domingo, 10 de mayo de 2020

940. MD3. Walking in the street

Sí, ya hemos salido a la calle, pero la sensación es extraña, esta no es la calle que nos gustaba, esto es una especie de sucedáneo que a mí, particularmente no me entusiasma. Estoy saliendo a la calle por una especie de sentido del deber y porque soy un caminante urbano compulsivo, pero no es algo que me guste. La cosa empezó hace algo más de una semana, el sábado día 2 de mayo. Ese día había corrido en casa por la mañana, como pienso seguir haciendo hasta que abran de nuevo El Retiro. Así que, a las 20.00, salí un momento a la terraza a aplaudir, ya vestido de calle, y bajé al portal. Con cautela asomé un pie fuera y caminé hasta la calle Atocha. Había bastante gente arriba y abajo, con gesto ensimismado y en silencio. Más o menos la mitad iban sin mascarilla. El resto, en el que yo me incluía, llevaban la cara cubierta con diferentes modelos de mascarilla, cubrebocas o barbijo, como lo llaman los argentinos.

Era una sensación extraña la de caminar en medio de esa gente encerrada en sí misma avanzando de forma automática, mientras miraban a los demás con desconfianza. Como las hormigas cuando se aventuran a salir por primera vez del hormiguero destrozado a puntapiés por algún chiquillo. Como una procesión de zombies. Como una escena de La Noche de los Muertos Vivientes. Subí calle arriba, crucé Antón Martín y doblé a la derecha para acceder a la Plaza de Matute y llegar a la de Santa Ana. Me gusta atravesar esta plaza en diagonal, por lo que tuve que levantar una cinta plástica para entrar y otra para salir por la esquina opuesta, maniobra que fue desaprobada por los demás zombies, que contorneaban la plaza por el exterior de la cinta. No sé si lo saben, pero la Costumbre, así con mayúscula, es una de las tres fuentes del Derecho. Las otras dos son la Ley (es decir, los textos escritos) y la Jurisprudencia (la existencia de sentencias previas sobre casos similares al que se juzga).

Quiero decir con eso que, si yo llevo cincuenta años cruzando por un sitio determinado y, de pronto, me ponen un semáforo cien metros más allá para obligarme a cruzar por allí, y yo sigo atravesando la calle por el mismo sitio y me pretenden multar por eso, yo podría argumentar en un hipotético juicio que mi conducta se ampara en la Costumbre. Y ganar el procedimiento. Si alguno de mis cada vez más escasos lectores es abogado, podrá corroborarlo. Además, ya saben que yo siempre me guio por la ética, frente a la moral, diferenciando ambos conceptos como lo hace el idioma inglés. Si yo me adaptara a la moral, me circunscribiría al círculo de un kilómetro del que no se puede salir. Como verán, esa norma me la paso yo por la entrepierna. A mí un kilómetro no me sirve para nada, para eso me quedo en casa y me paso el día en la terraza tomando el sol.

Seguí pues por callejones como Álvarez Gato, con su bar que tiene la patente de las patatas bravas, aunque ya ha quitado los espejos cóncavos y convexos en los que la gente del campo se partía de risa viéndose deformados y por donde también discurre alguna escena de Luces de Bohemia. Calles de Cádiz y Carretas hasta desembocar en la Puerta del Sol. Nunca la había visto tan desolada. Seguí por la calle del Carmen hasta Callao y allí doblé a la izquierda para bajar hacia Ópera. Entonces me llegó un mensaje al móvil. Tuve que marcar la contraseña para abrirlo, porque, con la mascarilla no funciona el programa de reconocimiento facial. Uno de mis amigos fachas, o fachuzos, me recordaba que estaba a punto de empezar la cacerolada contra el gobierno. Estuve a un tris de responderle cagándome en su padre, pero me contuve. Eso sí, por el barrio que estaba atravesando en ese momento, no salió nadie a aporrear sus cacerolas. Lo juro.

Me interné por las calles Escalinata y Plaza de Ramales hasta la Calle Mayor. Es cierto que vive poca gente por este barrio, pero, al parecer, fachas los justos. Y poco ruidosos. Seguí por el Mercado de San Miguel, que nunca había visto cerrado. Bajé hasta la cabecera del Rastro y volví a mi casa por Santa Isabel. Algunas observaciones. Los supermercados chinos habían abierto al unísono, puedo jurar que el miércoles, cuando salí al mercado, estaban todos cerrados. Anochecía ya cuando llegué a casa y el móvil me comunicó alborozado que había cumplido mi objetivo del día: había rebasado los 10.000 pasos. Casi dos meses después de mi última caminata urbana, el artilugio se debía de creer que me había muerto. Y mis sensaciones ese día me hacían dudar de si no sería verdad.

No les voy a aburrir con la descripción detallada de todos mis itinerarios. El domingo por la noche tomé las calles Jesús y Marqués de Cubas, crucé Alcalá por un lugar indebido, entre bicicletas y corredores, atravesé mi querido barrio de Chueca hasta salir por Relatores y Campoamor a los bulevares. Allí doblé a la izquierda hasta llegar a Bilbao, con todo cerrado, el Café Comercial y el KGB, como nunca los había visto. ¡Ah! Que no saben lo que es el KGB: El Kiosco de la Glorieta de Bilbao. Tomé Fuencarral de vuelta, luego Montera y Carrera de San Jerónimo hasta mi barrio. 15.000 pasos esta vez. ¿Qué personal se ve por la calle a esas horas? Pues estos primeros días, personas jóvenes, solas o en parejas silenciosas, mucha pareja gay y alguna de lesbis. A la única que vi hablando por los codos fue a una madre que le daba la chapa a su hija (ambas representación viviente de las leyes de Mendel). Hablaba la madre en torrente, gesticulando mucho con las manos. Por encima de la mascarilla, la hija cruzó su mirada con la mía y me hizo saber que estaba hasta el moño de aguantar a su progenitora.

Es difícil coleccionar alguna anécdota en estos paseos desaboridos. Una chica joven con un top escaso y la cintura al aire, me adelantó, aunque yo camino muy deprisa. Tenía un culo magnífico y un movimiento súper sugerente. Y un tatuaje con una hoja de árbol en el centro de su espalda. Apreté el paso para disfrutar un rato de tan hermoso y gratuito espectáculo. Enseguida, la chica echó un brazo atrás, hizo una pincita con el pulgar y el índice y tiró hacia abajo del borde de su top. No era un gesto para tapar nada (estaba muy lejos de poder cubrir algo su cintura), sino dedicado a mí: no te veo pero sé que me estás siguiendo. Así que me di por enterado y aflojé el paso.

El lunes tomé las Rondas hasta la Puerta de Toledo, bajé por la calle del mismo nombre hasta el Puente homónimo y tomé el lateral de Madrid Río (también cerrado) hasta Legazpi. Luego subí de vuelta por el Paseo de las Delicias. 18.000 pasos. Ese día hacía viento y una ráfaga traicionera en la propia Glorieta de Atocha me llenó ambos ojos de tierra. Tuve que usar las manos para quitármela, cosa que no conseguí del todo hasta el día siguiente. Y pensé que, a pesar de todas las precauciones, es muy difícil conseguir una protección completa. La tierra suelta de los alcorques de Atocha podría tener coronavirus de los cojones y toda esta parafernalia que estoy montando se desmoronaría en un instante.

El martes tomé Méndez Álvaro hasta el final, doblé a la izquierda por el borde interior de la M-30, que tiene un parque muy bonito también cerrado, y volví por Reina Cristina. A medida que pasan los días, la gente va soltándose y descuidando la precaución. Se ven grupos charlando distendidamente, chavales que parece claro que no viven juntos, sino que han quedado. Todavía estamos en la fase cero y ya se empieza a despendolar el personal. Tocaremos madera para que todo esto no termine en un repunte de la hostia. Ya está pasando en Wuhan, en Corea del Sur, en Singapur y en otros lugares. Hoy no estoy de mucho humor, supongo que ya lo han notado. Entre otras cosas, me he estado esforzando en crear unos textos cojonudos, pero el contador del blog me indica que cada vez entra menos gente aquí. Esta es una página tan zombie como los que pasean por esta ciudad fantasmal. Me dice un comentarista que no hable de política y que haga textos más cortos. Muy bien. ¿Está bien así?

Tal vez esto es lo que quieren, este blog empezó con textos escritos a vuela pluma en unos minutos, por eso se llamó Reflexiones a la Carrera. Lo que no estoy dispuesto a hacer es tomarme el trabajo que me tomo escribiendo mis estupendos posts, para que ustedes les echen un vistazo por encima, arruguen la nariz y digan: ¡Huy qué largo! Y encima lleno de enlaces y de fotos y de vídeos. ¿Es que tienen muchas más cosas que hacer? ¿No se quejaban de que no sabían cómo llenar el tiempo del confinamiento? Así que ya lo saben: hoy estoy de mala hostia. Y encima se ha muerto Little Richard. El miércoles que viene me toca escribir otra vez. A ver si para entonces se me ha pasado el cabreo. Vayan con Dios.        

6 comentarios:

  1. Exacto: Eso es lo mismo que digo cuando comento el ambiente callejero; Gentes (que no seres humanos) que camina mirando al infinito, con alguna mirada de través al cruzarse unos con otros, obedientes a una consigna que, al igual que la otra que les ordenó enclaustrarse, hoy les ha cursado la orden de "levántate y anda". Es un nuevo paso hacia la alienación. Además, todos coinciden, por decreto, a la misma hora y en el mismo sitio, lo que lleva consigo, lógicamente, una mayor concentración por metro cuadrado. Andan incluso los que antes no lo hacían. Se trata de obedecer. Sin más.
    Me preocupa, lógicamente, la aglomeración innecesaria y la insensatez en la aplicación de las normas (que la verdad es que tampoco parecen haber dado muestra de sensatez), pero casi me preocupan más estas reacciones de obediencia ciega, que no pasan por el filtro de la prudencia y la responsabilidad, pues empiezan a apuntar, aún con timidez, hacia una actitud de sumisión suicida ante el todopoderoso legislador.

    Y eso ya sabemos hacia dónde puede llevarnos.

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  2. Pero hombre, no se nos enfade usted. ¿Qué quiere que hagamos? Para los fieles que seguimos este blog con más fidelidad y obediencia ciega que las consignas del gobierno, sería una faena que se nos desfonde usted. No nos dice por qué está tan cabreado.A mí sus posts largos me parecen magníficos. Hasta este me gusta por la novedad. Tal vez pueda incorporar algunas de las modificaciones que le sugieren algunos. Desde luego, no abandone sus valoraciones políticas que suelen ser bastante aquilatadas. A mí por ejemplo me hubiera gustado que siguiera hablando de Pablo Ca y los de Vox. ¡Venga hombre! Pelillos a la mar. Le queremos.

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  3. ¡Ay, anónimo mío! Se ve que no me conoces, pues no aprecias el agridulce cachondeo que hay detrás de mis quejosos y poco optimistas comentarios. Es posible que pueda tener algo de culpa en ellos mi ya largo enclaustramiento; acaso también mi ya ciertamente avanzada edad (que no vejez) que me hace cada vez menos crédulo, y por supuesto, mi inveterado afán por oponerme a todo tipo de órdenes y consignas emanadas del poder, sea éste cual fuere.
    Emilio me conoce; prueba de ello es que ha hecho oídos de mercader a mis comentarios. Me lo figuro sonriente, con esa su sonrisa gallega a medio lado y ese balanceo de cabeza que complementa a su silenciosa y risueña reacción. Por eso no ha dicho esta boca es mía.
    La realidad es que he querido corroborar sus comentarios acerca del movimiento ciudadano, organizado desde las "alturas" de forma que todos los animales de la misma especie podamos coincidir en caminar hacia ningún sitio a la misma hora y en un espacio más bien reducido (siempre lo es, si se establecen límites). Si a eso le añadimos un grito unánime, entonces pasa a denominarse MANIFESTACIÓN.
    En cualquier caso, no quiero rasgarme las vestiduras. Si las ovejitas quieren hacer eso (incluso hasta las que nunca suelen hacerlo), allá ellas. Yo ya voy dejándolas por imposibles.
    Y tú no te preocupes por mis arrebatos teatrales. Me ha encantado tu reacción.
    Y tú, Emilio, ¡deja de reírte, coño!

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  4. Pues hoy no voy a referirme a su post, hoy voy a suscribir el comentario que hace su fiel, e imagino amigo, Anónimo, que me gusta tanto o más, si cabe. Lo dicho: le queremos.

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  5. Emilio, ¡qué truco tan bueno! Escribes un artículo victimista y tus fieles seguidores caen como moscas sobre la miel a subirte el ego. No me creo que estés tan decaído como sugieren tus historias de paseante en cortes. Bueno, a ver si el miércoles no estás tan melancólico. Aunque el espectáculo de la estupidez humana no deje mucho lugar a la esperanza.

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  6. Contesto colectivamente a todos, En el próximo post explicaré el origen de mi cabreo. Agradezco los apoyos, además de los que me han hecho llegar por teléfono y Whatsapp.
    Sólo un detalle: el Anónimo (al que conozco perfectamente) no pretendía enmendarte la plana, querido Ateo Piadoso. Se dirigía a mí, como lo prueba el hecho de que no utilizó la pestaña "Responder" sino la de nuevo comentario. Te has liado, querido Ateo, y has propiciado un diálogo para besugos muy divertido, acentuado por el hecho de que yo no contestara enseguida. Nunca lo hago, ya he dicho que esto no es Facebook. Todo el mundo es libre de incorporar aquí sus comentarios, pero no esperen que les conteste enseguida. Y todo eso es independiente del hecho irrefutable de que el Ateo Piadoso está en posesión de la mejor pluma de esta reducida tertulia, incluyéndome a mí. Tanto en verso como en prosa.
    África, tienes parte de razón, pero no toda.
    Abrazos a tutiplén.

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