jueves, 12 de octubre de 2023

1.251. Los círculos de la congoja

Normalmente este es un foro alegre, ligero, optimista, pero es que: ¡vaya situación la del mundo a todos los niveles! No sé si estoy bajo de moral por haber perdido en un mes a dos amigos muy queridos y próximos (además de otros menos cercanos), pero lo cierto es que llevamos un año de mierda y no lo quiero decir muy alto, que todavía nos quedan dos meses y medio, no vaya a ser el demonio que en este tiempo remanente las cosas todavía empeoren. Uno mira a su alrededor y cada noticia, cada señal, cada efluvio del aire nos trae negros presagios. Es casi mejor no mirar, salvo para adentro, donde puedes hacerte el loco y seguir viviendo como si no pasara nada. No me extraña que los problemas mentales de la gente se disparen exponencialmente, igual que los suicidios y los internamientos psiquiátricos, es que realmente resulta muy difícil mantener la mente incólume. El horror se extiende por estos círculos de la congoja, que nos tienen literalmente acongojados. Veámoslos en detalle.

En primer lugar, lo que podríamos considerar el círculo más exterior: el tema del clima. ¿Es posible que quede alguien sobre la Tierra que niegue el cambio climático? Es algo evidente. En Madrid hemos pasado dos veranos tórridos como no se recuerdan, quizá peor el del año pasado. Pero es que hoy, a mediados de octubre, yo sigo moviéndome por la ciudad en sandalias y camisa de manga corta. No sé para qué tengo chaquetas y abrigos. Esto no se había visto nunca y en España estamos en la primera línea de la desertización. Yo lo percibí el año pasado cuando viajé en coche a Jerez y el tipo del hotel me llamaba por teléfono cada rato, porque no se creía que por fin llegaría a mi destino. El norte del país es a medio plazo el resto que quedará a salvo, pero se lo cargará el turismo masivo que va a recibir. Yo lo tengo muy claro: la Tierra se está defendiendo del intruso tóxico y letal que es el ser humano. Nosotros somos el virus y el cambio climático la forma en que la Tierra se defiende. Con sequías, incendios, inundaciones y terremotos. Vean las imágenes de estas cuatro calamidades.


Pero no cambiamos nuestra dinámica. Seguimos produciendo coches y coches, la industria del automóvil está cada día más pujante, se sigue extrayendo petróleo masivamente y la única solución que se aporta son los coches eléctricos, para cuyas baterías hacen falta materiales como el litio, que no son muy abundantes. Además, seguimos yendo al súper y nos encanta que haya tomates todo el año y naranjas y filetes de ternera. El suministro de alimentación a este mundo disparatado exige flujos de transporte por barco y carretera que esparcen la contaminación, por no hablar de los aviones, que todos usamos para movernos de acá para allá. Lo mismo que el hecho de tener coche privado en propiedad, el turismo masivo se ha convertido en un signo de estatus. La gente no viaja a ver los lugares de interés, sino a hacerse selfies delante de los monumentos para informar a sus amigos de que están allí y salir pitando hacia otro lugar sin la pausa necesaria para disfrutarlos. Ese es el fundamento del llamado turismo tóxico, que yo prefiero caracterizar como turismo pedorro. Así que el proceso de calentamiento global no se va a mitigar.

Detengámonos en lo que podríamos considerar un segundo círculo del agobio: la cuestión sociodemográfica. El crecimiento de la población se detendrá algún día, que los estudios prospectivos sitúan en 2064, antes de que se alcancen los 10.000 millones de habitantes. Vale, por ahí, bien. El problema es que ya nadie quiere vivir en el campo. La generalización de los dispositivos individuales de comunicación, el hecho de que cada persona disponga de un móvil y pueda ver cómo se vive en la ciudad, está produciendo un éxodo masivo del campo a las grandes urbes, porque nadie con dos dedos de frente quiere seguir viviendo en el campo. El personal prefiere malvivir en una chabola y vivir semiesclavizado con horarios y sueldos de hambre, antes que quedarse en un pueblo, donde no hay salida vital alguna. Esto nos lleva a un mundo formado por macrociudades donde mucha gente vive en condiciones de miseria, separadas por desiertos y conectadas por autovías y redes de tren de alta velocidad. Lo que constituye otra forma de matar el mundo.


Pero el urbanismo no encuentra solución alguna a este problema, todo el pensamiento urbanista que no se ha vendido al capital está centrado en mejorar las condiciones de vida de las grandes ciudades sin pensar en otras alternativas. Aunque una buena parte de los urbanistas están vendidos al capital inmobiliario, una forma de negocio que explota la gallina de los huevos de oro hasta que no puede más en una sucesión de burbujas que se pinchan y llevan a la ruina a las empresas pequeñas y medias. En España estamos cebando ahora una de esas burbujas. ¿Cómo explicar si no que en la llamada Operación Nuevo Norte, antes conocida como Operación Chamartín, esté prevista la construcción de 1.600.000 metros cuadrados para usos terciarios, es decir, oficinas, hoteles y ocio? ¿Es necesario eso? ¿No está Madrid lleno de edificios de oficinas vacíos? Por no hablar de la generalización del teletrabajo.

Ese es el mundo que nos espera: macrociudades llenas de contenedores vacíos y con la mayoría de la gente malviviendo en cuchitriles por no poder pagarse algo mejor. La industria de la construcción es un negocio en el que, como ya les he explicado, desde que se dibuja en un plano una nueva zona urbanizable hasta que está ya la gente viviendo en los edificios construidos, la propiedad cambia de manos muchas veces, de modo que hay una serie de intermediarios que se forran, mientras que los que construyen las edificaciones, que son los únicos que crean riqueza, a menudo van a la quiebra, tema que a los intermediarios se les da una higa; ellos ya han cerrado su negocio y están ocupados en el siguiente. En suma, un montón de gente trabajando para un sector que no tiene mucha relación con el mundo real, el de las necesidades de la gente. Por lo menos los de la alimentación y la hostelería te dan de comer si les puedes pagar.

Pero hay más círculos que nos atenazan. Como el que podemos llamar la geopolítica internacional. La guerra en Ucrania sigue y ahora hay que añadir la de Israel-Gaza, otro foco de horror insoportable. Respecto a la primera, que dentro de poco va a cumplir dos años, basta con una noticia reciente. Zelensky ha aprovechado una visita a Bruselas en donde debía reunirse con los ministros de Defensa de la OTAN, para entrevistarse con el primer ministro belga. Y ha salido de esta reunión feliz con el compromiso de que Bélgica les venderá aviones de combate y se los empezará a suministrar ¡en 2025! Es decir, que nadie espera que la guerra se acabe a lo largo del año que viene. Mientras tanto, le vamos dando armas con cuentagotas a Zelensky, con las que no consigue avanzar, porque el hueso ruso es muy duro de roer, como ya comprobaron Hitler, Napoleón y otros.

Lo de Gaza es un horror anunciado, que no puede causarnos ninguna sorpresa. Mi amigo Joe, mi hermano mexicano, ha estado varias veces en Gaza, con Médicos sin Fronteras o alguna organización similar y vino contando lo que vio. Más de dos millones de persona hacinadas en un espacio de 40 x 10 kms, con unas condiciones ínfimas, sin expectativas de salir de allí de ninguna manera y al albur de que los judíos les bombardearan a capricho por cualquier mínimo incidente fronterizo. Lo que han montado los de Hamas es una canallada, pero viene a demostrar únicamente el grado de desesperación del pueblo palestino, condenado a vivir como una comunidad de parias en su propia tierra. Lo de que llegaran a un festival de rock por la paz y se pusieran a ametrallar a sus participantes, me duele especialmente, ya saben que mi única patria es el rock. Y la respuesta israelita es también la previsible: como no saben dónde se esconden los de Hamas, bombardean a voleo, sobre los barrios residenciales de la ratonera gazatí.

Pero sigamos hacia dentro en esta exploración de los círculos del desasosiego que nos tiene atenazados. A nivel nacional, las noticias no son demasiado buenas aunque por ahora no nos podemos quejar. Seguimos sin gobierno, algo que no me preocupa como les dije: en Bélgica estuvieron más de 500 días con un gobierno provisional como el actual de Sánchez, sin que pasara nada, y en Italia han mantenido situaciones similares durante años. Para lo que hacen algunos gobiernos no provisionales, mejor estamos con uno provisional. Ahora bien, ustedes saben que yo me identifico más con el lado izquierdo que con el derecho y que me encantaría que en España siguiera un gobierno progresista como el que hemos tenido en los últimos tiempos y que ha superado pandemias, guerras y volcanes sin acentuar las desigualdades sociales como hizo Rajoy cuando le tocó lidiar con la crisis económica de 2008.

Dicho esto, ¿cómo es posible que, para tener un gobierno progresista haya que bajarse los pantalones ante el señor Puigdemont y sus adláteres? Veamos. Dejando a un lado planteamientos utilitarios, desde un punto de vista conceptual, yo estoy en contra de la amnistía. Y recuerden que estuve a favor de los indultos, me parece que unos tipos que llevaban ya dos años en la cárcel estaba bien que salieran. Pero yo les mantendría la inhabilitación para puestos políticos y hasta se la dejaría de por vida, sobre todo si proclaman todo el rato que lo volverán a hacer. ¿Y qué hacer con los policías que sacudieron a los votantes del referéndum a las órdenes del coronel de los Cobos o de los Cojones? ¿Y los que lanzaron chinchetas al paso del Tour de Francia? Por último, esa supuesta amnistía afectaría a gente que no ha sido todavía juzgada, como Puigdemont, emulando a Trump cuando, el último día de su presidencia, indultó a Steve Bannon que todavía no había sido juzgado.

Pero, con todo y con eso, yo les daría la amnistía si tuviera la garantía de que, a partir de dársela, se quedaran callados y dejaran de dar el coñazo. Pero eso es soñar. Para ellos es un primer paso hacia otros que vendrán después. El referéndum y la independencia. No se van a callar. Van a seguir con la murga. Y, como no son idiotas, deben de saber que esa independencia es un imposible, que Europa no va a tolerarlo, porque sabe que después vendrán los bretones, los corsos, los bávaros, los frisones y todos los demás y que el concepto fundacional de la Unión Europea va de unir, no de dividir. Si saben eso, ¿por qué siguen con su murga? Pues porque han encontrado en ello un modo de vida, se ganan la vida así (y tienen unos sueldos de escándalo) así que, mientras puedan, seguirán por la vereda y nos seguirán extorsionando.

Después de las elecciones generales, yo dije en el blog que nos encaminábamos a unas nuevas elecciones. No soy adivino, pero a Sánchez se lo están poniendo difícil. La derecha estaría encantada de intentarlo de nuevo, confiada en que esta vez sería la buena. La derecha española es partidaria indiscutible de la democracia, siempre que ganen ellos. Cuando pierden, ponen en marcha el sistema de intoxicación a través del ABC, el inMundo y las televisiones afines para decir que la Moncloa está okupada y que Sánchez lo que quiere es viajar en Falcon. Respecto a este tema de los pactos con catalinos y vascos, es significativo comparar las dos portadas del ABC cuando ese pacto lo hizo Felipe González y cuando, años más tarde, lo hizo Aznar (que hablaba catalán en la intimidad y quería entenderse con el Movimiento Vasco de Liberación Nacional). Véanlas. Huelga todo comentario.

Aún hay más círculos, cada vez más estrechos y más oprimentes. Porque, ¿adónde va esta ciudad? Madrid ha regresado de la pandemia y sus encierros como una ciudad cada vez más antipática, y lo dice un enamorado de una urbe que me acogió cuando hui de La Coruña y de mí mismo, en la cual he construido mi proyecto de vivir mientras el cuerpo aguante. Hay un tráfico infernal, los conductores están cabreados y tocan la bocina todo el rato, la gente está de mala uva y tenemos una auténtica invasión de ese turismo pedorro al que me he referido más arriba. Yo, los sábados y los domingos, no puedo salir de mi casa, y no es que me moleste la presencia de turistas, es que no puedes encontrar sitios en bares, terrazas y plazas. Mientras otras ciudades tratan de limitar el turismo tóxico, aquí es Jauja, no hay el menor obstáculo para que los barrios centrales se vean invadidos por apartamentos turísticos y los residentes de siempre se tengan que ir.

Y todo esto, bajo el mando de un insecto-alcalde, al que acabamos de elegir por mayoría absoluta, que no tiene la menor idea de adonde quiere que evolucione la ciudad. El Área de Urbanismo va a desaparecer, porque las licencias de edificación ya se han privatizado y se dan por diferentes agencias privadas, toda la política de vivienda se ha pasado a un área diferente y apenas queda una competencia: la planificación urbana, un concepto que estos señores ni siquiera saben en qué consiste, por eso han cesado a mi última jefa; al señor Borja Carburante no le interesaba tener una mente pensante y brillante en puestos con poder, necesita plazas libres para distribuirlas entre sus amigos del Opus y la jet-set heredera del franquismo. La barbaridad que han perpetrado en la Puerta del Sol es de las que puede pasar a la antología del disparate patrio, ya hablaré otro día en detalle de esto.

En medio de estos círculos que nos oprimen, el ciudadano, o sea, yo, se queda casi sin aire. ¿Es posible ser optimista? Difícil, pero hay que intentarlo. La vida es una lucha, que unas veces se desarrolla en condiciones mejores y otras veces peores. Yo no puedo quejarme, vivo en una casa bonita, he podido pintarla y acuchillarla, tengo un gato maravilloso, hago yoga, escribo entradas del blog, recorro mis bares favoritos (en día de diario) y trato de mantener la relación con mis amigos y amigas. Tengo dos hijos que se ganan la vida por sí mismos y un pensión aceptable. Sería obsceno que me quejara de mi situación. Pero esos círculos te desaniman, porque encima interactúan unos con otros y al final todo te afecta, ya sea en forma de inflación (todo está carísimo), como en amenazas veladas a temas como la pensión o la paz social.

Esta mañana, he sufrido el desfile del día de la patria, lo que me supone que hoy no puedo sacar el coche del garaje, suponiendo que hubiera querido salir de la ciudad. Y aguantar las chundaratas y fanfarrias que llevan varios días ensayando de forma ruidosa. Más los cazas que han sobrevolado mi terraza varios días, de forma que Tarik ya no se asusta de su paso y los observa con indiferencia. Les pido disculpas, estoy en un cierto bajón, he perdido a dos amigos y no es este mi mejor momento. Pero yo voy a seguir luchando. No como si no pasara nada (todos estos temas ocupan mi mente), sino porque creo que es nuestra obligación. No hay que rendirse nunca. Como un símbolo de esta actitud positiva, les muestro el cartel de la última Feria del Libro de Kiev. Tampoco necesita comentario.   

Yo no me rindo y, como les he contado, el día 23 viajo a Londres a pasar por allí casi un par de semanas. Durante el tiempo de espera, estoy desarrollando una actividad tan frenética como de costumbre, que uno no se puede venir abajo ante la presión de los elementos. Les haré la habitual reseña, esta vez resumida, de mis actividades de estos últimos días y de los que quedan hasta mi vuelo a Heathrow. El sábado 7, tuve una sesión matutina de yoga, luego me comí mi habitual desayuno en La Casa de las Torrijas y caminé hasta el paseo de Rosales. Había quedado allí a comer con mi hijo Kike y su madre, en una de las agradables terrazas del parque. Al acabar, cogí mi coche para llevarlo al aeropuerto a coger su vuelo de vuelta a París. El domingo salí a correr por la mañana y luego estuve descansando en casa, hasta la hora del partido del Deportivo, que perdió como suele últimamente. La deriva del Dépor es penosa pero no la he querido incluir en los círculos del agobio.

El lunes me acerqué a casa de una amiga para ayudarle a montar unos muebles que se había comprado en IKEA pensando que su montaje sería más sencillo. El domingo me había llamado para ver si yo sabía de algún manitas que la sacara del apuro y me ofrecí a ayudarla, a cambio de que me sacara algo de comer a mediodía. Con los muebles montados, tuve tiempo de llegar a mi sesión de yoga de las 19.30. Esa noche no pasé por ningún bar, porque estaba haciendo cura de alcohol, de cara a la analítica que me iba a hacer al día siguiente. Así que cené fruta y un par de yogures en mi casa. El martes tuve mi clase de inglés, antes de coger el coche para presentarme en la Clínica Virgen de América en ayunas y con mi frasquito de orina. Se trata de la analítica anual que los médicos me recomiendan. Después ya tuve margen de cruzar Arturo Soria para desayunar un croissant a la plancha con jamón y queso, acompañado por café y zumo de naranja.

Por la tarde, quedé con mi cuñada Mini para tomar unas cervezas y que me contara cosas sobre Londres, ciudad que yo casi no conozco y de la que ella es experta. Ayer miércoles, bajé a tomar un café de media mañana con mi amiga Cr. que trabaja en Cibeles y a la que no veía desde antes del verano. Luego, acudí a comer al Ricla donde mi tocayo del bar me había avisado de que su madre iba a cocinar un lacón con grelos de reglamento. Por distintos motivos, esta semana no pensaba pasar por el bar, pero mereció la pena. Me senté con un habitual, cuyo nombre ni siquiera recuerdo y nos pusimos hasta arriba, acompañando el banquete con un vino blanco de la tierra gallega. Mi tocayo nos hizo una foto al colega y a mí, antes de empezar a comer y con su hermano detrás de la barra. 

Por la tarde me acerqué a Palomeras con la guitarra eléctrica, donde estuvimos más de una hora ensayando con bajo y batería. Hoy, Día de la Raza, como se llamaba cuando yo era niño, he pasado la jornada en casa, protegido de la algarabía del desfile y dedicado a leer y a escribir para ustedes. Hasta el domingo tendré unos días de descanso más, solo punteados por el yoga (viernes y domingo) y el inglés (sábado). Porque la última semana antes de irme a Londres es de abrigo. Lunes, asistencia a la lectura de tesis de mi amiga Eva Gil en la ETSAM por la mañana y yoga por la tarde. Martes, sesión de inglés por la mañana. A mediodía he de acercarme a la Torre Norte del Real Madrid para impartir una conferencia en inglés a un grupo de arquitectos y promotores de Estonia que trae mi amigo Werner, seguida de comida.

Por la tarde, nueva sesión de Billar de Letras. El miércoles iré a recoger el resultado de mi analítica y tendré nueva sesión de guitarra con Henry y los demás. El jueves, de nuevo inglés, cita en mi centro de salud para que me pongan la quinta vacuna del covid, combinada con gripe, por la tarde asistencia on line a un seminario de C40 sobre la Vivienda Asequible y otra sesión más de yoga. Y ya el viernes podré empezar a organizar mi equipaje y mi viaje a la Gran Bretaña. Aunque los círculos del mal nos ahoguen, hay que seguir en la lucha. Como los aristócratas de San Petersburgo que mantenían la cola para entrar a ver el Bolshoi, mirando impertérritos como pasaban a su lado los revolucionarios que se dirigían a asaltar el Palacio de Invierno. Con lo viejo que soy, con un poco de suerte ya no me pilla el fin del mundo que se anuncia. Sean buenos, en cualquier caso.

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