domingo, 20 de octubre de 2013

188. La carrera de la ciencia

Esta mañana he corrido de nuevo y estoy muy contento con el progreso de la temporada. La llamada Carrera de la Ciencia (antes del CSIC) era, como todas, de 10 kilómetros y la he completado en un tiempo oficial de 59.04. Los que no entienden de estas cosas tal vez no valoren el mérito que tiene bajar tres minutos y medio sobre la marca que hice en La Melonera, hace apenas un mes, ciertamente con mucho más calor. Mi registro de hoy sigue siendo regularcillo pero, a mi edad y después de un par de años compitiendo poquito, no puedo pedir más. Y mi temporada tiene todavía margen de mejora.

Cuando era joven, estas carreras de 10 kms. las afrontaba sin ninguna precaución adicional. Es decir que, salvo no acostarme demasiado tarde, el día anterior hacía vida normal, cenaba con mi cervecita y no cambiaba ninguno de mis otros hábitos. Ahora en cambio, repito algunas de las rutinas que cumplía cuando debía afrontar una distancia más larga. Por ejemplo, el sábado hice una comida abundante y me eché una ligera siesta. Luego, debía haber descansado, pero tuve que ayudar en una mudanza. No importa, llegué tarde a casa, me comí más o menos un cuarto de melón y un yogur griego y me acosté en cuanto me dio el sueño.

La carrera empezaba a las 9 de la mañana, pero el dorsal había que recogerlo en la misma salida, a partir de la 7.30. Esto es algo novedoso para mí, en mis tiempos el dorsal se recogía unos días antes y la noche antes de la carrera ya te dejabas la camiseta que ibas a usar, preparada con el dorsal fijado con cuatro imperdibles. Claro, eso suponía tener a gente repartiendo dorsales varios días, pagarles por su trabajo, etcétera. Como consecuencia de la crisis, todo esto se concentra ahora en hora y media antes de la salida. También en mis tiempos, estas carreras eran algo muy minoritario, de forma que yo me iba en coche, aparcaba cerca, dejaba la cartera y las llaves de casa en la guantera y la ropa de abrigo en el maletero. Luego accedía a pie a la salida, llevando únicamente la llave del coche.

El sábado consulté la Web de la carrera. El número de inscritos superaba los 7.000. La salida y la meta eran frente a la sede del CSIC, en la calle Serrano, una zona imposible para aparcar cinco mil vehículos. Para ir en mi coche tendría que haberme levantado a las 5 de la mañana (por decir algo), con lo cual, a la hora de la salida ya estaría cansado y aburrido. Nunca me gustó ir en Metro a las carreras. No me gusta llevar nada en la mano ni mochilas colgando, y el bolsillito mínimo de mis pantalones de deportes se llena con las llaves de casa o del coche, según los casos. Si meto allí el ticket de mi abono anual de transportes, lo más probable es que termine la mañana estropeado, por el sudor y el roce con las llaves.

Pero esta vez se imponía el Metro porque, además, para recoger el dorsal había que llevar el DNI o cualquier otro medio de identificación personal. Rebusqué en mis armarios en busca de una minimochila de corredor, y encontré una adecuada. Se trata de una carterita de El Brillante, que hicieron para conmemorar un aniversario del bar, junto con una taza con cuchara. Les dieron algunas a los camareros, para que ellos mismos se las regalaran a los clientes más asiduos, y mi amigo Álvarez, el veterano camarero asturiano que controla la parte de arriba de la barra, me dio las dos cosas en una bolsa de plástico. La cartera es pequeña y cuadrada y tiene en el frontal un anuncio impreso donde, bajo el nombre El Brillante, aparecen tres líneas rojas simulando sus neones, una foto de un bocata gigante de calamares y la leyenda que certifica que se trata de los mejores bocadillos de calamares de Madrid.

El problema era cómo llevarla para que no me molestara en la carrera, pero descubrí que el pantalón tenía cuatro aberturas estratégicamente dispuestas para pasar por ellas la correa de la cartera. Así que me dejé preparado el pantalón con la cartera incorporada, en la que metí las llaves, el DNI, el abono de transportes y cuatro imperdibles. Me levanté a las 7 y me lavé un poco. Me vestí, me tomé un café bebido y algo más de medio litro de agua, utilicé el inodoro (ya ven qué fino me he vuelto) y estuve listo para salir. Entonces se desató el diluvio universal. Era algo que no estaba en el programa. Consulté la previsión del tiempo en mi Smartphone. Cielos nublados, temperatura de 14 grados y humedad del 100%, pero nada de lluvia. Debía de ser una tormenta aislada. En ningún momento me planteé renunciar a la carrera. Mi piso es el último y se escucha el estruendo de la lluvia sobre la azotea. Cuando el ruido se atenuó, bajé a la calle y salí abrigado sólo con mi camiseta ligera.

Me cayeron algunas gotas en el camino al metro, que hube de hacer saltando sobre charcos gigantes. Era noche cerrada. Hice dos trayectos de Metro. En el primero, coincidí con un personal de borrachos y alcohólicos, que habían hecho tiempo hasta que abrieran el Metro para regresar a sus míseras cuevas, tras su noche trasegando Don Simón. Mi imagen, en camiseta fina y con una cartera de El Brillante, les llamaba lógicamente la atención. Me hicieron diversas reverencias, perorando con voces pastosas sobre lo bueno que debía de ser el ejercicio y otros lugares comunes mascullados con sus bocas desdentadas, de alientos hediondos a varios metros. Tras cambiar de línea, el público cambió y el vagón se llenó de corredores, la mayoría mucho más abrigados que yo. Llegué a tiempo a la mesa de los dorsales que me correspondía por número, y pude estar entre la masa de los 7000 corredores que salieron calle Serrano abajo.

La carrera tiene una primera parte cuesta abajo hasta cerca de la Puerta de Alcalá y luego remonta por la Castellana. Los kilómetros 3 al 7 son bastante duros, hasta llegar a Alberto Alcocer. Luego se vuelve por Príncipe de Vergara y se coge otra vez Serrano para hacer la última parte a favor de cota. No volvió a llover, salvo las gotas que caían de los árboles cuando había una ráfaga de viento. Lo peor de la lluvia son los charcos que genera, que pueden empaparte los calcetines y producirte ampollas. Pero yo he corrido una carrera de Canillejas entera lloviendo. En fin, las condiciones de carrera eran buenas, me encontré bien, pasé como pude la parte cuesta arriba y acabé esprintando. Luego me bebí un par de botellas de Powerade, hice una tanda de estiramientos y eché a andar hacia el Metro.

Hora y cuarto después de la salida, los últimos corredores llegaban a la meta exhaustos. Aplaudí a algunos grupos rezagados. En la acera, el SAMUR atendía a un grandullón derrumbado en el suelo con los brazos en cruz, aun con su dorsal sobre la camiseta. Le habían puesto oxígeno, así que la cosa debía de ser seria. Por encima de la mascarilla, unos ojos aterrorizados devolvieron mi mirada de curiosidad. Un poco más allá, el último de la carrera, un gordo que resoplaba como un becerro, dejaba la Plaza de la República Argentina para afrontar el último tramo de Serrano, entre las ovaciones de los que volvíamos. Tras él, las luces intermitentes de los coches de la policía municipal, las ambulancias y los del servicio de limpiezas urgentes.

Tomé el Metro de vuelta y salí en Atocha al sol de las 11. Subí a casa, me duché, desayuné copiosamente y encendí el ordenador. Un correo me daba ya los datos finales de la carrera. Se habían inscrito 7.307 corredores. Llegaron a la meta 5.869. El último (el gordo, supongo) había hecho 1 hora y 25 minutos. El primero, que atiende por Mohamed (o sea que ya saben de dónde es), había hecho 29.48. ¡Qué animal! Mi tiempo ya se lo puse al principio. Mi puesto: el 4.406.

Ahora díganme que esta ciudad está en decadencia y toda esa monserga. Ya les he dado mi opinión al respecto: aquí lo único que nos falta es que se larguen los pesimistas y los amargados, para que estemos más anchos los que disfrutamos de la vida urbana. Hala, a dormir, que mañana empieza el otoño, mi estación preferida y hay muchas cosas de que hablar.
   

4 comentarios:

  1. No me gusta que quieras echar a nadie de la ciudad. En Madrid cabemos todos, tambien los pesimistas y además Madrid se caracteriza, especialmente, por dar a todos acogida. Enhorabuena por la carrera y feliz otoño. Por cierto, esa estación induce al pesimismo, a la decadencia de la vida. Entendería mejor que te gustara más la primavera, en consecuencia con tus opiniones.
    Un saludo afectuoso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tienes razón, en Madrid debe haber lugar para todo el mundo, incluso los tristes. Queda registrada mi rectificación (de todas formas, el optimismo no ha de excluir nunca la crítica). Es que todavía no se me ha pasado el cabreo que me llevó a escribir el post anterior. Ayer, El País volvía a la carga con una nueva andanada contra la T-4, llena de fotos de los enormes espacios vacíos. No sé, yo siempre los he visto llenos. Si tuviera más tiempo, me iría allí a pasar alguna tarde y hacer unas cuantas fotos. No tengas duda de que, si estuviera vacía, lo reconocería. Pero me mosquea mucho que, de pronto, El País empiece a dar caña contra Madrid, un día sí y otro también. Estas cosas hacen daño a la larga.
      En cuanto al otoño, para mí es un espectáculo de colores y luces. Es el momento ideal para visitar ciertas ciudades como Nueva York o París y, por supuesto, Madrid. No creo que deba asociarse con ninguna decadencia. Los árboles, simplemente, se preparan para recibir mejor los fríos, tiran las hojas y esperan, seguros de que luego vendrá el renacimiento de la primavera en un ciclo siempre renovado. La vejez no me parece ninguna tragedia, hay que asumirla con naturalidad e intentar pasarla lo mejor posible, porque no tiene alternativa. Lo que es malo es la enfermedad, la pobreza, la desigualdad, la miseria, el atraso. El pesimista suele serlo ya desde joven. Y el optimismo no es algo automático, requiere trabajo, requiere un esfuerzo diario notable. Yo he de hacerlo cada día antes de ponerme a escribir. Porque creo que la gente necesita bromear y reírse un poco. Para leer textos dramáticos o llenos de pronósticos nefastos, no hay que buscar mucho. Te salen al paso desde todos los lados. Yo desconfío de esa avalancha de pronósticos negativos. Creo que intentan desanimarnos, crearnos sentimientos de culpa y prepararnos para darnos bien por culo y que no nos quejemos, ni salgamos a la calle a protestar. Esto es lo que yo intento contrarrestar desde este modesto foro. Probablemente todo esto no tiene nada que ver con el pesimismo del que tú hablas, quizá una forma filosófica de entender el mundo, que yo respeto. Así que no pienses que quiero echarte de este Madrid que compartimos y (supongo) amamos. A los otros tampoco los quiero echar, pero no me importaría que se marcharan, ya que nuestra ciudad les parece tan horrorosa. O al menos que se estuvieran calladitos.
      Un abrazo, amigo, y disculpa la longitud. A pesar de mis promesas a tu compañera anónima, no consigo hacer respuestas más cortas.

      Eliminar
    2. Soy un anónimo diferente. Me parece que, en el tema del Aeropuerto, está usted negando una evidencia: las cifras de viajeros no mienten, ni están tergiversadas por el País

      Eliminar
    3. Vale, las cifras de viajeros dicen que hemos perdido un 14% de viajeros respecto al mismo mes del año pasado. Algo que no se puede negar y es muy preocupante. Pero eso quiere decir que se mantiene el 86% de los viajeros que teníamos. Entonces, ¿como es que en las fotos no se ve a nadie? Porque es una imagen manipulada. Porque han esperado a un momento en que no había ni uno solo de ese 86% de viajeros que quedan. ¿Ya lo tiene más claro, señor anónimo diferente?

      Eliminar