miércoles, 16 de febrero de 2022

1.121. Saliendo de la cueva

Para los que han estado preocupados por el ataque de la variante Ómicron contra mi persona, empiezo por aclarar que estoy perfectamente, gracias por el interés, ahora les cuento los detalles. Ya ven, uno hace planes y prepara historias, pero de pronto le dan una bofetada y ha de quedarse recogido unos días hasta que le den suelta de nuevo. Por partes. La variante Ómicrón se manifiesta por un gran picor de garganta, una tos imposible de contener, que te impide dormir si te da por la noche, mocos en la nariz y fiebre que cursa en picos. A mí me lo identificaron enseguida, pero el primer test me salió negativo. Luego tuve un único pico de fiebre el martes día 8, que se bajó sola antes de que me tomara nada, y hasta hoy. Según el protocolo tenía que estar siete días confinado y es lo que he hecho.

Un médico amigo me dijo que, con tres vacunas al cuerpo, pasados los siete días, podía salir a la calle, sin hacerme más tests de antígenos ni nada, siempre que me sintiera asintomático, que es como yo estuve desde el miércoles 9. Durante los días de encierro, tuve dos sesiones on line de yoga y una de running indoor, además de mis habituales clases de inglés y el Billar de Letras de ayer. Únicamente me perdí una clase de guitarra y una tarde de limpieza de la casa a cargo de la señora que se encarga de ello. Así que, este lunes, a pesar de seguir confinado, hice una escapada a mediodía a la farmacia a recoger las medicinas que tengo pautadas para mis dolencias diversas, y al Acampo, a reponer cervezas Estrella Galicia que se me estaban acabando. Y ya me quedé tranquilo en casa.

Ayer martes me levanté, desayuné como de costumbre, tuve mi clase de inglés de los martes y me dispuse a hacerme el test de antígenos. Mi amigo médico me había dicho que no hacía falta, pero yo le dije que me lo haría en todo caso. Eso sólo tiene un problema añadió mi amigoꟷ, que te salga otra vez positivo: eso te creará un dilema mental y ético considerable. Pero yo me lo tenía que hacer. No sé si ustedes se lo han hecho alguna vez, o son tan señoritos que necesitan que otro se lo haga. El test se compra en la farmacia por 2,90€. El hisopo tiene una muesca en el centro de la varilla, en donde hay que encajar firmemente las uñas para sujetarlo. Luego se introduce en una nariz, primero hacia arriba y luego hacia dentro. Y se va empujando con técnica de faquir, hasta que las uñas que sujetan el hisopo por el centro tocan con el exterior de la nariz. Ahí hay que girarlo insistentemente para que se impregne bien.

A continuación se hace lo mismo en la otra nariz. La cabeza del hisopo bien macerada en mocos se mete entonces en el líquido que previamente se ha vertido en un recipiente enano de plástico blando, que ha de sujetarse por fuera y apretarse enérgicamente mientras se refriega la cabeza del hisopo sumergida en el líquido. De ese líquido se echan una gotitas en la placa de contraste, e inmediatamente se observa que esa placa se va coloreando y hace brotar las dos rayas (positivo) o una sola (negativo). Ha de esperarse 15 minutos para ver si hay una o dos rayas. En mi prueba del lunes había una sola, a pesar de que mi amiga tiquismiquis sigue diciendo que se ve una sombra en la zona de la T y eso quiere decir que aún quedan restos del virus. Yo le hice una foto a ambas pruebas, sobre las que había escrito la fecha de cada una y aquí las tienen, para que juzguen por ustedes mismos. A ver si ven ustedes alguna sombra junto a la T del test de la derecha. Yo, dese luego, no la veo.

Se lo creerán a no, pero les juro que, antes de hacerme la prueba, no hacía más que notarme síntomas raros por todo el cuerpo y, en cuanto vi el negativo se me quitaron todos como por arte de magia. Lo que es la autosugestión. Comuniqué la buena nueva a todos mis allegados y decidí quedarme en casa, como en una especie de versión light del síndrome de Estocolmo; además tenía por la tarde mi sesión de Billar de Letras. Pero hoy he inaugurado mi regreso a la vida normal corriendo 6,5 kms por el Retiro (he de confesarles que estaba un poco cascado al principio y con diversos dolores en rodillas y musculatura, pero todo ha ido mejor cuando he entrado en calor y he empezado a sudar). Por la tarde ha venido la señora de la limpieza y a las 18.15 he cogido mi guitarra en modo mochila y he tomado el Metro en dirección a Palomeras para mi clase semanal de blues.

En estos días de encierro, además de avanzar en la lectura de la autobiografía de Keith Richards y hacer algunos sudokus de la modalidad difícil, he tenido la oportunidad de seguir un poco la prensa y las noticias de actualidad. A veces uno encuentra detalles o explicaciones que le aclaran algunas de las cosas que han sucedido. Por ejemplo, lo ocurrido en la famosa votación de la Ley de Reforma Laboral. Cuentan las crónicas que el ínclito señor Casero, se encontró esa mañana indispuesto, por decirlo con educación, y comunicó al grupo que seguiría el Pleno desde su casa y votaría telemáticamente. Nadie le puso la menor pega, no olvidemos que este señor está, o estaba, a las órdenes directas de Teo García Egea, el campeón de lanzamiento de güitos de aceituna, del que al parecer era su mano derecha (un amigo mío muy bruto apunta que tal vez sea esta la mano que utiliza para limpiarse el culo, al contrario de los musulmanes que usan la izquierda).

Para votar en esta modalidad, tienes que entrar en el sistema, mediante tu contraseña personalizada. Luego te van proponiendo los diferentes temas a votación y tú clickas en el sí, el no o la abstención. Cuando has pulsado el voto que quieres, el sistema te pregunta: ¿está usted seguro de lo que está votando? En caso afirmativo, pulsas de nuevo para confirmar. En unos segundos, el sistema te envía un pdf del voto emitido, para que conste su validez. Casero votó varias propuestas, entre ellas la de la Ley de marras y parece que equivocó el sentido de su voto (en relación con el de su grupo) al menos en cuatro ocasiones. Pero, cuando recibió el pdf de su voto a favor de la Ley de Reforma Laboral, entró en pánico (quédense con este detalle). Aterrorizado, llamó inmediatamente por el móvil al portavoz de su grupo, que igualmente entró en pánico.

Las votaciones telemáticas se cierran un buen rato antes de comenzar la presencial y los del PP corrieron a la mesa del congreso consternados, diciéndoles a los secretarios que un diputado suyo se había equivocado y que tenía que cambiar el voto. Les dijeron que eso no era posible. No está previsto en el procedimiento de la Cámara. El sistema informático tiene todas esas cautelas para evitar errores pero, una vez emitido el voto, ya no se puede cambiar. Insistieron mucho, hasta el punto de que uno de los secretarios (del PSOE; que lo ha contado todo después), en su ingenuidad, les dijo: no se preocupen tanto, si total la Ley tiene negociados los apoyos suficientes, un voto arriba o abajo no va a modificar el resultado de la votación. No sé si lo pillan: el secretario creía, como la mayor parte de la Cámara, que los diputados de UPN iban a votar a favor, como estaban diciendo a todo el mundo. Pero los del PP sabían que no era así y por eso estaban aterrorizados.

Es decir, que queda demostrada la teoría del tamayazo. El PP había convencido de alguna manera a estos dos señores para que votaran en contra, pero que no se les ocurriera decir nada hasta el momento mismo de la votación. Se trataba de no dejar ninguna opción al Gobierno de arreglar el desaguisado. Una treta que lleva la marca de fábrica de García Egea, que, con mañas de ese tipo arregló el asunto de la autonomía murciana hace unos meses. En cuanto al señor Casero, al ser consciente de que había cometido la cagada del siglo, se vistió y corrió al hemiciclo, como esos niños que descubren haciendo pellas y tratan de colarse por una ventana para aparecer por sorpresa en el momento del pase de lista. Pero ni eso le salió bien. Según la norma, para la votación presencial, se cierran las puertas y ya no se puede entrar, igual que en los conciertos de música clásica: el que llega tarde, se queda fuera hasta el final del concierto. Sólo cuando había terminado la votación, logró colarse y llegar a su escaño, para asistir abochornado a las consecuencias de su torpeza con los ordenadores.

Otra historia de estos días: las elecciones de Castilla León. Veremos cómo hace el señor Mañueco para formar gobierno sin contar con Vox, los verdaderos ganadores de la contienda. Y es impresionante el descalabro de Ciudadanos, un partido que se autodestruirá en pocos meses, un camino que apunta a tomar también Podemos, de cuyo descalabro apenas se ha hablado en estos días. Pero de esta historia, me quedo con tres frases que me parecen brillantes. Una, la mejor de todas, la de Aznar, ya comentada en el blog: todo el rato oigo que tenemos que ganar para que no sé quién llegue al palacio de no sé cuántos, y mi pregunta es: ¿para hacer qué? Genial. La segunda, de Zapatero, uno de los últimos días de campaña: los del PP han organizado este match convencidos de que iban a ganar por goleada, y ya llevan unos cuantos días pidiendo la hora. Es verdad, si llega a durar un poco más la campaña, lo mismo hasta pierden.

La tercera la de Abascal, después de conocer el resultado, mientras arropaba a su candidato clónico que parece hijo suyo y cuyo nombre no quiero aprenderme: a Fulanito, se le está poniendo una cara de vicepresidente de la hostia. En fin, estas elecciones han mostrado toda la torpeza que atesora el fraCasado, que las concibió como un siguiente peldaño en su carrera a la Moncloa, después del gran triunfo de Ayuso en Madrid, sin entender que este fue exactamente eso: un gran triunfo de Ayuso. La siguiente serían las andaluzas, previstas por el de los güitos para este verano, pero a la vista del fiasco el presidente Moreno se ha apresurado a decir que quita-quita, que las elecciones serán a final de año como pronto. Que, como suele decirse, cuidado con las elecciones, que las carga el diablo.

En estas cosas he estado entretenido durante mi encierro, posponiendo algunos asuntos de estos que estoy preparando y que ya he dicho que no voy a anunciar anticipadamente, porque trae mala suerte, como se ha visto en el tema del concierto de Samantha Fish en París. Las cosas se irán contando cuando corresponda. Sin ir más lejos, mañana, entre mi clase de inglés de primera hora y el yoga de mediodía, he de coger el coche para llegarme a la Clínica Virgen de América, en donde tengo hora para hacerme una biometría ocular. Es una cautela previa para evitar complicaciones en mi inminente operación de cataratas. La historia de mi deriva ocular, ya se la he contado alguna vez. Al contrario de la mayoría de la gente mayor, yo empecé a ver peor de lejos, mientras de cerca seguía viendo bien, como les sucede a los miopes de toda la vida. Pero yo no he sido nunca miope.

Hace ya años, me diagnosticaron principio de cataratas y me explicaron que eso me inducía una miopía y que esa miopía se me compensaba con la presbicia. La cosa tenía solución con unas gafas de lejos. Me las hicieron y tan ricamente. Pero hace como unos tres años, empecé a ver peor y fui directamente a la óptica a que me hicieran unas gafas con la graduación adaptada a mi nueva condición. El óptico se negó a hacérmelas, arguyendo que me estafaría de hacerlo, y me instó a que fuera al oftalmólogo. Pero este me dijo que no veía las cataratas suficientemente maduras. Así que he estado tres años atrapado entre dos profesionales tan honrados que me estaban acabando por hacer la puñeta. Porque yo cada vez veía peor. Por la noche veo mal para conducir, en el cine ya no me puedo poner en las últimas filas (con lo que me gustaba eso, sobre todo con algunas amigas) y hasta para ver bien la tele en casa me he tenido que acercar el sillón. Lo de estos últimos tiempos postpandémicos ya es una verdadera ruina. Puedo decir, como en la canción de Estopa: no veo de lejos ni de cerca, no veo ná de ná de ná. ¿Cómo dicen? ¿Que no la conocen? Pues eso tiene fácil solución. Es un canto desesperado a la cerveza y al alcohol en general. Aquí la tienen.   

Los divinos caldos, tan importantes en las juergas y festejos de nuestra juventud, rememorados en las imágenes de este vídeo, seguramente anterior a la actual campaña contra el alcohol, construida a la manera de la que acabó con el tabaco. Y, miren lo que les digo: la siguiente será contra el café, lo único es que a mí ya no me va a pillar por edad. Pero en fin, como el tipo de la canción, yo tampoco veo ná de ná de ná, pero pienso, luego aún existo. Mañana iré a hacerme la biometría, cuyos resultados he de llevar a la consulta que tengo el día 27 con el oftalmólogo, en la que ya seguramente fijaremos la fecha de la operación del primer ojo. Este es uno de los tres frentes médicos que tengo abiertos para este año, como cualquier hijo de vecino septuagenario, que a ver si se creen ustedes que con mis carreras por el Retiro y mis sesiones de yoga iba a conseguir que los médicos se olvidaran de mí. Cuando estos profesionales pillan a alguien de mi edad, ya no lo sueltan nunca.

Eso, que sean buenos. En el próximo post les hablaré algo de Samantha Fish, para que no se me desacostumbren. Feliz segunda mitad de febrero.

2 comentarios:

  1. El incontestable triunfo de IDA la está llevando demasiado arriba, los genoveses afilan los cuchillos y ya veremos en qué para esto, no creo que con el sacrificio de Carromero, ese excelente conductor, se cierre el cajón de m... Su discurso de hoy era un "¡Todos al suelo, que vienen los nuestros!" Abascal y sus clones deben de estar en éxtasis. Cuídate y no hagas mucho caso de los médicos, en las distancias cortas, reconocen que no saben gran cosa. Aunque es verdad que lo poco que se sabe de medicina, lo saben ellos.

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    1. Gracias por tu comentario y tus buenos deseos, ya ves que el fraCasado se ha convertido en Pablo Cesado y ahora todo el mundo intenta averiguar si Feijoo está subiendo o bajando la escalera.
      Abrazos a porrillo.

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