lunes, 3 de junio de 2013

133. Tanta pasión para nada

Al final, el Depor está otra vez en Segunda División. La ciudad de La Coruña estaba, desde la llegada en febrero de Fernando Vázquez, ilusionada con la posibilidad de darle la vuelta a una historia cuyo final parecía entonces inevitable, con el equipo a nueve puntos de la salvación. El Depor reaccionó, llegó a estar fuera de los puestos de descenso, y varios de los seguidores de este blog me reclamaban un texto al respecto que yo nunca quise escribir, porque no lo veía claro y porque la historia de mi equipo de toda la vida está llena de logros a punto de conseguir, que siempre se vienen abajo en el último suspiro.

El Deportivo no había jugado nunca en Primera hasta su ascenso en 1941 (ver post #30). Después se convirtió en el prototipo de “equipo ascensor” que no duraba nada en Primera. Hasta que llegó el señor Lendoiro en 1988 y comenzó una política agresiva a base de contratar jugadores veteranos desechados por los clubes grandes, que salían baratos y se partían la cara por el equipo para demostrar que su club de origen se había precipitado al jubilarlos, junto con algunos buenos jugadores extranjeros que habían pasado desapercibidos para los ojeadores de esos mismos equipos grandes. Entre ellos tres especialmente importantes: Djukic (serbio), Mauro Silva y Bebeto (brasileños). Los tres se incorporaron a un equipo de segunda y lo llevaron al deseado ascenso de 1991.

Tras una primera temporada en la que estuvo a punto de bajar de nuevo, el Deportivo se salvó por los pelos y entonces inició su década prodigiosa en la que ganó una Liga y dos Copas del Rey y se convirtió en un fijo de la Copa de Europa, en la que llegó a jugar una semifinal que perdió frente al Oporto de Mourinho (por cierto, qué alivio que este villano shakespeariano se vaya con viento fresco). En esos años se labró la leyenda del Superdepor, un equipo que creció a base de endeudarse hasta las cejas y ahora lo está pagando. No sé cómo van a hacer para pagar los más de 150 millones de euros que deben. Recuerden que 6 millones de euros son 1000 millones de pesetas, y se harán una idea de la barbaridad de dinero que debe el club. Como no llegue un jeque árabe o un mafioso ruso que ponga algo de numerario sobre la mesa, pues me parece que vamos de culo.

Y habrá que tener la certeza de que al jeque presunto le guste el pulpo y los percebes, para que no dé la espantada, como el que aterrizó por Santander hace unos años y luego descubrió que no le gustaban los sobaos ni las quesadas pasiegas. Resultado: el Rácing está en trance de desaparecer. Sí, ya sé que eso de en trance de es un galicismo y que suena regular, pero lo he escrito adrede, porque lo que está pasando el Rácing es un auténtico trance. Y el Málaga va por el mismo camino; hace como un año que el milagroso benefactor del club empezó a renegar de las pijotas y las puntillitas.
  
La peripecia del sábado pasado es idéntica a la vivida hace justo dos años. Incluso el contrario iba vestido igual, de naranja, un color que sólo usan los presos de Guantánamo y los que vienen a joder al Depor en su propia casa. En cada una de estas ocasiones los telediarios nos muestran cómo la ciudad se engalana, las banderas blanquiazules adornan las galerías, los conductores hacen sonar el claxon en los semáforos, las hormigoneras se visten de blanco y azul y las pescaderas de la Plaza de Lugo proclaman ante los micrófonos con su recio acento gallego que nos vamos a comer al contrario con patacas. ¡¡¡Arre carallo!!! Luego, el equipo sale cagado, se lo comen los nervios, le meten pronto un gol y ya no hay nada que hacer.

Lo mismo sucedió en la vuelta de semifinales de Copa de Europa frente al Oporto. Y todas estas ocasiones fallidas no son sino nuevas ediciones de la gran tragedia del Depor: el penalti de Djukic. Es esta una historia que no tiene parangón en el fútbol mundial. El Deportivo había hecho ese año una Liga inmaculada hasta las cuatro últimas jornadas. Su portero Liaño sólo recibió 18 goles, la cifra más baja de la historia de la Liga. Con un Madrí dimitido hacía tiempo y el Barça entrenado por Cruiff a una distancia que parecía suficiente, el equipo se empezó a bloquear y sacó dos empates a cero seguidos. En el penúltimo partido logró ganar 0-2, pero ya tenía al Barça en el cogote. Y llegó el fatídico último partido.

El 14 de mayo de 1994 al Depor le bastaba con marcar un gol. Pero la presión ambiental hizo que sus jugadores no salieran relajados, tal como habían jugado la mayor parte de la Liga. Enfrente un Valencia que no se jugaba nada pero que estaba fuertemente primado por el Barça. El tiempo se acababa y seguía el empate a cero. El Barça acabó primero su partido y sus jugadores esperaban en el centro del Camp Nou para celebrar el título que les daba el empate del Depor. Y entonces, como en un truco ideado por un guionista de Hollywood, en el último segundo del tiempo de descuento, uno del Valencia derriba dentro del área a Nando, lateral del Depor, que le había regateado y se iba a la línea de fondo. El árbitro pitó penalti.

Estaban dando por la tele los dos partidos, en conexiones sucesivas, y toda España pudo ver cómo el Camp Nou enmudecía. Se cuenta que Cruiff le dijo a sus chicos: “tranquilos que lo van a fallar”. El lanzador habitual de penalties del Depor, Donato, se había retirado lesionado a mitad de la segunda parte. El sustituto era Djukic, el hombre de hielo, el defensa serbio que llevaba años deleitando a la parroquia con sus cortes anticipándose a los delanteros enemigos como sin esfuerzo, limpiamente, el futbolista elegante que en toda su carrera nunca fue expulsado. Djukic cogió el balón, lo puso en el lugar marcado, tomó aire y disparó. Ya saben lo que pasó. El portero lo paró y sobre las gradas de Riazor se abatió el fantasma de las peores tragedias futbolísticas. Un fantasma que periódicamente regresa a la ciudad, para sobrevolar por las gradas en los días más jubilosos, como un mal presagio que siempre se cumple.

La historia fue tan increíble que tuvo reflejo en la literatura. El gran escritor leones Julio Llamazares escribió un cuento titulado El penalti de Djukic, incluido en el libro de relatos Tanta pasión para nada (Alfaguara-2011). El cuento empieza en el momento en que Djukic inicia su carrera hacía el balón y termina cuando lo golpea. El escritor paraliza el tiempo y disecciona todo lo que pasa por la mente del futbolista, que revive en ese instante único todos sus recuerdos, desde que era un simple trabajador agrícola que conducía un tractor por los sembrados de su Serbia natal. Toda su vida revive en unos segundos, como la de los condenados a muerte a la vista del patíbulo.

Con menos dramatismo, la historia se ha repetido varias veces, la última el pasado sábado. Al Depor le esperan ahora largos años en segunda, saneando cuentas y creando un proyecto diferente, basado en la cantera. El Celta ya pasó por ello y le costó cinco años de calvario. Pero ahora está saneado y en Primera. Como gallego, me alegro de ello. Mientras el Depor esté en segunda, me reconvertiré en hincha del Aleti y del Rayo. En la situación generalizada de crisis y penuria, necesita uno sufrir por algo que merezca la pena. Y el día en que volvamos a primera, a ver si es con un equipo que no se lo tenga que jugar todo en el último partido. Que eso casi nunca nos funciona.

4 comentarios:

  1. ¡Qué melancolía, Emilio! Ya lo dijo Sartre, certero como un poeta: "El hombre es una pasión inútil".

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    1. Lo da la tierra (ya sabes, la morriña y todo eso). Pero se pasa rápido. Lo que pasa es que cuando te llevas un disgusto, aunque sea tan insignificante como una derrota del equipo de tus afanes, hay que expresarla y dejarla salir. Además, he comprobado que la tristeza "vende bien" a nivel de Blog. Pero no le doy mayor importancia. A mi me dio más rabia lo de mi whisky. Mmmmmmmmmmmm... ya me estaba relamiendo con mis copas solitarias...

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  2. El puto Djukic está siempre en medio. Esta vez también tiene la culpa. Su Valladolid ganó al Depor, quebró su racha positiva y luego se dejó ganar penosamente por el Celta y el Mallorca, los dos equipos que rebasaron al Depor el último día. Un genio el tal Djukic. Su único interés era ganarle al Depor. Debe de ser algo freudiano.

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    1. Creo que eres un poco retorcido. Y también injusto. Djukic jugó en Riazor muchos años, demostró ser un jugador muy bueno y con un comportamiento deportivo exquisito. En La Coruña se le sigue queriendo. Y en Valladolid ha demostrado ser también un buen entrenador. Frente al Depor jugaron bien, necesitaban ganar ese partido para cubrir su objetivo de quedarse en Primera. Una vez conseguido, se relajaron y perdieron todos los demás. El Depor ha tenido la mala suerte de jugar los últimos partidos con contrarios que aun se jugaban algo. Excepto el Español y el Levante, y a los dos les ganaron. Esto es algo lógico: la Liga es tan larga que, cuando ya no te juegas nada, sales sin tensión y pierdes.

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