jueves, 5 de octubre de 2023

1.250. Batiburrillo indecente

Lo de indecente lo digo sin que la cosa tenga que ver nada con la decencia o no de los conceptos expuestos, sino más bien por el carácter impresentable o indudable de su condición de cajón de sastre de historias que no tienen nada que ver entre sí (como siempre, por otro lado, en este foro), pero esta vez sin que me haya preocupado por hilvanarlas mínimamente con conectores más o menos disimulados. De jueves a jueves, he tenido una semana bastante intensa y llena de citas menos habituales que las del yoga, guitarra, inglés y running. También han llegado a mis ojos y oídos algunos temas que creo que se merecen aparecer aquí, por derecho propio. Por ejemplo, esta carta olvidada en los archivos literarios de un escritor que adoro. Les pido que la lean.

                              París, 19 de noviembre de 1957

                              Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido de todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero, cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que yo era, sin su enseñanza, no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero me ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello, continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares que, pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido. Un abrazo con todas mis fuerzas.

Albert Camus

(Carta enviada a su profesor de primaria cuando obtuvo el premio Nobel)

Tal vez podríamos acabar el post aquí, es imposible mantener el nivel de emoción y grandeza. Pero es tradición de este blog que los textos sean más largos. Así que continuaré, como de costumbre con el relato de mi atareada vida de jubilado hiperactivo en esta última semana de auténtico Veranillo de San Miguel (al que no hay que confundir con el del Membrillo, si bien en este año tan cálido prácticamente se han superpuesto ambos). El sábado pasado, último día de septiembre, después de correr mis seis kilómetros y medio por el Retiro, desayunar, ducharme y descansar un buen rato, cogí mi coche y me subí a Torrelodones, en donde había quedado a comer en una fresca terraza con mi amigo A., con quien mantengo la relación, unidos por la circunstancia de estar también él separado. Después de una comilona de las buenas, subimos a su pequeño apartamento a echarnos una siesta en sus sofás, para poder yo conducir luego de vuelta con garantías y sin riesgo de que los del antidoping me den un nuevo disgusto, que ya saben ustedes que no está el horno para bollos.

Pero, de vuelta de Torrelodones, no pasé siquiera por casa, puesto que tenía que ir a Palomeras a recoger a mis amigos Henry Guitar y Críspulo, para llevarlos al parque Cuña Verde de Moratalaz. Allí, a las nueve de la noche se celebraba el tercer Festival de Blues de Moratalaz, un evento al aire libre que es de entrada gratuita, puesto que está organizado por la Junta de Distrito y financiado con los presupuestos participativos, una figura que creó Carmena y que el insecto Almeida no ha derogado, al menos por ahora. Con esas premisas, comprenderán que los tres artistas contratados no eran de primera fila, así que me abstendré de aburrirles con los nombres. En la última clase de guitarra, Henry Guitar había comentado como de pasada que la mejor manera de llegar al parque era en coche. La indirecta era obvia, dado que ni él ni Críspulo conducen, pero no tuvo que insistirme para que entrara al trapo.  

Conseguimos aparcar bastante cerca de la entrada del parque y nos dirigimos al escenario. Allí nos juntamos con un cuarto elemento, que vive en Moratalaz y había venido andando, al que se conoce como El Bruja, un argentino mayor que nosotros, también batería y con unas trenzas largas, que nos contó que está casi esperando su primer bisnieto. Encontramos también a otros amigos y amigas y pasamos una noche muy divertida, haciendo uso de los food-tracks, en donde se despachaban perritos calientes, quesadillas y otras delicatessen suburbiales, además de latas de cerveza bien frías. Antes de encontrar al Bruja y a los demás, nos hicimos un selfi los tres colegas, dispuestos a fundirnos la noche de Moratalaz.

Abrió el programa un norteamericano que dijo llevar viviendo en Málaga más de 40 años, por lo que puede deducirse que salió pitando de su país para que no lo mandasen a Vietnam, y ya se quedó, como hacen tantos, encantado de lo bien que se vive por aquí y de poder llevar a los niños al colegio sin miedo a que aparezca un ex-alumno provisto de un fusil de asalto y organice una escabechina. Tocaba él solo una guitarra acústica a mano abierta, sin púa; era un poco cansino, todo el rato insistiendo en los mismos acordes, pero tenía bastante mérito y no me extrañaría que también esté esperando algún bisnieto. Le grabé un pequeño clip, que les pongo abajo, para que vean de qué les hablo. El tipo se daba un aire a mi amigo el Coronel Groucho y tocaba un blues ortodoxo, interpretado con mucho oficio, lo que pasa es que hora y media con ese ritmillo era un poco excesivo.

Siguieron un par de jovencitos multi-instrumentistas de Nueva Orleans, que resultaron también bastante monocordes, con un soniquete de fondo sobre el que improvisaban una especie de rap interminable. Al Bruja ya lo acabaron de rematar y se fue caminando a su casa. Nosotros nos quedamos, aunque era tarde, y bien que mereció la pena, porque la tercera y última actuación corrió a cargo de un guitarrista y cantante danés veterano, con un grupo muy sólido, que hacía un blues fabuloso. El tipo se llama Kenn Lending e hizo las delicias del público, también veterano, que suele acudir a estos saraos. De vuelta con el coche, en dirección a Palomeras, vimos una terracita de lo más coqueta en un parque a medio camino y paramos a tomarnos un vino a la luz de la luna llena. Un momento realmente singular, de esos en que piensas que todo está bien y no hay por qué preocuparse. Yo llevaba ya tres latas de cerveza al cuerpo, pero me tomé mi rioja y tuve la presencia de ánimo suficiente como para llevar a mis colegas a sus respectivos domicilios y conducir luego hasta mi casa sin ningún encuentro desagradable.

El domingo por la mañana, había quedado con mi amiga Claudia Capuleto, compañera del curre en las tareas de participación ciudadana, a la que no veía desde hace año y medio, tiempo que ha estado fuera de Madrid para tener un niño y estirar la baja de maternidad todo lo que ha podido, hasta que ya le han dicho que se incorpore, porque en caso contrario perdería la plaza. Lo malo del tema es que el Área de Urbanismo que ella dejó hace tanto tiempo, ya no existe: ahora la gobierna el señor Borja Carburante, al que el urbanismo como concepto no parece interesarle mucho, y todavía menos su enfoque participativo. Quedamos por el Retiro, para que el niño correteara por allí y se lo pasara pipa, mientras nosotros hablábamos de lo divino y lo humano. Yo creo que no es sólo el Área Municipal de Urbanismo lo que se ha deteriorado, sino la ciudad en su conjunto. A la vuelta de la pandemia, esta ciudad se ha vuelto antipática, está muy sobrecargada de tráfico y turistas y sufrimos a un Alcalde que no tiene la menor idea de a dónde vamos. En fin, el niño es guapísimo y nos hicimos diversas fotos, que su madre y yo hemos decidido no publicar en el blog para preservar su intimidad, puesto que no podemos preguntarle qué opina al respecto.

La tarde del domingo me la pasé en casa descansando en compañía de Tarik Marcelino Martínez, y preparando la charla que debía dar el lunes por la mañana, para la que estaba citado a las 10.00 en la cafetería de profesores de la ETSAM con mi amiga Sonia de Gregorio que, un año más, me ha requerido para que les cuente a los alumnos de su máster el proceso de realojo de Palomeras y otros barrios de Madrid. El lunes me tomé mi correspondiente té de ginseng rojo coreano y cogí el coche para acercarme a la escuela. Mi clase duró dos horas, hasta las 12.30 y quedó muy bien como suele suceder; es este un tema muy vistoso, del que los chavales no saben nada y Sonia me deja espacio para contarlo en profundidad, lo que siempre es de agradecer.

Volví a casa y me comí un par de tostadas con tomate y jamón, para no tener el estómago muy lleno para el yoga de las 19.30, tras el que me pasé por la Cervecería de Santa Ana a tomarme una ración de ensaladilla rusa. El martes tuve mi clase mañanera de inglés y luego me acerqué a la zona de Concha Espina, en donde habíamos quedado unos cuantos ex-compañeros de curre, que mantenemos la buena costumbre de seguirnos viendo, una peña en la que están África y el Ateo Piadoso, entre otras colegas. Y por la tarde, volví enseguida a casa, porque tenía la sesión inaugural de curso de Billar de Letras, en torno a la novela de Lara Moreno La Ciudad, recién publicada por Lumen. Es una novela magnífica que cuenta la vida angustiada de tres mujeres que viven en el mismo portal de la Plaza de la Paja. Una chica de buena familia que vive una relación tóxica, una colombiana que trabaja de asistenta en otra de las casas y una marroquí, la que tiene la vida más aperreada de las tres, porque ha encontrado un curre como portera mientras busca a su hijo que vino de emigrante y no sabe siquiera si consiguió cruzar el mar en la patera.

Lara Moreno es una escritora bastante joven, natural de Huelva, pero que vive en Madrid hace años. Esta es su tercera novela, aunque tiene varios libros de relatos y escribe columnas breves en El País, con bastante sentido común, siempre con mucha empatía con la gente que sufre. Su primera novela, Por si se va la luz, se comentó también en Billar de Letras y, tanto ella como Ronaldo se acordaban de los comentarios que yo hice en aquella ocasión, hace como cuatro años, puesto que yo creo que fue antes de la pandemia. Fue una sesión muy interesante del que por algunos está considerado como el mejor club de lectura de España y así se ha dicho en algunas revistas.

Lo que nos lleva a ayer, miércoles, día en que llegaba mi hijo Kike a Madrid, para trabajar en la sucursal de su empresa en Torrejón de Ardoz durante todo el día. Yo tenía mi clase de guitarra en la que me suelo quedar después de las 19.30 haciendo tríos con los alumnos de los turnos siguientes, pero esta vez me fui a la hora exacta, porque tenía entradas para ver a Frank Turner, un cantautor británico bastante exitoso. Kike me dijo inicialmente que se vendría conmigo, pero luego se le complicó el día y yo terminé por ir con una amiga. El concierto era en la sala Nazca, que está en el centro comercial AZCA y es un lugar de tamaño medio, bastante agradable para escuchar música en directo. El tal Frank Turner es un fornido y enérgico mocetón, que acompaña con una guitarra acústica sus canciones de aire irlandés, arropado únicamente por un colega provisto de una mandolina.

El tipo empezó en la música como cantante de un grupo de hardcore rock que se disolvió en 2005, momento en que inició su carrera de cantautor, de la que lleva ya nueve álbumes publicados. Es muy simpático y explica cada vez el sentido de la canción siguiente, o las circunstancias en que la compuso. Y lo sorprendente es que el público se sabía todas sus letras y las coreaba a voz en grito, entusiasmo que se mantuvo durante las casi dos horas de concierto. El más peculiar de sus temas es la canción Miranda. En ella habla de su padre, con el que se llevaba fatal, estaban todo el día peleándose, hasta el punto de que se pasó seis años sin hablarse con él ni saber nada de su vida. Tras esos seis años, su padre le llamó un día y le contó que se había cambiado de sexo y ahora se llama Miranda. Desde entonces se llevan fenomenal y por eso le compuso la canción. Interesado en saber si esta historia es cierta, he encontrado una entrevista con él en la que se ve una foto de la tal Miranda, con un vestido azul. Pueden verla abajo. Pónganle los subtítulos.

Se cuenta en esta entrevista que Frank tuvo una infancia difícil, con miseria, malos tratos y disfunciones familiares diversas que le llevaron a la droga y al punk extremo. Ahora parece rehabilitado, contó que se ha casado el año pasado y que espera componer una familia mejor que la suya. Aproximadamente a un tercio de concierto irrumpió en la sala un grupo ruidoso que venían de ver la victoria del Atlético de Madrid en la Champions y que empezaron a dar botes con la música, montando el típico exceso del baile que se denomina pogo, consistente en empujarse, darse codazos y golpes y aguantar todo eso con una sonrisa en la boca: no pasa nada, es pogo. El más follonero de los que entraron, vestido con una camiseta del Aleti con el nombre de Morata, de pronto me reconoció (era mi amigo Felipe) y me llenó de abrazos y besos sin dejar de saltar, lo que me terminó de joder el prestigio con la chica que me acompañaba, a la que ya no se le quitó la cara de asco hasta el final del show. Entre medias le grabé también un clip a este curioso cantautor.

Cosas que pasan en la ciudad. Llegado a casa, me esperaba Kike a quien le había hecho los honores el gato Tarik, que se lo pasa en grande cuando viene algún visitante a casa. Hablando de Tarik he descubierto un rasgo de conducta típicamente felino, que distancia definitivamente a estos animalitos de los perros. A un perro, cuando hace una trastada y le regañas mucho, lo entiende y trata de no hacerlo más. Para un gato es incluso un acicate: a la travesura, además de la diversión intrínseca que tiene, se le añade el interés de que le persigas y se escape, doble motivo de satisfacción. Por ejemplo, Tarik agarra en la boca una de mis zapatillas de casa y la sube encima de la cama. Yo le regaño: cabrón, marrano, eso no se hace, le enseño la zapatilla y a lo mejor hasta le doy un cachete. En pocos segundos, coge otra vez la zapatilla y, asegurándose  de que lo estoy viendo, la sube a la  cama y espera alerta a que vaya a reñirle. Antes de que llegue, sale cagando leches a esconderse. Adrenalina gratis. 

Tarik carece de bases conceptuales de lo que podemos llamar comportamientos éticos o morales. O sea, que estos conceptos se adquieren por educación (entre los humanos) o a la fuerza (los perros). No me extraña que los gatos caseros sean seres tan felices. Tienen todo el día para dormitar, rascarse la barriga, acicalarse, divertirse y reclamar comida a su amo-mayordomo. Dice África que Tarik es fotogénico y lo sabe, por eso posa con tanta naturalidad. Les dejaré con uno de sus últimos retratos. Sean buenos.

2 comentarios:

  1. Leo sus escritos en busca de pequeñas joyas ocultas en su verborrea o verborragia (así lo llamó usted en una ocasión), por otra parte de grata lectura siempre. Esta vez, dos pequeños hallazgos: la carta de Camus y la historia del cantautor con padre transgender. Ciertamente, no puedo concebir que mi padre viniera un día y me dijera que se ha cambiado de sexo. Debe de ser algo terrible. Como usted dijo hace poco, estamos locos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estamos muy locos. A mí me deprime mucho, por ejemplo, la competición por hacerse cada vez más tatuajes y ponerse más piercings. Empieza la gente ya a hacerse cosas en la cara. Es como una necesidad compulsiva de ir un poco más allá. Sin duda un síntoma de una decadencia de esta civilización.

      Eliminar