miércoles, 9 de septiembre de 2020

974. Pesos y medidas en la zona de penumbra

Tiempos extraños estos que nos toca vivir. Ya les he dicho que no me gusta nada esto de la llamada nueva normalidad. Joder, a mí la que me gustaba era la vieja. No se imaginan cuánto añoro esa vieja normalidad en la que yo vivía feliz (alguna gente se quejaba, pero no era mi caso). Una normalidad que me permitía irme tres semanas a Madagascar, o participar en un workshop en Chicago, o visitar a mi amigo Diego Moreno, con motivo de la presentación de uno de sus libros en una librería de Tijuana. Una normalidad en la que mi amiga África se podía ir un mes entero a Australia y Nueva Zelanda. ¿Volverá eso algún día? Pues no parece muy inmediato. De momento, estamos condenados a repetir hasta la saciedad el Viaje alrededor de mi habitación, de Xavier de Maistre.

Desde hace meses yo no diferencio los días de diario de los de fin de semana. Mi vida discurre por un continuo temporal indiferenciado en el que se intercalan trabajo, ocio, relaciones telemáticas y reflexiones inducidas por una actualidad sombría e incierta. Siendo así, no les extrañará saber que he constatado que mis días de vacaciones son prácticamente iguales que los de trabajo, casi no noto la diferencia. Mi amiga Tantri, mi querida soul sister de Yakarta, lo expresa con precisión en un párrafo de su último mensaje: We are all in a bit of a twilight zone; time moves slow and fast at the same time. Es decir: estamos todos un poco como en una zona de penumbra; el tiempo pasa rápido y lento a la vez. No se puede describir mejor.

Si hay algo claro es que la segunda oleada del virus ha empezado por España y no sabemos por qué, puesto que seguimos sin saber cómo funciona y cómo se propaga este bicho tan peligroso. Es posible que en unas semanas en Francia y en Italia estén igual. Y también es posible que no. En este segundo caso habría que hacer un estudio serio de qué es lo que han hecho los demás bien y nosotros mal. Porque en Italia y en el sur de Francia las pautas de conductas sociales son idénticas que en España. ¿Será que el gobierno lo está haciendo todo mal? ¡Anda que no se le iba a subir el pavo al fraCasado! A mí no me entusiasma Sánchez, pero el fraCasado me parece directamente un petimetre, sin ningún tipo de fundamento ideológico ni político. Me gustaría vivir los años suficientes para ver cómo lo echan de su partido y termina de concursante de Master Chef Celebrities, lugar en el que no desentonaría en absoluto.

Todo es incierto, nuestro mundo de certezas se desmorona. Por eso es interesante buscar magnitudes o conceptos invariables, a los que aferrarnos en la penumbra. Por ejemplo, los pesos y medidas. Hay un organismo que se llama la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, con sede en un suburbio de París, que se ocupa de asegurar en todo el mundo la fiabilidad de las mediciones y su trazabilidad en el sistema internacional de medidas. Nada menos. La ciencia que se ocupa de estas cosas se llama la Metrología. La oficina se creó en 1875, como garante de la implantación del Sistema Métrico Decimal. Allí se custodian los patrones físicos del metro y del kilo, por ejemplo. Y está claro que a eso no le afecta el Covid-19. Es tranquilizador que el kilo siga pesando un kilo.

El ser humano ha ido acumulando todo un acervo de información custodiada en diferentes archivos que, desde la invención de los ordenadores, ha alcanzado un volumen descomunal, también inmune al Covid-19, aunque sensible a otra clase de virus, como los troyanos y me malicio que también los tirios. La Wikipedia es un portento, además conformada con informaciones que puede subir cualquiera. Y, ya que hablamos de pesos y medidas, no sé si saben que en Internet es posible conocer cuánto pesa y cuánto mide cualquier personaje famoso sobre el que tengamos esa curiosidad. Sólo tienen que preguntárselo al buscador de Google. La estatura dice mucho de la personalidad de las gentes. Por ejemplo, la guapa Daryl Hannah, de apellido capicúa, cuya foto vimos en el post anterior, mide nada menos que 1,78 m. Una altura infrecuente en una dama, pero que no ha sido obstáculo para que se enamore de ella Neil Young, nuestro querido oso canadiense, que mide 1,82, estatura perfectamente compatible con la de ella.

Si no han visto la película Un, dos, tres, splash (que en USA se llamaba simplemente Splash!), se la recomiendo. Daryl Hannah está espectacular, interpretando a la sirena Madison, a la que le crece y le desaparece la gran aleta de la cola por arte de magia, en función de las necesidades del guión. La sirena sale del agua y se afana en enamorar al personaje que interpreta un gran Tom Hanks (que, por cierto, mide 1,83). Es un producto de la factoría Disney, amable, ingenuo y sin pretensiones, nada del otro mundo, pero ya saben que yo soy un poco moñas y me gustan estas cosas. Hay escenas míticas como cuando Tom Hanks invita a su amada a cenar en un restaurante caro, les sacan unas nécoras, y la chica empieza a comerse las patas más grandes con cáscara, como si nada, haciendo un ruido al masticarlas que sobresalta a todo el restaurante.

Sheryl Crow es bajita: 1,61, lo que no le impide seguir siendo una mujer súper atractiva, ya acercándose a los 60. En cuanto a Samantha Fish, su altura es de 1,70. Sigo todo lo relacionado con esta mujer que me fascina y he averiguado que ya no vive en Kansas City, como yo les decía. Ahora vive en Nueva Orleans. Me temo que Kansas se le quedó pequeño y provinciano. Una mujer de su talla musical y su ambición no podía seguir viviendo con su familia. Estoy investigando sobre su vida y ya estoy cerca de tener una tesis, que les expondré a su tiempo. De momento les diré que ha reaparecido en directo en el aniversario de la radio WWOZ, la emisora sin ánimo de lucro de la New Orleans & Heritage Foundation. Vi su intervención en diferido. Cantó tres canciones sentada con su guitarra acústica. Mantiene el ánimo, la simpatía, la destreza vocal e interpretativa y el sentido del humor, pero lamento decir que ha ganado unos kilillos. Nada que no pueda recuperar, espero.


También ha publicado en Facebook la foto que ven arriba. No se aprecia mucho el exceso de peso, pero yo que la he visto cantando en la emisora, les aseguro que ha vuelto del encierro un poco fondona. En las bases de datos de Internet, donde no sólo viene la estatura, sino también el peso de los famosos, le adjudican un peso de 56 kilos. Eso es lo que debía de pesar antes, yo creo que ahora no le valen sus pantalones más ajustados. Les diré que yo, que mido 1,75, en los tiempos en que corría maratones y hacía marcas meritorias, pesaba 59 kilos. Se lo juro. Ya que estamos, hace unos cuantos posts les mostré algunas fotos de mi participación en el Marathon de Nueva York y rompí con ello una de las incertidumbres históricas del blog. Una vez abierto el fuego, quizá es momento ya de que les muestre la imagen de mi llegada a meta el día que hice mi mejor marca histórica. 29 de abril de 1990. Un registro, de verdad, de mucho mérito.


Pero sigamos con esto de las estaturas. ¿Saben cuánto mide Donald Trump? Se lo digo: 1,90. Acojonante. Le saca siete centímetros a Joe Biden, que mide 1,83; es también bastante alto. Otra cosa es la estatura moral o política. La carrera por la presidencia va a estar muy reñida y yo cruzo los dedos. Abajo les pondré el enlace a un retrato muy preciso de Biden, en el que entre los handicaps que se le atribuyen está su mediocre desempeño en los debates. Y, en USA, los debates son clave. Cara a cara los dos candidatos, con un moderador elegido por un organismo independiente de los partidos, cuyo objetivo es escoger a personas neutrales. Como Biden no espabile, Trump lo puede machacar.

El calendario que viene es de aúpa. El 29 de septiembre, primer debate, en Cleveland (Ohio). El 7 de octubre, debate entre los candidatos a vicepresidente, Kamala Harris y Mike Pence, en Salt Lake City (Utah). Aquí podría recuperar mucho terreno la candidatura demócrata, Kamala está a años luz del obtuso Pence. Segundo debate Trump-Biden el 15 de octubre en Miami. Y todavía un tercero, el 22 de octubre, en Nashville (Tennessee), la ciudad donde vive Sheryl Crow. Biden está mayor y su estrategia en los debates debería ser la de dejarle hacer a Trump, pera que él solo se lance y haga el ridículo. Como se le ocurra entrar a fajarse con él, puede acabar agotado y desfondado. Trump es muy hábil en estas lides y puede ser implacable. Además, Biden tiene tendencia a salirse del guión para hacerse el simpático, como le pasaba a la señora Botella, lo que puede resultarle desastroso.


Los moderadores de los tres debates principales ya han sido elegidos, tres veteranos periodistas independientes cuyas imágenes pueden ver arriba, no les pongo los nombres, que no les dirían nada. La del último debate es una mujer y Biden podría encontrar aquí una baza importante, si fuera hábil para provocar alguno de los habituales comentarios machistas de su contrincante el presidente. Como no podría ser de otra manera, Trump ha recibido los nombramientos con descalificaciones: Biden va a tener a alguien de su propio equipo moderando cada debate, etc. Por su parte Biden ha dicho que acepta los nombramientos y no tiene nada que comentar al respecto. Como les decía, he encontrado un retrato muy bueno de Biden, sintetizado en cuatro ventajas y cuatro inconvenientes. Si para hablar del virus en España recurrí al New York Times (aunque me regañara África), aquí también me parece oportuno tomar distancia y ver qué dice la BBC. Para leerlo han de pinchar AQUÍ.

Pero estábamos con estaturas físicas, que no políticas. Curiosamente, hay dos conocidos políticos españoles que comparten estatura con Trump, 1,90. Se trata de Pedro Sánchez y Mariano Rajoy. Quién lo diría. Y, por encima de todos ellos, el rey Felipe VI: 1,97. Un gigante. ¿Cómo dicen? ¿Que quieren saber la altura del fraCasado? Pues mírenla en Internet. Yo ya he dado mi opinión sobre este señor, usando el adjetivo petimetre, que suele aludir tanto a la escasa estatura intelectual como a la física. Otra curiosidad. Dos políticos que también tienen la misma estatura, 1,84, son Zapatero y Gallardón, con los que tuve la oportunidad de compartir un acto bastante exclusivo y con escasos asistentes al que acudieron ambos: la inauguración del Pasillo Verde Ferroviario. No recuerdo el año, pero sí que me acuerdo de andar por allí en medio, a la caza del canapé, y cruzarme con ambos. Me parecieron muy altos, y me impresionó su aspecto, con sus ternos gris marengo impecables.

En fin, pequeñas digresiones sobre curiosidades, para ayudarles a entretener este tiempo de penumbra tan inquietante. Ya saben que, tras el virus, mi preocupación principal son las elecciones USA. Creo que si perdiera Trump sería un paso adelante hacia un mundo en el que no haya revueltas como las que ahora mismo abruman a ciudades como Portland (Oregón), Hong Kong o Minsk en Bielorrusia. Por no hablar de Venezuela, Turquía, la Rusia del envenenador Putin o las Filipinas de Duterte. Mi amiga Shannon, mi soul sister de LA, me ha contestado ya. Está de acuerdo conmigo en que hay que echar a Trump como sea, pero la encuentro un poco desfondada anímicamente. Destaco también una frase suya: It seems like everything is a mess and a lot of corruption. Parece que todo es a mess y un montón de corrupción. ¿Cómo traducir a mess? Pues como un follón, un desastre, un desaguisado, un berenjenal. Todas esas acepciones tiene.

De este mundo absurdo bajo el acoso del virus, nos salvan el encierro casero, la reflexión y la cultura. En el post anterior les recomendé dos libros muy interesantes, de mucha calidad y de lectura fácil, porque enganchan. Pero también el rock es cultura y aquí, discúlpenme, pero yo sigo con Samantha Fish. Todos los vídeos que les he traído hasta ahora de esta artista polifacética eran grabaciones en vivo de sus conciertos o intervenciones en radios o en la góndola de la pista de esquí de Telluride. Samantha tiene un directo tan poderoso que es inevitable acudir a sus actuaciones grabadas en vivo. Hoy, por primera vez, les voy a poner el vídeo promocional de una canción suya, de su puño y letra, que se llama Chills and Fever, Escalofríos y fiebre. Con cierto aire melódico de Amy Winehouse, pero en su estilo inconfundible. 

Estamos ante una nueva faceta suya. Aquí pueden ver el grado de sofisticación y de elegancia que ha alcanzado esta mujer en su última etapa. Ya no es la niña que hacía punteos increíbles por todos los escenarios de América. Ahora es Lady Sam. Una señora. Y además está guapísima, al estilo de las rubias proverbiales de las películas de Hitchcok. El vídeo está lleno de otras referencias cinematográficas, desde el letrero del principio, propio de los carteles clásicos del cine de terror, hasta la escena de los espejos, en la línea de La Dama de Shanghai de Orson Wells, pasando por una recreación magnífica de la escena cumbre de Repulsión de Polansky. Viendo esto, se explica uno que esta mujer se haya trasladado de la provinciana Kansas City a la cosmopolita New Orleans. No les extrañará que me guste tanto. Esto es canela fina. Una delicia para la vista y el oído. Hala, a seguir bien. 


6 comentarios:

  1. Creo que deberías revisarte la gordofobia y dejar a Samantha engordar en paz. ¡Saludos!

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    1. Jajajajaja. No soy gordófobo y la prueba es que trasnoché para ver durante casi hora y media a esta mujer que toca la guitarra como nadie, canta muy bien y tiene una personalidad muy marcada, que me parece muy atractiva. Ya hablaré más de ese aspecto. Besos.

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  2. Increíble Samantha. Además de las referencias que nos da de ese explendido Chills and fever, yo añadiría el Bolero de Ravel. Es una repetición hasta el infinito de las mismas combinaciones armónicas.

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    1. No lo había pensado. No sé si no es un poco exagerado. Samantha tiene varias canciones con esa misma estructura y son todas bastante buenas, con un punto misterioso.

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  3. ¡Joder! 3 horas, 17 minutos y 46 segundos en el maratón es una pasada. Según mis cuentas es irte, digamos, a Soto del Real a un ritmo de 13,5 kilómetros/hora. ¿Sabes lo que significa? no lo hace cualquiera.

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    1. Sí, es una buena marca. Pero yo no me manejo en Kms/hora, sino en minutos/km. Es más sencillo. Yo ahora corro a unos 6 minutos/km. A veces un poco menos. Cuando me dedicaba a correr maratones, iba a 5 minutos/km. El día de mi marca estratosférica, corrí a 4,40. Los corredores profesionales o semiprofesionales corren a 4 minutos/km. Y los recordmans mundiales, esos que luchan por bajar de las dos horas en el Maratón, corren a 3 minutos/km. Una verdadera locura. Yo no conseguí acercarme a los 3 minutos/km ni haciendo series de velocidad.

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