jueves, 15 de octubre de 2020

985. Impasible el alemán

Bueno, seguimos aquí al pie del cañón, pendientes de los temas que más interesan en este blog, la campaña USA, que yo creo que va bien y la vamos a dejar para otro día, la gira de Samantha Fish, que sigue viento en popa y por supuesto, el maldito virus. Yo tengo una idea clara: el virus está por todas partes y nadie tiene ni puta idea de cómo opera, por qué unos se contagian y otros no, por qué unos se ponen muy malitos y otro no se enteran, y por qué de pronto se ven seriamente afectadas unas zonas y otras no. España ha liderado esta segunda ola de contagios, pero ahora la siguen los demás, Francia, Alemania, Italia, Portugal, Bélgica, Holanda. Siempre he pensado que a nosotros nos ha tocado ir ahora en cabeza, igual que antes le tocó a Italia, y que esto no era por tener en el gobierno a Sánchez y al de la coleta, como sostiene el fraCasado, con su habitual des-facha-tez. 

Pero eso no quita para que investiguemos si estamos haciendo algo mal y cómo podemos mejorarlo. Por lo que yo veo, la respuesta al virus es bastante poderosa en países autoritarios, como China, donde funciona el ordeno y mando. Allí han derrotado al virus a garrotazos, y al que levante un poco la voz, le dan hasta que se calle. Extremo de esta tendencia son lugares como Corea del Norte, donde está prohibido tener la Covid-19, al que se le ocurra decir que está malo lo rematan ya directamente. Como ya se contó en el blog, el presidente de Turkmenistan ha prohibido incluso hablar de ello bajo pena de cárcel. Y el de Bielorrusia, que sigue en el poder tras el reciente pucherazo, recomienda lavarse las manos con vodka y echarse luego un trago, como medida terapéutica infalible.

Pero hay otros lugares en donde el virus se ha controlado con sistemas inteligentes y sin perder su carácter democrático. Por ejemplo, ¿saben ustedes cuantos casos y muertos ha habido en Uruguay? Se lo desvelo: 2.388 casos y 51 muertos. Un país que está metido en el sándwich mortífero que forman Argentina y Brasil. La BBC le dedica a este curioso caso un reportaje que pueden consultar AQUÍ. Yo se lo resumiría, pero para eso primero tendría que entenderlo. Tal vez el mayor éxito en la lucha contra el coronavirus es el que muestra Nueva Zelanda. Pero es que aquí tienen a la presidenta Jacinda Ardern, otro de los ídolos de este blog.

Jacinda y su gobierno han logrado detener las dos olas del virus, una detrás de la otra. En cuanto han aparecido casos, han iniciado su estrategia hasta que no ha quedado un solo infectado. Preguntada por cómo lo hace, lo resume en una frase: to do hardly, to do early. Es decir: darle duro y darle pronto. Está bien claro. Justo lo que no hacemos aquí. Por cierto, aprovecho para recordarles que pasado mañana hay elecciones generales en Nueva Zelanda. Nadie duda de que esta señora estupenda revalidará la presidencia. La única duda es si necesitará hacer alianza con los verdes como hasta ahora o tendrá mayoría absoluta. Abajo tienen una foto suya, de uno de estos días finales de su campaña electoral. Jacinda está feliz en un mundo sin covid, donde no se necesitan mascarillas. Y pueden ver también cómo la quiere su pueblo, de rasgos inequívocamente maoríes.

Pero no hay que irse tan lejos para encontrar estrategias exitosas. Por ejemplo, en Italia se están haciendo las cosas bien, no es casualidad que les vaya mejor. Mi hijo Kike, que está estos días en Milán por trabajo, me da algunos datos. Allí, ahora mismo, si quieres ir a un bar (sólo en terraza), además de tomarte la temperatura, hacerte lavar las manos con gel y todo lo demás, te toman los datos, nombre, DNI y domicilio. Por si se registra algún contagio posterior. El rastreo de contactos no es una técnica a posteriori, sino una tarea preventiva. Ya ven que aquí no actuamos correctamente. Pero es triste que el fraCasado y compañía digan que es por culpa de Sánchez. Yo estoy convencido de que, con ellos en el gobierno, se haría igual de mal. El otro día les dije que el gobierno de Ayuso no había acometido ninguna iniciativa legislativa. Falso. Han elaborado una ley. Hoy mismo se ha publicado. ¿Saben cuál? Sí, han acertado: la nueva Ley del Suelo. La que va a casi suprimir las licencias y que cada uno haga lo que le dé la gana. Venían con esa idea en la cabeza, y no les para ni el covid.

Mierda, que yo no quería hablar de política. ¡Joder! En realidad, yo quería hablarles hoy de literatura. Este martes tuvimos el segundo club de lectura de la temporada, del grupo Billar de Letras, y fue sensacional. Les aclaro algo. El club de septiembre, el primero, giró en torno al libro Niña, mujer, otras, la extraordinaria novela de Bernardine Evaristo, que ya les he recomendado por activa y por pasiva, les va a encantar. Pero la sesión del club, en sí misma, me resultó un poco bluff. Esta vez ha sucedido lo contrario. El libro es cojonudo, pero yo no se lo voy a recomendar, ahora veremos por qué. Pero la sesión fue sensacional.

El libro se llama Todo en vano (Walter Kempowsky, 2006, Libros del Asteroide). Se trata de la última novela de este escritor alemán, muy valorado en su tierra, que falleció un año después de su publicación. La obra nos cuenta las horas angustiosas que vive una familia aristocrática de la Prusia Oriental, en 1945, mientras esperan que lleguen los rusos, que supuestamente arrasarán con todo, como ya hicieron en la Primera Guerra Mundial. Por la mansión campestre de esta familia pasan sucesivos personajes, que dan diferentes visiones de lo que está ocurriendo. Es una novela tenebrosa, depresiva, en la que lo más que se percibe de los rusos que vienen es el bramido que se oye a lo lejos, que uno de los personajes identifica como fuego de cobertura. Y que viene acompañado por un resplandor rojizo.

Ya les adelanto dos cosas (disculpen el spoiler, pero no creo que se animen a leerla). Una: los rusos no llegan nunca, son como el Godot de la obra teatral. Dos, la presión llega a tal nivel, que los de la casa huyen finalmente, sumándose a una caravana caótica de carros que atasca la carretera, en busca de un lugar llamado La Albufera, en donde esperan subirse a un barco y huir. Y de los personajes del libro, no queda ni el apuntador, algunos mueren por bombardeos sobre la columna de vehículos, otros atropellados en el caos, ahorcados por ladrones y otras barbaridades. Bien, se trata de un libro que se inserta en una nueva, relativamente, tendencia de la literatura alemana. Después de la Guerra Mundial, el pueblo alemán asumió colectivamente el papel de malos de esta película, de verdugos que debían purgar su culpa. Pasó mucho tiempo hasta que algunos escritores empezaron a reivindicar también el papel de víctimas: Gunter Grass, Heinrich Böll y este Kempowsky.

El libro tiene para mí un interés suplementario. Es una crónica de un mundo que está a punto de desaparecer. Pero literalmente: la Prusia Oriental ya no existe hoy en día. Toda la población alemana fue deportada al oeste. La capital Köningsberg, fue bombardeada por los ingleses y arrasada completamente. Y este territorio fue colonizado por rusos que se implantaron allí, atraídos por las subvenciones que les ofrecía el régimen soviético por trasladarse. En el lugar de Köningsberg se edificó una nueva ciudad: Kaliningrado. Hace un par de años, conocí a un escritor de esta ciudad, el gran Yuri Buida, autor de dos libros que me encantaron: El tren cero y Helada sangre azul, que ya les recomendé en este blog. 

Asistí a una entrevista que le hizo Ronaldo en el FNAC. Y recuerdo dos cosas. Una, que, tal como nos contó, él era hijo de una de esas parejas que se desplazaron a la zona desde el centro de Rusia. De modo que él tenía una memoria de su pasado que se interrumpía hacia atrás en un punto, a partir del cual nadie hablaba. La otra, que, como la ciudad de Kaliningrado fue construida desde cero durante el período soviético, no había iglesias. Todos eran ortodoxos y rezaban donde podían. Sólo tras la caída del mundo soviético se construyeron las primera iglesias. Si buscan ustedes Kaliningrado en el mapa de Europa, verán que es una ciudad a orillas del Báltico, que forma parte de un trozo de Rusia separado del resto del país. 

Por lo demás, me encantó la sesión del club porque contamos con el traductor del libro, Carlos Fortea, un veterano que fue hasta decano de la Escuela de Traducción de Salamanca y que sabe mucho de la cultura alemana. En un momento dado, comentó un tema. Los personajes de la novela pueden huir a tiempo, pero no lo hacen. Esperan hasta el caos final, cuando ya la situación les arrasa. Según Fortea esto es algo muy alemán. El alemán es un tipo que tiene una confianza ciega en la autoridad, que espera a que le digan lo que tiene que hacer, porque no le gusta improvisar. Y esto, siempre según Fortea, es una expresión de esa mentalidad cuadriculada, que se instauró cuando los alemanes de Prusia la impusieron a los de la parte más occidental, los del entorno del Rhin, que eran más cachondos y más creativos.

Nunca había oído eso de las dos Alemanias y me quedé impresionado. Yo he viajado por muchas ciudades alemanas y me encanta ese orden que tienen, esa sensación de seguridad que se transmite. Los alemanes cumplen las normas que se les imponen, por naturaleza, porque son así, obedientes. Esa es la idea que yo me traje de mis viajes a Berlín, Hamburgo, Munich, Leipzig, Friburgo, Dresde y otras ciudades. Pero conozco a dos alemanes que viven en Madrid. Uno es mi querida cuñada mayor, 85 años. El otro es mi peluquero Jurgen, del que ya les he hablado varias veces. Y los dos me dicen lo mismo: que los alemanes cumplen las normas, no porque esa sea su naturaleza, sino porque al que se sale de la norma lo crujen a multas, le imponen unos castigos muy severos, que la sociedad en su conjunto aprueba, una sociedad que es la primera en denunciar los comportamientos atípicos.

Mi cuñada lleva en España cerca de 60 años y que nadie le hable de volver a Alemania. Jurgen está también feliz aquí. Al escuchar a Fortea, caí en la cuenta de que ambos son de la zona más occidental. Mi cuñada es de la zona de Mannhein-Auerbach. Y Jurgen, de Friburgo, una ciudad en la que hay hasta naranjos y limoneros. Ambos comparten ese carácter un poco gamberro, esa sonrisa ingeniosa con un punto travieso. Le pregunté a Fortea por esas dos Alemanias originales y cómo fue que la del este había impuesto su carácter prusiano a la otra.

Me dijo que la diferencia entre ambas la marca la Reforma de Lutero, que fue en el Este. Para los protestantes, el pecado original es algo que no se borra nunca. Y, en consecuencia, se pasan toda su vida siendo muy correctos y muy rígidos para compensar esa culpa primigenia que nunca lavan del todo. En cambio, los católicos de Roma, vivimos de puta madre, hacemos toda clase de tropelías, porque bastan unos segundos de arrepentimiento al final de nuestras vidas para que se nos perdone y consigamos ese cielo que tanto les cuesta a ellos. Los calvinistas, protestantes más extremos, dicen que eso es un cachondeo, que para ganarte el cielo tienes que ser bueno y correcto todos los segundos de tu vida. Acojonante.

Hablamos también del carácter japonés, que es parecido, pero distinto. Los japoneses son un pueblo que funciona de manera colectiva y han aprendido a hacerlo después de calamidades como terremotos, guerras y epidemias. El japonés es un sujeto que disfruta haciendo lo correcto, lo tiene interiorizado. Y, cuando no lo ve nadie, sigue actuando correctamente. Así se lo manda Confucio. A este respecto, recordé una anécdota que conté en el blog. Yendo en tren de Hamburgo a Lübeck, la patria de Gunter Grass, se desencadenó una huelga de ferroviarios. A la hora que tocaba, pararon el tren y nos dejaron en medio de la nada, muy cerca de nuestro destino (pero nosotros no lo sabíamos). No había autobuses (paraban también en solidaridad con la reivindicación de los ferroviarios).

Y conseguimos llegar a una pequeña estación, desde donde nos ofrecieron taxis gratuitos para llegar a Lübeck. Entonces empezaron a llegar los taxis de uno en uno y los pasajeros alemanes se abalanzaron sobre los primeros, disputándoselos a puros codazos. Esto es algo que contradice ese carácter organizado que se suele adjudicar a este pueblo. Y algo que nunca sucedería en Japón. Según Fortea, eso sucede entre alemanes cuando no hay una autoridad que dirija el cotarro. Y es lo que sucede también al final de la historia que se narra en Todo en vano. Por otro lado, Kempowsky narra ese desastre con frialdad absoluta, con lo que algunos del club denominaron desapego. Impasible el alemán. Es ciertamente un libro de lectura difícil, aunque te engancha en su espiral hacia la ruina.

Les dejo. El 23 de este mes se publica el nuevo disco de Bruce Springsteen con la E-Street Band, que todo el mundo dice que es fabuloso y que llevaba más de 30 años sin hacer un disco como este. Pero ustedes tiene la suerte de seguir este blog y ya han escuchado las dos canciones que el Boss ha publicado en Youtube: Letter to you y Ghost, realmente extraordinarias. Las chicas de Larkin Poe, las encantadoras hermanas Rebecca y Megan Lovell también publicarán próximamente, en concreto el 20 de noviembre, un disco de versiones de clásicos. Han aprovechado el confinamiento para grabar en su casa estas versiones (covers, que decimos los elegantes). El otro día les traje el Nights in white satin. Hoy les voy a dejar con una deliciosa versión del clásico In my life de John Lennon para los Beatles. Por cierto, Rebecca se atreve a reproducir con su guitarra el solo de piano con que el productor George Martin le quiso dar un punto barroco a la canción. Es algo muy meritorio y le sale muy bien. Que ustedes lo pasen bien. Y ya saben: denle duro y denle rápido.


2 comentarios:

  1. Varias cosas. En Italia continúa vigente el estado de alarma. Allí no tienen una oposición que dé la murga pidiendo libertad a golpe de cacerolas. Eso permite al gobierno una mayor efectividad.
    He visto el mapa de Kaliningrado, se aprecia perfectamente cuál es la albufera a la que quieren llegar los que huyen del horror ruso.
    Lo de los alemanes explica por qué desparraman aquí cuando vienen de turistas. Si no hay autoridad, hacemos lo que queremos.
    Y las chicas de Larkin Poe, cada día más guapas.

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    1. Pues estoy bastante de acuerdo con usted. En Italia no tienen un fraCasado que dé el coñazo. Aún así, la epidemia está remontando.
      Enfrente de Kaliningrado hay efectivamente una barra que define un mar interior, como sucede por ejemplo en el sur de Portugal, en la zona de Tavira. Pero los barcos llegaban a los puertos de adentro. El problema es el caos de estas situaciones, como la que se vivió en Alicante al culminarse la derrota del ejército republicano.
      Aquí desparraman los alemanes y todos los demás europeos, no son sólo ellos.
      Y de las chicas de Larkin Poe, todo lo que se diga es poco.
      Un abrazo, amigo.

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