lunes, 24 de junio de 2013

141. El gran Chacho, un coruñés en el Guiness

Tal como se pronosticaba en mi post #135, el paso de la selección de Tahití por la Copa de Confederaciones de Fútbol se ha saldado con una serie de goleadas, en la que destaca la que le endosó España, 10-0, con cuatro goles de Torres. Ni el jugador ni la selección han batido, sin embargo, los correspondientes records históricos, inscritos en el Guiness World Records, que datan ambos de 1933, el momento más dulce de la Segunda República y también el mejor momento (hasta ahora) de la selección española de fútbol, por entonces considerada la mejor del mundo, etiqueta que ostentaría hasta el comienzo de la Guerra Civil. 

El 21 de mayo de 1933, se establecieron los dos records, la mayor goleada de nuestra selección (13-0, a Bulgaria) y el mayor número de goles anotado por un jugador español en partido internacional (seis). ¿Y saben ustedes quién fue el autor de semejante hazaña, nunca igualada? Pues, por supuesto, un coruñés: Eduardo González Valiño, más conocido por su sobrenombre artístico, Chacho. Después de esa fecha, España sólo se ha acercado una vez a ese registro, el día del famoso 12-1 a Malta, en 1983. La goleada a Tahití es, pues, la tercera mayor de la historia. En cuanto a la marca de Chacho, sólo Lángara se acercó en 1934 al marcar cinco goles a Portugal, en partido del que se habla más abajo. Otros varios han marcado cuatro de una tacada, como Zarra, Butragueño, Raúl y el citado Torres.

Nacido en 1911, en la cuesta de San Agustín, Chacho demostró desde niño una habilidad con el balón que los que le vieron jugar sitúan a la altura de la de Pelé y Di Stéfano. Era un auténtico malabarista, al que en La Coruña se le considera uno de los cuatro mejores jugadores locales de la historia, junto con Luis Suárez, Amancio y el portero Acuña. ¿Y cómo es que semejante portento no llegó al Olimpo de las grandes figuras históricas del fútbol? Pues por culpa de dos grandes handicaps que lastraron su carrera: su indolencia y las lesiones. Sumados a un tercer obstáculo insalvable que se interpuso en su trayectoria: la guerra.

Chacho empezó jugando de juvenil en el Varela Silvari, un equipo aficionado que todavía existe y que toma su denominación de la calle donde estuvo su primera sede social, una vía que también subsiste en el actual callejero coruñés, dedicada a un olvidado músico gallego del XIX. El ojeador del Deportivo Rodrigo García Vizoso lo vio jugar y se lo llevó al equipo de alevines del club. Debutó con los grandes a los 18 años, en 1929. Los que tuvieron la suerte de verle jugar, hablan de un tipo que acariciaba el balón como Iniesta, que técnicamente era un portento, que daba pases precisos de cuarenta metros y que chutaba de volea con una precisión y una potencia sorprendentes en un jugador de aspecto frágil. 

Pero los seguidores del Deportivo debían alternar sus genialidades con fases de absentismo que desesperaban al más pintado. Chacho no corría, si no tenía el balón cerca. Sólo cuando se lo daban al pie iniciaba sus galopadas por el interior izquierdo con la pelota como cosida a la bota, internadas que terminaban en un regate y un disparo certero. El resto del tiempo caminaba por el campo. Eran los tiempos en que los equipos jugaban con tres defensas, dos medios y cinco delanteros, en la disposición que aún se ve en los futbolines (por cierto, inventados por otro gallego, del que ya hablaré otro día). El propio jugador dijo en una entrevista que él no tenía por qué correr. “El que tiene que correr es el balón, que no se cansa” es su frase más recordada. 

En cuanto a las lesiones, tenía un menisco medio destrozado desde que le habían dado una patada de niño, jugando en la calle. Un contrincante con mala uva se hartó de que aquel mocoso le regateara todo el rato. Los más viejos del lugar aún recuerdan la imagen de Chacho parándose en plena carrera, agachándose un instante para colocarse bien la rodilla con una mano y seguir su carrera. En los tiempos actuales seguramente le habrían curado su dolencia con láser o con inyecciones de plasma, pero en aquellos tiempos no había tales remedios.
  
A pesar de sus hándicaps, la magia de Chacho trascendió de su tierra natal, y el seleccionador nacional decidió convocarlo para jugar con España, algo realmente asombroso, porque no olviden que el Deportivo era un equipo de la periferia, que jugaba en la Segunda División, y no ascendería a Primera hasta después de la guerra (ver post #30). En 1933 la selección se preparaba para el Mundial que la Italia de Mussolini estaba organizando para el año siguiente. El seleccionador Amadeo García Salazar convocó a Chacho y le hizo debutar como titular en el amistoso contra Bulgaria que se jugó el 21 de mayo en el viejo campo de Chamartín.

Era la época dorada del optimismo republicano, pero el campo no se llenó, porque estaba lloviendo a mares. Los pocos aficionados que acudieron al viejo campo madrileño, escucharon estoicamente bajo sus paraguas la interpretación del Himno de Riego que dio paso al partido. Tal vez fue la lluvia lo que hizo que Chacho se sintiera como en Riazor. O la ilusión del debut con la selección. El caso es que a los veinte minutos de juego ya había marcado tres goles y el público puesto en pie le ovacionaba sin creerse lo que estaba viendo. A los búlgaros les llovían pepinazos desde todos los ángulos. Con resultado al descanso de 6-0, el seleccionador búlgaro decidió cambiar al portero titular, que estaba muy desanimado. Al suplente le cayeron siete. Chacho marcó otros tres y un cuarto que rebotó en un defensa, por lo que el árbitro lo consideró como gol en propia puerta y no se incluyo en la cuenta del record.

Chacho sólo jugaría dos partidos más con la selección. En 1934, España debía eliminarse con Portugal por un puesto en el Mundial de Mussolini. Resultado: 9-0. Entre los goles, los cinco ya reseñados de Lángara y uno de Chacho, su séptimo y último como internacional. En el Mundial, a Chacho le tocó jugar la eliminatoria de cuartos de final con la anfitriona. Y Mussolini tenía que ganar su Mundial por lo civil o por lo criminal, como Videla el suyo, muchos años más tarde. Los azzurri se emplearon con una dureza inusitada, que terminó con siete españoles lesionados, entre ellos el portero Zamora, al que le rompieron dos costillas. El árbitro que lo consintió, un suizo acojonado, no volvió a arbitrar ningún partido en su vida. Y los periodistas que siguieron el Mundial reconocieron que España era la mejor selección del momento.

Chacho era ya por entonces jugador del Atlético de Madrid. La repercusión de su partido mágico con Bulgaria había llevado a los dirigentes del club de la capital a fichar al gallego de oro. Chacho jugó en el Metropolitano dos temporadas. En su infausto último partido, en 1936, el equipo se jugaba la permanencia en Primera División y Chacho falló el penalti que hubiera salvado al club de la Segunda. Es el único penalti que Chacho falló en toda su carrera. Descorazonado y señalado por la afición, se volvió a su tierra. Y a los pocos días, estalló la guerra. Chacho fue movilizado por las tropas nacionales, que se habían hecho con La Coruña en tres días, y pasó a ser un  humilde artillero. Tras la contienda civil, Chacho jugó todavía unos años en el Deportivo y marcó uno de los dos goles del ascenso (post #30). 

A Chacho le tocó vivir una época histórica convulsa, en la que la medicina no tenía los adelantos de hoy en día y se jugaba al fútbol con un balón muy duro, unas botas arcaicas y una sola táctica: todos arriba y el que pueda que remate. Se vio además afectado por la maldición de los españoles que integraron aquella selección única. Porque ninguno de los que jugaron el Mundial de Mussolini volvió a ser convocado después de la guerra. Algunos murieron en los frentes, otros se retiraron por viejos, como Zamora, otros fueron vetados por republicanos. La España que ellos representaban, ya no existía. Había sido aniquilada.

A Chacho no volvieron a llamarlo por el estado de su rodilla, aunque siguió prodigando sus genialidades intermitentes en el Deportivo. Tras dejar el club en 1947, aun tuvo el valor de reforzar a un equipo juvenil a petición de su presidente: su viejo amigo Rodrigo García Vizoso. Consiguió subirlo a Tercera y luego se retiró. Se cuenta que en un partido a domicilio marco otra vez seis goles y la Guardia Civil tuvo que intervenir para liberarlo de los aficionados locales que querían tirarlo al río. Murió en 1979. En La Coruña, junto al Estadio de Riazor, hay una estatua dedicada a este gran jugador.

9 comentarios:

  1. Se le ha olvidado a usted reseñar el grito con que le jaleaban en las gradas de Riazor: ¡¡¡Ay Chachiño, si tú quisieras...!!! Era muy buena persona y la gente llegó a admitir que no corriera más de lo necesario.
    Que defendieran los demás. Él era un crack, que en uno de sus arreones intermitentes te solucionaba el partido.

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    1. Queda constancia de tu dato. Además de las cualidades que citas, podemos añadir que era un personaje muy coruñés.

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  2. ¡Hay que ver, Emilio, qué culturón futbolístico el tuyo, eres una verdadera "futbolpedia"! Un auténtico héroe popular tu Chacho y Coruña una afición agradecida, le ponen una estatua muy céltica para que permanezca su recuerdo.

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    1. Está todo por ahí en la red. Sólo hay que buscarlo. Deberías decir "estatua muy celta". Si dices "céltica", alguien puede entender lo que no es.
      Gracias por tus elogios.

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  3. Tenía la idea de los gallegos como gente tranquila y amable. No me imagino a los hinchas de un pueblo intentando tirar al río a un jugador del equipo contrario.

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    1. Descerebrados haylos en todas partes. De todas formas, no he podido constatar si esta anécdota es real, o se trata de una leyenda. Por eso he puesto "se cuenta que...". Saludos.

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  4. Famosísima ala izquierda del Deportivo: Chacho y Chao.

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