sábado, 19 de septiembre de 2020

977. Al rescate de la vieja normalidad

He de empezar con una noticia de alcance. La revista Making a scene, el medio más prestigioso de la música independiente en Norteamérica, acaba de publicar su lista de Blues Awards 2020, los premios de blues del año. Y Samantha Fish se ha llevado nada menos que DIEZ galardones, entre ellos el de artista del año, como pueden comprobar aquí al lado en la portada del último número de la revista, recién publicado. Los otros premios son significativos: mejor productora, mejor artista femenina, mejor CD, mejor vídeo, mejor artista de soul, premio Road Warrior, guerrero de la carretera, a la mejor gira. Y tres más. También ha arañado un premio Larkin Poe, el grupo de las hermanas Lovell, del que hemos hablado en el blog. 

Pueden comprobar todo esto en la Web de la revista: https://www.makingascene.org/ en cuya parte superior sale un vídeo en sinfín con todos los premiados. Es una alegría muy grande para mí y también para ustedes, queridos lectores, que constatan así que tal vez no entienda mucho de política, de literatura, de cine y de otras materias de las que me lanzo a perorar (incluso de urbanismo), pero de rock y de blues sí que tengo buen ojo y ustedes han tenido en primicia la noticia de que existía esta artista portentosa, antes de que ningún medio nacional distraiga su atención de las corrupciones y las miserias locales, para hablar de ella. Una mujer por la que el otro día trasnoché para verla en directo, como no lo hacía por nadie hace muchos años. Desde este blog: ¡Enhorabuena Sam!

El caso es que estaba yo todavía dándole vueltas a lo de Atropellado un anciano de 65 años en Hortaleza. Qué barbaridad, cómo puede dedicarse al periodismo un tipo capaz de titular así su artículo. Cuando un lector me recordó por detrás que el auténtico anciano del blues es el señor John Mayall, nacido cerca de Manchester hace casi 87 años (los cumple en noviembre). Y ahí lo hemos tenido de gira permanente por todo el mundo, hasta que llegó el confinamiento por el Covid 19. Y en estupenda forma física, musical y de ánimo, como vamos a ver. Este señor formó en 1963 The Bluesbreakers, el grupo en el que comenzaron sus carreras Eric Clapton, Peter Green y Mick Taylor entre otros. He encontrado un vídeo de los 33 primeros minutos de su concierto en Barcelona de hace casi un año, o sea que estaba a punto de cumplir los 86.

Obviamente, no les pido que vean el vídeo entero (salvo forofos del blues, o los que se lo quieran dejar de fondo mientras siguen leyendo, es bastante agradable), pero sí les pido que vean el principio, que es muy gracioso y de paso comprueban cómo está este señor. Mayall responde a los aplausos de bienvenida y se intenta poner estupendo, diciendo con acento evocador: La nuit del blues... Y continúa: de todas formas es lo único que sé decir en francés. Entonces se le acerca el del bajo y le dice al oído: maestro, que no estamos en Francia, que esto es Barcelona. La sorpresa de Mayall es divertidísima. Se intenta asegurar: ¿Barcelona? Oh, gran ciudad. Qué importa, es que no sé decir nada en español (es de agradecer que no salga nadie gritando en catalán, en catalán; obviamente, los que están al blues, no están a la sardana). Y sigue: ¿Está todo el mundo dispuesto a escuchar buen blues esta noche? SÍÍÍÍÍÍ, dice la peña.

Entonces procede a presentar a lo que llama su estupenda orquesta. El batería, de Chicago. El bajo, que se llama Greg y también es de Chicago (y además es quien está al tanto de que al jefe no se le vaya la olla demasiado). Y por último, la fabulosa señora de Texas a la guitarra: Carolyn Wonderland, o sea Carolina del País de las Maravillas, posiblemente pariente lejana de Alicia, a la que hemos visto aplaudir a sus compañeros de una forma muy original, dándose con una mano en la correa de la guitarra. Unas vez presentado el grupo, Mayall anuncia que va a empezar el show cantando el Mother in Love Blues, es decir, el blues de la suegra. Y arranca fenomenal. Vean hasta donde se cansen. Aquí tenemos a un anciano cojonudo, que toca todo su concierto de pie. Comprobarán que lo he dicho con toda precisión: está muy bien físicamente, musicalmente y de ánimo. La cabeza ya le patina un poco, como nos pasa a todos los veteranos, y por eso ha saludado en francés. 

Pero vamos a lo nuestro. He estirado deliberadamente el plazo de escribir un post cada tres días, para llevarlo hasta hoy 19 de septiembre. En primer lugar, porque hoy celebramos el octavo aniversario del blog (manda carallo). Hace justo ocho años publiqué esperanzado mi primer post sin tener un plan muy claro en cuanto a la duración del invento. Sí que, como ya les he contado, quería evitar la tontería de mucha gente que abren un blog, publican dos o tres entradas y lo dejan morir. Yo empecé a prepararlo unos seis meses antes y no abrí el fuego hasta que estuve seguro de tener suficientes temas como para poderlo mantener indefinidamente.

Ya saben que soy fondista. Y el ideal del fondista es alcanzar una velocidad de crucero que te permita seguir corriendo de forma indefinida y pararte cuando tú quieras, no cuando ya no puedas más. He tenido algunos lapsus de dos y hasta de tres semanas, pero siempre por algún viaje o causa justificada. Y aquí sigo, eventually a su disposición. Pero la fecha de hoy tiene otro significado. Porque marca el día en que me quedan exactamente cinco meses de funcionario. No sé si conseguiré alcanzar antes del final un rendimiento laboral como el anterior a la pandemia, pero lo voy a intentar, y eso conecta ya con el título del post. En realidad, no podemos esperar a que la Covid-19 se pase del todo para empezar a hacer un poco nuestra vida de siempre. Hay que ir haciendo camino al andar. Ya les puse el ejemplo de mi lesión de pie que, por cierto, me sigue doliendo pero no he dejado de correr porque, si hubiera esperado a tenerla curada del todo, habría arruinado mi forma física (y mental).

Dice Bill Gates que a esta crisis le quedan en torno a dos años (lo que aventuraba mi hijo Kike hace unas semanas). No podemos quedarnos dos años encerrados, porque nos atacaría otro virus también muy poderoso: el del aislamiento mental, esa especie de autismo en el que están cayendo algunos a causa del miedo, ciertamente justificado, pero contra el que hay que luchar, porque es también muy peligroso. En ese aspecto, todos estamos intentando rehacer nuestras rutinas anteriores, adaptadas a las medidas de prevención sanitaria que nos impongan las autoridades. Eso produce cosas como los partidos de fútbol sin público, por ejemplo. Es un fenómeno transitorio, poco a poco se irá autorizando que entren algunas personas, bien separadas. También los conciertos de rock en streaming, como el de Samantha Fish del otro día. La gente tiene que seguir desarrollando sus profesiones.

En ese sentido, yo también voy abriendo mis actividades a otros sectores, porque no me quiero quedar encerrado. Esta semana y la próxima empiezan ya a incluir algunas de mis rutinas de esa vieja normalidad que tanto añoro. Con limitaciones que iremos poco a poco suavizando cuando se pueda. Será como cuando llegaba el día en que dejabas los Dodotis, porque tu hijo ya no se hacía pis y llevabas el último paquete mediado a la farmacia con una sensación de satisfacción infinita: por fin. El lunes volví a quedar en el Jardín Botánico a comer con dos amigos a los que no veía hace meses. Uno de ellos era la primera vez que comía fuera desde marzo. Por cierto, desde que presumí en el blog de haber ido a este lugar con tres amigas diferentes, sólo he vuelto con compañeros masculinos. Me pasa por hablar de más.

El martes me sumé a una excursión de dos días a Cuenca y Priego, lugares míticos de la provincia de nacimiento de mi padre, que creo que se merecen un post exclusivo en unos días. Diré que salimos a media mañana sin apuros, llegamos a la ciudad a la hora de comer, aparcamos el coche arriba, cerca del Castillo y caímos a la hoz del Huécar para ir llegando a la Plaza Mayor desde abajo, por detrás de la Catedral. Comimos en la terraza del Mangana en plena plaza. Morteruelo, gazpacho y lomo adobado con patatas (por mi parte) y un largo café para hacer tiempo hasta las 16.00, hora de apertura del Museo de Arte Contemporáneo. Dos horas con Millares, Zóbel, Saura, etc, una tónica en otra terraza de la plaza y luego bajamos por la Cuesta de las Angustias hasta el camino de ribera del Júcar. Remontamos un buen rato río arriba, hasta llegar a unas escaleras talladas en piedra por las que subimos a la cumbrera para tomar el camino de vuelta, ya al atardecer.

Cruzamos por el puente metálico al Parador, para ver el crepúsculo tras las Casas Colgadas y picamos algo para cenar junto a la estatua del rey Alfonso VIII, que reconquistó la ciudad. Luego cogimos el coche para acercarnos a Priego, donde teníamos casa para dormir. El miércoles hicimos diferentes rutas senderistas sencillas, visitamos la presa del Molino de la Chincha, y llegamos a comer a Puente Vadillos, junto al balneario de Solán de Cabras, cerrado por la pandemia. Restaurante Caserío de Vadillos: más morteruelo, salmorejo y cordero. Por la tarde otra ruta por la hoz de Beteta, vigilados desde lo alto por los buitres, y vuelta a Madrid al atardecer. Según la aplicación de mi móvil, ambos días cumplí mi meta de salud de 10.000 pasos, algo que no sucedía hace mucho, porque no lo llevo cuando salgo a correr.

El jueves madrugué para asistir telemáticamente al Encuentro Informativo de las 8.30 de mi Dirección General, el primero desde la declaración de estado de alarma. Allí nuestra jefa nos comunicó que, a partir de la semana que viene empezaremos un régimen mixto por turnos: dos días presenciales, dos de teletrabajo y un viernes presencial de cada dos. Era algo que tenía que llegar antes o después. Solamente con el teletrabajo, no se cubren objetivos ni de coña y además se pierde la interacción laboral, que es básica para el buen funcionamiento de los equipos. Yo estoy de vacaciones hasta final de mes, pero tenía interés en escuchar lo que se decía. Y antes de terminar mis vacaciones, tendré al menos una reunión presencial. Otra forma de ir recuperando la vieja normalidad perdida. Estar encerrados tanto tiempo es malo. Si Samantha Fish se trajo de su encierro unos kilos de más, no es de extrañar que alguno de nosotros vuelva con sobrepeso mental.

Ayer empecé el día corriendo por el Retiro, aprovechando la tregua de la lluvia que nos ha visitado estos días. Bajé a comer al Matilda, por apoyar un poco a mis amigos Fernando y Alejandro y, tras la siesta de rigor, me vestí y caminé hasta el Teatro Pavón, al lado de la cabecera del Rastro. Allí tenía entrada para ver Traición, de Harold Pinter. Era la primera vez que iba al teatro desde el cerrojazo de marzo y fue una experiencia muy grata y emotiva. A la entrada se nos tomó la temperatura en la frente (yo tenía 35,7) y se nos instó a usar el gel hidroalcohólico antes de acceder a la sala. Luego había una butaca libre de cada tres y había que tener la mascarilla puesta todo el rato. 

La obra resultó muy interesante, con un montaje magnífico y unos actores soberbios. Pero sobre todo, fue la alegría de vernos de nuevo en un teatro, de celebrar que la cultura sigue viva, que el virus no va a poder con nosotros. Todo eso desbordó en una emotividad a flor de piel, cuando hicimos que los actores saludaran una y otra vez, cuando ellos mismo aplaudían a su vez al público, conmovidos y transportados en una comunión liberadora. Después cayó una cerveza en un bar de La Latina, completamente vacío, en el que los camareros nos sirvieron con un agradecimiento similar al de la gente del teatro. Y me volví a casa caminando bajo la lluvia, por unos parajes urbanos en los que sólo se veía gente joven en grupos. 

Para la semana que viene, voy teniendo un programa bastante tendente a normalizar mi vida. El martes, sesión de inicio de curso de Billar de Letras, para analizar el libro Niña, mujer, otras, del que ya les he hablado. Ronaldo nos ha consultado si queremos hacerlo presencial y yo he respondido que sí, pero me temo que soy el único, así que seguramente volverá a ser telemático. El miércoles he quedado con mi amigo Ramón a comer en Casa Tomás, el restaurante de mis amigos cerca de Doctor Esquerdo. El jueves tengo que ir a la isla de Alcatraz para una reunión con uno de los equipos finalistas de Reinventing Cities, que nos la ha pedido. Y vendrán otras muchas en las semanas sucesivas con los demás equipos. Esto es algo que no se puede resolver por Zoom. Y la semana siguiente tengo las cinco tardes laborables reservadas para mi curso intensivo de iniciación a la novela, de 19.00 a 22.00. En teoría, el miércoles se acaban mis vacaciones pero, como me ha tocado el turno de lunes/martes, imagino que no tendré que empezar a ir al curre hasta el lunes siguiente, 5 de octubre.

Todo el mundo se inventa nuevas tareas adaptadas a la seguridad sanitaria para ir poco a poco volviendo a la vieja normalidad. Samantha Fish mantiene su concierto de regreso con público para el día 8 de octubre en el Knuckleheads de Kansas City, el club de los cabezas huecas, el lugar donde ella empezó a entrar con 15 años a servir pizzas a los clientes que iban a escuchar blues cada noche. Samantha es fiel a sus raíces y ha querido reaparecer en ese lugar tan lleno de simbolismo y de recuerdos para ella. Luego, tiene una larga gira, que la traerá a Europa a partir de marzo. Veremos si la evolución de la pandemia se lo permite, que la cosa se está poniendo fea. Pero tenemos que seguir haciendo-como-si se estuviera controlando, para no volvernos locos.

Por su parte, Sheryl Crow ha organizado sus dos primeros conciertos, ayer y hoy en streaming desde su rancho de Nashville, uno electrificado al aire libre y otro acústico más íntimo. Para verlos en directo se podían pagar 20 dólares por uno o 35 por los dos. No estaba yo por la labor de darme otro madrugón la noche pasada, y menos teniendo el teatro. El de hoy será a la 1 de la tarde hora de Nashville, o sea las 7 de la tarde de aquí. Este segundo será el acústico, en el interior del rancho. Todavía puedo comprar mis entradas, que me permitirían ver los conciertos en diferido a la hora que yo quisiera, durante las dos semanas siguientes. Es un poco caro para ver estos conciertos en diferido. Sheryl ha declarado que, si tuviera que esperar a que se solucionara el Covid-19, no empezaría a tocar nunca y ella necesita tocar en directo para no volverse loca. Lo que venimos diciendo.

Otra de las iniciativas creativas de esta mujer ha sido poner a la venta un single en vinilo a 45 rpm, el primero que edita en veinte años. Tiene por una cara Woman in the White House y por la otra In the End, las dos canciones suyas que hemos escuchado en el blog últimamente. Sacan sólo 500 copias, al precio de 20 dólares y, cuando se acaben, se acaban. Una parte de lo que recaude con su venta irá directamente a la organización She Should Run, que informa, asesora y ayuda a las mujeres que quieran hacer una carrera administrativa o política. Sheryl está siempre a la última y este asunto viene a confirmar algo que me gusta mucho: el vinilo ha vuelto. El vinilo de alta fidelidad es un sistema que permite un sonido que ningún otro sistema garantiza. En este momento, se editan ya más discos en vinilo que en CD, ambos sistemas a años luz de las cifras de los demás medios de editar música. Pero tiempo al tiempo.

El rock es cultura que pasa de padres a hijos y las actuaciones en directo son la savia de la que se alimenta. Hemos visto tocar a John Mayall a sus 86 años y ahora nos vamos a ir al otro extremo del arco, porque el rock es cosa de abuelos y nietos. Para ello volveremos a nuestra flamante artista del año, tan querida en este blog. Veremos el final de un concierto de Samantha Fish el 5 de enero de 2019, durante el Crawfish Festival, el festival del cangrejo de Nueva Orleans. Samantha ha invitado al escenario para sus últimos temas a un amigo que se llama Jonathon Long, un tipo grandote y bastante friky, pero Samantha (como yo) tiene debilidad por los frikys. Acaban de terminar la penúltima canción y se disponen a dar paso a Bitch on the run, uno de los mayores éxitos de Samantha, que ya hemos oído en el blog y con el que suele cerrar sus conciertos. Se tiran un buen rato retándose con las guitarras, porque Jonathon es un guitarrista fabuloso. Y empieza la canción con el apoyo de toda la banda.

Lady Sam canta las dos estrofas y se reserva un punteo en exclusiva, para dejar claro que ella es la que manda. Entonces, sobreactúa en plan diva para llamar la atención del público: ojo, que ahora viene lo nunca visto, el acabóse. Llama a su izquierda: ven, hombre. Y aparece literalmente un niño, que se acerca tímidamente (según he podido leer, se le conoce por Taz y tenía en ese momento 15 años). Y Samantha ¡le deja su guitarra! Que un rocker te preste su guitarra es como que un escritor te deje su pluma. Incluso se preocupa de dejársela bien afinada, con sus botoncitos del suelo. Y aún se ocupa de lanzar una de sus púas al público, antes de irse atrás, a coquetear con los de la sección de viento, para dejarle todo el protagonismo al chico. ¿Se pueden ustedes imaginar lo que habrá sentido ese rapaz en ese momento, delante de un auditorio a reventar y arropado por la big band de Samantha Fish?

Pero el chaval es un as de la guitarra. Parece que se trata de uno de los alumnos más brillantes de la Escuela de Rock de Broadway, en New York, a quien le puso Taz uno de sus profesores, porque dijo que era clavadito al dibujo animado del diablo de Tazmania. Y el chico se marca un punteo estratosférico. Después de un buen rato de lucirse, duda, no sabe si seguir o no y mira a un lado y al otro. Y Samantha, que está al loro, acude presurosa. Taz hace el ademán de quitarse la guitarra para devolvérsela, pero ella le dice que no, que se la quede. Y se apresta a presentar a los músicos de su banda: trompeta, saxo, batería, Chris Alexander al bajo, el pianista. Y Taz, al que presenta como uno más del grupo (Jonathon le señala y le aplaude). Y termina presentando a su buen amigo Jonathon. Pero aún falta la traca final.

Lady Sam quiere que los asistentes canten eso de right now, right now. Y sale a retarlos a los medios, hasta situarse encima de los grandes bafles, con cuidado de no caerse como Sabina. Consigue que canten todos y dirige ese final apoteósico que se merece su actuación, en la que seguramente lleva más de hora y media dejándoselo todo. Termina el concierto, Samantha le da un abrazo al crío y le recoge la guitarra para dejarla por allí. Sale un presentador que también lo felicita, lo mismo que el bueno de Chris Alexander. Y hacen el saludo de grupo. El presentador, virtualmente se ha quedado sin palabras y sólo puede decir: Gracias Samantha. Y entonces aparece por detrás de la batería un fotógrafo que quiere inmortalizar este primer momento de gloria de Taz, que recordará siempre, cuando llegue a ser una estrella del rock. Y Samantha no tiene ningún inconveniente en posar con él. Es una diva empática e incansable, la persona más feliz en medio de ese mogollón. Véanla.

Así estaba Samantha Fish, jugando en las grandes ligas del rock, cuando llegó el virus y la paró en seco. Seis meses después, ha empezado a hacer-como-si. Primero intervino en el programa aniversario de la emisora WWOZ, unos minutos sentada con su guitarra acústica. Luego hizo el concierto en streaming del Tipitina, que yo pude ver trasnochando y con la ayuda de dos 1906 de Estrella Galicia. El premio de Artista del Año le viene ahora como anillo al dedo. Y el 8 de octubre, Dios mediando, reaparecerá en el Knuckleheads de Kansas City. 

Y eso es lo que tienen que hacer ustedes, queridos lectores, si les vale de algo mi consejo: intentar recuperar viejas rutinas, con prudencia, pero sin miedo, mientras los que saben luchan contra el virus. Esta va a ser una guerra larga, en la que perderemos algunas batallas, habrá retrocesos, pero al final la ganaremos, no tengo ninguna duda. Y, durante esta contienda, no podemos quedarnos encerrados, porque nos darían los siete males. Háganme caso, la nostalgia no sirve para nada, hay que mirar adelante. Según Bill Gates, van a ser sólo dos años. Así que ánimo y a por ellos.    

8 comentarios:

  1. Sí señor, yo creo que has dado en el clavo. Si no se puede uno ir a Madagascar, pues nos vamos a Cuenca, que es una maravilla. Y tocaremos madera, porque la guerra va a ser larga y en las guerras no sólo se pierden batallas, sino que también hay bajas. Suerte para todos.

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    1. Lo mismo le deseo. Cuenca es una maravilla, pero a mí me encantaría poder ir a Madagascar, a Nueva Orleans o a donde quisiera. Habrá que esperar.

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  2. Samantha se ha llevado 10 de los 19 premios que concede la revista esa, según el vídeo que he visto pacientemente. ¡Es una auténtica pasada!

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    1. Amigo, te funcionan mal las matemáticas, y no sabes qué ilusión me hace que estas cosas no me pasen a mí solo. En realidad, el total de premios del blues de este año fue de 29, todos con sus diferentes nominados y su ganador. Samantha ganó 10. Tal vez has contado los que no ganó (19) y te has liado.

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    1. Es total, a mí me ha encantado volver, y en el Museo hay una monográfica de Millares bastante interesante, que incluye un vídeo en blanco y negro que muestra cómo trabajaba este señor.

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  4. Fabuloso John Mayall, es una pena que se corte el concierto de forma brusca. No pensaba que este señor siguiera en activo.

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    1. Pues está también vivito y coleando, con permiso del virus. Esperemos que pueda volver a tocar en directo, ya has visto cómo se las gasta.

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