lunes, 11 de julio de 2022

1.150. La catarsis I

De vuelta ya del Festival de Blues de Cazorla, llevo 24 horas descansando después de tres días de celebración gozosa de esta especie de regreso a la normalidad tras dos años y medio de neura por la pandemia, un regreso que no significa que la pandemia se haya terminado, sino que hemos conseguido ganarle la batalla del relato: se sigue contagiando la gente (80.000 diarios en Francia) pero ya nos la bufa, no nos asusta y volvemos a vivir nuestra vida de la forma más parecida posible a lo que teníamos antes de ese corte nefando en el devenir del mundo. Sabido es que nada se valora tanto como lo que se pierde y les pongo un ejemplo próximo. Cuando hube de hacer la preparación para mi colonoscopia, estuve tres días comiendo sólo proteínas: carne magra a la plancha, pescado blanco hervido o a la plancha, huevos, etcétera. Pues no se pueden imaginar cómo añoraba yo unas buenas lentejas, unas zanahorias rayaditas y aliñadas con sal, limón y aceite oliva extra, una fruta cualquiera.

Tras la prueba, los judiones de La Granja que me calcé en el Ricla ese mismo día me supieron ciertamente a gloria bendita, como ya les conté. Y algo similar es lo que he sentido estos días en Cazorla. El jodido virus nos ha sometido a una especie de colonoscopia colectiva y regresar de esa pesadilla ha sido una verdadera catarsis, como lo que ha de sentirse tras escapar del mismo infierno. Durante tres días, mi amigo Henry Guitar y yo nos hemos liberado de toda la mierda mental de estos años, nos hemos sumergido en la masa de los fans del blues, hemos estado en primera fila viendo a Samantha Fish y los demás, hemos olido los sudores y soportado los pisotones y los codazos de los colegas con una sonrisa de oreja a oreja porque al tipo que te acaba de pisar y que se dispone a disculparse le cortas con una coletilla universal: no pasa nada tío, todo es blues.

Es hora ya que les diga que la organización del festival es exquisita, no hay un solo fallo, la seguridad, el control, la coordinación de los diferentes artistas, el horario cumplido con puntualidad suiza o la misma conformación del programa con artistas de mucho caché y vidas complicadas todo el día en la carretera, es algo muy meritorio. Un diez para la organización. Cazorla es un pueblo pequeño y montar en él semejante lío requiere mucho trabajo y buena cabeza. Este festival lleva cerca de 20 años organizándose cada verano y no me extraña que se le considere uno de los mejores festivales de blues de Europa. Pero vayamos con el relato.

El jueves salí con el coche sin mucho apuro de madrugar, después de asearme y desayunar sin prisas. Recogí a Henry en Palomeras y salimos por la A4 en dirección a Andalucía. Hicimos una parada intermedia para cargar gasolina, comer algo ligero y estirar las piernas y llegamos al hotel Al Andalus, en el pueblo de Peal de Becerro, ya en plena sierra de Cazorla, a unos 13 kilómetros del festival. Nos instalamos, pagamos ya las tres noches y nos tumbamos a descansar y leer un rato. El festival empezaba esa misma noche a las once y ya marcaba un ritmo para las dos noches siguientes: cuatro actuaciones con intervalos de hora y media: la primera a las 23.00, así como de calentamiento, la actuación estelar a las 00.30, la siguiente a las 2.00 y la última a las 3.30. Veníamos a terminar cerca de las 5.00 de la madrugada. Pero además, el viernes y el sábado había actuaciones de mañana y tarde con artistas más locales o de segundo orden en otros dos escenarios del pueblo.

Le preguntamos al tipo del hotel si era previsible que estuviera la Guardia Civil en un control antidoping en el camino de vuelta y nos dijo que el jueves seguramente no, el viernes a lo mejor y tal vez el sábado fuera el día peor. Nos arriesgamos y subimos con el coche. Dimos unas vueltas por el pueblo y encontramos aparcamiento en un callejón en cuesta pronunciada muy cerquita del escenario estelar, que era en la plaza de toros. Un sitio muy bueno, porque realmente el parking era un problema en el pueblo. Nos acercamos a la entrada del recinto, mostramos la entrada, leyeron el código QR y nos pusieron unas pulseritas plásticas universales, similares a las que te ponen cuando te ingresan en un hospital, con las que podíamos entrar ya en todos los lugares. Mi amigo Er Dani llegó con su mujer y nos fuimos tranquilamente a tomar unos finos y unas tapas de oreja y morro de cerdo exquisitas. Yo propuse un pescadito frito, pero Er Dani dijo que él no había venido de El Puerto a la sierra para tomar pescaditos. Tenía toda la razón. Aquí la foto que nos hicimos los cuatro para la posteridad.

Mis dos colegas enhebraron una conversación sobre guitarras eléctricas, amplificadores y demás devices en la que yo no les pude seguir mucho, así que de forma natural yo estuve hablando de temas más generales con la señora. Bajamos a la plaza, entramos en cuanto abrieron las puertas y nos colocamos en primera fila, para no perder el sitio de privilegio delante mismo de Sam y su grupo. Pillamos birras y nos dispusimos a ver la primera actuación. Los Amigos de Rory Gallagher son un grupo de cuatro aguerridos músicos veteranos, con pinta de cargadores del muelle de Manchester, que llevan ya muchos años conservando el legado del gran Rory, que se murió hace casi 20 años. Son potentes, tocan bien y dieron un concierto muy animoso, levantando el ánimo del personal que ya abarrotaba el coso taurino. Aquí unas imágenes, primero del escenario preparado y luego de los amigos de Rory. Y un pequeño clip de vídeo que les grabé yo mismo. Con el móvil, ha de ser cortito y sin demasiada calidad, ustedes sabrán entenderlo.



Sam venía a continuación y tengo que agradecerle que haya venido a Cazorla, porque eso me ha permitido disfrutar de su música y de la de todos los demás. Sus tres músicos estuvieron ayudando a conectar todos los aparatos y el teclista Matt Wade se ocupó de afinarle todas las guitarras. Terminado su trabajo fueron a buscar a la jefa y volvieron con ella, directos a empezar, como diciendo: al grano que no nos sobra el tiempo. Empezaron a toda pastilla, con un sonido y un volumen estupendos. La actuación de Sam fue apoteósica. Se vació como suele hacer, estuvo simpática, dijo algunas frases mínimas en español y se ganó al personal. Abajo les pongo algunas fotos y vídeos que tomé yo mismo, a un par de metros de la diva. Explicó que era un concierto muy especial para ella, porque no había venido a España desde hacía diez años y estaba emocionada de ver cómo se la quiere, que tenía la sensación de estar saldando una deuda y recuperando el tiempo perdido. Que además era su primer bolo fuera de los USA después de la pandemia. Tocó apenas una hora y veinte minutos y no dio ningún bis, porque había que cumplir con el programa y el siguiente grupo tenía que empezar puntual. Más fotos y vídeos de mi móvil, con la calidad esperable.



Me dicen que los conciertos de Cazorla los suele dar luego La 2 a lo largo del verano, así que estaré atento y les avisaré. A lo mejor enfocan al público y se nos ve en la primera fila. Después de esta especie de orgasmo músico-visual, nos pillamos otra cerveza y nos subimos a las gradas. Pero Sam nos había dejado anonadados. El siguiente artista era Popa Chubby, que es un guitarrista gordo y con aspecto de sufrir diabetes y otra serie de dolencias. Es neoyorkino del Bronx y tiene unos sesenta, pero está muy cascado. Y, la verdad, ver a este sujeto tocando sentado y haciendo versiones blues de temas estándar sin demasiada energía, pues fue una especie de bajón, después de la explosión samánthica. Er Dani y señora empezaron a dar cabezadas y anunciaron que se iban. Me cité con ellos para el 23 en Jerez de la Frontera. Y Henry y el Menda tampoco llegamos a ver ni el final del gordo y también desfilamos. Era la primera noche y no conocíamos de nada a los últimos, que debían empezar a las 3.30 y que respondían al certero nombre de los Lehman Brothers.

Dormimos bien, nos levantamos tarde y nos desayunamos unos cafés gigantes con una media tostada con tomate y jamón. En esta zona de Andalucía hay que tener cuidado con las medias y enteras raciones, porque son gigantes. Con media tostada entre los dos desayunamos fenomenal. Antes nos habíamos tomados sendos tés de ginseng rojo coreano en previsión de un día largo e intenso. Los traía yo en el equipaje expresamente para la ocasión. Conduje hasta Cazorla, aparqué en el mismo sitio y nos dispusimos a ver el pueblo y asistir a las actividades del festival. La plaza de Santa María estaba petada y había un ambientazo genial. Vean unas imágenes que ha colgado en su Facebook la organización.




Nos tomamos una cerveza en la plaza escuchando las actuaciones y nos fuimos a dar una vuelta larga por todo el pueblo. Después de visitar los rincones más pintorescos, recalamos finalmente en un mesón al que le habíamos echado el ojo. Volvieron a decirnos que de pescadito nada, que esto es la sierra, así que nos obsequiamos con unas habitas con jamón y unos filetitos de lomo que estaban buenísimos, con su picadita de ajo y perejil. Era un lugar en donde había más taurinos que bluesmen y la decoración era ad hoc. En un cartel, unas cuartetas que alguien le había escrito al lugar, de las que me quedé con una estrofa que les transcribo.

                 Aquí bebió El Cordobés
                            Jaime Ostos, los Girones
                            Y el Duque de Pinohermoso
                            Que era el rey de los rejones

Sí señor. Octosílabos de libro. Después de comer enfilamos al escenario de las tardes, en un parque de la zona alta del pueblo. Llegamos a la altura del escenario pero en la calle de abajo. Había unas escaleras en las que estaban unos chavales haciéndose unos canutos y le preguntamos a uno cómo se hacía para entrar al recinto. El chaval bajó la voz, nos miró de medio lado y preguntó a su vez: ¿pero así, sin pagar? Le aclaramos que no, que nosotros íbamos de legales y teníamos la pulsera. Entonces nos explicó que teníamos que ir hasta el fondo de la calle y subir luego por la cuesta siguiente. Y nos fuimos encantados de que este chaval nos considerara tan colegas como para pensar que nos queríamos colar, como estaban maquinando hacer él y sus amigos. En la cuesta había un mercadillo con puestos de artesanía y de toda clase de cosas. Hicimos amistad con el tipo de un puesto de camisas hawayanas, muy salao.

Nos contó que él tenía una tienda con su mujer en Córdoba y ese era su trabajo todo el año, pero no dejaba de venir a Cazorla cada mes de julio a montar el puesto, porque le encantaba el ambiente. Él estaba entre el puesto y los conciertos, dormía en la furgoneta y hacía amigos todo el rato. Y, guiñando un ojo, añadió: y si sale algún rollete, pues tampoco le vamos a decir que no. Entre risas le pregunté qué le diría en tal caso a su señora, a lo que me contestó: ¡Hombre! Esas cosas no se cantan. Lo que pasa en el Blues se queda en el Blues. Me cayó tan bien que le compré una camisa de seda que todavía no he estrenado. Echamos un vistazo al escenario, al que accedimos con nuestra pulsera y decidimos retirarnos a echar la siesta al hotel. Al anochecer, nos tomamos un café más en una terraza de Peal y cogimos el coche otra vez a nuestro callejón cerca de la plaza de toros.

Con la excepción de Samantha, el segundo día parecía ser el más lujoso, con Eric Gales como estrella. Pero el primer grupo, a mí me pareció extraordinario. Tommy Castro and the Painkillers, Tommy Castro y los Analgésicos, que es un nombre cojonudo. Tommy es un auténtico dandy de la guitarra, guapo, elegante, tranquilo y con un fraseo maravilloso. Tiene sin duda más de sesenta, es de San Francisco y nos aclaró que era la primera vez que venía a España y que él es de ascendencia portuguesa, que al fin y al cabo también es Iberia, así que estaba muy contento. Después de todo el día para arriba y para abajo, lo vimos sentados en la grada y nos encantó. Toca una Fender Mustang, un modelo bastante antiguo y su música tiene notables influencias country. Vean aquí algunas fotos. En la última aparece el bajo, de quien dijo que lleva 30 años tocando con él.




En fin, un yanqui elegante y tranquilo, gran músico, que sigue en la carretera y en plena forma artística y que nunca había tocado en España, lo que da idea de la potencia del Cazorleans. Y detrás venían nada menos que Eric Gales, Raimundo Amador y el Reverendo Shawn Ames. A Henry le había molado eso de ponerse en la primera fila, algo que dice que no había hecho nunca. Así que, una vez descansados, nos bajamos al albero abarrotado y nos las arreglamos para infiltrarnos hasta las primeras filas. Pero ya estoy alcanzando un tamaño crítico, incluso para la longitud habitual de mis posts, así que mejor dividiré esta crónica en al menos dos partes. Sean buenos, como de costumbre.

2 comentarios:

  1. Estupenda crónica, he esperado a leer las dos partes. Sin duda uno de los momentos álgidos del blog. A Samantha se la ve bastante rolliza, lo que no hace sino acrecentar su atractivo físico y se ve que está también en buena forma artística. Enhorabuena por los buenos ratos vividos.

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    1. Gracias, hombre, me alegro de que le haya gustado. El adjetivo "rolliza", me parece inadecuado, pero lo dejaré correr. Yo más bien diría "un poquito entrada en carnes". Saludos cordiales.

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