lunes, 22 de agosto de 2016

546. Sobre el derrumbe de la Unión Soviética II

Según establecimos en el post anterior, la URSS estaba ya tan mal económicamente, que tuvo que pedir ayuda a Jimmy Carter para que les mandase toneladas de trigo americano. En esos momentos, el gigante con pies de barro está dominado por una serie de dirigentes ancianos, bastante esclerotizados (Brezhnev, Andropov, Chernenko), a los que, piadosamente, se dio en llamar gerontocracia y que duraban poco porque, literalmente, se iban muriendo. Tuvieron la suerte de tener enfrente a un buenazo como Carter, pacifista, medroso y un poco mandiles. Pero en noviembre de 1980 gana las nuevas elecciones USA un personaje radicalmente diferente: Ronald Reagan. Nadie discute que el nuevo presidente es un tipo inculto, basto y ramplón, cuya experiencia se reduce a una carrera como actor secundario del montón, la presidencia del sindicato de actores y unos años como gobernador de California. Una trayectoria sólidamente enraizada en su religiosidad y un anticomunismo visceral.

Pero todo esto no presupone que fuera tonto. En realidad era un tipo de origen rural, poco leído y no muy refinado, pero con la astucia natural típica de los personajes de ese medio. Y en 1983, poco antes de ser reelegido para un segundo mandato, Reagan presenta de forma solemne su gran idea: la Iniciativa de Defensa Estratégica, basada en la creación de un escudo antimisiles que protegiera todo el territorio americano de un eventual ataque. Era un proyecto carísimo, inviable según los expertos científicos y probablemente inútil, puesto que garantizar la seguridad absoluta es imposible. Los críticos con el presidente bautizaron enseguida este proyecto delirante como La Guerra de las Galaxias. Casi nadie en Occidente se tomó muy en serio este asunto, pero sí lo hicieron los escleróticos dirigentes soviéticos, que se apresuraron a preparar un contraproyecto que emulara al de Reagan, para lo que tuvieron que incrementar de forma suicida los presupuestos de Defensa, precipitando la bancarrota y el cataclismo del sistema soviético.

En 1985, el poder le es entregado al joven Gorbachov, un intento desesperado del sistema por renovarse y quitarse la caspa de encima. Gorbachov enseguida congela los presupuestos de Defensa y se pone a hablar de paz con Reagan. El proyecto de La Guerra de las Galaxias queda arrumbado en un cajón del que ya nunca saldrá. Está unánimemente admitido que fue esta iniciativa de Reagan la que terminó de dar la puntilla a la Unión Soviética. Pero, a partir de esa certeza, hay dos teorías sobre el propio Reagan. Mucha gente sigue sosteniendo que era un patán, convencido en su ignorancia de que el proyecto era posible, y que la jugada le salió redonda por casualidad. Pero hay otros que dicen que este mal actor secundario era un gran jugador de póker y que jugó de farol de forma intencionada y certera. En esta segunda tesis se alinea una excelente película de espías que pasó sin pena ni gloria por los cines españoles, pero que les recomiendo sin dudarlo.

Hablo de El Caso Farewell (Christian Carion-2009). La película, basada en una novela, y por tanto obra de ficción, cuenta la historia de un coronel del KGB que se da cuenta de que el sistema soviético es una mierda y toma la arriesgada decisión de hacer llegar a Occidente la base de datos de las personas que componen la amplia red de espías rusos que trabajan por todo Estados Unidos. Lo hace a través de un ingeniero francés al que conoce por casualidad, el cual transmite la información a Mitterand, quien a su vez se la pasa a Reagan. Y éste, en vez de desactivar esa red, lo que hace es darle una serie de informaciones falsas sobre lo avanzado que está ya el montaje del carísimo sistema de escudo antimisiles. Los ancianos dirigentes rusos se tragan el anzuelo y empiezan a preparar una respuesta simétrica, lo que acelera la ruina de su anquilosado sistema. Esta película, un thriller apasionante, tiene el atractivo adicional de ver al gran Emir Kusturica, en uno de sus escasos trabajos como actor, interpretando al frustrado y atormentado coronel del KGB.

Lo que sigue es una especie de voladura controlada. 1985: llega Gorbachov y pone en marcha la Perestroika y la Glasnost. 1989: los países del Pacto de Varsovia caen como fichas de dominó, se derrumba el muro de Berlín y se apuntan todos a la OTAN. 1991: los comunistas ortodoxos intentan un golpe de estado, aprovechando que Gorbachov está de vacaciones en Crimea, pero el golpe lo aborta Yeltsin, presidente de Rusia, antiguo alcalde de Moscú y desde entonces hombre fuerte del país, que disuelve formalmente la Unión. 1993: Yeltsin cambia la Constitución de Rusia, que deriva hacia un régimen presidencialista. Todo este cataclismo, visto desde Occidente con indiferencia irónica, generó unos años de caos, de desorden, de desmantelamiento de un sistema que llevaba funcionando casi un siglo, lo que dejó a los rusos despistados, deprimidos, asustados, acomplejados y con el orgullo por los suelos. Hasta que, en 2000, llega a la presidencia el señor Putin, que ya no se moverá de ahí y que pone las bases para una restauración gradual del orgullo nacional perdido.

Es en esos años de caos cuando surgen las mafias, los nuevos potentados, la violencia callejera, los grupos de jóvenes neonazis que se retan con los redskins, antifascistas radicales, en auténticas batallas campales, mientras las gentes de mediana edad se refugian en sus casas, de donde les da miedo salir, en un ejemplo típico de lo que suele llamarse el exilio interior (Rusia es el país donde más aumentó el consumo de Internet en esos años). Esta gente de mediana edad han estudiado en buenas universidades, son ingenieros, químicos, astrofísicos, pero han de plegarse a trabajar en empleos de subsistencia para poder dar de comer a sus familias. Los más ancianos, por su parte, sobreviven malamente, entre el vodka y la nostalgia de los pasados tiempos gloriosos. Pero entre los más jóvenes brota una rabia que se canaliza en esos movimientos violentos.

Ese es el caldo de cultivo en el que se desarrolla Exodo, la novela de DJ Stalingrad de la que ya les he hablado. Jóvenes hijos de esa especie de clase media soviética, bien educados y acostumbrados a un mejor nivel económico, se van de casa y se integran en esas milicias antifascistas cuyo objetivo cotidiano es darse de hostias con el enemigo (para ellos, todos los demás son neonazis). Se aprovechan de una ventaja: están conectados por las incipientes redes sociales, lo que les permite burlar con mucha facilidad al anquilosado y mal pagado sistema de policía soviético, continuamente superado por unos acontecimientos para los que no están preparados. El libro está narrado en primera persona. El protagonista se levanta cada día sin otro objetivo que ponerse hasta arriba de vodka, probar toda clase de drogas y zurrarse debidamente con otras pandillas de etiqueta ideológica opuesta.

Todo ello en unas condiciones de miseria económica, caos social y con un frío de la hostia. De pronto reciben una consigna de que hay que ir a alguna parte (Rusia es muy grande). Pues allá que se van, en vagones de carga de trenes súper lentos, en donde se congelan de frío. Luego han de dormir en establos o similares que les facilitan sus amigos del lugar y en donde han de abrazarse todos juntos para darse un poco de calor. Todo para acudir al otro día a un partido de fútbol, a un desfile, o a un concierto de hardcore music, en el que acaban a bofetadas, con la cabeza abierta de un botellazo o con heridas de navaja. Hay escenas como la de uno de los colegas que sale afuera a cagar y acaba vomitándose encima y quedándose dormido. Cuando lo echan de menos han de trabajar con piquetas para despegarlo de la mierda, la sangre y el vómito helados. Un día acaban de volver, digamos, de Yaroslavl y no les da ni tiempo a descansar porque enseguida les llega la consigna de que han de viajar ahora a Piter (así llaman los antisistema a la rebautizada San Petersburgo). Cualquier excusa es suficiente para viajar en condiciones lamentables, a zurrarse con una tribu rival.

La novela explica perfectamente el nivel de nihilismo de esta gente, la glorificación del No Future al que les ha llevado la situación de su país. La violencia deja de ser un instrumento y se convierte en un fin en sí mismo: se vive para luchar. Como hacen los hooligans británicos y algunas bandas lamentables en cualquiera de nuestros países. Con todo esto acabará Putin a partir de 2000, a base de leña, como hizo Giuliani en una Nueva York no menos violenta. Antes de esto, el protagonista de la novela tiene una especie de revelación que le hace retirarse de esa dinámica suicida. Él es un hombre preparado, con aptitudes para ejercer de periodista o de músico, que puede seguir siendo un antisistema, pero pacífico. La muerte violenta de dos de sus colegas tiene una influencia decisiva en ese cambio. Pero antes ha de dejar constancia de cómo han sido esos años de locura y escribe esta especie de memorias de juventud.

La novela aparece primero en sucesivas entregas en Internet pero, ante la avalancha de visitas que recibe, una editorial alternativa de Moscú se anima a publicarla. Estamos en 2009, Rusia es un país en el que ya existen este tipo de grupos críticos que desarrollan su labor de forma pacífica, trabajando mucho y vigilados de cerca por la policía del régimen. La novela es un bombazo y todo el mundo se pregunta: ¿Quién se esconde tras el seudónimo de DJ Stalingrad? La solución en el próximo post.       


2 comentarios:

  1. Varias cosas. Cuesta creer que Reagan fuera listo. Tal vez astuto y maniobrero, pero yo me inclino a pensar que la jugada le salió de chamba.
    Una pregunta: el que sale en la esquinita superior derecha de la portada del Times ¿no es el tetrapléjico gallego Ramón Sampedro, el que inspiró la película Mar Adentro? ¿Tal vez se informa de su muerte?
    Por último, el libro ese del final parece bastante desagradable. Tengo suficiente con lo que usted nos ha contado. Yo no leo para pasar malos ratos.

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    1. UNO. Te recomiendo ver la película. Ahí salen actores que interpretan a Reagan, Mitterand y otros políticos. Si hemos de creer al novelista del Caso Farewell, Ronald no era tan tonto como se llegó a creer, sobre todo desde los ámbitos ideológicos de la izquierda. Pero ya digo que es una obra de ficción.
      Lo de Ramón Sampedro fue mucho más tarde. La noticia de la esquina informa de la muerte del primer receptor de un corazón artificial. La foto podría tener un aire a Sampedro. No sé si te falla la vista o el nivel de inglés, perdona la coña.
      Lo del libro, tú mismo. Dostoyevsky es bastante más desagradable que este hombre, en algunos pasajes.

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