martes, 20 de diciembre de 2022

1.194. Mi vida es un blog

Se lo vengo diciendo y no me creen, pero cuanto antes lo asumamos, mejor para todos. Esto ya no es un simple sinvivir, esto es un modo de vida y no hay que buscarle más vueltas ni más interpretaciones. En medio de la bronca del Parlamento y las demás instituciones, de lo que ya hablaré cuando haya más perspectiva, yo sigo adelante con los faroles, mientras el tiempo atmosférico se va normalizando, lo mismo que mi resfriado. El viernes pasado, mi intención era haber escrito el post anterior a lo largo del día, pero literalmente no tuve tiempo, de tan atareado como ando. Perdí la primera parte de la mañana intentando cerrar el tema de la visita de los de Brazzaville. Tenemos ya la fecha concretada entre el 6 y el 7 de febrero, pero resulta que nos demandaban una carta de contestación a la suya, debidamente conformada en un formato oficial y firmada por la Directora General, mi antigua jefa. Para no dar más murga de la necesaria, escribí yo la carta en un Word, la traduje al francés y la mandé a las chicas de la secretaría de la Dirección. Ellas tenían que meterla en el formato y buscar la firma electrónica de la jefa. Y mandármela a mí para que yo se la hiciera llegar a los congoleños.

Hecho esto, los aludidos me respondieron enseguida consternados. A ver si por favor podíamos insertar en la respuesta la lista de los visitantes que vienen, porque eso les vendría muy bien para el visado. Hecho esto, descubrieron que había un nombre mal escrito y vuelta a empezar. Después nos suplicaron que cambiáramos uno de los nombres, porque uno de los visitantes de la lista inicial no iba a poder venir y le iba a sustituir otro (todos ellos tienen nombres acojonantes: Kouloumbou Bouanga, Mpassi Nsaou, Fofana Diamanti). Y por último, también necesitaban una versión en español para presentarla en la Embajada. Es decir, que son unos pesados y yo lamento la lata que les he dado a mis compis. Pero al final, conseguimos hacer la carta a su medida en los dos idiomas y con sus correspondientes firmas electrónicas.

Perdida ya la primera mitad de la mañana, salí a la calle. Era el primer día sin lluvia y, como les dije, yo me sentía renacido y en paz con el mundo, después de mis buenos resultados médicos y epidemiológicos. Decidí que ese día no comería en casa, algo que no había hecho prácticamente desde que volví de las Europas. Así que, de paso hacia el centro, reservé en el Matilda, a la vuelta de casa. Mi destino era El Corte Inglés de Preciados, donde debía recoger un encargo. Como les dije, mi nueva máquina de café demanda mucha atención y ahora se me ha encendido un intermitente que indica que debe descalcificarse de nuevo. Ya lo hice una vez y gasté ahí el producto que me venía con la compra. Con el envoltorio de dicho producto, subí la semana pasada a la sección de pequeños electrodomésticos. Allí localicé enseguida a un empleado grandote y optimista, de esos con los que enseguida conecto.

Como el azafato al que le pregunté por qué me habían pasado a business y bajó la voz para decirme: usted no diga nada… O como el médico cantarín de la sanidad pública que me vio las carótidas las dos primeras veces. Por cierto, esta tercera vez no estaba. Había un suplente, que era ya de otro rollo y que encima se fue, porque yo era el último paciente del día y pensó que las dos residentes que tenía eran lo suficientemente competentes como para hacerme la revisión. Y lo que pasó es lo típico: que las chicas tardaron un montón, porque querían asegurarse, estaban aprovechando para hacer una práctica conmigo y pasaron un buen rato intercambiándose cifras que yo no entendía. Me tenían negro y llegué a temerme lo peor, pero al final todo salió bien. Por eso estaba yo tan contento el viernes.

Así que unos días antes había abordado al grandote de El Corte Inglés, diciéndole: ¿puedo hacerle una pregunta? Pseee, usted hágala; otra cosa es que yo le sepa responder bromeó, con una sonrisa de oreja a oreja. Había acertado: era uno de los míos. Como es natural, hablamos mucho rato. Por resumir: él tiene una máquina similar, de una marca más barata. Estas máquinas hay que descalcificarlas muy a menudo (esa era mi pregunta básica: si eso entraba dentro de lo normal). Para ello, él usaba un producto distinto del que yo buscaba, que sirve para una sola descalcificación. Este otro es un bidoncito, que te dura lo menos para cinco y resulta más económico. Pero no lo tenían y por eso lo encargué. Además, el tipo me confirmó que no debo usar café torrefacto, ni siquiera mezcla, porque deteriora el molinillo. Y que no pasaba nada por tener muchos días el piloto intermitente que avisa de la necesidad de descalcificar, que la máquina está programada para curarse en salud, miren ustedes si es lista mi De Longhi Magnífica.

Recogí, pues, el descalcificador encargado, me pasé por Cafés La Mexicana para comprar un par de paquetes más de café de tueste natural, en previsión de la llegada de mis hijos, que son muy cafeteros, sobre todo si es de calidad, y crucé de vuelta la Puerta del Sol. El estado de las obras es bastante lamentable, con mucha gente trabajando a la carrera para tenerla lista para las campanadas. Pero lo que resiste a todos los esfuerzos es el cascarón nefando de entrada al Metro, que la gente llama el huevo, la tortuga y otros epítetos similares. Es un elemento que siempre me ha parecido horroroso. Yo creo que la arquitectura consiste en resolver problemas funcionales de la manera más práctica y con una forma adecuada a esa funcionalidad.

El huevo de Sol (que no el de Colón) pretende copiar las excelentes entradas del Metro de Bilbao, obra de Norman Foster. Estas consisten en un agujero inclinado en el terreno, del que sobresale una marquesina que prolonga el cilindro de la propia perforación, lo que es coherente y sirve también como hito visual: cualquiera puede entender que por ahí se entra al Metro. Además, los nervios metálicos que unen las piezas acristaladas, son muy finos y resultan elegantes. El huevo de Sol en cambio está formado por dos cascarones contrapuestos, bajo los cuales hay un gran hall ¡¡cuadrado!! Es decir, es una entrada de Metro cuadrada, con un sombrero de cristal de dudoso gusto. Esto es anti-arquitectura, en mi opinión. Encima las nervaduras son mucho más bastas, lo que empeora el resultado formal. En su día, me resultó penoso leer la defensa del proyecto que hacía un ya anciano Antonio Fernández Alba, que fue uno de mis profesores más admirados y que más me influyeron en la ETSAM. Pero entiendo que hay que comer. Y la profesión está muy mal.

El huevo sigue incólume a pesar de los esfuerzos del Topillo con sus obras continuas, pero yo estaba de enhorabuena y decidí tomarme un manzanilla en La Venencia. Hacía meses que no iba y encontré dos novedades. Una: que ya se puede entrar libremente a tomar algo en la barra, de hecho el bar estaba abarrotado. Hasta hace no mucho, había que sentarse en las escasas mesas y, si estaban llenas, esperar en la puerta a que saliera alguien. Se lo comenté al jefe detrás de la barra y me contestó que no me imaginaba el alivio, el día que decidieron por fin terminar con las restricciones. La otra novedad es que tienen un gatito nuevo, al que saludé también y respondió regalón y zalamero a mis caricias, con surtido de marramiaus y restregones de cogote.

Históricamente, en La Venencia había una gata negra enorme que sabía latín. La puerta del bar se abre al contrario de lo que obligan ahora las ordenanzas del Ayuntamiento: hacia adentro. Y la omnipresente gata, cuando quería salir a la calle, se las arreglaba para llamar la atención del cliente más cercano para que se la abriera. Es que le faltaba hablar y decir: ¡abrirme ya, coñe! Sucedía esto generalmente en los escasos minutos en que el sol da a lo largo de la calle Echegaray, donde está el bar. Como esta calle tiene muy poco tráfico, la gata se tumbaba en el centro de la calzada panza arriba cuan larga era y se quedaba dormida del gusto. Cuando venía un coche, tenía que tocarle la bocina repetidamente para que se quitara. Sólo entonces la gata accedía a moverse, se desperezaba largamente y, a la velocidad de los futbolistas sustituidos cuando su equipo va ganando, caminaba majestuosa de vuelta y empujaba la puerta del bar con una pata, como una marquesa entrando en su palacio.

Esto lo he visto yo y más de una vez. Esa gata, que parece sacada de un relato de Yuri Buida, me conocía y estuvo en mi regazo muchas veces. Pero la pobre se murió de vieja antes de la pandemia. Ahora se han hecho con uno atigrado, muy jovencito y cariñoso, que ya es el rey del local. Estoy yo en el proceso de hacerme con un gato casero y resobón, pero no se me acaba de arreglar. Antes o después lo conseguiré y ya se contará en el blog. Tras el manzanilla y las consabidas aceitunas de Campo Real, me acerqué al Matilda para la comida, en la que cayeron dos copitas más de vino blanco, lo que me indujo una siesta fastuosa. Pero me tuve que espabilar otra vez, porque tenía teatro con mi peña: París 1940, en el Teatro Español y con un extraordinario Flotats. Si tienen ocasión, no dejen de ver esta obra. Flotats está inconmensurable, como siempre, con la particularidad de que ya tiene 83 años. 

Este gran actor se mantiene fenomenal de cabeza y físicamente. Con la ayuda de una actriz joven muy buena, sostienen en pie una obra bastante abstracta, sobre el propio proceso creativo del teatro, que hay que seguir con mucha atención para no perderse. Además de los dos formidables actores principales, había tres figurantes, de esos que apenas abren la boca, como la famosa aprendiz de actriz a la que siempre daban papeles mudos, hasta que por fin le dieron uno pequeño con voz. Tenía que hacer de criada y decir una sola frase mientras le servía una taza de chocolate al protagonista y, de los puros nervios, en vez de decir señorito, el chocolate, dijo señorate el chocolito, lo que determinó su despido fulminante de la compañía. Y por supuesto, la sesión fue seguida de un piscolabis en la cercana Cervecería Santa Ana. Y ya que estamos otra vez con ancianos venerables, les diré que este pasado 18 de diciembre, el gran Keith Richards ha cumplido 79 años. A modo de homenaje, vamos a escuchar lo que sucedió en 2013 cuando Eric Clapton le invitó a subir al escenario para tocar un blues de libro. El prodigio tuvo lugar en el Madison Square Garden de New York.

Con semejante programa de viernes, comprenderán que no me quedó tiempo para rematar el post anterior que era largo y complicado. Pero lo dejé casi listo cuando me fui a dormir. Y el sábado por la mañana lo publiqué sin grandes agobios. Pero mi programa de la semana no se había terminado. A la una y media estaba citado en el local llamado La Tacita de Plata, gestionado por la Asociación de Vecinos de Entrevías, en lo más profundo de ese histórico barrio de Madrid. Actuaba allí la Big Band Vallecana que dirige Henry Guitar, compuesta por 23 músicos del barrio, ya ven que mi amigo es un músico global: toca la guitarra y el trombón de varas y además dirige sin batuta esta banda que toca composiciones de Gershwin, Cole Porter, Duke Ellington, Louis Armstrong y similares, con arreglos del propio Henry, que presenta todas y cada una de las canciones, explicándolas sucintamente para un público de barrio que le escucha con mucho respeto.

En la segunda parte, incorporaron a María, una cantante, que se decanta más del lado de Sade y Amy Winehouse, con canciones que coreaba el público en espanglish. Luego cayeron las cervezas de rigor, Estrella Galicia por supuesto, que la marca también ha llegado al Entrevías profundo. En esta big band, toca como segundo trompeta mi amigo Carlos, un arquitecto al que conocí hace mucho en el trabajo, y que fue quien me presentó a Henry. Hacía casi dos años que no nos veíamos. Al final, nos fuimos los tres a buscar un bar donde picar algo. Eran más de las cuatro de la tarde y encontramos un mesón que tenía ya la cocina cerrada, pero nos calentó al microondas un plato de magro de cerdo con tomate y otras delicatesen suburbiales. Estaban dando el partido Marruecos-Croacia, empate a uno, y el público del bar era mayoritariamente marroquí. Cuando Croacia marcó el segundo, todos gritaron consternados.

Cogí el tren de vuelta en la estación Asamblea de Madrid y por fin pude descansar el sábado por la tarde. Y también el domingo, que me lo pasé en pijama ganduleando. Por la mañana estuve siguiendo el partido del Dépor, que parece que al menos gana, aunque sigue jugando fatal. Me hice unas lentejas vegetarianas, o viudas, como las llamaba mi madre. Es decir, sustituyendo el chorizo por simple pimentón, en este caso dulce, porque ya las cargo bien de curry picante y les echo tres chiltepines molidos. Las lentejas me dejaron listo para ver la final del Mundial. No voy a extenderme mucho al respecto, fue uno de los partidos más emocionantes que he visto en mi vida y me pareció merecido el triunfo de Argentina. Pero ya se han escrito ríos de tinta sobre el tema, así que no quiero añadir nada.

Ahora bien, les hago una pregunta. ¿Ustedes han escuchado alguna vez un comentarista tan soso como Iker Casillas? ¡Madre mía! Que tipo más sieso y zaborío. Es que no decía más que obviedades como si fueran cosas inteligentes y, cada vez que el locutor apuntaba algo que no necesitaba más comentario, de puro obvio, empezaba su intervención con la-verdaj-que-sí. Este tipo es muy corto y alguien debería decirle que deje ese trabajo de comentarista, porque da vergüenza ajena. Me recordó a aquella señora que trataba de venderme un piso y me mostraba las persianas diciendo: ꟷY aquí tiene usted la persiana; que quiere tener menos luz, la baja; que quiere más claridad, la sube. En este país hay personajes famosos y millonarios que están rodeados de aduladores, como los que rodean a Putin, que no les dicen que es mejor que no hablen, porque sube el pan.

Luego hay otros que deben de tener un departamento de marketing a su servicio realmente prodigioso. Vean por ejemplo, el caso de Fernando Alonso. Cada día aparece una información sobre él en los titulares del Marca e incluso en los diarios generalistas: Se espera al mejor Alonso en la carrera de mañana. Y, a toro pasado: otra hazaña prodigiosa de Fernando Alonso. Pero, cuando uno entra en la noticia, descubre que la hazaña consiste en que ha llegado el quinto, en vez del octavo como suele suceder, cuando no se ha dado un piñazo y se ha tenido que retirar. ¿Quién es este señor? Pues resulta que uno que ganó dos campeonatos mundiales, cuando tenía 24 y 25 años. Desde entonces no ha empatado con nadie, como suele decirse. Y ahora tiene más de 40 y no suele llegar por delante del octavo puesto. Pero todo el mundo habla de él. Otro tema surrealista. Y que conste que no le tengo especial manía. Y que reconozco que, de Formula 1, no entiendo una patata.

Ayer lunes hice algunos recados dispersos por la mañana, tuve mi clase de yoga y me zampé unas albóndigas del Ricla. Por la tarde pude escribir un rato, pero luego tenía una cita con una amiga para picar algo juntos y acercarnos a la sala Galileo Galilei a ver otro concierto de Navidad, el que daba el Coro Lavapiés, una agrupación bastante atípica, dirigida por el argentino Osvaldo Ciccioli, a quien todos llaman Chicho, y con componentes de todas las nacionalidades imaginables, que viven en el entorno del barrio. Este Chicho, igual que Henry Guitar, desarrolla una labor admirable para movilizar la cultura de los barrios. El coro canta canciones de Violeta Parra, los Beatles, Manu Chao o Fito Páez, lo que da idea de su carácter transversal. El concierto empezó a las nueve y media y terminó después de las once. A mí me había invitado una de mis amigas colombianas, que canta en el coro desde hace tres meses, de modo que volvimos a reunirnos varios de los que habíamos jugado al cañejo hace unas semanas. Y después, nueva caminata por la noche de Madrid para volver a casa.

Esta mañana he madrugado para terminar este post, que publico después de mi clase de inglés y antes de un nuevo sarao que ya les cuento en el siguiente post. Cierto que el tema del Parlamento y el Constitucional es grave, pero no por ello debemos olvidar que el régimen de los ayatollahs encabezado por el sujeto que le da la manita a Putin, ha ahorcado ya a dos de los manifestantes que reclamaban libertad para las mujeres del país, ambos de 23 años, estudiante uno y empleado de una cafetería el otro. Este último fue mostrado a todo el pueblo colgando de una grúa. Además tiene pendientes de ahorcar a otros varios, entre ellos el futbolista Amir Nasr-Azadani de 26 años, tema del que la FIFA no ha dicho nada durante el Mundial. También ha encarcelado a una de sus actrices más famosas Taraneh Alidoosti, protagonista de uno de los últimos Oscar a la mejor película extranjera, por publicar en sus redes la imagen que ven abajo.

Y, entre los detenidos, hay dos españoles: un aventurero de Guadalajara, que salió a pie de  su ciudad, con la pretensión de llegar a Qatar para ver a nuestra selección en el Mundial y tuvo la mala idea de visitar la tumba de la joven kurda asesinada por la Policía de la Moral por llevar el velo torcido. El mismo delito que se le achaca a una paisana mía de La Coruña, ecologista y feminista, que dejó su zona de confort para viajar por el mundo. Entiendo que no se hable demasiado de estos dos casos para no estorbar los esfuerzos por liberarles que seguramente están haciendo desde el Ministerio de Asuntos Exteriores. Pero este es un blog zombie, con no más de 40 seguidores, y no creo que esta reseña les perjudique. Señores: este sí es un tema serio. Sean buenos y aprovechen para pasar unas buenas fiestas mientras se pueda.

2 comentarios:

  1. Un montón de temas interesantes. Agradezco sus explicaciones arquitectónicas sobre el "huevo cascado" (así lo he llamado yo siempre). Es un elemento que me causaba una cierta desazón visual, pero no sabía por qué (yo no soy arquitecta). Muy interesantes sus actividades culturales por los barrios. Y totalmente de acuerdo en cuanto a Iker Casillas, es como un huevo duro sin sal, por seguir con las analogías ovoideas.

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    1. Pues muchas gracias por seguir mi blog y por sus valoraciones, quien quiera usted que sea.Y Feliz Navidad.

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