jueves, 8 de diciembre de 2022

1.191. A shitty weather

En fin, este año, las Navidades me van a pillar casi de sorpresa, como le pasaba siempre a mi madre, que todos los años decía lo mismo: pero si ya está ahí la Navidad, esto es imparable, dentro de nada otra vez el verano. En mi caso, la cosa se debe al proverbial sinvivir que les vengo contando desde hace bastante tiempo y que amenaza con convertirse en crónico. Basta que les diga que mañana tempranito me voy en un tren a La Coruña, por algo que no les puedo contar por anticipado y que ya se relatará cuando corresponda. Y que tengo planeado regresar a Madrid el domingo por la noche. Pero creo que lo mejor es que empiece por seguirles contando el citado sinvivir, para que comprendan ustedes por qué estoy tan ocupado como para casi no haberme enterado de que ya tenemos aquí encima la Navidad.

El domingo pasado, como les conté, empecé el día corriendo 50 minutos en círculos dentro de mi casa y luego básicamente me dediqué a descansar y a escribir mi post anterior. Por la noche, tenía el concierto de Samantha Fish en streaming a las cinco de la mañana, para el que no me pensaba levantar, salvo que me encontrara desvelado y me conectara. Así que no puse el despertador ni nada. En un momento dado, me encontré con los ojos como platos en mitad de la noche, como me viene pasando cada día. Miré el reloj y eran las 6.15. Aprovechando este desvelo, me acerqué al ordenador, para ver si todavía pillaba el final del concierto. Y me encontré un montón de correos sucesivos de la compañía emisora TV Mandolin. Me avisaban reiteradamente que la hora de inicio había cambiado por problemas técnicos y que el concierto empezaría a las 6.30. Me conecté y efectivamente, faltaban diez minutos para el inicio.

Así que me preparé para ver a Sam en directo. Conecté el cable HDMI para verlo por la tele. Me hice con un par de mantas, porque en mi casa se han tomado al pie de la letra la recomendación de la Unión Europea de ahorrar energía y están racionando la calefacción como nunca. Pensé en qué tomarme. A cualquier otra hora me hubiera pillado unas birras, pero yo no bebo de madrugada, así que me pillé un par de mandarinas y una botella de agua fresca de la nevera y me dispuse a ver el concierto. Les diré ya que mi primera impresión del vídeo que les puse el otro día era certera: Jess Dayton es un tipo que domina el escenario, la mayor parte del repertorio es suya, y toca con su batería y su teclista, que son muy buenos. Sam aporta sólo al bajo Ron Johnson, inserta sus solos maravillosos siempre que puede y logra incluir apenas tres canciones de su repertorio anterior, en un concierto de más de dos horas, además de algunas otras que tienen todas las trazas de ser composiciones nuevas suyas.

El resultado es muy diferente del de los tres conciertos suyos que he visto en directo este año. Es más acelerado, más ácido, más canalla y, cómo decirlo de otra forma, más masculino. Esto es rock de garaje, música directa, artesanal, visceral, tocada de manera frenética y sin contemplaciones. Así en un primer contacto, eso fue lo que me pareció. Quedé pendiente de ver el concierto una segunda vez, más tranquilamente y a horas más cristianas, y me fui a dormir otra vez, hasta las once de la mañana (estas son las ventajas de estar jubilado, que puedes adaptar tus horarios a cualquier cosa). Me levanté, desayuné menos de lo habitual porque era ya muy tarde y tenía yoga a las dos en punto. A la hora habitual, eché a andar bajo la lluvia persistente de todos estos días, hice mi rutina completa de yoga y me obsequié con unas judías pintas en el Ricla tan ricas como de costumbre.

Descansé lo que pude. Porque a pesar de ser lunes tenía un nuevo sarao nocturno insertable ya en las celebraciones prenavideñas que empiezan a menudear. A las 20.30, estaba citado en un domicilio del barrio de Carabanchel para una cena con mi grupo de amigos y amigas colombianas, en el que los madrileños somos minoría. Cenamos estupendamente y tuvimos una sobremesa larga en la que nos lo pasamos muy bien, porque jugamos a una serie de juegos muy divertidos. Empezamos porque cada uno contase de sí mismo tres cosas insólitas, de modo que los presentes averiguaran cuál de las tres era mentira y cuales las dos verdaderas. Cuando me tocó, conté que había ganado un premio de novela corta por el que me habían dado 6.000€, que corrí un maratón en Cuba a 30 grados y llegué a la meta y que cuando estudiaba tuve una novia de la Escuela con padre policía, con la que vivía en una buhardilla y que un día se presentó su padre, pistola en mano y, mientras mi chica lo contenía, me tuve que escaquear por los tejados para que no me disparara. Todo el mundo pensó que la mentira era la del premio literario. Pero la mentira era la última, como supongo habrán acertado ustedes, que lo saben todo sobre mí.

Después jugamos al cañejo, un juego creo que bogotano, sobre el que no he encontrado ninguna información en Internet. Estábamos advertidos en la convocatoria de la cena de que debíamos llevar un objeto de casa del que quisiéramos deshacernos, envuelto como regalo. Y cumplimos los doce comensales. Después se reparten papelitos doblados con números del uno al doce. El que tiene el uno, empieza eligiendo uno de los regalos y ha de abrirlo y mostrarlo a los demás. El dos hace lo mismo, pero ya puede cambiarle su regalo al que lo ha abierto antes. Así todos los demás, que se van descartando de las cosas menos interesantes, por el sistema de cambiárselas a los anteriores. Luego se escogen otros doce papelitos con mensajes como: todos los regalos rotan un puesto a la izquierda, o dos a la derecha.

Al final, es posible mercadear con lo que te toca finalmente, pero por en medio ya se ha visto qué regalos le han hecho más ilusión a cada uno y cuánto se han disgustado al perderlos. Con lo que, más o menos, la mayoría se queda con lo que más le ha gustado. Yo traje unas zapatillas de correr de chica, apenas estrenadas, que alguna amiga se dejó en mi casa hace muchos años y nunca ha reclamado. La verdad es que hace mucho que no viene a visitarme ninguna chica que luego se deje en casa parte de su ropa. He pensado si sería alguna a la que yo intentara enseñar a correr, pero no me acuerdo. O tal vez alguna amiga de mis hijos, pero tampoco han sabido nunca de quién eran. Pues esas zapatillas se las acabó quedando una chica que es corredora y se las probó cuando pasaron por sus manos comprobando que le quedaban de cine. Era obvio que el bigardo de 1,80 que se había quedado con ellas, no tenía ningún interés en unas zapatillas de correr del 38.

Lo mismo me pasó a mí. Todo el mundo vio claro que lo que más ilusión me había hecho era un spray para echar aceite a las comidas o las tostadas. No supe por qué su dueño se quería deshacer de él, pero en los trueques post-juego me hice con él y tan contento. Eso sí, hay cosas tan cutres que no las quiere nadie y alguien ha de quedarse con ellas. Para mí, la peor, una lamparita figurando hierro forjado, con cuentas de espejitos balanceándose, para poner una vela y que encima había perdido algunos de los espejitos. La chica que la trajo dijo que se la habían regalado, que la había intentado usar pero que, cuando empezaron a caérsele los espejitos decidió reservarla para el siguiente cañejo. Cerca de la una y media nos despedimos y yo cogí el Metro de vuelta por la Línea 5, con la intención de cambiar en Gran Vía hasta Atocha. Pero el Metro tardó un poco, yo vi que no iba a poder hacer ese cambio y opté por bajarme en La Latina para regresar desde allí andando. Ya no llovía, pero había una niebla espesa y los trasnochadores de lunes eran básicamente gente joven con unos pedos bastante marcados. Pero llegué bien a casa.

El martes tuve la clase de inglés con Ed, que nos hablaba desde cerca de Lyon. Le pregunté qué tal era el tiempo por esa zona y me respondió que tenían a shitty weather. Un tiempo de mierda. Exactamente igual que en Madrid, donde lleva como tres semanas sin parar de llover y con un frío de pelotas. Tras la clase, saqué un filete del congelador para la comida de mediodía y me pasé el resto de la mañana descansando para conjurar la resaca de nuevo. Además, era festivo y por mi barrio los festivos es mejor pasarlos encerrado en casa, a salvo de las hordas de turistas. Y por la tarde sesión doble de fútbol. Primero España y luego el Dépor.

Supongo que ya saben que perdieron ambos. Esto del fútbol es para sufrir. Y además, el fútbol, con todos los matices que quieran, es una ciencia. Y está demostrado que, jugando de esa manera, lo normal es perder. El maldito tiki-taka que inventó Guardiola, consistente en darse miles de pases en horizontal, sin arriesgar, para esperar a ver si sucede un milagro, no sirve para nada. Pero así juegan España y el Dépor. A Luis Enrique lo han echado apenas dos días después del fiasco y ya han tardado. En el ínterin, los memes han sido demoledores. El más fino se lo pongo aquí abajo. En realidad, toda España estaba esperando que pasara lo que sucedió, para que echaran a Luis Enrique, cuyo padre es Amunike, como sentenciaron hace mucho en el Bernabeu. Y, si ya me interesaba poco este mundial, con España eliminada, menos.

El miércoles era ya día lectivo y la resaca se me había evaporado totalmente. Así que, después de desayunar me puse de nuevo el concierto de Sam, para verlo antes de que pasaran las 48 horas en que podía hacerlo. En este segundo visionado ya se me suavizó un poco la opinión. Sam parece estárselo pasando bien, hay más sinergias entre los dos gallos del corral de las que percibí yo el primer día y la verdad es que el resultado es vistoso. Diferente de todo lo que ha hecho Sam hasta ahora, pero ya saben que esta mujer es imprevisible. En el chat que se podía ver en el lado derecho de la pantalla, varios oyentes habían hecho votos por el regreso del teclista Matt Wade y sobre todo de la baterista Sarah Tomek. Esta ha publicado en red que está de vacaciones y que las necesitaba. La presión que les mete Sam a sus músicos es difícil de sobrellevar. Sobre una foto en la que se la ve disfrutando con su marido en New York, Sarah ha titulado: El poder de la pausa. Yo también confío en que vuelva: una pausa es un descanso entre dos períodos de actividad.

Por cierto, desde la primera vez que escuché la canción Brand New Cadillac, del vídeo de Sam que les puse y tema con el que abrió el concierto en LA, tenía yo como la intuición de que la conocía, pero sonaba en mi mente en castellano y su melodía y su letra me retrotraían casi hasta la infancia. Al final lo he encontrado. Es un tema muy antiguo del rock de garaje. Tan antiguo que, en 1966, se publicó una versión en español a cargo del grupo barcelonés Los Gatos Negros, contemporáneo de los Sirex, Los Salvajes, los Lone Star y toda la generación rockera que surgió en una Barcelona cosmopolita antes de que la asfixiara la mierda del nacionalismo. He buscado por la red hasta que la he encontrado. Y aquí la tienen. A alguno de mis seguidores más veteranos supongo que les sonará también.

Quince añitos tenía yo cuando escuchaba este tema. Bien, tras el concierto de Sam, me vestí y salí a hacer una serie de recados. En primer lugar, pagar en el banco unos impuestos que nos ha reclamado la Xunta del año pasado a todos los hermanos. Lo había intentado pagar en el BBVA, pero era imposible. Me dijeron que eso había que hacerlo en la Comunidad Gallega. Y había reservado el lunes próximo, para hacer esa gestión y la de los demás parientes implicados antes de coger el tren de vuelta. Pero a media mañana, me llamó mi sobrina Eva. Ella lo había conseguido pagar en La Caixa, con una simple tarjeta de otro banco. Así que me acerqué a la Caixa de Antón Martín y lo pude pagar yo también. Sólo me quedaba explicárselo a mi hermano Antonio que faltaba por pagar. Pero yo tenía otra serie de cosas que hacer esa mañana, como acercarme al Corte Inglés a comprar unas cuantas cosas que necesitaba y luego a La Central a hacerme con un par de libros relacionados con el sarao secreto de este próximo fin de semana.  

Por cierto, mira que es cutre el BBVA, en el que no se puede hacer una gestión sencilla que se hace en cinco minutos en otro banco cualquiera. Pero bajando hacia mi casa se me cruzó una idea. Yo iba a La Coruña para un asunto de sábado y domingo. Me había cogido el tren de vuelta en lunes precisamente para hacer esa gestión bancaria, que ahora ya no tenía que hacer. Por volver el lunes, me veía obligado a hacer mi sesión de yoga on line, desde La Coruña y encima me perdía el concierto de la pianista Yuja Wang en el Auditorio Nacional. Me había interesado por esta pianista excelsa hace tiempo y desde mi vuelta por las Europas, cada vez que abría el ordenador, me salían a los lados las fotos de esta mujer, anunciando su concierto en Madrid. Ya saben que es una de las musas de este blog con Samantha Fish, Athenea del Castillo y otras. Vean qué mujer más guapa es.

Así que subí a casa y cambié el billete de vuelta para el domingo, por lo que tuve que pagar un suplemento. Luego cambié el yoga de on line a presencial. Y me saqué mi entrada para ver a Yuja Wang. Después de comer, descansé un rato y llamé a mi hermano Antonio para decirle que ya hemos pagado todos los demás, pero que no se preocupe, porque yo le explico cómo hacerlo. Me contestó que hoy jueves y festivo iban a hacer caldo gallego en su casa, para lo que habían encontrado unos grelos espectaculares. Que me invitaba a comer para que le explicara cómo tenía que hacer la gestión bancaria pendiente y pasar un rato juntos. Tras eso me fui a la clase de guitarra con Henry Guitar.

Hoy he vuelto a tener clase de inglés, he bajado a comprar un par de botellas de Rioja Crianza y me he ido con ellas en el autobús a casa de mi hermano. El caldo gallego estaba espectacular, son los sabores de mi infancia y he pasado una sobremesa maravillosa. Luego me he venido a casa a escribir este post y prepararme el equipaje para mañana. Pero a las 9 de la noche empezaba un partido del Real Madrid femenino y yo tenía que ver a Athenea, así que he tenido que interrumpir la escritura un rato. Después del partido, ya sólo me queda despedirme. Les contaré en qué consiste mi visita relámpago a la Coruña. Por cierto, suelo ver los partidos del Dépor en gallego, casi más por escuchar el propio idioma gallego que por ver el juego del Dépor, que es tan penoso como el de España en estos últimos tiempos. Aquí también les pido que vean otro meme al respecto.

La retransmisión en gallego tiene hallazgos cojonudos, como el córner, que se llama saque de curruncho, un regate, que es un caneo, o cuando se quejan de que la camiseta del otro equipo es muy rechamante. Pero a la vez he comprobado que galleguizan los nombres. Por ejemplo, el Real Madrid Castilla lo llaman todo el rato Real Madrid Castela. O el Guadalajara lo llaman Guadalaxara. Me parece muy bien: están hablando en gallego. Pero, si eso vale, yo no tengo que decir más Ourense, Lleida o Girona, cuando hable en castellano. Así que ya lo saben: a partir de ahora, esas ciudades volveré a designarlas como Orense, Lérida y Gerona. Faltaría más. Ya llamaba La Coruña a A Coruña, porque siempre la he llamado así, desde pequeñito. Pero ahora me reafirmo en ello, como una seña más de antinacionalismo. Ahí queda eso. Pero ustedes sean buenos y no se metan en estos jardines. A mí es que me va la marcha.

2 comentarios:

  1. Yo nunca he llamado London, al Londres de toda la vida y así todo y no por eso soy menos defensor de que se perpetúe el gallego.

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    1. Yo tampoco, aunque a veces hablo de New York, New Orleans y otras. Básicamente el lenguaje es un instrumento para entenderse, o así lo entiendo yo. No para marcar unas señas de identidad excluyentes. En ese sentido, lo mejor es dejarse llevar por la naturalidad. Yo no le veo a usted diciendo Francoforte del Meno, por ejemplo.

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