viernes, 3 de noviembre de 2023

1.255. Suma y sigue

Bien, sigo en Londres hoy, a viernes 3 de noviembre, mañana tengo mi vuelo de vuelta y hasta este momento no he tenido margen para seguir contando mis andanzas, en un viaje ya casi cumplido, que ha sido una singladura intensa y trufada de hechos prodigiosos, como verán si tienen a bien seguir leyendo mi blog. Mi plan es contar en cada post al menos tres días de viaje, para no seguir con el tema hasta las Navidades. Completamos en el último texto la reseña del tercer día de viaje, miércoles 25 de octubre y a partir de ese punto retomo el hilo.

El jueves 26, cuarto día de viaje, el tiempo estaba revuelto, mi hijo Lucas teletrabajaba en casa y yo decidí quedarme con él por la mañana escribiendo mi primer post londinense, o londoner. A mediodía, Lucas me dio unas mínimas instrucciones de cómo hacer una pasta para los dos, que nos tomamos, yo con una cerveza y el con agua del grifo, que tenía que seguir trabajando. Tras recoger la mesa, me puse el abrigo y cogí el bus 26 hasta la parada de Camomille Street. Allí eché a andar hacia el sur, crucé el London Bridge de nuevo y me interné por las callejas del south bank en dirección Oeste. Me acerqué al Shakespeare Globe y pregunté si ese día había representación de Macbeth (alguien me había dicho que esta obra se estaba representando hasta final de octubre). La chica, con mucha amabilidad, me dijo algo que no entendí bien (y aquí mi bajonazo con el tema del inglés), haciendo gestos afirmativos en medio de una parrafada en la que escuché la palabra Macbeth y algo sobre una sesión a las siete y media.

Me compré esperanzado una entrada de pie, para pulsar el ambiente del verdadero teatro medieval y me fui a caminar para hacer tiempo hasta la función, cuyo ticket me había costado diez libras. Pasé por detrás de la Tate Modern, vi el edificio OXO que es un centro comercial y de ocio bastante interesante, rodeé el National Theatre y la Hayward Gallery, donde trabajó durante un tiempo mi amiga Claudia Capuleto y llegué hasta el punto en que ya se ve el Golden Eye, la gigantesca noria en la que se puede uno montar para ver buenas vistas de Londres desde las alturas. Es una noria que se mueve muy despacio de forma continua, de modo que hay que subirse en marcha, como en unas escaleras mecánicas. El viaje dura una hora, así que opté por dejarlo para otro día, para no tener apuros con el teatro. Vamos con unas imágenes. Primero, un selfie casero con Lucas, luego una vista exterior del Shakespeare Globe y por último varias vistas tomadas durante mi paseo.






Me senté a tomar un té en una terraza y estudié la entrada que había comprado. Allí no ponía nada de Macbeth. Y otra información inquietante: la representación duraba dos horas y 35 minutos. Es decir, terminaba después de las diez y yo tenía que caminar luego hasta la línea 26 de bus, esperar, suponía, un buen rato por ser tan tarde y tal vez llegar a casa cerca de la medianoche. Llamé a Lucas, se lo conté y me dijo que me esperaría levantado. Pero al llegar tendríamos que inflar el colchón, que hace un ruido espantoso, a menos que mi hijo me hiciera la cama antes. Un incordio en cualquier caso. Pero ya no se podía hacer nada. Desanduve mis pasos, rebasé el teatro y empecé a buscar algún lugar en el que comerme algo, constatando que estaba todo petao, por ser el jueves noche, el día en que la mayor parte de la gente joven sale de marcha. Empezaba a desesperar, cuando se me ocurrió acercarme al Borough Market. Allí localicé un puesto que vendía empanadas argentinas. Me calentaron dos, me añadieron una botella de cerveza y me fui a comérmelo a un poyete junto al río.

Accedí al teatro, me situé en primera fila como me gusta y esperé a que empezaran. Abajo les pongo algunas imágenes del interior del lugar. La verdad es que los jóvenes actores eran excelentes, lo obra (que no era Macbeth) tenía un ritmo sostenido en el que se intercalaban de manera natural diversos números musicales, interpretados en directos por una pequeña banda que estaba en un proscenio en altura. El espectáculo era muy interesante y sugerente, pero he de confesarles una cosa: no entendía apenas nada del inglés de Shakespeare, lo que fue un bajón adicional. Estaba muy lleno y la gente reía y aplaudía maravillada. Creo que, aun sin entender los diálogos, es algo que merece la pena ver. Hora y cuarto después del inicio, los actores anunciaron un breve descanso. Y yo aproveché para marcharme, decisión en la que no fui el único. Además de mi inquietud por fastidiar a mis anfitriones llegando a horas intempestivas y mi torpeza para entender el inglés antiguo, se sumaba un tercer factor: la cosa era al aire libre y del Támesis venía una rasca creciente que me tenía totalmente entumecido, además de lo incómodo de  estar de pie. Vean las imágenes prometidas.





Y esto es lo que dio de sí el cuarto día de mi viaje. El quinto, viernes 27 de octubre, mi hijo debía quedarse también en casa, porque venía un técnico del gas a revisar la cocina. Me quedé una parte de la mañana con él y luego salí a pasear por Hackney Wick que, como todos los barrios de Londres, tiene un pequeño centro de actividad, en este caso la Hackney Broadway llena de pequeños comercios, bares y pubs, además de pequeños y grandes parques muy agradables. Tal vez el llamado Great London proviene de la unión de muchos pequeños pueblos que fueron creciendo y se fusionaron. Compré por allí cervezas y pan y subí a comer con mi hijo, que apenas tenía un break de una hora a pesar de ser viernes. A eso de las cuatro y media, Lucas cerró el ordenador y los dos nos fuimos a coger el autobús 55 para llegar a la Victoria Station donde nos reunimos con su chica. Los tres teníamos un plan que no les he contado antes y que paso a relatarles.

Como saben, Samantha Fish estaba estos días de gira por el UK, gira que cerraba el día 30 en el 100 cc de Londres, en donde hace semanas que no quedaban entradas, estaba sold-out. Tal vez yo podía haber intentado ir a la puerta para ver si habían dejado algunas entradas para vender allí, como se hace en España. Pero era algo muy incierto y además lo que toca Sam en este tour no me entusiasma demasiado, por el peso que tiene en la música su colega Jess Dayton. Así que había decidido no ver ningún concierto de mi diva favorita esta vez. En esas estábamos, cuando mi querido amigo Ian Standish, mi hermano inglés al que tenía en programa visitar después y que es un seguidor fiel de mi blog, me escribió un Whatsapp. Me decía que Sam daba un concierto durante su gira en el pequeño pueblo de Bexhill on Sea. Que el local del concierto, el De La Warr Pavillion, es un edificio modernista muy bonito al lado del mar. Y que tanto Bexhill como su vecino Hastings son ejemplos magníficos de pueblos ingleses de costa, frente a la boca del Canal de la Mancha.

Yo estaba aun en Madrid pero me picó la curiosidad. Le pregunté a Lucas por Whatsapp si él me acompañaría en esa aventura. Su respuesta fue que él ya sabía con toda seguridad que yo viajaba a Londres a ver un concierto de Samantha Fish, y no a visitarle a él. Y que por supuesto él vendría encantado conmigo, y su chica también. Así que reservé desde Madrid tres entradas y luego busqué alojamiento para tres en Bexhill. Los escasos hoteles baratos cercanos a la estación y al De La Warr Pavillion estaban completos y los que tenían plazas para tres eran carísimos. Pero encontré una casa victoriana de cinco dormitorios y capacidad para nueve personas, que me dejaban para tres por 250 libras, que no es mal precio. Lucas había reservado los billetes de tren, así que en la lluviosa tarde del viernes 27 salimos los tres de la Victoria Station, hicimos un cambio de tren en Hampden Park y llegamos a Bexhill.

Estaba cayendo un diluvio y era de noche, pero con la ayuda del Google Maps conseguimos llegar a la casa victoriana. Era realmente espectacular, pero apenas teníamos tiempo para dejar las cosas y volver a salir a la lluvia para llegar al Pavillion. El concierto anunciaba la apertura de puertas a las siete, el grupo telonero (los canadienses The Commoners) a las ocho y Sam a las nueve. Eran las siete y media cuando llegamos a la puerta, para enterarnos de que allí no se daba nada de comer, pero que había un par de pubs estupendos, a menos de cien metros. Teníamos un hambre importante, así que nos llegamos al primer pub que encontramos y nos calzamos unas hamburguesas fabulosas con la consabida pinta de IPA beer. Abajo el selfie que nos hicimos.

Cruzamos la avenida y entramos al De la Warr Pavillion. Ciertamente es un lugar bonito. Los Commoners habían terminado ya su concierto y los técnicos de Sam estaban ahora ocupados cambiando todas las conexiones y probando los instrumentos. Aprovechamos para pedirnos una segunda cerveza y nos situamos lo más adelante que pudimos. El cien por cien del auditorio eran gentes por encima de los sesenta años, como les había anunciado a mis hijos, prácticamente eran ellos los únicos más jóvenes. Y a mí me preocupaba que se aburrieran o no les gustara el concierto. Pero las veces que me paré a observarlos, estaban con cara de mucha satisfacción, porque la música en directo vista desde cerca es siempre algo muy fascinante y además, Sam se vuelca en los conciertos y es muy exigente consigo misma y con sus músicos. Fue un concierto fabuloso y, aunque yo estoy deseando que se independice de Jess Dayton y vuelva a su repertorio anterior, reconozco que el dúo está cada vez más engrasado y que Jess es un tipo majete, que además toca muy bien la guitarra. Vean un pequeño clip que les grabé con parte del clásico I put a spell on you

Dieron varias propinas y se marcharon ovacionados de forma unánime por un público entregado desde el primer momento. En el living había instalada una mesa con discos de Sam y también de los Commoners. Pregunté si iba a haber meets and greets y una señora me dijo que sí. Había una cola para la compra de discos y otra para la firma con los artistas. Le dije a Lucas que se cogiera sitio en la segunda y yo me acerqué a comprar dos vinilos: el Belle of the West y el Wild Heart, que para mí es el mejor de todos los suyos y andaba intentando conseguirlo hace tiempo. Con ellos en la mano me sumé a Lucas, que ya había pegado la hebra con una pareja de alemanes, sorprendidos de que alguien tan joven estuviera por allí y encima hablara alemán. La chica se llamaba Osa (se escribe con A con un circulito arriba, pero no tengo ese signo en mi teclado español) e hicimos buena amistad durante el rato en que hicimos cola.

Sam y Jess llegaron pronto y dedicaron mucho tiempo a cada uno de los fans que se acercaban, incluso algunos con niños (¿tal vez nietos?). Cuando yo llegué, le pregunté si se acordaba de su segundo mejor fan español. Me dijo que perfectamente y que también del primero. Le dije que no había podido venir, pero que yo le traía sus recuerdos. Hablamos un rato mientras Lucas y su chica hacían muchas fotos seguidas desde diferentes ángulos y luego me firmó como de costumbre uno para the second best spanish fan y otro para Emilio. Luego posé con ella en una foto. Abajo tienen el doble reportaje fotográfico. Primero el punto de vista 1.






Ahora el punto de vista 2.









Y, como resultado de todos estos afanes, abajo tienen LA FOTO 2; esta vez, como les he mostrado arriba el proceso, espero que Paco Couto no piense que me la he fabricado yo con un fotoshop o con inteligencia artificial.

Mi nueva amiga alemana Osa insistió en que me quedara mientras Sam le firmaba a ella sus cosas para hacernos una foto juntos y luego alguien nos tomó una segunda en la que también aparecen su marido y mi hijo. Recuerdos para la posteridad.


Osa vive en Munich y quedamos en llamarnos si uno de los dos viaja a la ciudad del otro. Nos despedimos y caminamos hasta nuestra casa victoriana, felices como perdices. El sábado 28 amanecimos descansados, recogimos todo, dejamos la llave en el cajetín correspondiente y caminamos a desayunar a una bakery que tenía unos pasteles buenísimos. Observamos que la bakery se llamaba 1.066 y recordamos que ese mismo número era la clave que habíamos utilizado para abrir el cajetín de la casa el día anterior. Intrigados, buscamos en Google el significado de ese guarismo y lo encontramos. Ese es el año en el que se produjo la histórica batalla de Hastings en la que los invasores normandos, capitaneados por Guillermo II El Conquistador y recién desembarcados de Francia, derrotaron a los anglosajones, instaurando una dinastía de reyes en Gran Bretaña, luego sucedida por los actuales Windsor, de origen alemán.

Bexhill on Sea es una ciudad de veraneo muy pequeñita, que en invierno no tiene mayor interés, aunque está bien cuidada y hay una calle principal con numerosas tiendas de segunda mano, de las llamadas charities, cuyo beneficio se destina a causas benéficas, además de pubs y comercios de todo tipo. Dimos una vuelta y caminamos hasta la estación, en donde cogimos un tren a Hastings, a dos paradas. Este sí que es un centro más grande, donde solía veranear la reina Victoria y tiene casas modernistas y un centro medieval con callejas cuajadas de viejas tiendas y pubs. Anduvimos por allí enredando un buen rato y hasta compramos algunas cosas. Y luego paramos en un pub, en donde yo me pedí un pie, que es un pastel de carne con salsa gravy y muchas verduras, mi primer plato de la escueta gastronomía británica. Abajo unas fotos de las callejas y del interior del pub.




Todavía dimos una vuelta vespertina para ver la playa, junto a la cual hay una feria con tiovivos, montañas rusas y un local enorme de tragaperras, en donde los autóctonos lo pasan pipa. Lucas cambió un par de libras y estuvimos jugando un rato con las maquinitas. Luego había una cola enorme para cobrar los premios, que suelen ser baratijas, así que le regalamos los tickets a una señora que nos cayó bien. Yo me dediqué a observar y realmente había señores mayores con una cara de excitación y felicidad indescriptible, como la que supongo que pongo yo cuando veo a Samantha Fish y puedo charlar un poco con ella. Finalmente visitamos la antigua aldea de pescadores, que se ha rehabilitado como atractivo turístico, pero en la que se sigue vendiendo pescado fresco, como constatamos. Aquí las imágenes. 



Y sin más nos fuimos a la estación y tomamos el tren de vuelta a Londres. Allí nos montamos en el 55 y llegamos a casa con la noche bien entrada, después de una experiencia provechosa, al menos para mí, que todavía tenía una semana para continuar viviendo hechos prodigiosos como los narrados. Sean felices, que pronto les seguiré contando mi viaje, ya desde Madrid.

2 comentarios:

  1. Curioso que los ingleses perdieran esa batalla en 1.066 y sufrieran el gran incendio de Londres en 1.666. No me extraña que el 66 sea el número del diablo en el mundo anglosajon.

    ResponderEliminar