lunes, 25 de julio de 2022

1.154. En el séptimo cielo

Por favor no me pellizquen
Que no me quiero despertar

En fin, si después del festival de Cazorla se habló aquí de catarsis, se me va agotando ya el acervo de sustantivos metafóricos que yo pueda manejar en mi vocabulario. Pero lo de este fin de semana en Jerez de la Frontera va todavía más allá y apenas puedo conceptuarlo como nirvana, séptimo cielo o paraiso. Es un estado de elevación, de santidad, casi como levitar, en la conciencia precisa de estar viviendo un momento único, de esos que cambian las trayectorias y las vidas. Esperen y lo verán. Yo salí de mi casa el viernes y regresé el domingo, trayectos ambos de 615 kilómetros, a través del horno crematorio que es la península en estos días. ¿Merecía la pena darse esa doble panzada para pasar un día completo en Jerez? Pues ustedes mismos podrán juzgar. Sólo tienen que leer este post hasta el final, no es demasiado esfuerzo, ¿no?

1.- El camino a la gloria. El que algo quiere, algo le cuesta, dicen, y les puedo jurar que, con la que está cayendo y teniendo una casa cómoda con aire acondicionado en el centro de Madrid, hay que tener una convicción muy firme, una determinación inquebrantable, un valor y una seguridad a prueba de bomba, para meterse en un coche y disponerse a cruzar ese páramo casi africano en que el cambio climático está convirtiendo el sur de nuestro país, en dirección a un improbable hotel, por nombre Carlos V, en el centro de Jerez, un hotel desde el que me habían llamado ya tres veces pera preguntarme si iba a ir de verdad, como si les pareciera increíble que alguien desde tan lejos quisiera alojarse allí en el momento más despiadado de la canícula.

El caso es que el viernes me levanté cuando la luz dio en mi ventana, desayuné bien, me duché como cualquier otro día y bajé a la calle para hacer un par de gestiones previas: sacar 200€ del cajero automático de mi banco, para disponer de algo de suelto para el viaje, y pasarme por el fotocopiero del barrio para que me imprimiera la entrada del festival La Isla del Blues. Es hora ya de que les revele una cosa que no les he dicho antes. Este festival lleva muchos años celebrándose, en concreto, la de este año es la edición XXIII. Si les suman los dos años de suspensión por la pandemia, es fácil hacer la cuenta. El festival empezó celebrándose en San Fernando (de ahí lo de la isla del Blues) y hace años que hubo de mudarse a Jerez por problemas con los ayuntamientos, los permisos y todo lo que se imaginan.

El alma del festival es un tipo casi de mi edad, que se llama Jóse Peinado y que ha hecho casi una vocación del empeño de organizar un festival de blues anual en la tierra del flamenco y la soleá. Y, lo que no les he dicho hasta ahora: Jóse Peinado es amigo de mi amigo Dani, el fan número 1 de Samantha Fish en España, que vive en el Puerto de Santa María y controla bastante todo lo que tiene que ver con el mundillo de la música en su tierra. Esa conexión en dos tramos abría para mí una serie de posibilidades insospechadas, que no les he querido adelantar, por si luego se quedaban en nada, que ya saben que anunciar las cosas antes de tiempo trae mala sombra. Pero esto era algo que yo tenía muy presente a la hora de subirme en el coche, con mi nuevo y flamante espejo retrovisor y mi equipaje para tres días.

Hacía calor ya cuando salí de Atocha y el Maps me recomendó tomar la R-5 para evitarme el atasco de salida. El peaje me costó 3,55€ y salí a la A5 en un lugar bastante adelantado, pero con tráfico nutrido. Mi plan era hacer dos paradas para dividir el trayecto en tres tramos de unos 200 kms y unas 2 horas cada uno. Hice la primera parada pasado Navalmoral de la Mata, lugar de grato recuerdo para mí por haber sido finalista primero y ganador después del premio Encina de Plata de novela corta. Era un área de servicio atendida por unas seis o siete chicas bastante vistosas y un solo varón muy joven, al que todos los clientes del pueblo le vacilaban sobre lo bien que estaba, a lo que el aludido argüía que él era un cero a la izquierda en semejante gineceo. Allí me pedí una cerveza y un montado de beicon con queso, y luego un café solo. Y, cuando estaba pagando, me entró una nueva llamada del hotel Carlos V. Que cómo iba. Pues estoy de camino. En Navalmoral, tomándome un piscolabis. Y hagan ustedes el favor de no llamarme más, hombre. Que ya les he dicho que voy a estar allí esta noche y no tienen que preguntármelo más veces.

El tipo se disculpó y yo salí al exterior. Temperatura de 37 grados. El calor era asfixiante en la llanada extremeña. Me subí al coche, consulté los datos de los cuadros y tomé una mala decisión. El marcador de gasolina decía que tenía combustible para más de 300 kms y pensé que sería suficiente para llegar a mi segunda parada, que estaría a unos 200. El problema es que ese marcador es engañoso, porque presupone que va uno a hacer una conducción prudente y ecológica, como la que hacen mis hijos, pero yo, por generación, voy a todo lo que se puede y eso gasta más. Así aprendí a conducir y no voy a cambiar ahora y menos con lo bien que veo con mis ojos operados. Dice mi hijo Kike que todos los boomers conducimos así. Cuando me di cuenta, el marcador decía que tenía para 40 kms y se encendió un piloto rojo de advertencia. En la siguiente gasolinera, me paro me dije. Pero esa gasolinera no llegaba. Empecé a conducir despacio, para desesperación de los demás conductores, pero el marcador ya bajaba de 30 y el Maps no mostraba ninguna gasolinera en las proximidades.

La temperatura exterior era ya de 40 grados. Pensé que, si tenía que pararme y caminar hasta una gasolinera a por un bidón, no llegaría vivo de ninguna manera, a pesar de la crema protectora que me había dado y el sombrero. Yo sé lo que es una temperatura de 40. Entonces, en la pantalla apareció como milagrosamente el indicativo de una gasolinera. Sólo que estaba en otra carretera, la que se desviaba hacia el pueblo de Zafra y seguía luego a Badajoz. El marcador hablaba ya de 22 kms de margen. Me salí por la carretera y llegué a la altura de la gasolinera, pero estaba a la mano contraria. Vale, habrá alguna rotonda. Nada: cero rotondas. Vi una entrada a una finca y paré bruscamente con el doble intermitente puesto. Maniobré y tuve que esperar un buen rato a que no hubiera nada de tráfico para salir en dirección contraria.

La gasolinera estaba completamente vacía, era un paisaje desolador, abrasado por el sol inmisericorde. Aparqué, abrí el depósito, que sonó como cuando abres una botella de champán, señal inequívoca de que estaba casi vacío. Fui a sacar la manguera correspondiente. Y entonces, del cubículo mínimo que constituía la gasolinera, emergió un personaje, más bien grande y lleno de amabilidad, con las características físicas que en mi tierra le llevarían a ser tildado de un marulo. El tipo me dijo que era un surtidor automático y que tenía que pagar primero, sólo con tarjeta. Pero yo quiero llenar el depósito contesté. No se preocupe, que yo le ayudo. Primero, yo le recomiendo que vaya a este otro surtidor, para tener la manguera de su lado, que no son demasiado largas y a trasmano son muy incómodas. ¿Le parece bien?

Me parecía estupendo. Quedamos entonces en que el surtidor 4. Fuimos a una especie de cajero automático. Allí introduje la tarjeta y marqué el surtidor 4. Entre las posibilidades que se me abrían estaba un icono que decía llenar depósito. El tipo me iba guiando y me aclaró: si usted elige esta opción, le van a cobrar exactamente lo que marque el surtidor. Es decir que si usted a medio llenar se arrepiente y sólo carga 20€, le van a cobrar exactamente eso. Luego había que seguir otros pasos más, marcar el pin secreto de la tarjeta y ya estaba. Le di las gracias. Era todo muy intuitivo, pero con el calor y la angustia que yo traía, la presencia del tipo me resultó una bendición del cielo. Fuimos al surtidor, llené el depósito y volví a darle las gracias. Nunca había usado una gasolinera como esa ꟷle dije. Pues ya se puede usted ir acostumbrando porque a medio plazo van a ser todas así.

Por qué les cuento todo esto. Pues porque el tipo me dijo entonces que él estaba allí por las mañanas por ayudar a los conductores inexpertos, pero su turno se acababa a las 15.00, momento en que cerraba, se iba y dejaba la gasolinera como autoservicio absoluto hasta el día siguiente. Consulté mi reloj y se lo mostré: eran las tres y cinco. Me dijo que ya lo sabía, pero que había estirado el tema lo justo para ayudarme, porque yo había llegado a la gasolinera unos segundos antes de las tres. Me subí al coche y salí con una sensación de alivio acojonante. Y con una idea en la cabeza. Yo, como buen ateo, he hablado varias veces en el blog de mi creencia creciente en unos dioses juguetones y traviesos que tiran los dados de nuestro destino, sólo por divertirse. Esos dioses son una creación poética, pero está claro que, si yo no llego a desviarme hacia Zafra, me hubiera quedado tirado. Y si llego a esperar a encontrar una rotonda para cambiar de dirección, el tipo hubiera cerrado el negocio y yo tendría que haberme valido por mí mismo a 40 grados.

Los dioses traviesos que juegan a los dados, me habían querido dar una advertencia. Vale, te echamos una mano, pero no estires tu suerte más de lo imprescindible. Lección recibida. Ya en la autopista de nuevo, no hubo mayores incidencias, salvo que la temperatura exterior que marcaba el coche seguía subiendo. En la circunvalación de Sevilla y al pasar el Puente del Descubrimiento, ya marcaba 43 grados. Pensé que, si tenía una avería, me moriría sólo de bajarme del coche. Cogida la dirección a Cádiz, el tráfico se espesó de forma notoria. Íbamos casi parados, en una caravana continua y achicharrada. Recordé entonces que era viernes y la hora de salida del trabajo del fin de semana. El tráfico se aclaró ligeramente al pasar Do’ Hermana’ y Los Palacios, se ve que mucha gente vive en esos pueblos y trabaja en Sevilla.

Pero luego volvió a espesarse y nos paramos del todo. La temperatura seguía a 43 grados. Esta vez, la causa del atasco era un accidente múltiple por alcance. Tres coches se habían espachurrado entre ellos, a la derecha había otros dos que se habían parado, seguramente de amigos de los primeros y no dejaban más que un carril útil. Aún no estaba la policía, debía de haber sido hacía nada y no parecía haber heridos de consideración, pero los tres coches estaban arruinados y los equipajes esparcidos por la carretera, entre ellos dos colchones (seguramente eran moros que iban a pasar el estrecho). Tras el embudo, la circulación se recuperó y llegué a Jerez como a las cinco y media, con 39 grados. En la recepción del hotel me esperaba el tipo que me había llamado cuatro veces al móvil, porque no se creía que lo de ir a Jerez fuera en serio, un gordo de estos que se ven bastante en Andalucía, por aquello de la chacina y el exceso de morapio. El hotel era modesto pero suficiente, tenía una buena cama, un aire acondicionado que funcionaba y un baño fenomenal.

Cuando llamé desde Madrid me dijeron que tenía parking propio. Se trataba de un solar al lado del hotel, con unas rayas blancas pintadas directamente sobre los yerbajos. Pero yo quería dejar el coche ya hasta el domingo, sin tener que preocuparme de andar poniendo tickets de aparcamiento. Deshice mi magro equipaje y me eché a leer y a descansar. Cuando cayó el sol, bajé y le pregunté al tipo que dónde me recomendaba ir para tomar un finito o una cerveza con unos pescaditos fritos. Su recomendación fue estupenda. Usted sale para la derecha me dijo, llega a la calle Porvera, gira a la izquierda y, en el primer semáforo, sale a la derecha por una calle peatonal que se llama Tornería. Esa calle es un rosario de pequeñas placitas llenas de bares y restaurantes. Ciertamente era perfecta. Di una vuelta general y elegí un lugar que se llama La Cruz Blanca Depositada. Supongo que quiere decir que es la que tiene el depósito legal, una especie de copyright. Ya saben que yo me dejo seducir por los nombres curiosos, por eso uso champú Fructis Adiós Daños y me compro quilos de tomates Otelo, dulces como el caramelo. Vean el rótulo del lugar y un selfie que me hice para mandar a las amigas.

Me pedí un salmorejo y un variado de pescaditos, con acedías, salmonetes, boquerones y calamares, regado con dos milnueves de Estrella Galicia. Y dormí como un señor en mi cuarto de hotel. Al día siguiente me levanté, me duché en el baño excelente, me di crema protectora y salí a desayunar por el mismo trayecto. Encontré una cafetería-pastelería que se llama La Guinda y me obsequié con un zumo de naranja natural para mis pastillas matutinas, un café con leche en vaso y una media tostada, que es como llaman aquí al mollete, con aceite, sal y tomate natural. Me enteré de las modalidades de café que se sirven en esta zona, además del solo y el cortado. Está primero la leche manchada. Con un poco más de café pasamos al avellana. El café con leche normal, que yo me tomé. Y por último el cargado.

Me dispuse a dar una vuelta por la ciudad, ver monumentos, etcétera, con la idea de estirar ese paseo hasta la hora de comer, tomar algo y luego recogerme en el hotel para echar la siesta, obviar las horas peores y estar fresco para el concierto. Vi la catedral, el alcázar y alguna otra iglesia, todas por fuera, porque no soy de pagar por estas cosas, especialmente por las iglesias. En la catedral hay un valioso cuadro de Zurbarán, la virgen niña, que está leyendo, pero costaba entrar seis euros y yo tengo que ser coherente con el hecho de que no les marco la casilla en la declaración de Hacienda. Vi también las bodegas de González Byass, los creadores del Tío Pepe, que son los grandes empresarios de la zona y a los que a mí me gusta llamar González By-Ass, o González Porculo. Paré en los soportales de la plaza del Arenal a tomarme un Aquarius de limón. Se me ocurrió entonces acercarme al lugar del concierto, para aprenderme la ruta. Pero a medio camino me empecé a encontrar medio mareado, era cerca de la una, la gente empezaba a escasear por la calle y el calor y la luz eran insoportables. Así que di media vuelta al hotel y subí a echarme la siesta del carnero.

A la hora de comer, le pregunté al gordo por restaurantes cercanos, y me habló del Bocarambo, a unos 50 metros de la entrada del hotel. Allí me recibió encantado el dueño, un tipo clavadito a Carlos Sainz senior, que me aconsejó tomar ensaladilla rusa y merluza al Tío Pepe. De este plato, me aclaró que era un invento de su madre, harta de que su marido la criticara por lo insulso de los pescados que le preparaba cada día. Aquí tenían Estrella Galicia de grifo, hay que ver qué penetración está teniendo la marca en Andalucía; no me extraña, porque la Cruz Campo está bastante mala en mi opinión. Como el tipo me contó sus intimidades, me animé y le dije: ¿a usted nunca le han dicho que es clavado a Carlos Sainz? Respuesta: todo el rato, todos los días alguien, y yo les contesto que somos igualitos, tenemos el mismo coche, la misma casa, el mismo dinero, sólo que yo estoy aquí llevando este restaurante por amor al arte. Humor gaditano chirigotero. Ahora sí, me subí a echar la siesta de verdad.

2.- El éxtasis. Estuve toda la tarde leyendo, esperando conectar con mi amigo Dani, sin que contestara a mis mensajes. El concierto estaba previsto que abriera puertas a las nueve y empezara con el primer grupo a y media. A las siete y media estaba yo empezando a mosquearme, cuando sonó el teléfono. Dani estaba muy excitado. Kiyo, que acabo de estar con Zamantha, que me ha llamado Jóse y me ha dicho si quería estar en la prueba de sonido. Y allá que me he ido. Me estaba llamando, como siempre, desde el coche, con el sin manos. Me dijo que Samantha estaba con unos vaqueros, unas sandalias y un chándal viejo, controlando todos los detalles. Y que, vestida así, era como una niña. Tío, y he hablado con ella, y la he saludado y la he tocado, Emilio, ¡la he tocado! Le dije que conocía ese look de incógnito, que ella misma había publicado una foto vestida así en la prueba de sonido en el castillo de Estonia.

Acabada la prueba de sonido, Sam y sus músicos se retiraban a concentrarse. Es entonces cuando Sam se ducha, se maquilla, se viste y se peina, para convertirse en el personaje Samantha Fish. Y Dani iba de vuelta al Puerto, a ducharse y ponerse guapo también, para volver a su hora. Son apenas quince minutos de El Puerto a Jerez. Así que yo me dispuse a vestirme igualmente de bluesman. Me contó también que se habían vendido muy pocas entradas, que el grupo que tocaba primero A Contra Blues era buenísimo y que el programa iba muy retrasado, que no creía que empezaran hasta las diez por lo menos. Me vestí y salí para el concierto, veinte minutos de caminar, pero ya estaba anocheciendo y en Jerez refresca bastante por las noches.

Me encontré con Dani en el interior del recinto y nos pusimos a la larga cola para pillar tickets para las cervezas, una modalidad bastante absurda, en mi opinión. Nos hicimos con tres tickets de cerveza grande cada uno, para no tener que hacer más colas, y pillamos la primera, cuando los de A Contra Blues ya habían empezado. Realmente son buenos. Se trata de un grupo de Barcelona, que lleva ya como veinte años tocando y han ganado varios premios europeos. Su principal activo es un cantante enorme, como de unos 130 kilos, con una voz atiplada que recuerda a la de Aaron Neville entre otros. Hacen un medio rock con mucho sentimiento y subieron la moral de los presentes, que yo calculo que apenas llegarían a mil personas.

Con la segunda birra, Dani me dijo: en cuanto acaben estos, tu y yo nos vamos a la parte de atrás a ver a los músicos antes de que suban. Le dije que bien, pero que antes de la actuación no hay que darles el coñazo, que yo, como conferenciante que soy, sé de lo que hablo. Sam tiene que decorarse, hacer media hora de ejercicios para calentar la voz, concentrarse y estar relajada. No es cosa de molestarles. Y allí fueron apareciendo: Matt Wade, el teclista. Ron Johnson, el bajo. Sarah Tomek, la baterista. Nosotros estábamos con el organizador y Dani los iba saludando a todos y me los iba presentando. Entonces apareció Samantha.

Como arquitecto que soy, he de decirles que a las personas, como a los edificios o a los solares, hay que verlas en persona para hacerse una idea precisa de su escala, no se puede uno formar una opinión por fotos. Sam es una mujer muy alta. Un pedazo de hembra, a gusto con su cuerpo y con el mundo en general. Iba vestida con su traje de Bitelchus (si no saben de que hablo, busquen en Google así: traje de Bitelchus), que debe de ser fresquito, aunque se había quitado la chaqueta y estaba con el top. No llevaba sus coturnos de tacón exagerado, sino unas botas negras de medio tacón, apenas tres dedos. Y, aun así, era más alta que yo. Como en una nube, la saludé, me presenté como su segundo mejor fan en España después de Dani y también el más viejo. Le hizo mucha gracia y quedó con nosotros en que la veríamos luego sin apuros.

Nos internamos entre el público, pero Dani se iba encontrando conocidos y se paraba y yo, como impulsado por un imán, me fui a la primera línea y empecé a chillar cuando la banda salió al escenario. Unos minutos después, noté que me agarraban por detrás por ambos hombros: Dani me había localizado. No quiero extenderme hablando del concierto, sólo les diré que la banda estuvo mucho mejor que en Cazorla. Allí, estaban recién llegados, seguramente con el jet lag y no sabían lo que se iban a encontrar, porque nunca habían tocado en España. Ahora, después de los conciertos en Tenerife, Las Palmas y el propio de Cazorla, ya estaban preparados. Además, en Cazorla había un programa muy estricto. En Jerez, tocaron más de hora y media, antes de retirarse un momento y salir enseguida a dar un largo bis. Fue un concierto apoteósico, de los mejores que he visto en mi vida, y mira que he escuchado a Bruce Springsteen y tantos otros. Esta mujer es única, está en su mejor momento y nadie toca la guitarra como ella, ni se vuelca como ella en los conciertos. Vean una foto que alguien tomó.

Encendieron las luces y la gente empezó a desfilar alucinada, sin creerse lo que acababa de ver. Pero nosotros nos hicimos con la tercera birra y nos fuimos con Jóse a la parte de atrás. No se podía pasar a la caseta que los músicos usaban de camerino, estaban descansando, refrescándose, relajándose después de la tralla que nos habían dado. Jóse entraba, salía y nos pedía paciencia. En una de esas, salió y nos dijo que podíamos entrar los dos, a estar un rato con los artistas, antes de que se fueran. Y allí que nos fuimos. Sam, además de ser una mujer grande y muy guapa, es muy natural y muy simpática. Estaba encantada de estar un rato con sus mejores fans españoles. Hablé bastante rato con ella, gracias a mi inglés B1/B2 superior al de Dani. Le dije que la habíamos visto en Cazorla, lo que le sorprendió mucho. Y que, en mi opinión había salido mejor el concierto de Jerez, porque el otro era el primero en España. Me corrigió: no, fue el segundo. Ya lo sé, tocaste en Hondarribia hace once años. Sorpresa aún mayor: ¿también estuviste viéndome en Hondarribia? No, entonces no te conocía, pero he visto los vídeos.

Dani tenía unos discos para que se los firmara. Yo le dije que no tenía nada, pero que ya tenía los tickets para verla en París en noviembre. Se aprendió mi nombre y dijo que le encantaría que pasara a saludarla después del concierto de París. ¿Haréis meets & greets? Hombros arriba: eso nunca se sabe, a mí me gusta hacerlo siempre, pero con el covid y los problemas de seguridad no siempre se puede. En fin, no les puedo contar aquí todo lo que hablé con mi musa. Llenaríamos otro post. Dijimos que queríamos hacernos fotos con ella y sin ningún problema, encantada. Aquí tienen la mía, sin duda uno de los momentos estelares de los diez años que llevo publicando este blog.

Dani se hizo una foto también, que ya la ha publicado en Facebook y que les pongo más abajo. Yo publicaré la mía hoy o mañana, para dejarle la exclusiva al blog un par de días. Le dije a Sam que adoro su música, su forma de cantar, su forma de tocar, su personalidad. Usé el verbo to love, que no es amar cuando se refiere a objetos o conductas, pero lo hice intencionadamente y creo que ella captó enseguida el doble sentido. A continuación le dije que tengo 71 y que podría ser su padre o incluso casi (even quite) su abuelo, nuevas risas. Prometimos encontrarnos en París. Entonces, alguien propuso que nos hiciéramos una foto con todos los del grupo, más el organizador. Nos empezamos a colocar, las dos chicas se pusieron juntas, pero ahí estuve rápido, me infiltré y proclamé: please between the ladys. Abajo el resultado.

Después, salimos afuera y ellos empezaron a transportar a mano instrumentos y amplificadores a una furgoneta que les llevaba a su hotel, que supongo que sería más lujoso que el mío. Dani no dejó que Sam siguiera cargando con uno de los amplis más pesados y se lo llevó como un caballero. Allí, en la furgo, le dijo que tenía que venir el año que viene a la Isla del Blues. Ella le miró a los ojos y le dijo: te prometo venir, si tú me prometes venir a verme. Es un encanto de mujer, y hace poesía con sus letras, por lo que sabe que las palabras se las lleva el viento pero es hermoso pronunciarlas. A mí me había contado que ayer domingo tocaba de nuevo en otro festival, en Pontevedra, ya ven que vida llevan los artistas. Que su concierto empezaba a las once de la noche, que luego tenían que coger un avión a las cuatro de la mañana para hacer una escala en Londres o Frankfurt, no estaba segura, y salir para los USA, donde pronto reanudará su gira. Vean aquí la foto de Dani con la chica.

Dani es un tipo estupendo, todo corazón, le estaré siempre agradecido por haberme facilitado la posibilidad de cumplir un sueño, ese que comparto con él. Insistió en llevarme al hotel, aunque la noche era muy agradable ya y yo seguía como en una nube. Había conocido a mi musa, de la que llevo hablando en el blog prácticamente en todos los posts desde que la descubrí en mayo de 2020, en pleno encierro pandémico. En París trataré de saludarla y estoy seguro de que mi nombre se le habrá olvidado, pero quizá no mi cara y mi bigote. Llegué a la habitación del hotel a las tres de la madrugada, abrí la ventana y me acosté aún con la sensación de irrealidad. ¿Habría sido todo un sueño? Me desvelé como a las cinco y media, por el calor, las tres cervezas grandes a palo seco (se me había olvidado cenar) y los nervios generales de lo sucedido. Dani ya me había mandado las fotos al móvil y es ahí cuando me convencí de que no había sido un sueño. Había conocido a Samantha Fish y era tan maja como yo siempre había fantaseado a partir de sus entrevistas, sus opiniones y su forma de estar en el mundo. Conseguí recuperar el sueño hasta después de las nueve.

3.- El regreso. No hay mucho más que contar. Me vestí con la ropa usada y salí a desayunar a La Guinda, pero estaba cerrada. Desayuné en la propia calle Porvera, esta vez con dos cafés. Un viejo que desayunaba en la mesa de al lado se partió de risa al ver la cantidad de pastillas que me tomaba y me dijo que él también se tenía que tomar alguna, como todos a nuestra edad. Entonces le pegó una voz al camarero: pisha, trae acá-pa-ca un vaso de agua, que tengo que tomarme la viagra. Los de Cádiz se ríen sus propios chistes según los cuentan. Me preguntó qué coño había venido a hacer en Jerez con esa calor. He venido a ver un concierto. ¡Ah! ¿uno del ciclo que organiza Gonzalez Byass? Me tuve que morder la lengua para no decirle que no, que no era del ciclo de González Porculo. Le enseñé mi foto con Sam, se le pusieron los ojillos brillantes y me miró de arriba a abajo, como si me valorara por primera vez. ¡Buena jaca! ꟷexclamóꟷ, ya veo yo qué clase de conciertos le gustan a usted. Subí al hotel, me di una buena ducha, me puse ropa limpia, hice el equipaje y salí. Eran como las once. No quería pasar por la zona de Sevilla a las horas críticas, pero me dio igual: el termómetro no bajó de 40 hasta las mismas puertas de Madrid, en donde entré a 39.

Tenía pensado ponerme a escribir este post, pero estaba muy cansado y hacía calor, a pesar del aire acondicionado. Me creerán si les digo que esta noche he dormido como un bendito. Por la mañana tenía yoga a las 10.30. Los lunes que caen en festivo, suprimen la clase de mediodía y juntan a todos los grupos en la de por la mañana, bajo la dirección del jefe de la academia, Nacho, que me da siempre mucha caña. A las 12 me he encontrado en la calle, agotado del ejercicio y todavía en ayunas. He tirado para La Casa de las Torrijas, pero estaba cerrado. Entonces he recordado que ya me habían avisado de La Central que podía recoger dos de los tres libros que les encargué. Y me he ido a desayunar a la terraza de la cafetería del Chocolate Valor, que está al lado. El resto de la mañana he estado ordenando cosas, he comprado algo que me faltaba de la farmacia y me he descongelado un entrecot para comérmelo con una ensalada verde. Una siesta y a escribir para ustedes.

Es un post un poco más largo de lo habitual, pero no lo suficiente como para dividirlo en dos. Si algo pueden concluir de lo que acaban de leer es que, les guste o no, no se van a librar de Samantha en los próximos tiempos. Mi historia con ella ya forma parte de mi vida, junto con el yoga, el blues, el inglés y el running, que lo tengo últimamente en stand by por mi esguince y por el calor, pero que volverá antes o después. Sin olvidarnos de Athenea del Castillo. Cuando cayeron derrotadas ante Inglaterra, las chicas de la selección se quedaron todas con una cara hasta el suelo. Todas, menos Athenea, que hizo lo que hace siempre en estas situaciones, lo mismo que cuando se consumó el descenso a segunda de su Dépor: llorar a lágrima viva. Les dejo su foto como epílogo. Sean buenos. Los sueños a veces se hacen realidad. Eso sí: hay que currarselos. Y llevarse a veces disgustos como el de esta chica.  






8 comentarios:

  1. Me alegro infinito de su éxtasis con Sam. Es todo un lujo haber podido entrar en el "backstage" y poder conversar con su idolatrada diva y demás músicos, en especial Massiel-Hynde. Enhorabuena pues.
    Quiero precisarle que creo que ha elegido usted una ruta equivocada para bajar a Jerez desde la capital. Hubiese sido mejor elegir la A-5 vía Bailén-Sevilla-Jerez (todo autovía) y evitar así los contratiempos sucedidos al ser ésta una autovía mucho más abastecida en todos los aspectos.
    Bueno brother, a digerir el momento y recuerde que "siempre nos quedará Paris". Abrazo fuerte.
    P.D.- Excelente lo de "Byass-Porculo".

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    1. Gracias querido brother, la verdad es que fue un momento muy especial, de esos en que no sabe uno si está soñando, allí en un parque perdido en las afueras de Jerez, donde todo tenía un punto irreal.
      Agradezco sus recomendaciones viarias, que otros amigos me han confirmado, yo creo que el Maps tiene intereses y te manda por donde le da la gana en función de esos intereses.
      Abrazos y a seguir bien.

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  2. Estaba entretenidísimo recreándome en la lectura de tu literatura, esa que me gusta que mezcla realidad cargadita de ficción. De repente me encontré con "LA FOTO".
    ¡Coño, cómo se lo fotomonta Emilio! Para hacer más verosimil su estupendo relato tira de fotochop y se hace un montaje agarrao a la Samantha. Está hecho un maestro y no como los de la Casa Real, que han publicado fotos inverosímiles y hasta sin piernas.
    Pero, después de estar observando la foto, con un párrafo de separación ¡otra foto! y esta con toda la banda. Aquí es fotochop ya es más difícil.
    Emilio es muy bueno haciendo literatura, pero esta ficción ya me parece demasiado. Además no puede ser al mismo tiempo tan bueno con el fotochop.
    Pues va a ser que la realidad supera a la ficción y lo que cuentas es historia de tu vida.
    Ya no pongo más signos de exclamación, que es una horterada, pero con todo énfasis te mando un abrazo, te felicito y me alegro de que tengas estas nuevas amistades. Yo sólo puedo enseñar mi foto con la Ayuso en la puesta de la primera piedra del Museo de los Neandertales y eso vale para cachondeo de mis amigos y no como lo tuyo que vale para que tus amigos sintamos admiración.

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    1. Querido Paco, no sabría usar el fotochop y tú lo sabes, pero agradezco la coña. En cuanto a tu foto con Ayuso, me parece una foto cojonuda y me he reprimido de sacarla en el blog, para lo que necesitaría tu permiso, y tampoco querría ahondar en el cachondeo ese que dices. Esto de LA FOTO es el resultado de una serie de casualidades encadenadas, de esas que me salen al camino de forma inesperada. Por cosas como esta, digo a veces que mi vida es un blog.
      Un fuerte abrazo, amigo.

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  3. Discúlpeme, he estado por ahí en la playa, una obligación de los que tenemos familia. Me encanta la narración de sus agobios con la gasolina, el ambiente es de París-Texas total y todo el relato tiene una tensión narrativa impresionante. Enhorabuena y siga contándonos cosas como esta aunque sean inventadas..

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    1. Pues me alegro de que le haya gustado tanto. La referencia a París-Texas es muy acertada, no se me había ocurrido, pero el ambiente en esa gasolinera perdida en el culo del mundo era tal cual.

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  4. Como sabes voy con un poco de retraso en la lectura de tus post, acabo de regresar de mi periplo europeo y hoy me encuentro con la extraordinaria sorpresa de tu íntima amistad con, tu admiradísima, Sam. Estoy seguro que en París te recordará, no es fácil olvidar a un tipo como tu. Mi más cordial y efusiva felicitación.

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    1. Querido Alfred, muchas gracias por tu comentario entusiasta y tu fidelidad al blog. Ya te estaba echando de menos y me alegro mucho de que tu periplo eurropeo haya rematado bien y haya estado a la altura de tus expectativas. Un fuerte abrazo.

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