martes, 23 de julio de 2013

153. Canícula

Calor asfixiante. Vientos en calma. Perspectiva idéntica para esta semana, la que viene y las demás. Las empresas hacen horario de verano y eso genera atascos a unas horas determinadas, creando la ilusión de que hay mucho tráfico. En realidad, hay menos; se nota que los colegios están cerrados, pero los horarios de entrada y salida de las oficinas se unifican y el oficinista es un elemento que prefiere viajar en coche, fresquito con su aire acondicionado y su música. Lo digo por experiencia propia. Por la mañana, todavía puede resultar agradable viajar en Metro, con un E-book o un periódico. Pero al mediodía el coche no tiene rival, a la hora de volver a casa y encerrarse a esperar el atardecer.

Son estos los días más calurosos del año, justo un mes después de los días más largos. La jornada ha empezado ya a acortarse, pero las horas de la tarde se hacen interminables. En invierno también los días más fríos suelen ser a finales de enero, un mes después de los más cortos. Son efectos de la inclinación del eje de la Tierra sobre el plano que describe el movimiento de traslación, el famoso ángulo de la eclíptica, dicen los astrónomos (yo me lo creo pero, lo que se dice entenderlo, no lo entiendo del todo: ¿si el eje de rotación fuera perpendicular, qué sucedería? Si alguien lo sabe, que lo diga. Prometo averiguarlo).

He pasado unos días en Muros, La Coruña, en un ambiente mucho más fresquito. Me he bañado en el agua helada del Atlántico, no me ha picado ninguna faneca brava, he dejado el salitre secarse sobre mi piel, me he lubrificado las membranas, resecas del aire madrileño, me he refrescado con la brisa del océano, he comido percebes, nécoras, cigalas, pulpo y calamares recién pescados, he bebido cerveza La Estrella de Galicia y albariño helado, he probado las empanadas de calamares en su tinta y de zamburiñas y el lacón guisado con patatas a la manera de la zona. Y, encima, he dormido con la profundidad incomparable que te da la proximidad del mar, sólo turbada por las escandaleras intermitentes de las gaviotas, que gustan de dirimir a grito pelado sus diferencias, a la hora en que se susciten.

No me disgusta el Madrid veraniego, pero es necesario salir de vez en cuando a refrescarse. Los cambios de ambiente son buenos para el cuerpo. Supongo que conocen la costumbre de los asturianos de bajar en verano a tierras leonesas “a secarse”. Yo prefiero el norte para mis escapadas veraniegas. Uno se refresca el cuerpo y la mente. Las membranas cerebrales también hay que lubrificarlas, a base de desconectar de Internet y estar unos días lejos de Bárcenas y los demás. Caminando por un monte gallego, esas historias resultan lejanas. Mi coche ha estado también bastante a gusto, creo. Era una experiencia nueva para él eso de dormir al raso y aparecer por las mañanas cubierto con el rocío salino de las madrugadas costeras.

A fuerza de salir de vez en cuando, el trago de la canícula se va pasando, en espera del maravilloso otoño. A falta de semana y media para mi viaje escocés, los bolos de cicerone de Madrid Río se me acumulan. Hace unos días me tocó acompañar al Alcalde de Berlín, el amigo Klaus Wowereit, a quien no había dejado en demasiado buen lugar en mi post #57 “La deuda de Berlín I. Los datos”. Aunque, quien se haya molestado en leer la segunda parte, “La deuda de Berlín II. Las reflexiones”, post #60, se habrá encontrado con razonamientos que en parte justifican una manera de gastarse el dinero público, digamos keynesiana, últimamente no muy bien vista debido a los excesos a que ha llevado.

Para quién siga pensando que me invento los datos y todo eso, el propio Wowereit en persona me confirmó que la cifra de la deuda de Berlín hoy (ahora, mientras usted, querido lector, consulta el ordenador para buscar mi última parida) es de 63.000 millones de euros. Convendrán conmigo en que, si el Deportivo de La Coruña está en riesgo de desaparición por una deuda de 156 millones, lo de Berlín es algo sencillamente imposible de pagar. El otro día se supo que Detroit, la ciudad natal del bueno de Rodríguez, se ha declarado en suspensión de pagos, tras llegar a la conclusión de que no va a poder devolver nunca los 15.000 millones de euros que debe. Por si no lo recuerdan, la deuda de Madrid asciende a 7.000. 

En Madrid, cuando viene de visita alguien tan importante, normalmente lo recibe el Alcalde, acompañado por toda la cúpula de políticos y logreros que suelen pulular alrededor del poder. Pero, en contadas ocasiones, el Alcalde, por el motivo que sea, no puede atender a su homónimo. Inmediatamente, todos los demás de la pirámide de poder se borran del asunto y el embolao le acaba por caer al último pringao. Es decir, el que suscribe. Me ha sucedido ya unas cuantas veces a lo largo de mis treinta años de funcionario. En el caso del Alcalde de Berlín, la Alcaldesa tenía algún compromiso ineludible, y tengo que decir que, en esta ocasión, fui arropado por algún concejal y varios miembros del protocolo municipal.

Mi tarea se limitó a decidir el recorrido y las paradas, dar una pequeña explicación al Alcalde en cada una de dichas paradas (en inglés) y contestar a sus preguntas. Y he de decir que no empaticé mucho con él. Las primeras preguntas que hizo, tenían que ver con cuánto había costado la operación y no pude evitar mencionar el tema de las deudas actuales de Madrid y Berlín. Eso estableció una especie de barrera de prudencia mutua. Yo sabía cuánto deben y él sabía que yo sabía. No me resultó un tipo cordial. Hice mi trabajo y nos despedimos.

No siempre son así las cosas. Hace unos años, por ejemplo, me tocó pasear al Alcalde de Lyon, que había aparecido por Madrid medio de incógnito para ver un partido de Champions Olimpique-Real Madrid. Lo habían recibido personajes de segunda fila, porque Gallardón estaba fuera. Antes de comer, le habían soltado un rollo patatero en español, con ayuda de un intérprete, sobre la política municipal madrileña, y el tipo estaba harto de protocolo. Por la tarde quería hacer una visita a las obras del río y que se las contara un técnico, a ser posible en francés. Me llamaron precipitadamente y tuve que cancelar una comida que tenía con unos compañeros.

Me indicaron que lo esperara en la calle, a la puerta del restaurante donde estaba con la gente de su Embajada. Al salir, nos presentaron. Le saludé en francés, enfatizando lo honrado que me sentía de atender a tan importante visitante, etcétera. Y, antes de soltarle la mano, añadí: “Pero sepa usted, que el Madrid les va a eliminar”. Me miró como si me viera por primera vez. Sostuvimos un combate visual de unos segundos. Al final, habló, para decir: “Eso ya lo veremos”. Soltamos la carcajada a la vez y a partir de ahí todo fue cordialidad. Era un tipo bastante simpático, que ponía mucha atención en los detalles técnicos que yo le explicaba y estaba muy interesado en el proyecto. Y, por cierto, perdí el envite. El Madrid cayó en octavos, igual que todos esos años, hasta la llegada de Mourinho.

Antes de irme a Escocia, tengo un último bolo. He de enseñar el río al Gobernador de la provincia china de Guangdong, señor Xu Rui Sheng, acompañado por otros cinco funcionarios de la República Popular. Les tendré al tanto.

6 comentarios:

  1. No me lo puedo creer, que el Alcalde de Lyon le hiciera espera en la rue, mientras apuraba su café, copa y puro. Para los que piensan que los europeos son mas educados. Debe de ser la "grandeur" de los franchutes.
    Tenga cuidado con los chinos. No son de fiar.

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  2. No es algo tan raro. Cuando me llamaron, el tipo ya estaba entrando en el restaurante. Peor fue lo del otro día: tuve que esperar al Wowereit a la puerta del Ritz, mientras desayunaba con la cúpula local en pleno. Podrían haberme invitado a ese desayuno, pero no lo hicieron y tuve que esperar fuera con los conductores. A los que "no somos nadie", políticamente hablando, es lo que nos toca.
    En cuanto a los chinos, mi experiencia con los de este nivel es que son bastante majos, no tan educados como los japoneses, pero corteses y amables.

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  3. Eso no se le hace a un amigo habitual de su blog como yo. El tercer párrafo sobre su estancia en Muros es un derroche de "motus envidia" que merece al menos una disculpa por su parte.
    No obstante me alegro lo haya pasado usted bien.

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    1. Mis disculpas, querido Groucho, se me olvidó poner una etiqueta de "Precaución. Este texto contiene párrafos que pueden herir la sensibilidad del lector coruñés alejado de su tierra". La ocasión fue una celebración familiar muy especial, nos reunimos todos los hermanos, y los sobrinos hicieron acopio de diferentes productos gastronómicos. En concreto, no había probado unos percebes como esos desde que era niño. Auténticos "Percebes Benz".
      Un abrazo.

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  4. Me ha gustado la tercera acepción de embolado del DRAE: Cometido engorroso, problema o situación difícil que expone al deslucimiento.
    No creo que sea tu caso, Emilio, a ti esos "embolaos", en general, te chiflan y a lo que te exponen es a más bolos, invitaciones, homenajes... eventos que para mucha gente son una pepla y para ti, animal radicalmente social, son una oportunidad de ampliar tu mundo.
    Muy buena tu actuación con Herr Klaus, a ver si se atreve a "ir por lana" con un polemista tan documentado como tú.

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    1. El que me caigan esos "embolaos" es el resultado de dos circunstancias: que a mí me gustan y que a los demás compañeros les horrorizan. Total que, cada vez que preguntan: ¿quién quiere recibir al Embajador de la Conchinchina?, los demás se encogen sobre sí mismos intentando ocultarse en su propia sombra, mientras que yo me desdoblo levantando el dedito. Últimamente, ya se da por hecho que voy a ser yo el que se encargue del tema, y ya no le preguntan a nadie. Pero luego todos se mueren de envidia cuando les llamo desde la fiesta flamenca y enfoco el móvil al charlestón enloquecido de Juan Muro.
      Cuando fui a tomar posesión de mi último puesto de trabajo, les dije que no me gustaba el nombre del cargo, que yo prefería el de Secretario del Foreing Office, pero me dijeron que en el Ayuntamiento de Madrid no había semejante cargo, y me tuve que aguantar.

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