martes, 24 de agosto de 2021

1.078. Afganistán

Se van acortando los días en esta segunda parte de agosto, una vez que hemos culminado el segundo de los meses que componen el verano (esto va a toda pastilla). Es bonito vivir el fluir de las estaciones, ir sintiendo los cambios infinitesimales de temperatura y horario, recuperar las rebecas de los armarios, volver a usar los calcetines finos de entretiempo, observar cómo las plantas se preparan para la nueva contingencia. Se dice que en las zonas próximas al ecuador, donde el clima es prácticamente igual todo el año salvo la diferencia entre la estación más seca y la de las lluvias torrenciales, la gente no tiene el entretenimiento de observar el paso de las estaciones. Apurando mi primer verano de jubilado, disfruto de estos pequeños detalles que se superponen gradualmente preludiando la llegada del otoño.

Ayer empecé mi primera semana con un ritmo reglado marcado por las citas en mi agenda: lunes: yoga, martes: inglés, miércoles: running, jueves: inglés y yoga, viernes: descanso, sábado: running y domingo: descanso otra vez. A partir de mediados de septiembre, se añadirá a esto mi clase de guitarra de blues de los miércoles por la tarde. Más el resto de actividades no regladas que les voy contando puntualmente. El domingo, después de correr, desayunar y ducharme hube de vestirme deprisa para acudir al aeropuerto a recibir a mi hijo Kike y su señora, que volaban desde Roma. Fuimos los tres a comer al Flores de Alcachofa, echamos una siesta y luego ellos se fueron a sus cosas y yo no encontré el ánimo para escribir el post que me tocaba, entre otros motivos, porque mucha gente espera que cuente algo de Afganistán. Ayer y hoy he dedicado varios ratos a este empeño.

Es un tema este que me resulta bastante penoso y que no puedo casar fácilmente con el tono festivo y optimista que caracteriza a este foro. Yo soy una persona que cree en el progreso continuo de la Humanidad, si bien reconozco los retrocesos temporales en ese proceso (la Edad Media fue, en su conjunto, un enorme retroceso hasta la llegada del Renacimiento, al menos así lo entiendo yo). Y tengo muy claro que este es un paso atrás gigantesco, no sólo para ese país, sino para todo el mundo. No nos queda otra que encajarlo y esperar que esta vez los talibanes se limiten a la política interior y no se dediquen a entrenar terroristas para que salgan a atacar el paraíso este en el que vivimos los occidentales, con todos su defectos, sus desigualdades y sus injusticias, pero bendito sea: aquí las chicas pueden salir a la calle en minifalda y tomarse una cerveza en una terraza.

Tal vez lo único que yo pueda aportar a este asunto es tratar de contar un poco la historia, desde mi punto de vista, como siempre sesgado, por si ayuda a dar algunas claves de lo sucedido y aprender a identificar las señales cuando se produzcan en otros lugares. Decir en cualquier caso un par de cosas previas. Una, el señor Biden se ha lucido, y bien que lo siento, porque hasta ahora no lo estaba haciendo mal. Parece claro que los americanos querían irse ya, el 70% de la opinión pública interna estaba a favor de la retirada. Pero lo que ha fallado es la forma. ¡Qué chapuza! Parece que la inteligencia americana manejaba el dato de que los talibanes necesitarían tres meses para hacerse con el país. La inteligencia americana no se merece su nombre, su pronóstico es un insulto a la otra inteligencia, la de la primera acepción RAE.   

La otra viene a abundar en una afirmación que ya he hecho varias veces en el blog: la mayor putada que se le ha hecho al llamado Tercer Mundo es la colonización, sin duda. Pero la segunda mayor putada es la descolonización, tal como se hizo en muchos países, entre ellos la mayoría de los de África, por el sistema sálvese el que pueda y dejando a los pueblos en manos de regímenes corruptos, ineptos o, como en este caso, tiránicos. Las imágenes del caos en el aeropuerto internacional Hamid Karzai, son bien explícitas. Veamos unas pocas, aunque imagino que ya las conocen.




Una hecatombe. Se suele localizar el comienzo de esta desgracia en la entrada de los soviéticos en el país en diciembre de 1979, pero yo creo que debemos remontarnos un poco más atrás, porque: ¿acaso creen ustedes que los rusos aparecieron por allí porque les apetecía darse un paseo por el desierto? Vayamos pues a los orígenes. No sé si lo saben pero, desde 1933 hasta 1973, el país estuvo regido por el rey Zahir Sha. Cuarenta años de monarquía primero absoluta y luego constitucional, pero siempre con tendencias modernizadoras y europeizantes, similar a lo que podían ser los más conocidos Haile Selassie en Etiopía o el Sha de Persia. Es decir, una mínima élite urbana, moderna y fascinada por el modo de vida occidental y el resto del país enquistado en el analfabetismo y la cultura rural centrada en la ganadería y con una estructura tribal tan dividida y primitiva como la propia orografía.

Un escenario endiablado, en el que el rey era apreciado por casi todos, por ser una figura unificadora y su condición de buena persona. En los 60, Zahir solía tener como primer ministro a su cuñado Daud Khan una especie de dictadorzuelo iracundo y autoritario que campaba por sus respetos por el procedimiento de tener a la gente un poco asustada, aunque luego lo destituyó. Además de aprobar en 1964 una Constitución bastante avanzada, consiguió fondos americanos y soviéticos para construir carreteras y crear la prestigiosa Universidad de Kabul.

Mucho antes de eso, el rey había logrado mantener a su país neutral en la Segunda Guerra Mundial y se había convertido en un personaje importante en el Movimiento de los Países No Alineados de Tito y Nasser, con notable actividad viajera y recepción de continuas visitas de presidentes extranjeros en Kabul. El país era ya un avispero tribal, pero la figura del rey lo mantenía unido y pacificado. Es un hecho que la mujer nunca ha sido tan libre en Afganistan, como en los 60, de cuando son esas fotos de universitarias en Vespa con el pelo al viento. El rey aprobó una Constitución en 1964, por la que el país se convertía en monarquía constitucional con estricta división de poderes a la manera europea. Incluso llegó a haber una ministra de Sanidad en 1965. 

Y miren por dónde, todo este equilibrio saltó en pedazos por un problema aparentemente menor: al rey le entró un lumbago de la hostia. Estamos en 1973. Le dijeron que, para curarse, nada mejor que los balnearios termales de la isla italiana de Ischia en la costa napolitana. Fuese el rey Zahir a las costas napolitanas y, en su ausencia, Daud Khan, aprovechó para derrocarle y proclamar la República, presidida por él mismo. Este Daud Khan se había propuesto imitar al general Ataturk de Turquía y en consecuencia, sacar a su patria del atraso, alfabetizar a todo el mundo y convertir el país en un estado laico, libre de las garras de los mulás y los ulemas. Zahir encajó el golpe deportivamente, le mandó a su cuñado una carta de abdicación y, finalizado el tratamiento, decidió instalarse en Roma, donde tenía propiedades.

Pero el pueblo no aceptó de buen grado estos cambios y empezó a mostrar inquietud. Ellos querían al rey y estaban encantados con sus clérigos y con su miseria rural. Para qué querían alfabetizarse, si las cabras no saben leer. Y además, se empieza por aprender a leer, luego a escribir y se acaba con las mujeres quitándose el burkha y es un despelote. Con lo bien que estaban ellos con la mujer sin salir de casa. El único apoyo que encontró Daud Khan en sus laicos proyectos, fue el del pequeño, pero muy activo, ortodoxo y disciplinado Partido Comunista de Afganistán, creado en 1965 y que pasó a formar parte de la coalición de gobierno con los partidarios de Daud, que constituían una especie de clase alta ilustrada del país. Las revueltas se fueron radicalizando y aumentando de escala. Frente a esto, la coalición de gobierno empezó a tener diferencias. Los comunistas acusaban de blandos a los ilustrados de Daud, que estaban aterrorizados con la que se estaba liando.

El nuevo régimen recibe una sociedad con un 95% de analfabetos, machacados por una sequía severa, y bastante recelosos ante esos cambios modernizadores. Y los clérigos musulmanes inician su labor de zapa. Además, los líderes tribales se empiezan a pelear entre ellos por trifulcas históricas relacionadas con lindes o viejas ofensas. Lo de que estos líderes, que se llaman a sí mismos mujaidines, se dediquen a guerrear entre ellos, a relacionarse a gorrazo limpio, es algo tan inevitable como la Segunda Ley de la Termodinámica. Ese guirigay se mantenía estable por la figura del rey. Al destituirlo, Daud abrió la tapa de un avispero que acabó por llevárselo por delante a él mismo y que luego ha llevado al país a la ruina.

Sin embargo, durante los cinco años de gobierno de Daud y sus ilustrados, en coalición con el Partido Comunista, se alfabetizó a cinco millones de afganos, se instituyó la igualdad jurídica hombre-mujer, se llevó a cabo una reforma agraria radical, se aprobó una Ley de Divorcio, se abolió el matrimonio infantil, se eliminó la obligación de la mujeres de llevar velo y se prohibió (al menos formalmente) el cultivo de opio. Todo eso en medio de un acoso importante de los sectores retrógrados, alentados por los mulás y los ulemas, que querían mantener la estructura social tradicional. Es importante que entendamos que este régimen era progresista y que las fuerzas de la reacción no aceptaban de buen grado sus avances y sus reformas.

El escenario es muy similar al que surgió en el Irán del Sha, tan bien descrito por Kapuscinsky. Pero las diferencias en la coalición de gobierno se agudizan y se van haciendo insalvables hasta llegar al punto en que se produce una revuelta y los comunistas matan a Daud Khan, inaugurando un procedimiento que se ha convertido en endémico en Afganistán: cargarse al anterior líder para ejemplo de los aterrorizados súbditos. Los ilustrados partidarios de Daud, optan por poner pies en polvorosa, se van al exilio (donde todavía siguen), y se proclama la República Marxista-Leninista de Afganistán. Estamos en 1978 y el nuevo régimen se apresta a acentuar su sesgo marxista, definiéndose ya como dictadura, al tiempo que firma un tratado de ayuda mutua con la vecina Unión Soviética.

Aquí es cuando la cosa se vuelve ingobernable porque el comunismo es un paso más allá de lo que las viejas estructuras feudales están dispuestas a soportar. Y entonces es cuando se monta la guerrilla en una serie de frentes dispersos por todo el país. Ante ello, el régimen pide ayuda a la URSS en virtud del tratado firmado y, en diciembre de 1979, las tropas soviéticas entran en Afganistán. También es importante puntualizar esto: los soviéticos no invadieron Afganistán, como nos dijo la propaganda occidental, sino que acudieron a ayudar a un régimen afín, a petición de dicho régimen. Pero estamos en la fase final de la guerra fría y los americanos cometen uno de sus errores históricos más clamorosos: apoyar a los fundamentalistas islámicos de Afganistán, muchos radicados en Pakistán y que reciben un apoyo decisivo de fanáticos islamistas llegados de todos los países musulmanes, como el entonces desconocido Osama Bin Laden. El presidente Reagan llegó a recibir en la Casa Blanca a los barbudos líderes de este movimiento reaccionario, como se ve en la imagen de abajo.  

Es curiosa la presencia de una mujer entre los líderes mujaidines. El resto de la historia imagino que la conocen mejor. Para los USA cualquier cosa valía con tal de joder a los rusos. Pero, apoyando a este movimiento y dándoles armas sin límites, crearon un monstruo que sigue dándonos disgustos y nos dará muchos todavía. La URSS se desintegra en torno a 1989, pero la dictadura comunista de Afganistán se mantiene en el poder hasta 1992, en medio de una situación de guerra civil generalizada. En 1992, el último presidente comunista Najibulah es destituido por un gobierno de los señores de la guerra que intentan en vano reconducir la situación. Najibulah se refugia en la delegación de la ONU en Kabul, donde permanecerá los cuatro años del gobierno de los señores de la guerra.

En ese escenario es donde surge el movimiento de los taliban, que son, digamos, los más extremistas y retrógrados de todo el cotarro. Imagino que saben que la palabreja viene del vocablo talib, con el que se autodenominan los estudiantes de la madrassas islámicas más recalcitrantes, las que enseñan la doctrina wahabista, alentada desde Arabia Saudí, que convierten el Corán, que es un texto que promueve el amor, en un manual para guerrear y ganar todas las guerras mediante una crueldad infinita. Taliban es el plural de talib, pero en España se empezó a hablar de talibanes, en una acepción más amplia (fulanito es un talibán del volante) y se generó el debate sobre si esa palabra era correcta o debía decirse los talibán. El debate fue zanjado por el propio Lázaro Carreter, que proclamó que el lenguaje es un asunto vivo, no siempre ortodoxo, y que estaba bien decir los talibanes.

Lo que es meridiano es que en un contexto de guerra de todos contra todos, la ventaja la lleva siempre el grupo más disciplinado, más bruto, más cruel y más despiadado. Los talibanes se van haciendo con zonas cada vez más amplias, están muy bien organizados y son afganos, es decir, que conocen muy bien el terreno y su orografía endiablada, y también los usos y costumbres locales, lo que les permite entrar en ciudades y pueblos, negociar con las autoridades locales e incorporarlas a su movimiento. Ellos sólo pelean como último recurso. Llegan así a Kabul en 1996 y lo primero que hacen es entrar en la sede de la ONU, violando todos los tratados internacionales, darle un tiro en la cabeza a Najibulah, ahorcar en la plaza pública a su hermano que lo acompañaba en su refugio y colgar ambos cuerpos durante días en el centro de la ciudad. Lo segundo, implantar el buhrka obligatorio, suprimir la educación para las niñas desde los diez años e instaurar el código islámico extremo.

Estamos hablando de que a los que pillan en adulterio se les mata por lapidación en la plaza del pueblo. Que a los acusados de robar se les amputa la mano derecha y a los reincidentes (es decir, que siguen robando con la mano que les queda) se les amputa el pie izquierdo. No sigo con los horrores. Occidente no hace nada ante esto durante cinco años. Hasta que les atacan las Torres Gemelas en 2001. Entonces montan la operación Libertad Duradera, que ha acabado estos días como el rosario de la aurora, igual que la intervención soviética de los 80. En estos veinte años de gobierno tutelado por la OTAN y el ejército americano, la sociedad se ha abierto a códigos más razonables: fuera burkha, igualdad de género a niveles aceptables, etc. Pero su lastre ha sido la corrupción. Es que los famosos 300.000 soldados que integraban el ejército gubernamental, eran falsos. Los sueldos de los soldados de mentira se los embolsaban determinados intermediarios que se llevaban el dinero al extranjero.

Ese ejército demediado estaba muy poco motivado y ha entregado armas y pertrechos a los talibanes, que no son más de 75.000 y que no han tenido que disparar un solo tiro para hacerse con el país en un par de semanas. Ahora impondrán su orden por la fuerza. En el nuevo régimen taliban se supone que no habrá luchas fratricidas ni corrupción. Pero a cambio de qué. Como digo: un horror. Espero que estas líneas les hayan servido para aprender cosas que no sabían y entender mejor este conflicto. Sigan disfrutando de este verano atípico. Estamos en la minoría que vive medio bien en el mundo, a pesar del Covid. Disfruten mientras puedan.

2 comentarios:

  1. Un texto muy instructivo sobre este triste y tremendo asunto. Veremos por dónde evoluciona la cosa. Muchas gracias.

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