificación, pero luego se pasan a gestión (donde está ella) para terminar en comunicación (donde está Liana).

En definitiva, el mismo trayecto que yo recorrí. Como varios del workshop del año pasado: Shannon, Tantri o Antonio Carlos Velloso. Todos somos comunicadores, vendedores de motos o, como me dijo un francés, pedagogos urbanos. Por lo demás, el cargo actual de Gisele es Jefa del Departamento de Pesquisa e Planejamento Urbano. Maravilloso. Gisele, además de grande, es una mujer dura, literal y no figuradamente. De joven se dedicó a la natación, a nivel casi profesional. Lo dejó por la carrera, pero sigue nadando y está como una piedra. Es una mujer soñadora, vitalista, cariñosa, con un punto de saudade muy atractivo. El último día me despedí de ella con un abrazo, como con el resto, pero me la volví a encontrar otras dos veces y repetimos la despedida. La última vez, se lo dije abiertamente: –Gisele, disculpa, pero es que me encanta abrazarte, porque estás dura como una piedra. Sus carcajadas debieron de escucharse por todo el lago Michigan.

A Marcelo, el hombre de Sao Paulo, ya lo conocía del estupendo webinar que nos dio en julio, el anterior al nuestro. Y tenía de él un concepto como de un tipo bastante serio. Pero es un perro (en el buen sentido). El más perro del grupo (después de Eric, por supuesto). Es de estos tipos que siempre proponen tomar una copa más. De hecho, por él averigüé cómo se designa en Brasil esa copa extra, que en España llamamos la penúltima, y en México la espuela. Pues en Brasil se la denomina a saidera, que viene de saida (salida). O sea, es la de ya irse. Marcelo se manejaba en inglés regular, como yo, y, al final de una de las noches, me confesó, arrugando la nariz, que isso de falar en inglés tudo o día e bastante cansativo. Y yo asentí: –E muito cansativo. Este es un adjetivo que se incorporará por derecho al lenguaje del blog.

Y luego está el tema de que, en realidad, uno se mueve por una capa del mundo en la que todos se conocen. Era previsible que Gisele fuera amiga de Liana Vallicelli, que Zain conociera a Thabang, que Luis Zamorano supiera quién es Érika Kulpa, o que Daniel haya trabajado con Antonio Carlos Velloso. Pero es que resulta que, encima, Luis Zamorano conoce a Diego Moreno, mi amigo de Tijuana. Coincidieron en algún curso de arquitectos y Diego le regaló El hombre que vino del Sur, dedicado personalmente. Nos hicimos una foto juntos, para mandársela a Diego, quien me contestó que no se acordaba ni le sonaba la cara. Espero que no esté perdiendo memoria. Pero la moraleja es obvia: el mundo es un pañuelo lleno de mocos, como suele decirse.

Un párrafo sobre Chicago. Es una ciudad maravillosa, aunque apenas tuve tiempo de echarle unos vistazos. Hay arquitectura de primer nivel por todas las esquinas, rascacielos fastuosos de Mies van der Rohe, un tour por las afueras para ver los chalés de Frank Lloyd Wright (entre ellos la Casa de la Cascada), obras de la llamada escuela de Chicago. Y el Marina City, el emblema de la ciudad, un ejemplo de puesta en práctica de los principios de la Bauhaus. Es una doble mazorca con una serie de plantas de aparcamiento (abiertas y con una mínima barandilla), una doble altura para marcar la separación y, arriba, los apartamentos. Decir también, que debe de haber un rollo musiquero extraordinario, centrado en el blues y el jazz, algo que no alcancé ni a catar. Todo eso se queda para una próxima visita. Y que debe de hacer un frío de pelotas, con temperaturas de menos 20 en enero y febrero, con el lago Michigan helado. Por cierto, uno de los días entró un aire caliente que subió la temperatura a cerca de 30 grados. Y al otro día volvió a bajar. Comenté algo sobre el cambio climático, pero me dijeron que no, que era algo muy típico, en una ciudad tan batida por el viento, y que hasta tiene un nombre, como el de nuestros veranillos: el Indian Summer, el verano indio. Aquí unas fotos al azar.








Para cerrar, algo sobre el último día. Habíamos quedado en salir a correr, Luis Zamorano, Marcelo y yo. Pero amaneció lloviendo fuerte. Así que nos fuimos a desayunar a la Game Room, donde nos reunimos casi todos. Luego fuimos haciendo las maletas, desfilando por el lobby y despidiéndonos con abrazos (tres, en mi caso, con Gisele). Algunos se iban a dar una vuelta porque volaban más tarde. Eché de menos a Shannon y le mandé un whatsapp. Me dijo que tenía un trabajo urgente de última hora, que tenía que escribir a la carrera un discurso para el alcalde, en cuya oficina trabaja, y que se iba a quedar toda la mañana en la habitación, porque no volaba hasta la tarde. Así que decidí dejar las maletas en la recepción y salir a dar una vuelta por la ciudad. Prometí llamarla a la vuelta para despedirme. Ya había parado de llover y salí en busca de un par de edificios de Mies, que no estaban lejos. Me impresionó especialmente el Kluczynski Building, con la famosa estatua de Calder en la plaza. Me hice un selfie para mandárselo a Paco Couto, que pueden ver aquí.


Crucé el río y vi por detrás las torres de Marina City. Anduve callejeando al azar y hasta me tomé un café americano con un muffin. Finalmente regresé al hotel, recuperé mis maletas y avisé a Shannon de que estaba abajo. Entonces llegó Carlos Colombo, el gran Subsecretario de Planeamiento de Buenos Aires. –Qué hacés por acá todavía. –Pues estoy esperando a Shannon para despedirme de ella. En fin, se lo creerán o no, pero el gran preboste local porteño me miró con extrañeza y dijo: –¿Shannon? ¿Quién es Shannon? Los políticos, definitivamente, son otro tipo de gente, diferente del resto de los mortales, y viven en su mundo. Al menos tuvo la delicadeza de quitarse de en medio y dejarnos solos, en medio del looby del hotel. Nos dimos un abrazo y, sin separarnos del todo, me miró a los ojos y me dijo que le había gustado mucho que fuera a visitarla a Los Ángeles y que, de alguna manera, entendía que ahora la pelota estaba en su tejado y le tocaba a ella venir a verme a Madrid. Sabido es que las palabras se las lleva el viento, pero no dejó de ser un detalle bonito. 

Todo esto se me va quedando cada vez más lejos. Después de una semana (corta) de trabajo intensivo, estoy un poco de bajón, aunque han sido unos días de avances decisivos en nuestra lucha contra la burocracia en el tema Reinventing. Una lucha decididamente cansativa. Pero Chicago es ahora un recuerdo que se va desvaneciendo, el de unos días fabulosos que ya empecé a añorar nada más volver. En sintonía con mi estado de ánimo, voy a incumplir mi norma de no repetir músicas en el blog y les voy a rescatar esta maravilla de Amy Winehouse, que ya les puse en su día. Esta mujer era realmente muy grande. Que disfruten del fin de semana.


2 comentarios:

  1. ¿Podría precisar a qué se refiere con lo de "perro"? Amy, maravillosa. ¡Qué intensidad!
    Ánimo. No se venga abajo, que la guerra es larga.

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    1. No se preocupe, yo sigo adelante, lo que pasa es que, como hemos dicho hace poco, la felicidad no supone estar todo el día con cara de arrobo por lo bien que está todo. Cuando uno está de bajón, ha de reconocerlo y tratar de superarlo por sí mismo. Y, si es necesario, ayudarse escuchando a Amy.
      Su pregunta primera ofende. No me diga que no conoce usted eso de "perrea, perrea..."

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