domingo, 1 de agosto de 2021

1.072. Que se vayan todos

¿Cómo dicen? ¿Que si me refiero a los políticos? No, no. Desde luego, los políticos, que se vayan también (a tomar por culo), pero en este caso yo me refería a todos los que sobran en Madrid, los protestones, cenizos, malencarados y asfixiados por el calor. Cuando todo ese personal tan pedorro y tóxico se va a la playa, nos quedamos aquí como reyes los verdaderos amantes de esta ciudad única. Ya saben que yo tengo una serie de ocupaciones regladas, es decir, con horario fijo en el calendario semanal: running, inglés y yoga en este tiempo veraniego, a lo que a partir de septiembre añadiré mis clases de blues y el Billar de Letras. Así que no les voy a estar todo el tiempo informando de mis avances en estos campos, resultaría aburrido y presuntuoso por mi parte. Así que digamos que todo eso progresa adecuadamente.

¿Y qué actividades no previstas en ese calendario he desarrollado en esta semana que cierra julio? Pues el martes acudí a mi antigua oficina para enredar un poco por allí, saludar a gente y mantener vivo el contacto, aunque cada vez me siento más ajeno a ese edificio al que no le llegué a coger el cariño que le tuve a la vieja Gerencia de Urbanismo de las calles Paraguay y Guatemala. Pero aun así, nada más entrar, el rumano gigante de la compañía que se encarga de la seguridad del edificio me recibió con grandes muestras de cariño y tuve que quedarme un rato charlando con él. Luego recibí sucesivos abrazos de las chicas que me fui encontrando, que ya me conocen y saben que soy cariñoso con las damas pero sin faltarles al respeto.

Mi compañera M. con la que había quedado a comer, me propuso acompañarla a ver una obra cercana que hace de avanzadilla del programa El Bosque Metropolitano y allá que nos fuimos. Es la misma parcela de unas 8 hectáreas en la que estuve en un acto con el bellezo Saúl Craviotto que dentro de poco competirá en las extrañas olimpiadas de Tokio sin público, y con el que todas las chicas quisieron hacerse fotos. La obra de ajardinamiento ha avanzado bastante a pesar de la plaga de conejos que asola a todo el entorno de Madrid. Después de comer con mi compañera, nos despedimos y me acerqué al bar de mis amigos a tomar un vino blanco y allí mi amiga S., que es el alma del lugar, me obsequió con otro abrazo más, el suyo realmente especial. Como ya les he dicho en alguna ocasión, yo soy un solitario cariñoso, especialmente con las damas, y me alegra ver que se ponen contentas cuando me ven.

El miércoles visité por primera vez en mi vida a un podólogo. No suelo contar en esta tribuna los detalles de las diferentes molestias físicas que arrastro, todas leves, propias de un tipo que ha cumplido ya los 70. A esas edades, a uno le pasa como a los coches viejos: que tiene ruidos. Y yo tengo mis ruidos, como cualquier veterano, aunque no haga exhibición de ellos en este foro. La cosa es que allá por agosto pasado me empezó a doler un punto de la planta del pie izquierdo. El dolor era al acabar de correr. Pensé en algún golpe, un mal paso o haber pisado una piedra. Mi primer remedio: dejar de correr unos días (se contó en el blog). Pero una de mis rutinas de runner es que, ante un dolor, no espero a que se me haya quitado del todo para reanudar el entrenamiento. Si tuviera que esperar a que no me doliera absolutamente nada, casi nunca estaría listo para correr.

Empecé pues, sin mayores quebrantos, porque el umbral del dolor es algo muy personal y yo veía que podía correr y sólo tenía que ponerme un poco de hielo al final. Poco a poco, la molestia fue remitiendo, al tiempo que se me empezaba a engarfiar ligeramente el segundo dedo y luego ya más decididamente el tercero. Este tercer dedo se me puso como en ángulo, lo que me empezó a impedir ponerme determinados zapatos. Por eso llevo un tiempo andando por ahí con zapatillas viejas de deportes, lo que suscita el comentario entre las féminas de que hay que ver qué moderno soy, etcétera. Un día quedé en una terraza con mi amigo Joe que es traumatólogo jubilado y le enseñé el pie. Me dijo que eso no era nada, que era por los 70. Que él me podía enseñar también su pie para que viera que tiene todos los dedos así.

Un tiempo después, quedé en otra terraza (en esta ocasión en el Jardín Botánico, inminente Patrimonio de la Humanidad) con otro colega que es médico de familia. Allí, en medio de los tilos y los castaños de Indias, aproveche para enseñarle el pinrel a mi amigo y comentarle lo que me había dicho Joe. Su respuesta: si tienes todos los dedos así es por la artritis y la edad. Pero, si tienes todos bien menos uno, que está tan torcido como ese, eso sugiere un problema con el metatarsiano, que por eso empezó por dolerte. Y esos problemas son incluso operables. ¿Y qué tengo que hacer? Pues ir a un podólogo a que te haga un estudio de la pisada y un diagnóstico serio, no esto que te dice un tío en una terraza con una cerveza en la mano.

Él mismo me dio la dirección del podólogo, al que visité este miércoles y que resultó ser un chaval estupendo que hace triatlón y yoga, con lo cual está claro que es de los míos. Le conté toda la historia de cuando de adolescente andaba raro, a mi padre le ponía nervioso mi forma de andar, después aprendí a desfilar en la mili y luego empecé a imitar a Richard Gere en American Gigolo. Estuve más de una hora con él. Me dijo que lo de la operación es como la ultimísima bala en la recámara. Que tengo una pierna ligeramente más larga que la otra, pero eso también lo vamos a dejar entre paréntesis. Que lo que me pasa es que el metatarsiano se ha bajado de su posición, probablemente como consecuencia de 35 años de entrenamiento en serio, incluyendo diez maratones, y que los dedos se han engarfiado en un intento de ayudar a levantar ese metatarsiano derreado que me causa el dolor. Todo encaja.

Como primer tratamiento me va a fabricar unas plantillas para ambos pies, la del otro a título preventivo, para las que me hizo sendos moldes y que tendrá listas en una semana. Además me colocó una pieza de silicona sobre el dedo feo, para ir ayudando a desdoblarlo. Y veremos qué resultado da todo eso. En cualquier caso me dijo que el dedo conservaba flexibilidad y que con estos tratamientos conservadores se podía recuperar aceptablemente, no para tener un pie como el de Audrey Hepburn de joven, pero al menos un poco menos torcido. El miércoles y el sábado salí a correr al Retiro y no les extrañará saber que el metatarsiano vuelve a cantar ópera, tal vez como queja contra la pieza de silicona que le está impidiendo al dedo tirar de él hacia arriba. Está claro que el pobre dedo es buena persona, que él sólo trata de ayudar para que no me duela la planta. Ay, qué injusto que es este mundo ¿verdá usté?

El jueves tarde hice de chofer hasta Alcalá de Henares, para un amigo que estaba pensando en adoptar un perro y había visto uno en la página Web de un refugio para animales abandonados cercano a dicha población. Hubo feeling entre el animal y el futuro dueño, que decidió tomarse unos días para pensarse si se lo lleva finalmente o no. Lo que me sorprendió es que el lugar, donde hay unos cincuenta perros, estuviera regido por una chica grandota, requemada por el sol y el aire libre, que prácticamente dedica todo su día al cuidado de los animales, que la adoran como a una reina. Me recordó a la mujer que también estaba a pleno sol en la parcela ajardinada que visité el martes a mediodía. Ambas del mismo estereotipo de mujer: fuertes, con carácter y dedicadas en cuerpo y alma a tareas duras que exigen esfuerzo, vocación y resiliencia. Tienen algo estas damas que las acerca a las antiguas misioneras que dedicaban su vida en África a atender a depauperados indígenas de pueblos remotos.

El jueves noche acudí al aeropuerto a recoger a mi hijo Kike que venía de París. Me impresionó la cantidad de gente, en general joven, que iba y venía por un lugar al que no se puede acceder normalmente. Hube de esperar a mi hijo cerca de tres cuartos de hora, porque tenía que pasar no sé cuántos controles por el tema de la epidemia. El virus no ha terminado con los abrazos con que cada viajero recién llegado obsequia a sus deudos y la verdad es que creo que los españoles somos gente disciplinada y cumplidora de las normas que nos imponen, cuando nos las explican debidamente. Toda la gente que llegaba se quitaba una o dos capas de ropa al ver el calor que hacía después de viajar en aviones climatizados.   

Entre unas cosas y otras, he descuidado mi ritmo de publicación de posts, aunque la verdad es que en esta época veraniega el número de visitas cae de forma radical, entiendo que porque todo el mundo está de vacaciones y tienen mejores ocupaciones que andar repasando mis paridas periódicas. Llegué a pensar que mis textos estaban perdiendo interés y calidad pero, tras mi último post sobre el Retiro y su declaración como Patrimonio de la Humanidad, que es cojonudo, aunque esté feo que lo diga, he comprobado que las cifras no remontan, así que tendré que asumir que estamos todos de relax vacacional y no esforzarme por mantener un ritmo que casi nadie valora y que me hace sentirme como predicando en el desierto.

Sigo en cualquier caso la recomendación de mi amigo X de escribir sobre lo que me dé la gana y pasar de las reacciones de la audiencia. Así que yo, en este momento, de lo que quiero hablar es de Samantha Fish y de mis progresos con el blues y el inglés, que facilitan mi progresión musical. Mi hijo, que fue el bajo de una banda de hardcore durante cinco años, me estuvo explicando una serie de detalles que me van a ayudar también bastante. Así que hablaremos de Sam. Y, por supuesto, también de Athenea del Castillo, que finalmente ha fichado por el Real Madrid, como yo pronostiqué hace meses que sucedería si el Dépor bajaba de categoría. Vean las fotos con su nueva camiseta y en el grupo de los seis nuevos fichajes del club.


En cuanto a Samantha, ya que este post está alcanzando un tamaño que no debe alargarse mucho más, me limitaré a consignar su participación en el festival de blues de Fargo (Dakota del Norte) de este fin de semana. En esta ciudad, fronteriza con Minnesota y famosa por la película y la serie de TV del mismo nombre (circunstancia que a los lugareños ya les carga un poco), Sam participó como cabeza de cartel de la primera de las dos jornadas del festival, que tiene lugar en el Newman Stadium. En la segunda jornada el concierto lo cerraba el gran John Mayall, mito del blues británico que, a sus 87 años, sigue en la carretera, como Clint Eastwood. Participaban otras estrellas de renombre como Jeremiah Johnson o Ally Venable, pero Sam y Mayall eran los reyes indiscutibles del cotarro. En Fargo no hay muchos monumentos que visitar, pero tiene un viejo teatro muy popular, en cuya puerta quiso Samantha hacerse una foto para la posteridad, que les dejo de despedida. No pasen mucho calor.   





2 comentarios:

  1. No se preocupe tanto de las estadísticas de visitas. Los que le seguimos podemos irnos de vacaciones, pero siempre volvemos. El post sobre el Retiro era ciertamente muy interesante.

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  2. Lo de las estadísticas de visitas lo he dejado por imposible. Si me creyera esas cifras habría cerrado el kiosco hace tiempo. Gracias por su fidelidad, aunque sea intermitente.

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