miércoles, 13 de mayo de 2020

941. MD4. Mis disculpas

Les pido disculpas a todos por el tono con el que acabé mi post anterior. Cuando esa misma noche empecé a recibir llamadas y mensajes de apoyo, me di cuenta de que había logrado en parte lo que quería, como muy bien dice África en su certero comentario. De todas formas, no se confíen. Soy gallego y, como tal, nunca van a estar seguros de si hablo en serio o en broma, porque yo nunca hablo totalmente en serio ni totalmente en broma. El domingo no estaba decaído, sino cabreado, que no es lo mismo. Y voy a tratar de explicarles cómo fue que se generó ese post, cuando menos atípico, llamativo por su escasa longitud y en un tono borde inhabitual.

Bien, les diré (ya se ha comentado otras veces) que este foro tiene un seguimiento de entre 30 y 40 personas fijas, más otros que se suman a veces, cuando alguno de esos 30 a 40 fieles followers le pasa el enlace a un amigo. Es una miseria, pero no quiero, como me aconsejan algunos, vincularlo a una cuenta de Twitter en la que anunciaría la publicación de cada nuevo post. Me aseguran que eso me garantizaría unos miles de lectores de cada texto. Algo que me da miedo y que creo que me impediría escribir con la misma libertad. Estoy a gusto con cerca de 40 seguidores fijos, que suelen leerme casi siempre, es un foro escueto, pero escogido y muy exclusivo. Aunque tampoco sería malo aumentar algo esa cifra, así que, si conocen a alguien que por su sensibilidad o personalidad piensen que puede divertirse con mi blog, les ruego que le pasen el enlace. No vendría mal aumentar el aforo de esta tribuna virtual, ahora que el de los foros presenciales se reduce con todo el mundo encerrado en su casa.

Sin embargo, en estas últimas semanas he detectado en cambio un descenso de seguidores. Llevo un par de posts (descontando el último), que a mí me parece que quedaron bastante redondos, pero miro el contador de mi página blogger y apenas rebasan las 20 visitas. Una mierda. Es un movimiento descendente que tengo que parar de alguna manera. Si no, cerramos el kiosco y nos dedicamos a otra cosa. No tengo mucho margen para perder público. Les diré que entiendo perfectamente que todo el mundo está nervioso con esta situación atípica y que muchos hemos reaccionado al encierro cargándonos con múltiples actividades que nos tienen la agenda prácticamente petada. Pero yo mando decenas de mensajes por Whatsapp y todo el mundo los lee y me contesta rápido, o las dos cuñitas azul fosforito me revelan que los han leído.

Debo aclararles que también comprendo que ustedes entren a uno de mis posts, comprueben que es larguísimo, o que el tema no les interesa, y decidan no leerlo. Pero eso, el contador ya lo registra como una visita. Es decir que, si yo estaba recibiendo al menos 40 visitas y de pronto pasan a apenas 20, quiere decir que la mitad de mi público ni siquiera ha entrado a ver cómo era de largo mi nuevo post. Y ese es un nivel de absentismo que ya no me parece bien. Para eso no me esfuerzo yo en buscar contenidos y continuar las líneas de reflexión que estructuran este foro. Porque esto es algo que yo hago en primer lugar para divertirme (y por eso voy a seguir haciéndolo aunque no me lea ni el Tato), pero en segundo término para que me lean. También tengo claro que ese desinterés que he advertido, y que antes ya observé en algunos meses de agosto y períodos navideños, seguramente no se debe a un solo factor y que entre los motivos de este desfallecimiento sin duda hay algunos achacables a mí, que tengo que intentar corregir. Como la excesiva longitud de algunos de mis sueltos.

Antes del coronavirus-de-los-cojones, yo tenía una regla. Empezaba a escribir en Word y, en cuanto llenaba dos páginas, procuraba cortar. Desde que estoy encerrado, he suprimido esa precaución y eso me estaba llevando a unos textos de unas cuatro páginas y hasta cinco, como el del día de mi cumpleaños. Si los textos han duplicado su extensión y la audiencia se ha reducido a la mitad, parece que pudiera haber una relación entre ambos fenómenos, lo que en matemática avanzada se conoce como una correspondencia biunívoca. Y no pasa nada por que yo intente otra vez moderarme un poco y reduzca el tamaño de mis textos, o al menos de algunos. Soy sensible a la crítica, aunque luego haga lo que me dé la gana. Pero he recibido algunos mensajes conmovedores, como el de mi joven amiga E. que me dice claramente que le gustan mis textos largos y llenos de enlaces y vídeos. Algunos fieles, como el amigo X, Paco Couto, Alfred o el ilustre Ateo Piadoso, no me han dicho nada al respecto, pero no hace falta que me lo digan porque ya sé que no les importa que mis textos sean tan largos. Trataré, pues, de contentar un poco a todos.

Pero hubo más factores que incidieron en mi texto del domingo, alineándose como los astros en un día infausto. Realmente me irrita bastante esta fase del desconfinamiento. Salí a caminar los cuatro primeros días, como les conté, pero luego me empecé a sentir muy ridículo paseando como un zombie en medio de una procesión de zombis que no van a ninguna parte. Como ha dicho un articulista, nos parecemos a esas masas de ociosos que deambulan por algunas ciudades del tercer mundo, sin dinero para entrar en ningún bar o local. Nosotros tenemos la tarjeta Visa, pero no nos sirve para nada. Y además he podido observar cómo la gente se va relajando en sus hábitos, van en grupos charlando y bromeando, sin mascarillas y con una conducta que me parece muy temeraria.

De pronto, una idea se formó en mi mente: si yo no disfruto saliendo a la calle en estas condiciones, por qué tengo que salir. Les traslado la pregunta: ¿por qué tenemos que salir a caminar como autómatas? Las razones que nos dan son tres. UNO, para hacer ejercicio. DOS, para tomar el sol y el aire. Y TRES, para quitarnos la neura del encierro. Pero da la casualidad de que yo hago ejercicio a fondo en mi casa un día de cada tres, tengo una terraza en la que puedo tomar el sol y tampoco tengo ninguna neura por estar encerrado. Me encuentro de puta madre en mi casa sin salir más que cuando es necesario. Por ejemplo hoy volveré al mercado y ya le he mandado a Luis el Charcutero mi pedido por Whatsapp. Con esto quiero decirles que es cierto que intenté dar un poco de lástima, como dice África, pero a la vez había una base cierta de cabreo profundo en mi alma y por un doble motivo.

Además, yo también tengo la agenda petada. Porque teletrabajo todas las mañanas y tengo que hacerme la comida, recoger la cocina y apenas puedo echarme una cabezadita algún día, porque he de asistir a calls, webinars y encuentros que suelen ser a partir de las 16.00, más atender muchas llamadas con dudas o petición de aclaraciones sobre Reinventing Cities que me entran a todas horas. También tengo que dedicar un tiempo a la lectura (el libro para la próxima sesión de Billar de Letras es fabuloso). Más seguir mis series de TV (ya he terminado Los Soprano y estoy viendo La Maravillosa señora Maisel, recomendación de mi amiga Cr. que a mi vez les traslado a ustedes). ¿Cómo estás, Cr? Discúlpame que el nombre C. ya se lo tengo asignado a una reciente seguidora misteriosa. Bien, además de todo eso, tengo que pasar la aspiradora, recoger la casa, poner lavadoras. Y cuidar mi jardín, que es algo que lleva su tiempo.

El sábado pasado, pensaba dedicar parte de la tarde a escribir mi post para el día siguiente, del que tenía el título y unos videos musicales relacionados con el hecho de pasear por una ciudad desierta. Pero resulta que, el día anterior, el naranjo que tengo en la terraza apareció infestado de unos bichos horrorosos. Eran una especie de tartaletas de fresa de unos 3 milímetros de diámetro llenas de apéndices temblones blancos como adorno de merengue, que se movían imperceptiblemente en grupos juguetones, exudando una especie de pus espesa que caía al suelo en goterones asquerosos. Y esa invasión se había producido en apenas un día, porque estoy todo el rato observando mis maravillosas plantas y el día anterior no estaban. Llamé a mis amigos floristos que me dejaron enseguida un insecticida en el descansillo. Se lo eché el viernes al anochecer, pero el sábado seguían todas allí, aunque ya no se movían tanto. Total que me puse unos guantes, cogí el cubo de la basura y fui desprendiendo una a una aquellas cosas horribles, a medias entre medusas en miniatura y coronavirus gigantes. Dicen mis amigos que son orugas y que son muy típicas de la época, pero yo no he visto nunca orugas con forma de tartaleta de fresa con merengue.

Acabé agotado y ya no tuve ganas de escribir. Y esa noche dormí fatal, algo que me pasa a veces últimamente. Así que el domingo amanecí de mala leche, dispuesto a afrontar una jornada en la que tenía sólo dos ocupaciones obligadas: escribir un post y salir a caminar a mi hora. Y les juro que me puse a escribir con la intención de hacerlo como siempre. Pero, a medida que iba escribiendo, la pregunta que tenía en mi cabeza (¿por qué tengo que salir si no me gusta y me cabrea ver la ciudad llena de imbéciles poniendo en riesgo su vida y quizá también la mía?), se empezó a superponer con otra (¿por qué tengo que perder media mañana escribiendo un post, total para que luego lo lean cuatro gatos y a disgusto?). En suma: ¿por qué tenía que joderme la jornada dominical de descanso para hacer dos cosas que no me apetecían? El resultado fue el texto de marras, en el que me fui cabreando según avanzaba y, hacia el final, decidí no añadír vídeo alguno, concluir con una faena de aliño, y hasta eliminar un párrafo muy divertido del principio en el que explicaba cómo ha cambiado mi estilo de andar a lo largo de los años.

Les cuento todo esto para que entiendan que, en el hecho de perpetrar semejante texto desaborido, no hubo premeditación, fue algo sobrevenido que me arrolló, igual que el virus ha arrollado a nuestra sociedad entera. Ahora bien, ¿hubo alevosía? Pues he de confesar que sí. Miré el texto y me pareció que estaba bien así. Se trataba de darle un toque de atención a mi audiencia. Y de hacer un cambio de ritmo, a modo de contrapunto musical. Y también de hacer una especie de alto en el camino para recuperar la esencia de mis primeros textos, cortos, desnudos y sin adorno alguno. En un foro como este hay que innovar contínuamente, yo no me puedo acomodar en un contexto de buenismo, optimismo forzado y recolección de músicas agradables, recetas de cocina y mensajes unidireccionales. Si me quedo en ese registro único, es seguro que mis seguidores empezarán a disminuir, algo que ya estaba empezando a suceder. Además, yo no soy una máquina, que escribe posts como churros cada tres días. Soy humano y tengo mis momentos bajos como cualquiera. Expresar todo eso fue mi intención final. No pretendía dar pena, como dice África. Al menos no de manera consciente. Tal vez Freud pensara otra cosa.

Esa fue la realidad de cómo pasó todo. No perdí tiempo en salir a caminar ni tampoco en escribir un post de los habituales (que se llevan su trabajo, créanme). Terminé, lo publiqué y me dediqué el resto del domingo a rascarme las pelotas a dos manos, a tomar el sol, vigilando de reojo si aparecían más bichos horribles en mi jardín, a leer y a continuar con la señora Maisel que es una delicia. Por cierto, les diré que esta serie es exclusiva de Amazon Prime y que yo tengo una suscripción gratuita por un año con la que me ha obsequiado la compañía Orange, con la que tengo contratado el WiFi. Yo siempre había tenido Movistar hasta que mi hijo Kike se mudó a vivir conmigo y me dijo que me estaban estafando. Él mismo me gestionó el cambio. Me instalaron la tarifa Dúo. Unos años después, me informaron que premiaban mi fidelidad pasándome a la tarifa Trío, sin coste adicional. Íbamos mejorando. Y, ahora, en esa lógica de enriquecer la oferta sexual, me han promocionado a la tarifa Love, que ya es la pera, y que incluye un año gratis de Amazon Prime. Si alguno de ustedes, queridos lectores, tiene Amazon Prime, gratis o de pago, no deje de ver esa serie tan estimulante.

Así que, resumiendo: nada de lo que se publica en este blog es del todo cierto ni del todo falso. Aquí se habla de lo que a mí me pasa por la cabeza, fruto de una observación atenta del mundo que me circunda. Se procura contar todo eso con naturalidad y soltura de pluma, aunque detrás haya un trabajo y la búsqueda de una especie de excelencia. Es el resultado de una pretensión literaria, materializada a través de un atajo, con el que yo me salto todo el proceloso mundo de la industria editorial. Y un recurso que se ha mostrado inmune a pestes y confinamientos. Pero esto no será literatura si al otro lado no hay nadie que lo lea. Esta semana estoy teniendo también mucho trabajo, del otro, del on line, y voy a coger el puente de San Isidro con verdaderas ganas. El sábado les obsequiaré otra vez con algunas de mis historietas habituales. Algo se me ocurrirá. Tómense este post y el anterior como una especie de descanso, para ustedes y para mí. Un adagio entre dos allegros. En el anterior ya tengo un montón de visitas como pretendía. A ver si lo mantenemos. Que ustedes lo pasen bien. Y cuídense, por Dios.   

4 comentarios:

  1. Dos cosas. Una: por esa misma lógica, la siguiente oferta que le harán los de Orange será la tarifa Satisfyer Pro, con derecho a azafatas de carne y hueso.
    La otra. No sé si voy a aguantar hasta el sábado para conocer su texto sobre cómo ha evolucionado su forma de caminar a lo largo de su vida.

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    1. Muy gracioso lo primero. Respecto a lo segundo, se va a quedar con las ganas de momento. Cuando venga a cuenta ya lo rescataré.

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  2. Me conforta comprobar que todos estamos pasando por momentos parecidos, pero por fortuna no estamos todos cabreados a la vez. Yo a veces tardo en leerte y otras me pongo y me leo dos o tres de una tacada. No nos abandones. Y sigue haciendo lo que te pida el cuerpo o la mente. A estas alturas con el día a día es como estamos mejor.

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    1. Querida Pamela, eres bienvenida en este foro, como sabes. Me encantará que nos sigas prodigando tus comentarios. Eso de leer mis posts por grupos lo hace mucha gente y me parece bien. A otros, en cambio, uno solo de mis posts le resulta largo.
      Besos y ánimo.

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