jueves, 28 de julio de 2016

536. Vaya año que llevamos

Pues sí, el bisiesto está haciendo honor a su leyenda y no hablo a título personal. Yo he tenido una doble mala suerte, al romperme el húmero en una caída tonta de la que salí sin un solo arañazo más, y sufrir luego una operación, que me dejó los dos fragmentos separados en torno a un centímetro, lo que me hizo perder tres meses de recuperación hasta que me pudieron quitar el tornillo superior y la cosa empezó a evolucionar mejor. Total, que llevo más de cinco meses de baja, algo que no me ha afectado al ánimo: las cosas han venido así y hay que aceptarlas. Y además, estoy disfrutando de una situación de privilegio, casi una simulación de mi futura vida de jubilado, pero cobrando como activo y ayudando moderadamente en mi oficina. Estoy a gusto y, si encima no tuviera dolores, pudiera hacer deporte, conducir mi coche y viajar por el universo mundo, pues esto sería ya algo parecido al séptimo cielo. Y ustedes no se quejen, que también están disfrutando de mi dedicación al blog, mucho mayor de la que hubiera tenido, de estar en activo.

Así que, a nivel personal, no me quejo. A lo que me estoy refiriendo es a que, cada mañana, uno abre el periódico acojonado, a ver qué nueva noticia de la barbarie se añade a la anterior. Creíamos que lo habíamos visto todo con el autobusero asesino de Niza, cuando aparece un tipo que acuchilla viajeros de tren, otro que convoca por Facebook para que vean cómo dispara a niños y adolescentes, otro que se hace estallar al lado de un concierto de rock y ya el colmo de los colmos: un cura cuya misa interrumpen para cortarle el cuello y filmarlo. ¿Dónde está el límite? No lo sé. Porque aquel aviador jordano que quemaron vivo en una jaula ya parecía algo más allá de cualquier horror imaginable. Mientras sufrimos este acoso insoportable, por aquí seguimos dilucidando si son galgos o podencos. Y no sólo hablo de Rajoy y los otros inútiles incapaces siquiera de sentarse a hablar, sino también de los catalanes, que siguen a su raca-raca, los británicos con su Brexit y tantas otras tontunas que nos mantienen distraídos, mientras nos están literalmente matando. Sólo falta, para redondear el año nefasto, que gane Donald Trump y, de momento, va por delante en las encuestas.

Entre tanta animalada, a uno se le pasan por alto otras noticias que, en otros contextos, coparían la primera plana. Vean si no el caso del suceso acaecido en la localidad murciana de Bullas. A lo mejor, ni siquiera se han enterado. Que exista un pueblo llamado Bullas, ya es algo bastante alucinante, pero es que la historia tiene un tufillo a Puerto Hurraco que echa para atrás, salvo por el hecho de que sólo hubo un muerto y dos heridos, todos por disparos de escopeta de caza. Todavía no se sabe mucho de lo sucedido, el suceso está en plena investigación, pero les resumo lo que ha trascendido. El protagonista principal es un hombre llamado Mateo Pérez Abril, de 64 años, o sea, casi de mi quinta, guardia civil jubilado, al que los vecinos apodan El Yegüero y describen como hombre pacífico y buena gente.

Mateo el Yegüero estuvo destinado en el País Vasco, Madrid y Murcia hasta que, en el año 2.000, fue prejubilado por algún problema físico y regresó a su Bullas natal, en donde conservaba una casa de su propiedad y donde plantó unas oliveras y se hizo con unas cuantas gallinas cuyo cuidado, junto a su afición a la caza, le mantenían entretenido en su situación de pensionista. Todo iba bien hasta que hace unos seis años conoció a una búlgara, llamada Koftesa, con la que estableció una relación sentimental. La tal Koftesa es bastante más joven que él (48), a pesar de lo cual es madre de al menos dos hijos, el mayor de 34, que ya la han hecho abuela. Y aquí se acabó la tranquilidad para Mateo, porque su pareja arrastraba con ella un clan que solía presentarse en su casa cada primero de mes, cuando nuestro hombre acababa de cobrar su pensión, y se pasaban varios días bebiendo y derrochando el dinero hasta que se acababa. Este conjunto de datos remite claramente a una conclusión: estamos hablando de búlgaros de etnia gitana. Y ya García Lorca dejó constancia de que los gitanos nunca se han llevado bien con la Guardia Civil.

La familia de Mateo no acogió de buen grado este inesperado giro en su tranquila vida y le advirtieron de que Koftesa no era una buena compañía para él. Pero ya saben eso de que más tiran dos tetas, etc. El caso es que la pareja decidió oficializar su relación y, el pasado día 26 de julio, se presentaron en el Juzgado de la localidad para registrarse como pareja de hecho. Mateo llevó como testigo a un cuñado, el único familiar con el que se habla, porque el resto de su familia no quería saber nada de él mientras estuviera con Koftesa. Eso dio pie a una celebración por todo lo alto, en el domicilio del ex guardia civil, en la que participaban, de su parte, únicamente su cuñado y, de la otra, el multitudinario clan al completo. Era ya de noche, corría el alcohol en abundancia, un complemento bastante peligroso para estas cosas, y los vecinos escuchaban la música a todo volumen y las voces y risotadas de la celebración.

Y aquí es donde se desata la locura. ¿Qué le dijeron los búlgaros o qué fue lo que averiguó el antiguo guardia civil, que le hizo llegar a la conclusión de que la había cagado o que lo estaban estafando o chuleando? No lo sabemos, como digo. Lo cierto es que, a media cena, el tipo se levantó, se dirigió al desván y regresó armado con su escopeta de caza cargada. La mujer pudo huir despavorida, pero el tipo descerrajó varios disparos a dos de sus recientes parientes, el hijo y el yerno de Koftesa, certeramente dirigidos a sus abdómenes respectivos. La mujer avisó a los vecinos que ya estaban en la calle alarmados por los estampidos. Llamaron a la policía local, que llegó a la carrera. El Yegüero estaba sentado afuera, con su escopeta todavía en la mano. Los policías dijeron: –Se han denunciado disparos en esta casa, ¿es usted el que ha disparado? El Yegüero les miró y pronunció una sola sílaba: Sí. Y, sin que los atónitos agentes pudieran evitarlo, se apoyó el cañón en la garganta y apretó el gatillo. Trasladaron a los tres heridos al hospital de Caravaca, donde el autor de los disparos ingresó cadáver y los otros dos luchan aún por sus vidas, mientras un juez investiga lo sucedido bajo secreto del sumario.

Un suceso terrible, del que los diarios nacionales no dirán nada más, porque ya saben que la selección de noticias la hace un aparato mecánico, y muy pronto habrá que dejar espacio para la siguiente masacre del ISIS o el siguiente tiroteo en USA. Para encontrar detalles de este asunto he tenido que rebuscar en la prensa local de Murcia. Si pinchan AQUÍ, pueden ver una información reciente, que no hace falta que se lean, aunque sí les recomiendo que vean la foto del hermano del yerno herido, saliendo de visitarle en el hospital y diciendo que él no sabe nada de nada y que nunca ha estado en el lugar de los hechos. La foto no requiere más comentarios.

Después de tantos años viviendo en una gran metrópolis como Madrid, uno se olvida de que España es muy grande. Y Murcia es, con algunas zonas de Andalucía y Extremadura, el último rincón de esa España profunda que a veces estalla en asuntos como este. Digamos que incultura, alcohol y armas a mano forman un cóctel peligroso, con un potencial destructivo que no necesita yihadistas. Buscando en Internet, me he enterado de que el pueblo de Bullas fue escenario en 2008 de otro caso espeluznante: el llamado caníbal de Bullas mató a su compañero de piso e intentó meter el cuerpo en el frigorífico para írselo comiendo poco a poco pero, como no le cabía, acabó por guardarlo en el sótano en una tinaja. Algo similar a esto se contaba en la excelente película de Fernán Gómez El Extraño Viaje (si no la han visto, háganlo ya, esta misma tarde, sin más dilación). Fernán Gómez quería titular esta obra maestra como El Crimen de Mazarrón, pero no le dejó la censura, alertada por el Ministerio de Información y Turismo de las posibles malas consecuencias que semejante título traería para el turismo del que vive esta localidad de la costa murciana, no  muy lejos de Bullas.

Galicia, donde acabo de pasar cuatro días, es otro lugar que atesora zonas rurales aisladas de la civilización. Pero allí, el paisano que descubre desesperado que la ha cagado y que ya no quiere seguir viviendo, suele recurrir al remedio de colgarse de un árbol. La Galicia rural es una tierra tranquila, en la que ayuda mucho el clima suave y el característico sentido del humor, que se plasma en los estribillos de sus canciones más enxebres (a mi casa non quero que veñas/sempre me follas, nunca me empreñas/¿sei que non podes?/¿sei que non sabes?/¿sei que perdiches as habilidades?). Algo menos conocida es esta otra que les dejo de propina. El estribillo es igualmente pícaro y punzante: e pousa, pousa, pousa, e non me toques n’aquela cousa/ e pousa, pousa axiña, e non me toques n’aquela cousiña. Pues eso, sean felices. Y no se quejen tanto del calor, coño, no me toquen n’aquela cousa. Ya llegará el otoño.

  

2 comentarios:

  1. La verdad es que si el pueblo se llama Bullas, no es de extrañar que estén todo el día montando bulla. En Galicia la gente es tranquila en general, pero a veces a alguno le da la "toulada" y la arma buena también. El extraño viaje es una película buenísima, yo la tengo y la veo de vez en cuando y siempre descubro nuevos matices. Parece de Hitchcock. Y lo de Pousa, Pousa me suena de haberlo escuchado en alguna romería, pero no le había prestado atención a la letra.
    Que tenga buen verano y que se le arregle de una vez el brazo. Cuando se ponga bueno, algunos echaremos de menos tanta producción de buena prosa, temas de interés y fina ironía.

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    1. Lo mismo le deseo a usted. Como me temía, de la historia de Mateo el Yegüero no se ha vuelto a decir una sola palabra en la prensa nacional. Por los medios murcianos he sabido que uno de los dos heridos ha muerto. Es lo que tienen los tiros al abdomen. Yo creo que un tipo que ha sido guardia civil durante años, maneja sus armas con suficiente precisión como para pensar que les disparó intencionadamente en ese preciso lugar. Subsiste mi pregunta: ¿qué sería lo que le dijeron los búlgaros para desencadenar semejante reacción? Mateo se ha llevado la respuesta a la tumba.

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