sábado, 13 de agosto de 2022

1.158. La maldición de los porteros suplentes

Este es un título con trampa para esos seguidores del blog (sobre todo mujeres) que, en cuanto intuyen que la cosa va de fútbol, ya no siguen leyendo. A mí es una actitud que me da cierta rabia, pero no puedo hacer nada, salvo reírme de las susodichas, como hago con este título trampa. Porque en realidad de lo que voy a hablar es de las desgracias que les suceden a los porteros que sustituyen al titular que vigila el portal de mi casa durante todo el año, pero que, en cumplimiento de su contrato, en agosto se va a la playa, o eso dice al menos (no me extrañaría que se vaya aquí a Rivas Vaciamadrid, como el protagonista de Los Mares del Sur, de Vázquez Montalbán, que decía que se iba a una isla del Pacífico, cuando en realidad estaba en un barrio del extrarradio de Barcelona, pasando calor como todo hijo de vecino).

Aunque, bien pensado, voy a hablar un poquito de fútbol, para joder. Porque ayer empezó la Liga en España y una semana antes lo hizo en otros varios países con ligas importantes: Inglaterra, Alemania, Francia y Portugal. ¿Y a qué se debe este madrugón, en el verano más caluroso de la historia, cuando estas ligas no suelen empezar hasta bien entrado septiembre? No me digan que no lo saben. Ya entiendo. Sí que lo saben, pero les gusta que se lo cuente yo para regalarse los oídos, como esos niños pequeños que te insisten en que les cuentes otra vez el cuento que se saben de memoria. Pues vamos allá. Todas las ligas se adelantan porque este año toca Mundial. El Mundial se suele celebrar en verano, al terminar las ligas. Pero este año, resulta que el Mundial se celebra en Qatar. Porque el Mundial, al final, es un súper negocio y en la puja por la adjudicación los que más pusieron sobre la mesa fueron los señores emires de Qatar.

Esto es algo muy vergonzoso, en mi opinión. Qatar no tiene la menor tradición futbolística, ni tenía hasta ahora infraestructuras para organizar algo así. Desde la adjudicación hace unos diez años, se han puesto a trabajar como locos para construir ocho estadios, siete totalmente nuevos y el otro remodelando un viejo campo de futbol para disimular. Para la construcción de esos modernos coliseos se ha empleado a población migrante de la India, Pakistán, Bangla Desh, Nepal y Sri Lanka, a los que han tenido currando en condiciones de semiesclavitud, con el calor que se imaginan, turnos extenuantes y hacinados (o, más bien, estabulados) en alojamientos infames. Se han documentado 6.500 trabajadores muertos durante las obras, pero se cree que han sido muchos más. Por no hablar de la situación de los derechos humanos en el país, más presentable que la de Arabia Saudí, pero que determina la tutela del varón sobre la mujer en muchos aspectos cotidianos. Algo que le importa un rábano a la FIFA, que sólo piensa en hacer caja.

Este despropósito es una muestra de lo injusto y desigual que es este mundo en el que vivimos y de lo absurdo de muchas de sus características. Es que estos estadios se van a usar quince días y después se quedarán abandonados, porque no hay posibilidad de organizar una liga en un país de 2,8 millones de habitantes, que justifique la existencia de ocho enormes estadios con aire acondicionado y los últimos adelantos en el terreno de la sostenibilidad ambiental de los edificios. No hace falta que les detalle lo que se podría haber hecho con esa inversión, para paliar el hambre en África, por ejemplo. Pero es que, ya desde el punto de vista exclusivamente deportivo, resulta que celebrar un Mundial en Qatar en verano es inviable, por las temperaturas de más de 40 grados. De eso se dieron cuenta después de haberles adjudicado el campeonato. Pues no pasa nada: se hace en otoño, se paralizan todas las ligas importantes durante tres semanas y santas pascuas.

Vivimos en un mundo absurdo en el que no es de extrañar que el Hijo de Putin se dedique a agredir a sus vecinos y que sucedan cosas terribles como el apuñalamiento de Salman Rushdie. Pero, sin perder de vista ese sindiós, a veces, no viene mal hablar un poco de fútbol, ¿verdad, queridas seguidoras? Para compensarlas por ello, voy a hacer referencia a una conmemoración que se me ha pasado reseñar en el blog. Estoy yo tan ensimismado con mi encuentro con Samantha Fish, que suceden cosas por ahí por el mundo de las que no me entero. Por eso no he dicho nada de lo que se celebra todos los años el 8 de agosto: el Día Mundial del Orgasmo Femenino. Importante evento que han relegado a una fecha como esta, en plenas vacaciones, porque hay tantas cosas que conmemorar que ya empiezan a no quedar fechas libres. Les pongo el cartel que anunciaba el evento, para que vean que no me lo he inventado.

Bueno, sentado esto, vayamos al grano, de acuerdo con el título. El tema se me suscitó hace justo una semana. Como cada sábado, salí a correr temprano para aprovechar las únicas horas un poquito frescas. Hice mi recorrido, volví a casa, desayuné bien y me dispuse a ducharme. El agua estaba helada. Es una demostración palmaria de las leyes de Murphy. El portero suplente se va el viernes después de recoger la basura y ya no vuelve hasta el lunes. Si las calderas tienen que fallar un día a mala leche, ese día no puede ser otro que el sábado por la mañana. Resignado a vivir sin agua caliente dos días, me duché con agua fría, lo que en estas fechas tampoco es ningún drama. Después de hacer 6,5 kms. por el Retiro yo necesito ducharme, con el agua a la temperatura que sea.

Recordé entonces que, el año pasado, por estas fechas se produjo el episodio que conté en el blog. En la situación de portal vigilado por el suplente de agosto, me dejé las llaves dentro de casa y tuve que bajar desde la azotea por la pared, como Spiderman, hecho que para mí supuso un subidón en la autoestima pero que, para mí sorpresa, suscitó un montón de críticas entre mis seguidores, que me dijeron que estaba loco y que p’haberme matao y demás tópicos. Yo sigo pensando que si hago running dos veces por semana y yoga otros dos, de algo me tiene que servir, pero no insistiré en este tema. El caso es que, tirando del hilo, he recordado que a los sucesivos porteros de agosto de esta finca, les han pasado invariablemente unas faenas que ya no son casualidad, sino que son tendencia.

Cuando yo vivía aquí con mi familia y mis hijos eran pequeños, la suplencia de agosto corría a cargo siempre de la misma persona. Se llamaba Alfonso, era mayor y, al parecer se trataba de un guardia civil retirado, algo que ahora sería inviable, porque era pequeño y poquita cosa; en estos tiempos no creo que pasara las pruebas físicas. Pequeñito, sí pero con nervio y arrestos de sobra para enfrentar cualquier situación que se suscitara. Alfonso era calvo como una bola, con bigotito del régimen virando a entrecano y mirada torva de inquisidor permanente. Como se aburría en el puesto de portero, que consta de una silla y un mostrador, gustaba de salir a la puerta, dejarla entreabierta y, desde allí vigilar a la gente que pululaba por la calle, chavales que se reunían más abajo para hacerse unos canutos, yonquis y vendedores callejeros que guardaban el género bajo las trampillas de los diferentes registros de la calle.

Volvía yo del trabajo y allí me lo encontraba, asomando su ojo sesgado por la rendija de la puerta. Qué tal Alfonso, ¿Cómo ha ido el día? Pues aquí me tiene, ojo avizor, que en este barrio hay gente muy mala y yo tengo que mantener la finca a salvo de malhechores y vagabundos. Bien, pues a este provecto caballero, cada año le pasaba alguna faena bastante tremenda, demostración de la maldición a la que alude el título. Un año, el tema tuvo que ver conmigo. Acabábamos de instalar un sistema de aire acondicionado, hartos de pasar calor en verano, cuando nos fuimos a pasar casi un mes a las playas de Cádiz. El sistema constaba de un aparato interior y una unidad exterior enorme y muy pesada que los instaladores sujetaron a la fachada del edificio, en una zona en que mi terraza se adelgaza hasta convertirse en un estrecho corredor exterior, que yo uso de trastero.

Nos fuimos tranquilos a la playa y volvimos morenos tres semanas después. En la puerta le pregunté a Alfonso qué tal había ido todo. Se echó una mano a la calva con gesto de desolación y proclamó: Calle usted, calle usted, don Emilio, que en mi vida he pasado tanto miedo y tanta tensión, creí que me daba algo. Poco a poco conseguí que hilara sus expresiones plañideras y pude reconstruir el relato de lo que había sucedido. Los cabrones que me instalaron el aire acondicionado, estaban tan cualificados para ello como podría estarlo yo. Por cierto, estas cosas no pasan en Alemania, donde uno no puede ejercer un oficio si no cuenta con la correspondiente certificación académica de FP. Pero España es el reino de la chapuza.

Resulta que esos cabrones (a los que luego intenté localizar para denunciarlos y no conseguí dar con ellos, eran una empresa fantasma), esos cabrones, digo, sujetaron la pesadísima unidad exterior al muro de la casa con cuatro tacos de plástico. Con las variaciones térmicas del verano, los tacos cedieron, el mamotreto se desprendió completamente de la pared y se quedó sujeto por los conductos del agua y el gas, apoyado sobre el murete de cierre de la terraza, asomando más o menos la mitad del aparato sobre el vacío de la calle. Alguien lo vio desde abajo y avisó a Alfonso, que salió a verlo, junto con otros viandantes ya atrapados por la curiosidad. El pobre hombre estaba aterrorizado, pero no tenía llave de la casa. Entonces decidieron acertadamente llamar a los bomberos.

La actuación de los bomberos fue impecable. Llegaron, lograron abrir la casa con unas ganzúas y empezaron por asegurar el aparato con unas correas de cuero. A continuación buscaron por todos los armarios de la casa hasta dar con el manual de instrucciones del aparato. Siguiendo estas instrucciones lo desmontaron con todo cuidado y lo dejaron encima de la mesa de la cocina, con todos los tornillos y elementos auxiliares clasificados a un ladito. Unos meses después me enviaron una factura, porque el servicio de bomberos no es gratuito. Ascendía a poco más de 12.000 pesetas y creo que nunca he pagado un servicio tan gustosamente. Pero no es esta la única faena que le pasó al bueno de Alfonso.

Otro año hubo un susto a cuenta de la señora que vivía sola compartiendo descansillo conmigo y que incubaba ya una demencia galopante, aunque no era muy mayor. Esta señora estaba convencida de que le habían instalado micrófonos en los radiadores de la calefacción para tenerla vigilada. Y, cuando se desvelaba a eso de las cuatro de la mañana, se ponía a hablarles a voces a esos escuchas camuflados imaginarios, despertando con sus gritos a todo el vecindario. Su discurso era más o menos así: O sea, que, ¿para esto hicimos una guerra? ¿Para que luego cuatro mangantes y cuatro aprovechados se hicieran con el poder y nos arrinconaran a los que luchamos de verdad contra los comunistas? A esta señora venían a verla de vez en cuando sus hijos y la sacaban por ahí a dar una vuelta o a comer fuera.

Una vez, en pleno agosto, que es cuando pasan todas las faenas, comiendo en un restaurante cercano, la señora se puso como una hidra contra sus hijos, les increpó a voz en grito, proclamó que un día se iba a suicidar porque no los soportaba, se levantó y se fue. Los chicos acabaron de comer, pagaron y caminaron hasta su casa, dando por hecho que su madre había ido allí a encerrarse. Llamaron pero nadie les respondió. No se oía ningún ruido. Llamaron a Alfonso, que no podía hacer nada porque no tenía llave. Por la mente de todos pasó como una ráfaga la imagen de la señora tendida en el suelo después de haberse tomado una sobredosis de pastillas de las suyas.

Llamaron pues a la policía que llegó con la parafernalia acostumbrada, enfermeros, psicólogos, etc. Y un cerrajero en jefe, que intentó por todos los medios abrir la puerta sin conseguirlo. Procedió entonces a cortar con una pequeña sierra un círculo alrededor de la cerradura que no había conseguido abrir. Cuando se disponían a abrir la puerta descerrajada, escucharon unos pasos de alguien que subía por la escalera. La señora venía tan tranquila, simplemente se había ido a dar un paseo para despejarse después de la discusión y, con toda la calma del mundo, apartó a los hijos, enfermeros y maderos que atestaban el descansillo para entrar a su casa, momento en que descubrió su cerradura arruinada. Esta señora está ahora en una residencia.

Una tercera faena, le pasó a Alfonso con otra vecina que también amagaba con un Alzheimer imparable. Ese año, la señora montó un pollo tamaño king size, cuando echó en falta dos billetes de cinco mil pesetas que debían estar en su cartera y no estaban. Llamó directamente a la policía y acusó a Alfonso de habérselos quitado cuando había subido a por la basura el día anterior. Alfonso les dijo a los maderos que era un colega, pero no le mostraron especial consideración (cuando me lo contó, me dijo que estos eran policías de los de ahora, socialistas de mierda contratados por Felipe González). Le requisaron el carnet y le dijeron que no se fuera de allí de ninguna manera. Y, a media instrucción del caso, con los polis buscando pruebas aquí y allá y recogiendo huellas con un plumerito y un frasco de polvo de tiza, encontraron los dos billetes bien dobladitos entre la ropa colocada en una repisa. La señora los había puesto allí para que no se le perdieran y luego había olvidado el escondite.

Los de la pasma le pidieron disculpas a Alfonso, pero él estaba muy indignado y dijo que quería denunciar a la señora por falsa acusación de robo. Entonces el policía en jefe le puso una mano en el hombro y le dijo: Mire, compañero, nosotros ya estamos bastante ocupados persiguiendo delitos reales y graves, como para que nos haga usted perder el tiempo por esta tontería. Alfonso cedió, pero se quedó muy dolido, según me confesó (conmigo tenía mucha confianza, ya saben de mi especial querencia por todos los frikis). Lo que más le molestó de todo fue la actitud de condescendencia del policía que le puso la mano en el hombro. No he vuelto a saber nada del bueno de Alfonso, imagino que quizá se haya muerto. En cuanto a la señora, con motivo de este pollo, que no era el primero que montaba, la ingresaron también en una residencia especializada.

En mi segunda etapa en la casa, cuando ya me vine a vivir solo, el portero suplente no ha repetido ni una sola vez en quince años, todos han sido distintos, pero no han dejado de pasarles cosas extrañas. Recuerdo uno que tenía un cierto aire de intelectual. Tenía un pequeño transistor medio desarmado, con el que escuchaba música a bajo volumen. Mi generación, que es la de los boomers (así nos llama mi hijo Kike), es posterior a esto del transistor pequeñito medio desarmado, con el que se escuchaban cosas como el carrusel deportivo. Yo nunca he tenido un aparatejo como ese, más propio de los tiempos de la posguerra, el racionamiento y el estraperlo.

El portero titular tiene una serie de carteles para cuando se ausenta: estoy en la segunda escalera, estoy en las calderas, estoy recogiendo la basura, estoy en el médico, estoy en la droguería, vuelvo en diez minutos, etc. Los tiene todos encuadernados con un gusanillo que deja abierto por una u otra hoja, según corresponda. Este cuadernillo se lo deja a los suplentes para que lo usen cuando dejan solo el portal. Pues bien, nuestro filósofo del transistor estimó poco correcto el cartel de Estoy recogiendo la basura y se confeccionó uno propio que decía: Estoy recogiendo los desperdicios domiciliarios. Este señor tenía otra característica: gustaba de dejar la puerta de la calle abierta de par en par. Le dijimos que, con el personal que pulula por la calle, era mejor que la cerrase, pero nos explicó que él confiaba en la gente y quería sentir el pulso de la ciudad, que para él era un ente vivo.

En una muestra de justicia poética, o del llamado karma, un día entraron imagino que unos chavales, encantados de encontrar tantas facilidades y robaron lo único que se podían llevar: el transistor del intelectual. Se quedó bastante tocado en sus convicciones, aunque me confesó que él no iba a cambiar a su edad y que seguiría siendo confiado. Otro año vino un tipo muy chuleta y desagradable, de estos que te van perdonando la vida. Un día saqué la basura al descansillo, y no se la llevó; tuve que bajarla yo en zapatillas a las diez de la noche para que no apestara la escalera. Se lo dije al día siguiente y, con muy malos modos, me contestó que él había pasado a la hora convenida y allí no había basura ninguna y que seguramente era yo el que me había liado con el reloj. Cuando regresó el titular le conté la historia y dijo que no era el único vecino que se había quejado y que a este imbécil ya no lo iban a llamar más.

De aquí pasamos al del año pasado. Un latino fuerte, hermético y hierático del tipo armario, servicial y respetuoso incluso en exceso. Ya saben lo que me pasó con él, cómo le expliqué mi plan para acceder a casa desde la azotea común y le pregunté si lo veía posible. Y su respuesta para la historia: Ay, sí, sí, sí, yo creo que con la ayuda de Dios lo podemos lograr. A este hombre le di a final de mes 50 euros por su colaboración impagable y recuerden que, con la confianza que ya le daba conmigo esta aventura, me recomendó que, la próxima vez que me pasara algo así, por favor llamara a un cerrajero. Comparado con todos estos casos, el de este año, que se llama Kevin Gonzales, también latino, no está teniendo mucha mala suerte, tocaremos madera. El finde pasado nos dejó sin agua caliente, pero el lunes ya estaba el servicio restaurado.

En fin, después de estos últimos posts un poco más personales, no viene mal este ramillete de historietas para que les sirva de entretenimiento de sus ratos de playa o de montaña. Este es un blog en el que, básicamente, yo me dedico a observar a las personas y contar lo que veo, lo que pasa es que, de vez en cuando hay que dejar lugar a sentimientos y estados de ánimo más íntimos, para variar un poco y recuperar la atención de los lectores. Parece que viene ya un cambio de tiempo. Hoy se anuncian vientos fuertes y tormentas, pero manteniendo el calor. Mañana será cuando refresque. Esta mañana he corrido por el Retiro y al final la policía me ha instado a salir del parque por los vientos que se esperaban. Por vientos, vale, lo que no tiene sentido es que lo cierren por el calor.

En uno de estos últimos posts enumeraba yo las distintas desgracias que nos afligen y amenazan: la pandemia, la guerra de Ucrania, Taiwan, el cambio climático, la inflación, la desigualdad social, la viruela del mono. Me olvidé de incluir una más: el hecho de que el Dépor esté otro año más en tercera división. Un desastre. Esta tarde se juega el Teresa Herrera y espero verlo por la tele. La liga en esta categoría empieza más tarde porque no ha de interrumpirse por el Mundial. ¿Sera éste el año del ascenso a Segunda? Ojalá que sí. Sean buenos y disfruten del verano. 

2 comentarios:

  1. Creo que el año que viene me voy a llevar el ordenador conmigo de vacaciones. Esta serie de estupendos microrrelatos me hubiera venido muy bien en la playa. Me ha gustado sobre todo el del intelectual que retiraba los desperdicios domiciliarios. Es que casi se puede imaginar su cara. Y la señora que interrumpe el operativo de sacarla de su casa apareciendo desde atrás por la escalera.

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