miércoles, 29 de julio de 2020

960. Haciendo como si

En esto es en lo que consiste el mundo en este tiempo maldito del coronavirus. Ya hemos comprobado que lo del confinamiento y el encierro en casa a cal y canto funciona: los contagios descendieron. Pero en esa situación la economía se iría a la mierda y todo nuestro mundo se desmoronaría. Así que hay que ir saliendo poco a poco del agujero y empezar a hacer como si. Y cruzar los dedos. De momento, la cosa va bastante mal. En cuanto se han empezado a romper las barreras del miedo, los contagios han vuelto a remontar. Nos movemos por el filo de una navaja y esto será un proceso sucesivo de prueba y error, hasta que venzamos al virus. Que, no lo olvidemos, sigue por ahí esparcido y ya está demostrando que no era estacional, como algunos optimistas esperábamos. Es gordo, pesadote, le afecta la gravedad, pero parece que el calor no lo altera demasiado.

Nos viene un verano extraño, al que seguirá un otoño extraño. Hacemos como si pudiéramos salir a la calle sin problemas, pero vamos con mascarilla y procuramos no echarnos encima de los demás transeúntes. Hacemos como si pudiéramos ir a un bar a tomarnos un vermú, pero evitamos los interiores, saludamos a los camareros amigos con el antebrazo y nos lavamos enseguida con el gel de hidroalcohol que tienen estratégicamente colocado en una esquina de la barra. Vale, son incomodidades de una nueva época a las que nos tendremos que acostumbrar, porque esto va para largo. Lamentarse y amargarse no sirve de nada, ¡por favor! vivimos como curas, unos curas un poco acojonados, para qué negarlo, pero no nos podemos quejar. En las zonas de África en donde no tienen ni agua para lavarse están bastante peor y, si sus cifras de contagios son bajas, es porque ni siquiera tienen medios para contar los muertos.

Ya saben que no hay mal que por bien no venga, como dijo Franco cuando se enteró de que habían matado a Carrero. A lo mejor esto del coronavirus ayuda a que los americanos no reelijan a Trump. Si no fuera por el virus, tendría la reelección asegurada. En esta situación, todo es posible. Joe Biden no es demasiado atractivo, pero no es tan antipático como Hillary. Yo creo que Obama debería bajar a la arena y apoyarle, que la cosa está reñida y ya está bien de ser tan mandiles, que vale, que es un señor elegante de Chicago sin una sola mota de polvo en el traje gris, pero Biden era su vicepresidente y no vendría de más que bajara a Arkansas y a Alabama a fajarse con los red necks de la zona y arañar votos para su amigo. Tiempo habrá hasta noviembre para que hablemos de Trump y comentemos la peripecia preelectoral.

Siempre les hablo de que hay dos Américas (del Norte, por supuesto), la de los paletos del interior y la más refinada y urbana de las costas. Es una simplificación, obviamente, pero tengo claro que USA es una sociedad fraccionada de muchas maneras, además de esa: ricos/pobres, cultos/incultos, hombres/mujeres. En este blog hemos explorado últimamente las raíces y la actualidad de la música blues, esa cultura que surgió de los campos de algodón y está en el origen del rock y del jazz. Hoy voy a seguir con mi investigación y les voy a mostrar un blues totalmente rural y paleto, el que representó la All Night Long Blues Band, o sea, la banda de blues de toda la noche. Van a entender lo que quiero decirles sólo con ver un vídeo, luego les cuento algo más sobre ellos.


Habrán visto que el tipo de la derecha desmiente el bulo de que los hombres no podemos hacer dos cosas a la vez. Él toca la armónica y baila al mismo tiempo, con un swing imprevisible para un tipo con esa barriga. Y ahora yo les pregunto: ¿les extrañaría que gente de este jaez votaran a Trump? No demasiado, supongo. La banda la formaban Sean Bad Apple y Martin Big Boy Grant. Y nunca sabremos si Big Boy habría votado a Trump, porque resulta que se murió en 2015, dos años después de esta grabación. Tenía 43 años, pero es obvio que no se cuidaba mucho. Bad Apple y Big Boy Grant eran una pareja muy popular en el medio Oeste, herederos directos de Laurel y Hardy, y de Abbot y Costello, entre otros. Bad Apple sigue ganándose la vida como músico, con su nueva banda. Les acompañaba una chica a la batería, probablemente una prima o sobrina de alguno de ellos. Y supongo que se han fijado en el cubo para las tips (propinas) un clásico de los músicos yanquis. Les voy a pedir ahora que vean la versión que hacían del clásico Rollin’ and tumblin’ (que escuchamos  en otro post en las voces de Larkin Poe). Big Boy se supera moviendo el culo. A media canción, Bad Apple le pide a su colega que haga el pollo (rooster). Vean el resultado.


Ya ven, esta banda se colocaba en cualquier sitio, en la puerta de una tienda y Big Boy empezaba a dar vueltas y revueltas. Algo que no podrían hacer ahora. Desconozco cómo están las cosas en Norteamérica en estos momentos, pero parece que mal. Las cifras de contagios y muertos en el mundo baten cada día un nuevo record y USA se está llevando la peor parte, seguida de Brasil. Mi amigo Diego Moreno ha escrito una carta abierta a sus vecinos del norte en la que les ofrece refugio en Tijuana, la del corazón sin orillas, puerta de un país caótico, cuyo nombre se escribe con X y que está lleno de seres humanos y de esperanza. En Estados Unidos supongo que en este momento será imposible hacer como si. Volviendo al tema del título, yo en este momento estoy estupendamente. Cada día que me toca bajar a correr, miro luego mi cronómetro y ando rondando los 39 minutos con este calor, tengo la prueba de que todavía no me ha pillado el virus. Y habrá que aprovechar mientras se pueda.

Hay que ser prudentes, desde luego, pero a lo que yo no estoy dispuesto es a vivir con miedo. Ya he salido varias veces a comer a bares de amigos que hacen como si, abriendo y dando comidas. Mis colegas de carreras Marce y Joanna, cuyas fotos ya he traído al blog con motivo de alguna carrera popular en estos años, han tenido las santas narices de abrir un bar en pleno barrio de Retiro. Aprovecho aquí para una cuña publicitaria: Casa Tomás, en la calle Valderribas 48. Entre semana hay menú del día y los sábados menú de degustación. Yo ya he ido tres veces, la última con mi hijo Kike que ha estado en mi casa una semana y es un gourmet acreditado. Si viven en Madrid y les pilla algún día cerca del lugar, pueden comer con garantías sanitarias y de calidad. Y de paso le echan una mano a unos amigos.

Mi hijo ha estado por aquí, como les digo, y he aprovechado para hacer con él una celebración. Era lo que había prometido hacer yo solo, en pleno estado de alarma, para el día en que mi amigo Guille saliera de la UCI. Ya saben que nunca llegó a remontar. Así que no pude cumplir mi promesa. Y la he organizado ahora, con mi hijo, para celebrar que estamos vivos. Este lunes entré en la página Web de las Pescaderías Coruñesas e hice un pedido para el martes. Medio kilo de percebes, cosechados el día anterior. Costaban 95€, espero que no sea motivo de escándalo para ninguno de mis lectores, llevo cinco meses sin gastarme un duro y ya me voy mereciendo darme una pasada como esta. Los portes eran gratis a partir de 100€, así que añadí al carrito una lata de atún en aceite de primera calidad, para redondear.

Por cierto, los percebes estaban crudos, naturales. No me digan ahora que no saben cómo prepararlos. A mí me enseñó mi madre. Resulta que mi padre iba por toda la provincia atendiendo enfermos de los pueblos, a menudo marineros, que muchas veces no tenían con qué pagarle. Más de una vez apareció por casa con un saco de percebes (entonces no eran tan caros) y ese era nuestro primer plato en esos días venturosos. Para mí los percebes son el summum de la exquisitez, ni el caviar, ni la langosta, ni las ostras. Cocinarlos es fácil con la receta proverbial gallega: agua hervir-percebes echar/ agua hervir-percebes sacar. Está claro: ponen al fuego la olla más grande que tengan, con agua abundante con sal y una hoja de laurel. Cuando hierve echan los percebes a pataplum y cuando vuelve a romper a hervir los sacan, los escurren bien y los dejan enfriar para tomarlos tibios.

El martes, después de teletrabajar un rato, me encaminé al mercado. Mi amigo Luis el Charcutero, el que corta el bacalao en Antón Martín, me tenía reservada en la cámara una botella de albariño Bicos, casi helada, perfecta para la ocasión. De vuelta a mi casa, me crucé con una señora que llevaba un tendedero plegable recién comprado. Corrí de vuelta para abordarla y preguntarle dónde lo había comprado (el que tenía en casa es una verdadera ruina, la señora que viene a limpiar tenía que hacer malabarismos para tender la ropa). Me indicó unos chinos de la misma calle Atocha. Regenta el establecimiento una mujer de unos cuarenta, grande y animosa y tan adaptada a España que pronuncia la erre perfectamente.

Me acompañó a donde estaban los tendederos; había dos modelos, uno como el mío y otro que parecía mejor y era más caro. Le pedí consejo. Su respuesta: este, una mierda, en cuanto cuelgues un vaquero ya se te ha jodido; este otro cojonudo, hazme caso. Así que me compré el caro. Trajeron los percebes, los cocinamos y preparamos como complemento una ensalada con el atún de la remesa, tomate y pimientos del piquillo, aliñada sólo con aceite y sal, ni se les ocurra echarle vinagre. Le hice una foto al banquete, que pueden ver abajo. Encargué a mi hijo un selfie, pero parece que se le ha borrado. Los percebes, recién pescados, tenían desde pegotones de chapapote hasta pequeños mejillones y lapas adheridos. Una bocanada del sabor del mar, del aroma de las peñas del final de la playa de Riazor, más allá de La Rotonda, por donde yo exploraba con mis amigos de pequeño, en busca de cangrejos. El auténtico sabor de la infancia. No me lavé las manos hasta el día siguiente. Aquí la foto.


Supongo que van entendiendo por qué me siento cojonudamente, que diría la china de la tienda de Atocha. Puedo correr, leer, ver series, salir de vez en cuando a tomar una cerveza con alguna amiga. Y encargarme unos percebes recién pescados y comprarle un tendedero a una china que maneja un castellano maravilloso. ¿Por qué tendría que estar triste? En realidad, lo único que echo de menos es poder montarme algún viaje de los que hacía antes, con cualquier pretexto. Por ejemplo, ir a ver a Samantha Fish a Newcastle en marzo. Ese tipo de cosas las veo todavía improbables. En el mundo del fútbol, por ejemplo, se han esforzado en hacer como si (jugaran la liga) y han salido bastante mal, en segunda división la cosa ha acabado como el rosario de la aurora y empiezan a surgir casos de positivos en algunos equipos. Es un equilibrio muy tenue el que tenemos que mantener. Con continua prueba y error.

El fraCasado y sus corifeos de El inMundo acusan ahora a Sánchez de inmovilidad, de no afrontar el problema. ¡Habría que cerrar ahora mismo todos los bares! me gritó un amigo facha por teléfono hace unos días. ¿Y qué van a hacer los que tengan un bar? –le pregunté. Pues que se pongan a leer (sic). Manda carallo. Este mismo señor, hace un par de meses andaba por ahí con la cacerola pidiendo que abrieran los bares y las terrazas y diciendo que Sánchez estaba aprovechando el tenernos encerrados para establecer un régimen bolivariano basado en la dictadura del proletariado. Este señor que me chilla por teléfono demuestra, además de otras cosas, que tiene mucho miedo. Y con miedo no se puede vivir.

Yo estoy encantado, como les digo, dispuesto a afrontar el mes de agosto en Madrid (algo que me gusta mucho) y sin miedo. Si hay que encerrarse aun más, nos encerraremos. Yo estoy con los valientes que abren ahora un bar. O con los que montan un negocio etéreo de estos que proliferaban por mi barrio antes de la pandemia. En la esquina de enfrente (donde hubo en su día una sauna de gays histórica), acaban de abrir un local que se llama The Art of Work. Estaban en obras y esta mañana lo he visto ya abierto, cuando he salido a dar una vuelta antes de que arreciara el calor. Le he hecho una foto al letrero que tienen grabado en láser en la puerta de cristal. Ahí explican lo que hacen. Se lo pongo para que lo lean.


Si han entendido algo, enhorabuena. Yo no sé cómo esto puede ser un negocio en los tiempos que corren. Les voy a dejar ya con otra imagen más estimulante. Nosotros estamos confinados en nuestras ciudades, como las hormigas en los hormigueros. Pero fuera, la vida sigue. La Tierra no está en peligro. Es el ser humano el que puede desaparecer, pero la Tierra seguirá y continuará siendo un lugar maravilloso. A muchos kilómetros de cualquier gran ciudad, entre las provincias de Zaragoza y Teruel, está la laguna de Gallocanta, la mayor laguna salobre de España. Y les puedo asegurar que, en cuanto el calor afloje, durante el mes de octubre, las grullas del norte de Europa llegarán como cada año a hacer estación en la laguna, camino de sus cuarteles de invernada en el sur peninsular. ¿No es esto suficiente para ser felices?






4 comentarios:

  1. El gordo que da vueltas como una peonza tiene doble mérito por hacerlo con unas zapatillas de casa, de esas que arrastran por el suelo porque no tienen tirilla de ajuste al tobillo. De hecho, en una de las revueltas se le sale una y casi se cae. No quiero ser cruel con una persona que ya no vive, pero es posible que el tío tuviera unos juanetes como ciruelas y no pudiera usar otro tipo de calzado.

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    1. No se sienta cruel, estos comentarios se pueden hacer de forma cariñosa, comprensiva, como desde un colega de sufrimientos. Recuerde eso de Misery loves company. ¿Tal vez padece usted de juanetes también?

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    1. Son un plato realmente especial. No está claro si se trata de un animal o de una planta. He de preguntarle a alguna de mis amigas vegetarianas si se atrevería a comer percebes. Recuerdo de una que me dijo que era incapaz de comerse una gamba porque, cuando la cogía con la mano, le daba la sensación de que el animal la miraba.

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