viernes, 27 de febrero de 2015

349. La impostura y las trampas de la memoria

La otra noche, en mi club de lectura, analizamos el libro de Reinaldo Arenas Antes que anochezca, un texto interesante, más como testimonio que como literatura (al menos en mi opinión). El libro tiene cinco partes diferenciadas que cuentan la vida del protagonista (el propio Arenas, que habla en primera persona), sobre el fondo de otras tantas etapas de la historia de Cuba. La primera parte cuenta su infancia en una zona rural muy pobre y atrasada, en tiempos de la dictadura de Batista. La segunda, es la adolescencia de Reinaldo, tras el triunfo de Castro. El joven se suma a la Revolución, es empleado como contable y consigue llegar a La Habana, en donde empieza a escribir en medio de la euforia e ilusión de la fase fundacional del castrismo, gana algún premio literario y accede a los ambientes culturales. La tercera parte corresponde a los tiempos del estalinismo y la represión brutal de los escritores e intelectuales. Reinaldo se convierte en un perseguido, por su doble condición de disidente y homosexual, acaba en el penal de El Morro y el libro cuenta con todo detalle las penalidades que sufre durante sus largos años de cárcel.

En la cuarta parte, tras ser liberado, malvive en los ambientes marginales de La Habana, donde la gente, perdida ya toda ilusión, se dedica a la tarea sobrehumana de la supervivencia bajo un régimen de terror y escasez económica. Por último, la quinta parte relata el exilio. Fidel responde a la presión internacional para que abra sus fronteras, enviando a Miami a los delincuentes comunes y colgados del país. Reinaldo Arenas, que está vetado para viajar al extranjero, consigue alterar sus documentos de identidad, añadiendo un punto sobre la delgada e de su apellido escrito a mano, de forma que los encargados de supervisar la partida de los frikis que Fidel se quita de encima, leen Arinas y le dejan salir. Los diez años de exilio hasta su suicidio en Nueva York, enfermo de SIDA, coinciden con el desprestigio general de la Revolución, excepto para cuatro fieles como García Márquez. Willy Toledo tenía por entonces 10 años y aún no había empezado a decir chorradas.

He de decir que, frente al entusiasmo unánime de los demás miembros del club de lectura, mi visión es, como siempre, disidente. A mí me parecen buenísimas las partes 1, 2 y 3. Me resulta bastante irritante la 4 y muy ligera e insuficiente la 5. Y creo que la cosa tiene una explicación ligada a las circunstancias en las que escribe este señor (no hay que descartar la posibilidad de que el libro, publicado años después de su muerte, sea el resultado de una labor de corta y pega de sus albaceas y, desde luego, el autor no pudo darle una última corrección). De atrás a delante, la parte 5 es floja porque el tipo está ya enfermo y, literalmente, no tiene tiempo de contar sus años de exilio con el detalle con que ha contado lo anterior. Después de sus penalidades en Cuba, yo creo que su vida de profesor de literatura en distintas universidades, su estancia en Saint Nazaire con una beca para que escribiera lo que quisiera, sus éxitos editoriales y sus agasajos continuos, tuvieron que ser una especie de paraíso, del que no disfruta por haber ya contraído una enfermedad en esos momentos mortal.

Las partes 3 y 4 están escritas casi en el momento en el que se producen los hechos que se cuentan. Arenas escribe primero oculto en el parque Lenin de La Habana (donde ha de hacerlo antes que anochezca), mientras lo busca toda la policía del país. Y luego en la cárcel. El relato de sus penalidades en la parte 3 es prolijo pero interesante por terrorífico, aunque sobre este tema he leído análisis más profundos, como el que hace Solzhenitsyn en su Archipiélago Gulag. En cambio, el relato de la mugre de las chabolas de La Habana y la vida caótica, mísera y envilecida de los homosexuales, en una permanente orgía de sexo promiscuo indiferenciado, al menos a mí, me parece un coñazo. El tipo hace de notario de una serie de hechos insignificantes y repetitivos, que cuenta como si fueran interesantes (y parece que lo eran para los demás contertulios de mi club). Es un relato costumbrista, con un punto esperpéntico, que a mí, como conocedor de Valle Inclán, no me impresiona demasiado.

Así que al final, lo que más me gustó del libro fueron las partes 1 y 2. ¿Por qué? Pues, entre otras razones, porque se trata de textos escritos a posteriori, muchos años después de que suceda lo relatado. Es decir, filtrados y seleccionados por la reelaboración de la memoria. La memoria es una herramienta básica del escritor que, en cuanto tiene una mínima perspectiva, elimina los pasajes intrascendentes, justamente relegados al olvido. Aunque también es cierto que la memoria es mentirosa: el ser humano tiene una tendencia irrefrenable a manipular el relato de sus aventuras, mejorando siempre su participación en ellas. Es algo normal, siempre que se controle. Yo soy muy cuidadoso con estas cosas y les puedo asegurar que, cuando mis posts incluyen alguna manipulación de ese tipo, les añado la etiqueta “Relatos”, que pueden, si quieren, repasar, para ver a qué me refiero.

En mi etiqueta Relatos encontrarán diversos incidentes automovilísticos, o mis textos sobre los espectros en el Campo de las Naciones y los fantasmas de la antigua Gerencia de Urbanismo. Entre mis posts más recientes, pueden comprobar que, por ejemplo, la narración de mi caída en el Retiro mientras corría, no contiene la etiqueta Relatos. Es que la cosa sucedió tal como la cuento (se lo juro). Me caí al pie de una señora que marchaba rumbosa con un chándal de tactel y que se paró a echarme una bronca. Otra cosa es que ciertas partes de la historia resulten inverosímiles. Pero una cosa es la verosimilitud y otra la veracidad. En cambio, mi anécdota en el aeropuerto de La Habana, sí tiene la etiqueta Relatos, porque contiene una pequeña manipulación que les voy a desvelar.

No, no. No es la descripción del tal Danilo, les juro que el tipo existió, que iba vestido de verde oliva y llevaba dos cartucheras cruzadas (fue también este sujeto el que, vestido de la misma guisa, nos eximió de la cola en la heladería Coppelia, proclamando que éramos amigos de la Revolución). Así que no es eso lo manipulado. La realidad es que en el pase de revista yo no estaba al lado de Pepe Ortega, sino en el otro extremo. Yo vi que Danilo se paraba con él más que con los otros y luego me explicaron lo que había pasado. Pero creo que, si lo hubiera contado como sucedió, hubiera perdido vis cómica y calidad literaria. Es decir, que cambio los hechos, pero soy consciente de hacerlo (y por eso le pongo la etiqueta Relatos) y además no lo hago tanto por mejorar mi papel en el asunto (que también, un poquito), como por convertirlo en un relato más literario y ameno.

Mi padre, gran narrador oral de toda clase de historietas, a veces tomaba un chiste que le habían contado por la calle y lo reelaboraba para darle más gracia. Eso le llevaba a largos preámbulos en los que situaba un contexto imaginado por él. Por ejemplo, decía: el boticario de mi pueblo (en La Mancha), cada día abría la persiana de su negocio y se tiraba un rato fumando en la puerta. Un día pasó un señor y le dijo, etc. etc. Y entonces, cuando ya te tenía pillado, te soltaba la historia principal. A menudo, yo me revolvía con fastidio: Papá, ese es un chiste que me contaron a mí hace un año y no era en La Mancha, sino en Galicia, con un tendero de ultramarinos.

La literatura y la memoria están hechas de mentiras, pero (algo muy importante) siempre amasadas con verdades para hacerlas verosímiles. El problema es cuando esta manía de manipular los recuerdos se convierte en compulsiva y escapa de control. Un caso reciente de esto que les digo, es el del locutor de televisión norteamericano más popular, que estuvo doce años sosteniendo que iba a bordo de un helicóptero que fue derribado en Irak, cuando en realidad él viajaba en otro que llegó al lugar una hora después. El tipo se lo había llegado a creer como cierto. AQUÍ tienen la noticia contada con todo detalle.

Pero el caso más increíble de todos es el del señor Enric Marco, presidente de la asociación de víctimas españolas de los campos de concentración nazis, que llegó a hablar en el Congreso de los Diputados emocionando a todos los presentes, cuando en realidad no había visto uno de esos campos ni de lejos. Sobre este apasionante caso se centra la novela El Impostor, que he empezado a leer después del libro de Reinaldo Arenas y que me parece maravillosa. Su autor, Javier Cercas, indaga en la vida de Marco y descubre que el tipo lleva mintiendo sobre su vida, desde antes de la guerra española. Que es un manipulador que se ha construido una identidad paralela. En un par de días he leído un tercio de este libro extraordinario, en el que Cercas cuenta todo el proceso de entrevistar a este señor, de cerca de 90 años, para irle sonsacando datos, que luego intenta comprobar en archivos y hemerotecas.

Le acompaña en su trabajo su hijo de 18 años, futuro cineasta, que filma las entrevistas, para que el padre no tenga que tomar notas y pueda concentrarse en controlar a su escurridizo interlocutor. A veces, comentan por la noche los hechos del día y, en una de esas cenas, el padre hace una reflexión: en el fondo, Marco es en parte como Don Quijote, que, harto de su vida mediocre, se construye otra imaginaria, épica, brillante y apasionante. Respuesta del hijo: no, papá, éste es mucho mejor. ¿Y por qué? Pues porque a Don Quijote la gente lo tomaba por loco y nadie se creía esa segunda personalidad. En cambio, este tío logró engañar a todo el mundo durante años. Y concluye el hijo con mucho énfasis: –éste es el puto amo.

4 comentarios:

  1. Siguiendo su teoría, dado que presume de que este es un blog literario, habremos de poner en cuarentena lo que nos dice en este texto. Es decir, que cuando proclama etiquetar como "Relatos" los posts en los que reconoce manipular la realidad, tal vez nos está calzando una mentira más, eso sí, amasada con verdades, para que parezca verosímil.
    Sin acritud, ¿eh? Es sólo por dar una vuelta de tuerca más a su reflexión.

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    1. Su comentario es certero y brillante (si acaso, podría ahorrarse el último renglón: no necesita disculparse conmigo por un razonamiento tan cojonudo). Supongo que tiene razón y que harán bien en no creerse nada de lo que les cuento. A mí lo que me gusta es despistar. Por eso les insisto en que algunas de las cosas más inverosímiles que les cuento son ciertas, mientras las cosas que me invento son falsas, aunque tengan apariencia de ciertas, porque así procuro que sean. Es decir, que lo veraz es a veces inverosímil, y lo verosímil falso.
      No sigo que me estoy liando.

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  2. Los practicantes de la impostura son infinitos: el pequeño Nicolás, la actriz del Cuentamé y tantos otros. Estamos en un mundo superficial y decadente, donde los cuentistas tienen un filón. Tal vez el tal Enric Marco sea un campeón del asunto, pero donde levantes una piedra te sale un farsante.

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    1. Sí, debe de ser una constante del ser humano. Y creo que con esto de las redes sociales y la circulación instantánea de las imágenes, cada vez es más difícil ser un farsante. Ayer en El País, Elvira Lindo reflexionaba sobre los últimos casos, como el de la actriz del "Cuentamé", aunque su artículo de opinión no me pareció tan brillante como otros suyos. Creo que nadie ha profundizado sobre este asunto como Cercas en El Impostor.

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