sábado, 6 de marzo de 2021

1.029. La consentida, el alter ego y la pescadera

Buenos días nos dé Dios en este fin de semana pre-primaveral. Este era el arranque que escribí esta mañana, cuando hasta vislumbraba la posibilidad de comer en mi terraza al aire libre, algo que sólo había podido hacer en contadas ocasiones desde la tormenta Filomena y su rastro de días grises y desapacibles que durante semanas nos han impedido disfrutar del cielo de Madrid (ya saben: de Madrid, el cielo). Por cierto, la jodida tormenta esparció daños colaterales sobre mi vida y mi entorno. Fiel a mis principios de no utilizar esta tribuna para quejarme y condolerme de desgracias propias (al blog se viene llorado), de primeras no les conté nada al respecto. Saben que me caí y me dañé la rodilla derecha, pero no lo comenté en el blog hasta que pude empezar otra vez a correr, con mi rodillera supersónica diseñada por procedimientos de inteligencia artificial. Pero no fue ese el único daño colateral. Había otros.

Las plantas de mi terraza soportaron estoicamente la nevada desmesurada; luego, el palmo y medio de nieve se heló, lo que me impedía llegar hasta los tiestos para aliviar sus penas y, en esas condiciones, vinieron varias noches de diez bajo cero. Unas temperaturas letales para ciertas especies vegetales. La dipladenia, esa trepadora de hermosas flores rojas con la que me agradeció los servicios prestados un vecino al que le estuve haciendo la compra durante el mes de encierro más severo, falleció por congelación. Era una planta vistosa que no llevaba demasiado tiempo conmigo por lo que apenas se había incorporado a mi vida, así que tengo encargada una sustituta en la tienda de mis amigos floristas que, por cierto, se han recuperado del covid, de lo cual me congratulo. Otra planta que resultó muy afectada fue una pequeña begonia de flor, pero esta es como una especie de hidra, un monstruo doméstico que ya ha sufrido catástrofes de todo tipo, de las que renace siempre con ánimos renovados. Con esta admirable muestra viviente de resiliencia vegetal, ya sé lo que tengo que hacer: cortar todo lo que sobresalga de la tierra, al ras, y esperar una resurrección que todas las veces se produce (ya está brotando desde la misma tierra y estoy convencido de que llegará a tiempo de echar flores para esta primavera que se acerca).

Pero lo peor fue lo de mi querida buganvilla, esa compañera fiel y permanente de todas mis penas y alegrías, que ya estaba en su rincón favorito cuando nació mi hijo Lucas hace 30 años y que ahí seguía tan campante. Era claramente mi consentida y así se lo dije a los floristas cuando les encargué el arreglo de la terraza: podéis hacer lo que queráis, a vuestro gusto, salvo tocar un pelo a mi consentida, que tiene que seguir en su rincón sin que nada la estorbe. Pero, mi querida compañera nunca había sufrido temperaturas de diez bajo cero. Estaba tan contenta que hasta había echado una pequeña floración invernal, por primera vez en sus 30 años de existencia. La calamidad climática la dejó completamente seca, convertida en un conjunto de troncos adornados por dry leaves and dead flowers. Y así sigue dos meses después, como ven en la imagen de abajo.

Como ven, le he quitado todas las hojas secas y la he limpiado de otros restos. Y, dos meses después de la catástrofe, aún albergo esperanzas de que reviva. Si eso sucede, lo celebraré por todo lo alto, como un evidente buen augurio. Cada mañana, en cuanto hago pis y me lavo someramente las manos y la cara, como me enseñó a hacer mi padre, salgo a la terraza y me paso un buen rato con mi consentida. La rocío con un spray de agua templada, reviso todos los rincones en busca de indicios de brotes. Pero sobre todo, le hablo. Le consulto sobre cómo enfocar mi día, cómo ordenar las tareas ingentes que me aguardan en mi jornada de jubilado. Me dirijo a ella con todo el cariño que puedo expresarle y espero que este tratamiento conjunto dé algún resultado. Ya saben que las plantas son seres vivos y mi buganvilla ha de ser sabia, si ha logrado llegar a este punto pasando a través de todo tipo de penalidades y abandonos. Este post es como una especie de exorcismo, para intentar revertir esa inmovilidad mortal que me muestra. Para que todos ustedes unan sus corazones en un impulso vital que insufle de nuevo confianza a mi planta más querida. Entre tanto, las demás plantas se dedican a celebrar por todo lo alto el hecho de que han sobrevivido y las más tempranas ya exhiben sus flores, como esta que ven abajo.

Les he dicho más arriba que tengo un volumen de tareas pendientes ingente. No exagero. Estoy ocupado de cojones. Yo la verdad, no entiendo cómo hay gente que se jubila y se deprime porque no sabe qué hacer. Hace poco, la única hija de Albert Camus, una sesentona de aire radiante, contó en una entrevista en la prensa que, en una ocasión, ella estaba de niña con su padre, que leía tranquilamente un periódico. Para llamar su atención, con la voz nasal y el toque ñoño que saben poner las pre-adolescentes, le soltó: jo, papi, es que me aburro… Su padre, sin despegar la vista del texto que leía, dijo: en este mundo sólo se aburren los imbéciles. Desde ese día, ella ya no se volvió a aburrir. Nunca más. Yo tengo ahora mismo varias tareas pendientes, digamos, profesionales. Por una parte, he de preparar mi clase presencial de hora y media en la ETSAM del próximo día 15. Tengo una serie de imágenes de charlas similares, que he de reordenar y adaptarlas al formato que me piden.

Pero es que al día siguiente, 16 de marzo a mediodía, me conectaré con Bogotá, San Francisco y una tercera ciudad que cada vez que me escriben cambia: ahora parece que puede ser París. La cita la han retrasado para que pueda presidirla la Alcaldesa de Bogotá. Lo mismo hasta tengo que ponerme una corbata. Aquí dispondré de veinte minutos para contar muy brevemente el Madrid Río. Lo que me supone preparar un segundo power point específico para el evento. En ese ecuador del mes de marzo, mi agenda se espesa y genera uno de esos grumos de actividad a los que siempre he respondido sin quejarme. Porque el mismo día 16, a las 19.30 tendré mi sesión de Billar de Letras para analizar el libro Los incendiarios, que me estoy leyendo en estos días. Para acabar de joderla, mi amigo Werner, la última persona a la que visité antes de estos encierros encadenados (inolvidable viaje a Pravia), me ha dicho que viene a Madrid el 14 para un asunto profesional y quiere quedar conmigo antes de volverse a Asturias el 16. La guinda del grumo.

Pero es que además, mis amigas del curre, esas que me quieren tanto y me hacen vídeos tan cariñosos como el que les mostré hace un par de posts, me han pedido que les vaya echando un vistazo a los proyectos presentados a la segunda fase de Reinventing, que son seis. Los puedo ver en pantalla, para lo que C40 me ha facilitado una clave personal, pero también en papel cuando voy al edificio APOT, algo que hice el jueves pasado y repetiré el próximo miércoles. Ellas dos no han podido empezar a ver los proyectos entregados y les viene bien que vaya yo desbrozando el camino. Pero es que, en paralelo, estoy desarrollando otra serie de tareas, digamos, personales que también me ocupan mucho tiempo.

Se las enumero para no ser exhaustivo, ya habrá tiempo de ir narrando los aspectos más blogueros que se vayan suscitando en cada una: gestionar el pago de mi pensión (algo más difícil de lo esperado, porque tengo que pelear contra una máquina), renovar el carné de conducir (hecho), conseguir que me instalen el Internet por fibra, gestionar mis exiguos fondos, que tengo en varias cestas como se aconseja, lo que me supone resistir las presiones de los gestores de cada una de las cestas, que me intentan seducir con todo tipo de halagos y estratagemas para que traslade todos los huevos a la misma cesta, casualmente la suya de cada uno. Tengo también que acabar de ordenar las cajas de libros y documentos que me traje de mi despacho, actualizar mi curriculum, poner al día mi perfil de Linkedin. Más mantener mi jardín y hacerme la comida la mayor parte de los días, y una compra de vez en cuando. También tengo en espera darle un tratamiento con aceite de linaza o similar a las sillas y la mesa de mi terraza, muy afectadas por la nieve de Filomena.

Para cuando termine todo eso, tengo una tarea pendiente, muy de jubilado: repasar mis posts del blog uno por uno desde el #1, para restaurar los videos que la página Youtube tiene a bien suprimirme periódicamente. Eso, siempre que se pueda, porque, como sabrán, hay algunos que han sido eliminados para siempre y con esos no puedo hacer nada. Y, para cuando me vaya quedando más libre de estas ocupaciones, he de pintar y acuchillar en casa, asunto que no es baladí. Además, estoy considerando rescatar mi viejo grupo de conversación inglesa, en versión telemática, con el bueno de Ed, el neoyorkino al que nadie llama por su verdadero nombre, salvo su madre y sólo cuando está enfadada y se dispone a echarle una bronca: ¡¡EDWIN!! Y todo eso hasta que llegue el día en que podamos otra vez viajar por el mundo, momento para el que, al cumplir 70, me he saltado al turno anterior de vacunación.

Además, poco a poco voy recuperando mi vida social perdida, aprovechando que la pandemia parece aflojar un poco (antes de que llegue la cuarta ola); salgo a comer con amigas y algún que otro amigo, tanto en terrazas como en interiores y ayer fui al teatro, a ver Mi amigo Cicerón, ocasión que me permitió encontrarme con mi vieja peña de adictos al teatro; a algunos hacía más de un año que no los veía. Así que ya ven que estoy entretenido, y eso sin contar con la lectura, la guitarra y la propia escritura de posts para el blog. Así que estoy en completo acuerdo con la hija de Camús. Pero, sentado esto, quiero contarles algo. Uno de estos días me encontré con un amigo por la calle; también hacía mucho que no lo veía en persona. Me hizo las preguntas de rigor: ¿qué tal estás? Bien. ¿Y tus hijos? Muy bien también. Hasta aquí lo habitual. Lo raro fue la pregunta siguiente: ¿Y cómo está Samantha Fish? ¿Cómo dices? Sí, que cómo van sus conciertos, qué tal está resultando la nueva gira; Sam es ya como de la familia, los que te seguimos en el blog estamos muy interesados en que continúes contándonos sus novedades.

Algunos de mis lectores se creerán que me lo estoy inventando. Allá ustedes. Sucedió tal cual lo cuento. Y esto me trae a la cabeza una reflexión. Yo empecé este blog hace más de ocho años y fui mejorándolo poco a poco, con historias de todo tipo, valorando qué tipos de rollos gustaban más a mis lectores y cuáles me dejaban a mí más satisfecho. En esa evolución, gradualmente fue surgiendo un personaje de mí mismo que empezó siendo como un espejo de mi verdadera personalidad, pero poco a poco fue cobrando vida propia y disociándose de mí, de forma que llegó a haber dos Emilios bien diferenciados, el real y el del blog. Ambos comparten algunas señas de identidad, como la literatura, el urbanismo, el rock o el running, pero el primero es quien soy de verdad, mientras que el segundo es una especie de alter ego, que se parece más a lo que yo hubiera querido ser. Algunos de mis lectores, que me conocen también en persona, detectaron hace tiempo esa especie de doble personalidad casi esquizoide.

Todo esto es un poco freudiano, pero cierto. Creo que ya les conté que una amiga de mis hijos que me sigue en el blog, quedó conmigo a tomar una cerveza para conocerme en persona. Y luego le comentó a mi hijo que le había sorprendido lo tímido que era, que por el blog me imaginaba como alguien mucho más decidido, seguro de sí mismo y con una personalidad arrolladora. Me parece que está claro lo que quiero decirles. Pero lo curioso es que ese Emilio bloguero ha ido cobrando un peso creciente a medida que iba pasando el tiempo, de forma que ya casi se está comiendo al otro. Ahora mismo yo ya no soy la persona que era antes, sino que ese Emilio bloguero ha ido fagocitando poco a poco mi personalidad, hasta hacerse con el mando de mi persona. Eso explica, por ejemplo el cariño que me han mostrado en el curre en el momento de la jubilación, la proximidad, la admiración, la ternura, el afecto que se trasluce del vídeo que me hicieron, la dedicatoria del libro que me regalaron, las palabras que se pronunciaron en la reunión de homenaje por Teams en la que se conectó toda la Dirección General.

El Emilio hasta ahora real, ese personaje dubitativo y un poco melancólico que era yo cuando inicié el blog, cuyo perfil se ha mantenido en paralelo a esta eclosión de mi nuevo yo, jamás hubiera suscitado semejantes expresiones de cariño, unos parabienes y unos homenajes como los que yo he recibido en estos días. Y en este nuevo escenario, los lectores me preguntan que cómo va Samantha, un personaje directamente nacido en el seno de mi alter ego bloguero. Samantha es alguien que hemos ido ustedes y yo descubriendo post a post en la deriva imparable de este blog. Una mujer que con determinación admirable ha derribado la puerta del viejo mundo del blues, dominado hasta ahora por hombres y en gran medida por negros, para instalarse allí como uno de los mejores, con su melena rubia teñida, su aire Marilyn y su simpatía que no se arredra ante nada. Su gira actual empezó el día 3 en Tallahassee y ha seguido con uno o dos conciertos diarios de hora y cuarto en distintas salas de conciertos de Florida.

Esos conciertos tienen lugar, en horario de Madrid en torno a las cuatro de la mañana. Y cada día, cuando me levanto, ya tengo en mis fan-pages de Facebook la retransmisión entera de al menos uno de esos conciertos, grabada por algún miembro de la red con su móvil. Así que, en estos días pasados, lo segundo que he hecho después de lavarme la cara y las manos y hablar un rato con mi buganvilla pendiente de resurrección, ha sido encender el ordenador, conectarlo con el cable HDMI a la televisión y ponerme a todo volumen el concierto de Sam de la noche anterior, para verlo mientras desayunaba. También me van llegando fotos de los eventos, como estas que les voy a poner. Corresponden a su concierto de anoche, 5 de marzo, en el Funky Biscuit de Boca Ratón, no muy lejos de la mansión de Trump en Mar-a-Lago.





Hoy no les voy a poner muchos deberes en cuanto a ver vídeos de esta artista admirable. Les contaré que Sam tiene ya un cierto estatus de diva, lo que hace que tenga un pequeño equipo a su alrededor que la protege de fans, curiosos, adoradores babosos y pesados. Los que logran atravesar ese filtro, son unánimes en sus opiniones: Samantha es una persona sencilla, cariñosa, vitalista, empática, con un sentido del humor infatigable que empieza por reírse de sí misma y encantada de que todo el mundo quiera estar un rato con ella. Es ya lo que se suele llamar una artista de culto, concepto que implica un carácter minoritario: como saben, Los Ramones no tuvieron nunca un solo éxito discográfico o número uno en las listas. Eran un grupo de culto y tenían seguidores fijos muy fieles que acudían a verlos a todos sus conciertos.

El grupo de Facebook Samantha Fish España, creado en junio por un barbudo gaditano y del que formo parte desde agosto, no consigue alcanzar los 100 miembros; ahora mismo somos 99. Es una consecuencia de que Sam sea una artista independiente, que no ha buscado integrarse en una multinacional discográfica, sino que tiene su propia productora en la que patrocina a cuatro frikis de esos por los que tiene debilidad. Las discográficas son capaces de hacer que todo el mundo hable de sus artistas y eso explica que ahora tengamos a Rosalía, a Billie Eilish, e incluso a C.Tangana (el nombre de artista más ridículo desde Nacha Pop) hasta en la sopa. Pero a Sam ya le llegará su hora. Mientras tanto, ella hace lo que le gusta, ha conseguido vivir del invento y no piensa dejar de ser ella misma, salvo por el hecho de que está más gorda que cuando pesaba 56 kilos y, tal como se la ve, imagino que habrá tenido que cambiar más de una vez la talla de sus pantalones de cuero.

En próximas entradas les explicaré cómo es que esta señora ha empezado (como siempre, la primera) a dar conciertos por USA, cuando la pandemia está todavía en pleno auge. Por hoy les voy a dejar con un vídeo del que sólo quiero que vean los 35 primeros segundos, para que se fijen en un simple gesto (por supuesto, quien quiera que lo vea entero). Les voy a pedir que imaginen una escena. Estamos en el mercado de la Plaza de Lugo, enfrente de la casa donde yo nací. Hemos ido a comprar pescado (fish) y le hemos pedido a la pescadera que nos limpie y nos corte en trozos medianos una pescadilla para hacerla a la gallega. La pescadera es una mujer recia, de la parte de Corme o de Malpica, que lleva desde pequeña trajinando con el pescado, con su juego de cuchillos intimidante, su fuerza natural y una profesionalidad a prueba de bomba, arre carallo.   

Con gesto automático, limpia el más grande de sus cuchillos con el grifo que le cae del techo en el extremo de una manguera plástica, elige una pescadilla mediana y empieza a trabajar con ella. Esta mañana hacía frío y niebla por el Orzán, cuando se ha acercado caminando a La Plaza (así llaman allí al mercado), por lo que se ha puesto una rebequita de lana para no enfriarse. Ahora la lleva puesta todavía, pero con el ejercicio de cortar el pescado con precisión y puntería, para que no se desbaraten los trozos, ha empezado a sudar y le está entrando un calor que amenaza con derivar en sofoco. Valora la posibilidad de terminar con la pescadilla y luego quitarse la rebeca, pero decide que no, que tiene que parar, porque se está asfixiando. Se la quita, pues, y entonces repara en que todos los clientes están mirando cómo lo hace. Es entonces cuando sobreactúa ligeramente, para teatralizar el gesto, quitarle importancia y empatizar con el coro de clientes mirones.

¿Han memorizado ese gesto? Pues van a verlo ahora. Este es un concierto de Samantha Fish en St. Louis (Missouri) en diciembre de 2018. Yo lo he visto entero y he observado cómo Sam ha salido con una especie de toquilla dorada sobre los hombros, que todo el rato se le está descolocando y puede que también le dé calor. Un verdadero coñazo. El vídeo que les pongo es de un trozo de ese concierto y empieza justo en el momento en que Sam se quita la rebeca y, a la vista de todos los asistentes, reproduce el gesto de la pescadera. Esta mujer viene del pueblo, es de Kansas City, que conceptualmente no es un lugar muy diferente de Corme o Malpica, y va a seguir siendo ella misma pase lo que pase, porque no le importa el qué dirán. Por eso la adoramos sus fans.

Antes les diré, a modo de despedida, que esta mañana me he levantado, me he lavado las manos y la cara, como me enseñó a hacer mi padre, luego he desayunado viendo el concierto de Samantha de anoche, el cuarto que daba en Boca Ratón, y enseguida me he puesto a escribirles esta entrada. He hecho una parada a mediodía, justo para comerme un plato del potaje de garbanzos, espinacas y bacalao que me cociné ayer antes de ir al teatro, que estaba de rechupete, y echarme una pequeña siesta. Y ya tengo el trabajo hecho. Me queda tiempo esta tarde para empezar a seleccionar imágenes de Madrid Río para mi presentación en power point para el día 15 y su extracto para el 16. En fin, como van a ver (en pantalla grande, por favor) los 35 primeros segundos del vídeo que les pongo abajo, yo que ustedes ya lo dejaría entero, le subiría el volumen y aprovecharía para bailar un rato, que es tarde de sábado y tenemos que celebrar que aun no nos ha pillado el virus. Sean buenos. Y cuídense.

2 comentarios:

  1. ¿Puede tu disociación interpretarse como que, finalmente, has conseguido ser quien tú querías ser? Si ese alter ego del que hablas era un poco la proyección de tus deseos y tus anhelos, pues el hecho de que poco a poco te vaya fagocitando, indica que te vas acercando a lo que querías ser. Si es así, debe de ser algo muy grato.

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    1. Pues es una forma de verlo. Si usted lo dice, tal vez tenga razón. Esas cosas se aprecian mejor desde fuera.

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