miércoles, 26 de abril de 2017

628. Adivinar el futuro/La saga Le Pen

Eso es lo que más me gustaría a mí: adivinar el futuro. Es el tema que se ventila (hermoso verbo: se ventila=se decide, se dilucida) en la película La Llegada, que ya les he recomendado antes. Si lográramos adivinar el futuro, seguramente nos llevaríamos un disgusto, porque la vida es una película que acaba mal, y nosotros estamos acostumbrados a los filmes de Hollywood, en los que al final llega El Bueno, mata al malo, rescata a la chica y se disponen ambos a comer perdices per secula seculorum. Incluso, después de la tensión de los últimos instantes de acción, suele haber una escena tranquila, a modo de epílogo, en la que la pareja protagonista nos cuenta cómo va transcurriendo el primer día del resto de sus vidas. Nada de eso es real. Cuando nos llegue la hora a cada cual, no va a haber bueno que nos rescate. 

Y sin embargo, todos buscamos adivinar el futuro. La Llegada plantea un tema muy sugerente: que una persona, que adquiere el don de prever el futuro, aun sabiendo que va a ser terrible, decida seguir adelante. Y que su pareja se mosquee con ella y le diga: joder, si lo sabías por qué seguiste adelante, involucrándome a mí. Difícil dilema. Yo, por ejemplo, no dejo de hacer pronósticos, aunque me equivoco casi siempre. Me gustaría saber cómo se hace para acertar. Por eso admiro a personas como Johan Galtung, que predijo la caída del Muro de Berlín once años antes de que sucediera. A mi modesto nivel, a mí me encanta salir al público el 14 de abril con una glosa apasionada sobre la novela Patria, de Fernando Aramburu, y que el 21 del mismo mes la Asociación Española de Críticos Literarios le conceda el Premio de la Crítica a la mejor novela de 2016 (a quién se lo iban a dar si no).

Cada vez que me adelanto a una noticia, mi ego de comunicador rebosa de satisfacción. Pero he de reconocer que a mí se me da mejor analizar las cosas a toro pasado. Para la prospectiva soy bastante negado. Por ejemplo, yo estaba convencido de que la lista encabezada por la señora Le Pene sería la más votada en las elecciones francesas, donde se ventilaba quien será el presidente francés para los próximos años. Y al final, ha sido la segunda. Y quién podría prever que la ola de podredumbre que está sepultando al PP seguiría afectando a gente de nombre: Nachito, Esperanza y ahora Dancausa. Nachito (así le llamaba Esperanza cuando lo tenía de jefe de gabinete y hombre para todo), resulta que financiaba al partido con la ayuda del Compi-Yogui de la reina Leticia y, de paso, se llenaba la buchaca. Ya saben el refrán manchego: el que con harina anda, algo le queda en las uñas. Un dicho a la medida de la cutrez de ese mundo mezquino. Y ahora, para colmo, le abren causa a Dancausa, a causa de sus malas prácticas como jefa de Mercamadrid. Aunque la encausada lo niega.

Cuando la casa propia huele a mierda, conviene abrir las ventanas para que el ambiente se ventile. Pero de nada de eso se habla estos días en los bares del foro. Prácticamente, el ciento por cien de las conversaciones desmenuza las jugadas y las pequeñas miserias del llamado “clásico” del fútbol, el Madrí-Barça. Lo siento pero no lo vi, ya tuve bastante con tragarme el bodrio del partido del Dépor por la mañana, sentado en el bar de los chinos en donde casi me rompo la nariz hace unos meses. En el Madrí-Barça se ventilaba la Liga, según los cronistas y, hablando de gente que se anticipa a las noticias, vean el chiste de Forges del 29 de marzo. Prácticamente podría haber salido ayer, casi dos meses más tarde.


En fin. Hablando de la señora Le Pene, tal vez no sepan ustedes mucho de ella, más allá de que es la hija del ultraderechista Jean Marie Le Pen (albricias, se me ha arreglado el corrector de Word). La historia entera de esta familia es una sucesión de disparates, que parecen imaginados por la pluma del mismísimo Valle Inclán. El padre de Jean Marie era un pescador bretón que saltó por los aires cuando fondeó su lancha junto a una mina alemana. Corría 1942 y los nazis tenían ocupado todo el norte de Francia. Jean Marie tenía 14 años cuando su padre voló por los aires y eso ya le marcó de por vida. Se convirtió en un patriota francés, que cobraba una pensión como hijo de héroe, con la que se fue a estudiar derecho a París, mientras pegaba carteles de Acción Nacional y se peleaba a puñetazos con los estudiantes izquierdistas.

Era ya un orador brillante pero, presa de su propio personaje, se enroló en el ejército y combatió en Indochina, de donde volvió presumiendo de haber torturado a prisioneros, aunque siempre por exigencias del guión. Se fue voluntario a Argelia a defender la posición y volvió de allí con un ojo de cristal, de cuyo origen dio numerosas versiones heroicas (como Valle Inclán de su brazo perdido), aunque las malas lenguas dicen que perdió el ojo en una pelea con unos compañeros, una noche de borrachera. De vuelta en su tierra, empezó a ser una referencia obligada de la ultraderecha, como Blas Piñar en España. Ya entrado en años, se casó con Pierrete Lalanne, una modelo divorciada, con la que se afanó por tener un hijo varón, de acuerdo con su ideología. Pero su señora no le daba más que hijas. Marie-Caroline, Yann y Marine, la pequeña. Más tarde, Jean Marie contrató un biógrafo, para que contara su vida y milagros, y lo instaló en su casa. Y ya se imaginan lo que pasó: Pierrette se fugó con él.

Las fechas de este culebrón son significativas. Marine nace en 1968. Cuando tenía 4 años su madre pidió por primera vez el divorcio, pero su marido se opuso y ganó el juicio. Cuando tenía 7 años, una bomba estalló en su casa y Marine se despertó encima de un montón de cascotes, milagrosamente sin ninguna herida importante, atentado que se atribuyó a conexiones mafiosas del padre. Cuando tenía 16 años su madre se fugó con el biógrafo y no volvió a ver a sus hijas en 15 años. El divorcio fue traumático: Pierrette se llevó, entre otros trofeos, el ojo de cristal de Jean Marie (supongo que lo dejaba en un vaso con agua por las noches; si no ¿cómo robárselo?). Pero olvidó la urna de las cenizas de su propia madre. Los abogados de ambos quedaron una noche en un bosque cercano a París, para intercambiar ojo por urna. Ya ven que no exagero cuando hablo de Valle Inclán.

Pero la cosa del divorcio no acaba aquí. Jean Marie declaró públicamente que no le pasaría un solo franco de pensión a Pierrette, por puta y mentirosa, y que le recomendaba dedicarse a fregar escaleras. Y ella se vengó de tal afrenta, posando para el Play Boy francés, desnuda con un simple delantal fingiendo que fregaba una cocina, de forma que toda Francia pudo verle el culo, que no alcanzaba a tapar el delantal. Pierrette, esta señora tan temperamental, tiene ahora 81 años y se ha reconciliado con la familia, aceptando incluso figurar en las listas del Frente, eso sí, en posiciones retrasadas, que nunca la obligarán a dejar su casa, en la que vive tranquila.

Marie-Caroline era la designada para heredar el partido y los bienes de la familia, pero se le ocurrió apoyar con su marido una escisión del Frente Nacional que se oponía a su padre. Jean Marie la desheredó y proclamó ante la prensa que era muy triste que existieran mujerzuelas que hiciesen caso a su marido en vez de a su padre. Así que la herencia pasó a la pequeña, porque parece que la intermedia es la más normal del grupo y no se quiere meter en política. En 2011, el patriarca cedió la secretaría general del Frente a Marine, que lo ha hecho crecer hasta la posición que tiene hoy. Y en 2014, Marine expulsó a su padre del partido por facha y cabezota. Antes de eso, a Jean Marie lo habían expulsado también del Parlamento Europeo, en donde tenía un escaño, por darle un puñetazo en la nariz a una diputada socialista que sostenía la pancarta de cabeza de una manifestación que protestaba de que se le dejara hablar en dicho parlamento.

Parece un culebrón, pero es real. Digamos que es un reality show. Como el protagonista de El show de Truman, Marine Le Pen lleva toda su vida bajo los focos de los media de su país. Con esa historia, es verdaderamente meritorio que haya sacado tantos votos. Toquemos madera para que no gane la segunda vuelta. No por su historia sino por el mensaje y la ideología que defiende. Después de la victoria de Trump, sólo nos faltaba que ganara esta señora en Francia. Para mí no sería una enorme sorpresa, en un país en el que, cada dos por tres, nos tiran la fruta de los camiones a la calzada y posan muy ufanos de tales hazañas. Pero sería el fin de Europa tal como la conocemos y la hemos disfrutado más de 60 años. Eso es lo que se ventila en la segunda vuelta del próximo 7 de mayo. Toquemos madera. Y que duerman bien.

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