miércoles, 5 de junio de 2013

134. Sri Lanka I. El conflicto étnico-religioso

Como he contado en posts anteriores, viajé a este lejano país asiático seis veces por motivos de trabajo entre octubre de 2000 y septiembre de 2003. La forma en que se conoce un territorio cuando se convive con sus gentes, se trabaja con ellos y se comparten sus problemas y sus anhelos, no tiene nada que ver con el contacto superficial que se consigue en un viaje turístico. No he tocado apenas el tema Sri Lanka en el Blog, aunque tengo mucho que contar sobre este pequeño país, localizado en una isla junto al extremo sur de la India, cuya extensión es un poco mayor que la provincia de Burgos, por citar un territorio de forma similar.

Pero quiero que mi primer texto sobre Sri Lanka se centre en el conflicto secular entre cingaleses y tamiles, un conflicto que muestra los extremos absurdos a que puede llegar el nacionalismo excluyente y violento, a partir de exacerbar la agresividad entre los pueblos, sobre la base de sus diferencias étnicas y religiosas. El tema del nacionalismo me preocupa tanto, que le he dedicado, total o parcialmente, los posts #24, #25, #34, #40, #50, #66 y #94. En esa secuencia se explican con claridad mis opiniones al respecto, opiniones que no voy a repetir aquí, porque creo que mi postura está bastante clara. 

El último de estos posts hablaba de Yugoslavia y contaba por ejemplo cómo una de las señas de identidad del pueblo serbio es la batalla de Kosovo. Esa batalla tuvo lugar en el siglo XIV, y los serbios la perdieron, pero con honor, lo que les hace todavía sacar pecho frente a croatas, bosnios, macedonios y montenegrinos: un respeto, eh, que nosotros perdimos la batalla de Kosovo. Una historia de la Edad Media les sirve para sentirse superiores a sus vecinos, de los que no se diferencian en sus rasgos fisonómicos: es imposible distinguir a un serbio de un croata. Tampoco a un catalán de un castellano (a un vasco sí, por la boina).

Bueno pues la guerra entre cingaleses y tamiles viene todavía de más atrás, concretamente del siglo VI antes de Cristo. Y tampoco puede distinguirse a simple vista un tamil de un cingalés. Excepto que unos son budistas y otros hinduistas. Las diferencias de religión agudizan mucho los problemas derivados de las identidades excluyentes (serbios ortodoxos, croatas católicos, bosnios musulmanes por conversión, pero todos eslavos del sur, es decir, yugoslavos). Las buenas gentes de estos pueblos convivirían sin problemas, si no fuera por los políticos. 

Los cingaleses llegaron a Sri Lanka en el siglo VI antes de Cristo. Eran un pueblo guerrero, originario de la región de Bengala, al norte de la India. Acababan de abrazar el budismo recién creado. Viajaron en barcos, entraron por el sur, conquistaron la mayor parte de la isla y sometieron a los habitantes originarios, los veddahs, pueblo primitivo similar al de los aborígenes australianos: muy negros, de frente estrecha, pelo rizado y barba poblada. Aun  quedan dos o tres poblados veddahs en el sur de la isla, a modo de reservas. Viven de la pesca y de la recolección de fruta. La denominación veddahs es un vocablo cingalés, que significa “los salvajes”; ellos se llaman a sí mismos con otra palabra que quiere decir “el pueblo de la selva”.
Los cingaleses no llegaron a dominar toda la isla porque la parte norte siempre fue un feudo de los tamiles, el pueblo vecino del continente indio, de religión hindú, que había cruzado el estrecho de Jaffna en pequeñas barcas. La isla estuvo más de 20 siglos dividida en varios reinos de taifas, unos cingaleses y otros tamiles, situación que se mantuvo hasta la llegada de los primeros colonos occidentales que, como siempre, lo trastocaron todo.
En el momento de la llegada de los portugueses, en torno al año 1500, había tres reinos principales, uno tamil al norte, con capital en Jaffna, y otros dos más al sur, cingaleses, con capitales en Kandy y en Kobbe, la actual Colombo. Estos tres reinos mantenían pequeñas disputas fronterizas, que dirimían con sus armas rudimentarias o a puñetazos. Los portugueses entraron con la disculpa de ayudar al reino de Kobbe en su lucha con los otros, y se hicieron con el control de casi toda la isla. Introdujeron el cristianismo, cambiaron el nombre de la capital en honor de Cristóbal Colón y sembraron la costa de fortalezas. La isla de Ceilán se convirtió entonces en un enclave importantísimo en el mercado de las especias, sobre todo de la canela. Los portugueses estuvieron siglo y medio, pero no consiguieron someter al orgulloso reino de Kandy, cuyos soldados defendían los escarpados accesos montañosos a sus tierras.
Hacia 1650 aparecen en escena los holandeses, que entran en la isla en apoyo del reino de Kandy y consiguen expulsar a los portugueses. Más pragmáticos que éstos, los holandeses estarán otro siglo y medio, pero tampoco conseguirán dominar toda la isla. En ese tiempo dejarán de lado las obsesiones portuguesas de evangelización y de conquista militar del territorio y se dedicarán a la explotación comercial de las tierras, para lo que traen jornaleros de raza malaya y religión musulmana de la no muy lejana isla de Java, malayos cuyos descendientes constituyen ahora una de las minorías étnicas del país.
En torno a 1800 los ingleses heredan la administración de la isla en virtud de un tratado internacional subsiguiente a una guerra en Europa. Los ingleses son los primeros que dominan toda la isla y organizan perfectamente el país: tienden una red completa de ferrocarriles, ganan terreno a la selva para ampliar los arrozales, introducen el cultivo del té, alfabetizan a la población y fijan la capital en Colombo. Años de prosperidad colonial, que terminan en 1947, cuando los cingaleses consiguen la independencia, por un simple reflejo de la de la India, pero de forma civilizada y sin los traumas derivados de una larga guerra de liberación como la que sufrió su poderoso vecino. En ese momento la economía de la isla es próspera, y Ceilán tiene el segundo PIB más alto de Asia, después del de Japón. La industria textil es floreciente, el té de Ceilán se vende en todo el mundo y cingaleses y tamiles celebran juntos la descolonización.
Pero en cuanto terminan con la celebración de la independencia, cingaleses y tamiles vuelven a pelearse. Los cingaleses heredan el poder político de los británicos y los tamiles empiezan a sentirse discriminados y a soñar con desgajar una parte del norte de la isla, como Estado independiente con el nombre de Tamil Eelam. Después de los intentos pacíficos de los partidos tamiles moderados por conseguir alguna cuota razonable de poder, a comienzos de los ochenta se crea el LTTE, el movimiento guerrillero de los famosos Tigres (Liberation Tigers of Tamil Eelam) que se dispone a preparar la lucha armada. Su salida del armario se produce el 24 de julio de 1983 con un atentado en el que asesinan a trece militares de una patrulla.
La guerra durará 26 años. En algún momento los tamiles lograron “liberar” un amplio territorio del norte y eso inició un doble proceso de limpieza étnica. Los Tigres sembraron la raya de la nueva frontera con minas antipersonales, para que no pudieran invadirles. El ejército de Sri Lanka bombardeó y destruyó el puente que comunicaba el norte de la isla con la India, para que a los tamiles no les llegaran suministros de sus primos del sur del continente. Cuando yo visité la isla por primera vez en octubre de 2000, la situación estaba totalmente estancada y en plena refriega.
Posteriormente, en 2002, se inició una tregua auspiciada por la ONU y con Noruega como país mediador. Las conversaciones duraron mal que bien hasta 2008 en que se interrumpieron definitivamente. Tras esta última oportunidad, el Ejército cingalés atacó y consiguió poco a poco reconquistar el territorio hasta las costas del norte. La derrota de los Tigres se consumó en mayo de 2009. Se estima un número total de víctimas de más de 100.000 personas. En la próxima entrada les contaré algo más de esta guerra que empobreció al país y provocó desplazamientos de población masivos, y de lo que pude ver como testigo de primera línea.

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