jueves, 18 de noviembre de 2021

1.100. On the road again

Empiezo a escribir en el avión que acaba de despegar de Barajas, después de un cambio de horario que nos ha retrasado la salida una hora (se nos avisó ayer por mail) y una demora extra de unos quince minutos. Durante toda la mañana he tenido sensaciones extrañas. El cambio de horario me ha permitido desayunar tranquilamente y asistir a la clase virtual de inglés con el bueno de Ed, a quien le he preguntado algunas cuestiones de vocabulario para mi charla de mañana. Nada más terminar, he guardado el ordenador en mi maletín de viaje, que dejé preparado anoche junto con mi pequeña maleta azul Tourist (la que usa Cristiano Ronaldo) y he salido pitando. Arrastrando mi maletita con trolley por la calle Atocha abajo, hasta la glorieta del mismo nombre, ya he sentido al cien por cien que estaba de viaje, una sensación recuperada, puesto que, desde que hace poco más de dos años regresé precisamente de París, donde había hecho una escala de un día de vuelta de Madagascar, no me había vuelto a subir a un avión.

Dos años en el dique seco gracias al maldito Covid, al que vamos ganando la batalla, aunque todavía falta tiempo para derrotarlo del todo. Algunas cosas han cambiado para siempre. Por ejemplo, yo soy dos años más viejo. Y ahora todo el mundo ha de ir con mascarilla. Pero las sensaciones son bastante parecidas a las de los viajes que llenaron mi vida desde que me recuperé de mi fractura de húmero a finales de 2016, hasta esa última aventura en Madagascar. Tres años intensos que me llevaron a visitar Japón, Birmania, Pekín, San Petersburgo, Tijuana y toda la costa oeste USA, Chile, Chicago y una serie de escapadas breves a ciudades europeas, como Marsella, París, Roma, Oslo, Cannes, Innsbruck, Nápoles y alguna otra que he olvidado. Los viajes eran parte esencial de mi vida y la etiqueta correspondiente aquí a la derecha del blog era una de las más grandes. Después de este parón, se ha quedado bastante enanita. A ver si consigo recuperarla.

El otro día, cuando salí de la consulta del rubicundo y cantarín cirujano de cardiovascular, me sumergí en la ciudad bajo un sol otoñal delicioso y sucedió que todo me parecía maravilloso. Caminé desde el hospital hasta el Metro de Virgen de Begoña por unas aceras perfectamente asfaltadas, cruzándome con gente a la que veía muy guapa y a los que sonreía con arrobo, me subí en el Metro y me pareció un mecanismo de funcionamiento prodigioso. La línea me llevó a Alonso Martínez, donde podía haber hecho un simple cambio de línea, pero en cambio salí otra vez a la calle a tomarme un café con leche con un croissant extraordinario, como siempre en la pastelería La Duquesita, pero como que todavía me estuvo más bueno si cabe. Luego, el yoga me resultó maravilloso, mucho mejor que ningún otro día, y de las cervezas y la comida en el Ricla ya ni les cuento. Fue una sensación, con perdón, como de resurrección, después de una especie de pesadilla privada.

Pues algo similar he experimentado hoy con mi vuelta al mundo de los viajeros. A pesar de lo que me recomendaba el Google Maps, he hecho el recorrido que me dictaba la experiencia: Metro desde Atocha hasta Atocha Renfe (una estación), tren de cercanías hasta Nuevos Ministerios (dos estaciones) y allí he tomado la Línea 8 de Metro hasta la Terminal 1. Es una estación más de lo que yo hacía para ir a mi trabajo en el edificio APOT, en el llamado Campo de las Naciones. O sea, que tenía en mi memoria interiorizadas todas las rutinas y ha sido todo como un dejá vu. En el aeropuerto, he buscado el mostrador de Air France y allí he mostrado mi DNI y la impresión del checking on line que hice ayer por la tarde. En el propio mostrador me han instado a mostrar el Pasaporte Covid que llevo listo en el móvil, y ya me han dado la tarjeta de embarque. Luego, he pasado la seguridad sin problemas y he ingresado en ese mundo impersonal que abarca todos los aeropuertos del mundo y en el que yo me siento fenomenal, igual que en los hoteles (no entiendo a esa gente que dice que no viaja porque no le gustan los aeropuertos ni los hoteles). Así que, aquí me tienen, on the road again, como cantaba el grupo Canned Heat allá por el año 68. 

¡Qué tiempos! Creo que todos los miembros de este grupo se han muerto ya, al menos los dos más característicos, que respondían a los sobrenombres de El Oso y El Búho Ciego. A mí me encantaba este grupo. Pero volvamos al presente, que la nostalgia no sirve para nada. Estoy ya en casa de mi hijo Kike en París, después de un vuelo plácido. He cogido el RER en el aeropuerto Charles De Gaulle hasta la Gare du Nord, en donde me he comprado una tarjeta recargable para el Metro, porque desde mi último viaje a París el sistema ha cambiado y ya no te venden el antiguo Carné-dix de diez billetes. Ahora hace falta una tarjeta que se compra y ya la tienes para siempre. Igual que en Madrid. El ambiente en París es bastante normal, a pesar de todo lo que se habla de repunte del Covid.

En la Gare du Nord me ha entrado el hambre, porque los de Air France no te dan nada de comer. He visto una especie de autoservicio en donde había unos wraps con buen aspecto. El problema es que sólo tenían cerveza de medio litro y yo no quería tanta. Así que, cuando me he acabado la que necesitaba, le he pasado la lata a un vagabundo de los que abundan por el entorno de las estaciones del Norte y del Este, que están casi juntas. Ahora estoy aquí esperando a que llegue mi hijo, para ver qué planes tiene para la cena. Una vez que publique este post, tendré apenas el tiempo de repasar mi clase de mañana, que ya les contaré en detalle más adelante. Les había prometido escribir algo al respecto, pero es que si me dedico a escribirlo en el blog no me quedará tiempo para prepararlo adecuadamente.

Es este un típico absurdo de estos tiempos que corren. La gente joven va todo el día con el móvil en ristre, haciendo fotos de lo que le parece de interés, que inmediatamente cuelga en los estados del whatsapp. Es decir que, más que vivir, lo que hacen es simular que están viviendo y comunicárselo enseguida a sus seguidores. Además ya no saben hacerse una foto normal, posando sin forzar la expresión, todo el rato tienen que hacer el mono, marcar la uve de la victoria o poner morritos. Muchas veces mienten, todo el mundo aparece feliz y contento en esas imágenes, a nadie se le ocurre subir una foto suya llorando o enfadado. Es gente esta que está dedicada en cuerpo y alma a hacer como si. Y los de su grupo esperan que hagan exactamente lo que hacen.

Muchos de los universos en los que vive este personal son pura coreografía. Y no son sólo fotos sino a menudo también vídeos, a los que se las arreglan para ponerles una música de reggaetón o similar. Algo parecido sucede en el futbol. El que mete un gol, normalmente no se limita a celebrarlo dando un salto, sino que forma un corazoncito, o se chupa el dedo para dedicárselo a algún bebé, o señala con tres dedos hacia abajo. Cualquier gilipollez, que lleva ya preparada de antemano. Pura coreografía también. Estos días he visto los emocionantes partidos de España para clasificarse para el mundial de Qatar (que tiene cojones que se haga un mundial en Qatar). Por cierto, espero que a Luis Enrique ya no le digan que su padre es Amunike.

Pero, a lo que vamos. El primero de los dos partidos lo ganó España merced a un penalti un tanto dudoso. Y, miren por dónde, la foto de ese penalti, que les voy a poner abajo, sintetiza esa coreografía de la que les hablo. Me refiero a que el que hace la falta, inmediatamente levanta los dos brazos expresando con ello: yo no he hecho nada, ni le he tocado, a mí que me registren. Y el afectado, nada más sentir el contacto, se tira teatralmente al suelo como si hubiera recibido un disparo. Me refiero a esos disparos que se ven en las películas; como nunca he presenciado un disparo en directo, no sé si en la realidad son así, pero me malicio que a lo mejor no. En fin, que el jugador que no cumpla las reglas escenográficas, no hará carrera en el fútbol. Vean la imagen que les digo.

Una imagen que es un estereotipo. Últimamente veo algunos partidos de futbol femenino y les puedo jurar que no han caído en la degradación escénica de sus colegas masculinos. Sin embargo, los niños que juegan en la calle ya imitan todos estos modelos, el que mete un gol se pone a hacer el monicaco como sus ídolos. Es un poco lamentable, pero es así. Me viene ahora a la memoria el caso de una pareja en Norteamérica que retransmitió literalmente su luna de miel, publicando cada día fotos en las que se veían ambos súper felices, cuando en realidad andaban a bofetadas. La última foto que subió ella la mostraba radiante como siempre. Luego desapareció. El chico apareció por casa de sus padres desencajado y solo, antes de desaparecer también. Los cuerpos de ambos fueron localizados en distintos parque naturales días después. El chico se la había cargado y tras pasar por su domicilio familiar se suicidó. Les dejo un artículo sobre el caso, aunque tampoco tienen que leerlo, sólo darle un vistazo en diagonal para comprobar que no me lo he inventado. AQUÍ lo tienen.

En fin, que mañana tengo un compromiso que ya veremos cómo me sale. Tengo que estar a las 9.00 en la Universidad París-8, Metro Saint Denis, por lo que me tengo que dar un buen madrugón. Esta noche me inspiraré con Samantha Fish, que tiene un tema que se ajusta bien a esta personalidad mía que hoy recupero: la del trotamundos, o Road Runner. Les tendré al tanto. El otro día vimos cómo se le rompía una cuerda de la guitarra. A la mediática y explosiva baterista del grupo también se le rompen las baquetas, algo que no es de extrañar, viendo a qué velocidad y volumen tocan ambas. Aquí la foto que le hicieron a Sarah Tomek al final de ese concierto. Y más abajo el tema del que les hablo: Road Runner. Sean felices. 


2 comentarios:

  1. Vi a Canned Heat en 1993 en Madrid en la sala Revolver de Argüelles y de los de 1968 sólo quedaba Fito de la Parra, el mexicano que tocaba la batería y creo que era el dueño del nombre. Lo cierto es que no sé si se habían muerto todos los demas, probablemente sí. Por esa banda pasó mucha gente y por lo que se ve eran muy dados a morirse. Fito de la Parra todavía vive según la güiquipedia.

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    1. Pues gracias por tu aportación, es una información que no conocía.

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