jueves, 13 de febrero de 2020

910. El Covid-19 y la triste historia del doctor Li

Ese es el nombre que le ha puesto la Organización Mundial de la Salud a lo que hasta ahora se llamaba coronavirus: Covid-19, que es la abreviatura del inglés Corona virus disease 2019. Es el asunto del que todo el mundo habla estos días, la crisis sanitaria mundial que tiene a media humanidad acojonada, un problema, desde luego, muy serio, como ha alertado la propia OMS. A mí ya saben que me preocupan más los virus mentales, como el nacionalismo, que trasciende la cualidad de virus para convertirse en bacteria, o mejor, en ameba comecerebros, como la hemos bautizado en el blog. Hablaremos del Covid-19, pero antes, les conmino a que lean el último articulo del gran Jaume Reixach, cuyo enlace les voy a poner abajo y que hay que leer ya, no se puede dejar para después. Es que este señor es un genio, un monstruo del periodismo y, además, hasta empiezo a temer por su integridad física, porque ya saben que se dedica a repartir su mensaje por los pueblos de Cataluña, en edición papel en catalán, distribuyéndolo con motos y bicicletas. Han de pinchar AQUÍ.

¿Ya lo han leído? Venga hombre, no me engañen. No, no, es que tienen que leerlo ahora, es que no se puede hacer un análisis más acertado del momento que vive Cataluña. Me están haciendo enfadar. Cómo decirlo de otra manera: ¡¡Que lo lean, coño!! Bueno, es que, hasta que no lo lean, no sigo escribiendo. Yo iba a hablarles del coronavirus, pero hasta que no me confirmen que han leído el artículo de Reixach, no sigo. No, no, que no sigo, ustedes verán. Que los tengo vigilados. Que me he quedado con la cara de todos ustedes.


¿Cómo dicen? ¿Que ya? Bueno, no me digan que no es un artículo cojonudo. Vamos ya con la crisis del Covid-19. El tema es muy serio, sólo hay que ver que ha forzado a suspender el Mobile World Congress de Barcelona, lo que supone que un montón de empresas y particulares van a tener unas pérdidas millonarias, porque las aseguradoras no les cubren, salvo que España declare la emergencia sanitaria. La empresa de mi hijo Kike ha suspendido todas las auditorías presenciales a sus delegaciones asiáticas, que ahora pasarán a hacerse on line, de modo que durante un tiempo mi hijo sólo va a viajar por Europa. El tema es grave, pero debemos mantener la calma. En general, parece difícil, que no imposible, que la epidemia salte fuera del gigante chino. Pero hay mucha gente que está aterrorizada, porque tienen impreso en lo más hondo de sus almas el viejo terror de las pestes medievales, o hasta el miedo de pandemias más recientes, como la tuberculosis que afectó a nuestros abuelos antes de que se descubriera y comercializara la penicilina.

Ese terror se expresa de diferentes maneras. Una de ellas es tragarse las teorías conspiranoicas que circulan como peces en el agua por el proceloso mar de las redes mal llamadas sociales. Una chica de mi curre me confesó que estaba plenamente convencida de que el coronavirus era el resultado de unos experimentos con animales que estaban haciendo en un laboratorio de Wuhan, para encontrar una vacuna contra el SARS, la temible gripe aviar, y que se les habían escapado de control. Esta mujer quizás ha visto las películas más recientes de la saga El Planeta de los Simios, que parten de una tesis similar. Tal vez en sus pesadillas imagina a un pollo con el cuello a medio rebanar, que se escapa sangrando por una ventana del laboratorio y echa a correr por las calles de la ciudad, poniéndolo todo perdido de virus.

Otra teoría disparatada: una amiga me cuenta que ha decidido no leer ninguna de las informaciones al respecto, porque está convencida de que El Sistema de vez en cuando decide difundir este tipo de historias para que nos aterroricemos y ese terror nuble nuestro sentido crítico, de forma que nos traguemos todo lo que nos quieran contar, nos distraigamos de los temas verdaderamente importantes y no nos fijemos en cómo nos están robando a manos llenas. Además, El Sistema viene luego con la solución al problema, nos libra de todo mal y encima logra que nos sintamos agradecidos. No sé cuál de las dos paranoias es más delirante. Pero hay una tercera forma de afrontar este tema: el humor. De acuerdo, esto es como la risa nerviosa del tipo al que están a punto de clavar un puñal en el corazón, pero es una reacción mucho más gratificante que las otras. Los mexicanos, como siempre, van por delante y juegan con el nombre de la cerveza Corona, la más popular de su tierra. Vean la imagen.


En algunos países vecinos del gigante chino, usan también el sentido del humor como arma defensiva, como revela esta imagen que viene de Corea del Sur.


Pero por aquí no nos quedamos a la zaga y hemos creado un buen surtido de memes. El mejor de todos me lo hizo llegar el amigo Alfred. Se titula "Desinfectando el hospital de Jerez para prevenir el coronavirus.


El humor no debe perderse nunca, pero lo mejor es informarse debidamente, de fuentes fiables, para no tragarse cualquier explicación espuria. Así que vamos a ello. Sobre este asunto hay una premisa de contexto que no debemos olvidar: la higiene en general y, en especial, la higiene alimentaria, brilla por su ausencia en muchas zonas de China, y no sólo en las áreas rurales. Hace años, mucho antes del gran salto adelante de la sociedad china a caballo del capitalismo de estado, un amigo mío viajero (que no turista) estuvo un par de meses recorriendo las zonas centrales de China, trabajando de pinche de cocina, sirviendo mesas o lo que saliera. Se trata de un tipo que ha estado por todo el mundo, incluidos diversos países africanos. Pero esta vez llegó a casa que ni le conocían, de tan flaco. Su familia le preguntó si había estado enfermo. No. Es que casi no había comido, por la nausea invencible tras ver cómo preparaban la comida en los comedores baratos de los pueblos en los que trabajó.

Una anécdota que ya se contó en el blog. Hace tres años, pasé tres días en Pekín, de vuelta de mi viaje a Birmania. Paseando por la zona más céntrica de la capital, al lado de la mismísima Ciudad Prohibida, descubrimos un lugar indicado como aseos públicos. Era una especie de chamizo, adosado a la propia muralla del conjunto monumental. Mi compañero Rafa decidió entrar un momento a hacer pis. Al instante salió escopetado y con cara de alucine. El aseo, nos contó, era una especie de establo con tres tazas turcas separadas por tabiquillos de aglomerado, sin puertas, y sin rastro de papel higiénico ni nada. Y estaba enteramente ocupado. Es decir, que había tres chinos cagando, convenientemente agachados y espatarrados, con sus vergüenzas a la vista, uno de ellos consultando el móvil mientras hacía ganas. Y un cuarto chino de pie, esperando turno, inmune al pestazo y también mirando su móvil. Parece increíble pero es real. Primera conclusión: los chinos son unos co-chinos. Los mercados de los pueblos y ciudades están llenos de animales muertos, troceados de cualquier manera, con las vísceras por ahí desparramadas, expuestos al calor y las moscas. Así que no es casualidad que, tanto el SARS, como el Covid-19, hayan saltado al humano precisamente en esos lugares. 

Y esto nos lleva a la forma en que todo sucedió y a la triste historia del doctor Li, que tal vez hayan leído ya (esta vez no me he adelantado), pero que no la van a encontrar mejor contada que aquí. El doctor Li Wenliang era (el uso del tiempo verbal pretérito ya les anticipa el final de esta historia, cual cruel spoiler) un joven y animoso oftalmólogo que atendía a sus pacientes en su consulta del Hospital Central de Wuhan, una ciudad de más de 11 millones de habitantes, casi cuatro veces Madrid. Wuhan es la capital del estado de Hubei en el centro de China. Li tenía 33 años, estaba casado y tenía un niño pequeño y otro en camino, porque China hace años que desterró la política del hijo único. Era de otra ciudad lejana, pero había conseguido una beca para estudiar en la Facultad de Medicina de Wuhan.

Tras siete años de carrera y con su licenciatura en el bolsillo, Li encontró un trabajo en Xiamén, en donde estuvo tres años hasta que pudo volver a Wuhan. Xiamén, a más de 1.000 kilómetros de Wuhan, es una ciudad costera, más pequeña y agradable, situada frente a la isla de Formosa, ahora llamada Taiwan. Pero todo su anhelo era volver a Wuhan, el lugar donde había sido feliz como estudiante, donde tenía a todos sus amigos y donde le esperaba la mujer que amaba, a la que había conocido cuando estudiaba. Así que, en cuanto quedó libre una plaza en el Hospital Central, la pilló, aunque fuera en Oftalmología. Se casó, fundó un hogar, tuvo su primer hijo y se convirtió en un hombre otra vez feliz, orgulloso padre de familia, miembro del Partido desde el bachillerato y con un sueldo que le daba para mantener a su familia, aunque sus inquietudes médicas sobrepasaban ampliamente el campo de la oftalmología.

Por eso estaba atento a lo que sucedía y se comentaba en el hospital. A finales del pasado diciembre, llegó a sus oídos que, en los últimos días, se estaban produciendo una serie de ingresos de pacientes con síntomas similares a los del SARS, un coronavirus que quince años atrás había brotado en una zona no muy lejana y cuyas características había estudiado Li en detalle. Se acercó por el servicio de urgencias e hizo algunas averiguaciones. Había siete casos confirmados de infectados por coronavirus. No  se sabía aun qué tipo de coronavirus era, se creía que podía ser el del SARS. Y un dato clave: todos los pacientes vivían, trabajaban o eran clientes del gigantesco Huanan Seafood Market, el mercado central del pescado y el marisco de Wuhan. No puedo evitar la nausea y el escalofrío horripilado sólo de imaginar el aspecto, la peste y las condiciones higiénicas de ese lugar: un mercado de pescado a 1.000 kilómetros de la costa.

Li se sintió éticamente obligado a alertar a sus amigos, el grupo de médicos que había conocido en la facultad y con los que estaba conectado a través del equivalente chino del Whatsapp. Porque han de saber que China tiene sus propias aplicaciones y redes informáticas, diferentes de las que operan en el resto del mundo. Yo lo comprobé cuando estuve en Pekín. Allí no funciona el Google, ni el Outlook, ni el Whatsapp, ni el Gmail, ni el Facebook, ni el Twitter, ni el Instagram. Y, por supuesto, tampoco se puede entrar en mi blog. En vez de Twitter hay Weibo, en vez de Whatsapp hay WeChat y en vez de Facebook hay Renren. Y todas estas redes nacionales, en las que los chinos están tan enganchados como nosotros, están protegidas por lo que el propio Partido denomina El Gran Cortafuegos, una barrera insalvable para toda la información que viene de Occidente. El Partido controla además la información que surge del interior de China, que es vigilada, sometida a una férrea censura y regulada por unas leyes que incluyen severas penas para los que las infrinjan.

Li Wenliang sabía todo esto, pero tenía que alertar a sus amigos, porque eso era lo que su conciencia le dictaba (ya saben, la diferencia entre los significados en inglés de los términos ética y moral). Así que, el pasado 30 de diciembre, subió un mensaje al grupo de WeChat que compartía con sus colegas. Allí habló de la existencia de un brote de coronavirus aún sin etiquetar y de la relación meridiana con el mercado de pescados y mariscos. En un segundo mensaje, pedía a sus compañeros que fueran prudentes, que a ver si se iban a meter todos en un lío, que él les daba la información exclusivamente para que tomaran precauciones y alertaran a sus familias. Entre médicos se sabe el alcance exacto que puede tener un brote como este. Pero parece que alguno de los del grupo se dejó llevar por el pánico y, de forma muy imprudente, difundió el mensaje fuera del reducido grupo de WeChat. Y la cosa se viralizó. Una captura de pantalla del mensaje de Li, sin siquiera ocultar su nombre, empezó a circular por Weibo y el asunto se volvió imparable, algo que enojó mucho al doctor Li.

Por ponerles un ejemplo próximo, este blog tiene entre 40 y 50 seguidores, más o menos fijos. Si yo lo asociara a una cuenta de Twitter, como me han ofrecido varias veces, mi número de followers subiría automáticamente a varios miles, algo que me da mucho miedo y que para nada quiero. Si yo supiera que me siguen 3.000 lectores que, en cuanto publico algo, lo leen, no podría escribir con la misma libertad que lo hago. Una cuenta de Twitter con 40 seguidores, se considera una cuenta zombie. Esto mío es un foro modesto, donde yo voy anotando una especie de diario de mis aventuras y mis obsesiones, con un grupo de lectores reducido, un reducto mucho más discreto que una cuenta de Twitter, red que, además, no admite textos tan largos como los míos. O sea, que cada cosa tiene su escala y su utilidad específica. Pero volviendo al doctor Li, la información viral se extendió imparable por todo el planeta. Li sabía lo que le esperaba. Al día siguiente, sus supervisores del hospital lo llamaron a capítulo y le regañaron severamente. Por entonces, las autoridades no se habían preocupado de dar la alarma, ni alertar a los colegios y las escuelas, ni siquiera prescribir a los propios médicos medidas de precaución para evitar contagios.

El 3 de enero, la policía política le fue a buscar a su casa y se lo llevaron a una comisaría en donde estuvo varias horas. El asunto no era baladí, la condena por difundir rumores anticomunistas o malévolos puede llegar a los siete años de prisión. Li se disculpó sinceramente, él era un ciudadano ejemplar, miembro antiguo del Partido y en ningún caso había querido alarmar gratuitamente a nadie, ni tener el protagonismo que estaba teniendo. Los policías no se dieron por contentos y le sacaron un impreso con un texto pidiendo disculpas al pueblo chino y prometiendo que no lo haría más. Li lo firmó a la primera y le dejaron irse. Regresó a casa, donde le esperaba su preocupada familia (sus padres vivían también con ellos), y al día siguiente reanudó su trabajo en el hospital.

El 8 de enero, Li atendió en su consulta a un paciente aquejado de glaucoma agudo o de ángulo cerrado, un tipo poco frecuente de glaucoma, que constituye una urgencia oftalmológica, porque, literalmente, te puede estallar el ojo, por la presión extrema que se genera. Li le aplicó el tratamiento correspondiente, le solucionó el problema, y no adoptó con él ninguna precaución adicional, aunque el tipo trabajaba en el mercado de Huanan, porque las autoridades seguían ocultando la gravedad del brote, a pesar de que en Occidente la información corría ya incontenible. El día 9, el pescadero del glaucoma empezó a tener fiebre alta, tos seca y dificultad para respirar y volvió al hospital, donde quedó ingresado e incomunicado. Li fue informado de esta circunstancia y supo lo que se le venía. Esa noche no regresó a su casa, sino que alquiló una habitación en un hotel, para no contagiar a su familia. Desde allí les telefoneó con instrucciones precisas: debían acudir cuanto antes al hospital, a que les hicieran las pruebas pertinentes para saber si estaban o no infectados (así lo hicieron, resultando que su hijo y su mujer embarazada estaban sanos. No así sus padres, cuya suerte, ahora mismo, es desconocida, espero que estén bien).

El día 12 Li ingresó voluntariamente en el hospital, donde fue inmediatamente aislado y puesto en cuarentena. Estaba en una especie de UVI, pero disponía de su móvil y seguía conectado a las redes sociales, en donde prosiguió con su actividad incesante. Así se enteró de que la CCTV, la televisión estatal china, había publicado los nombres de ocho ciudadanos, entre ellos el suyo, a los que se acusaba de propagar rumores falsos graves. La televisión estatal es como el boletín oficial del estado y esa información confirmaba el respaldo gubernamental a la crítica a los ocho acusados. Pero hasta en un lugar tan hermético como la China actual, algunas cosas están cambiando. Unos días más tarde, el Tribunal Popular Superior de China (digamos el Tribunal Supremo) emitió un dictamen histórico. Allí se dejaba claro que los ocho ciudadanos de Wuhan no debían ser castigados, porque lo que habían difundido no era del todo falso (sic). La resolución fue publicada en la cuenta de Weibo de la justicia china y contenía párrafos tan extraordinarios como este: Podría haber sido una suerte que el público hubiera creído los "rumores" difundidos por estos ciudadanos, comenzando a usar máscaras, llevando a cabo medidas de saneamiento y evitando el mercado de animales salvajes. Ciertamente acojonante. 

Li se sintió aliviado, en medio de su fiebre y sus padecimientos, por esta decisión que certificaba su inocencia y volvió a hacer uso de la red Weibo para difundir algunos mensajes en los que daba cuenta de su evolución médica e informaba de que los primeros análisis que le habían hecho daban un resultado negativo en coronavirus, aunque él seguía teniendo unos síntomas preocupantes. Hasta se animó a hacer un par de comentarios sobre la sentencia del supremo: Creo que en una sociedad sana tiene que haber más de una voz y este otro: No me parece bien que el poder público interfiera demasiado en el ámbito privado. Impresionante. El 31 de enero le confirmaron definitivamente su positivo por coronavirus. Ese día, conocedor como médico de la suerte que le esperaba, utilizó por última vez la red Weibo para anunciar su diagnóstico y subir dos imágenes: una foto de su copia del escrito que le obligaron a firmar en la comisaría y un selfie que se hizo en la propia UVI. Abajo pueden ver ambas.

El 5 de Febrero Li entró en estado crítico, si bien siguió dos días más comunicándose por teléfono con su mujer y sus amigos, a pesar de que le costaba mucho respirar. El día 7 se informó de su muerte y una ola de indignación recorrió las redes sociales de China. Unas horas más tarde hubo un desmentido: Li estaba en estado crítico, pero aun con vida. Finalmente, al caer la noche se confirmó su fallecimiento y la indignación se redobló, porque nada irrita más al pueblo que la constatación de que les están mintiendo en circunstancias tan críticas (que se lo pregunten a Aznar y Acebes a cuenta del 11-M). El cuerpo de Li fue incinerado deprisa y corriendo, sin permitir a la familia que se despidiera de él, aduciendo razones de seguridad frente a la epidemia.

Desde entonces, los mensajes en Weibo sobre el caso Li superan la capacidad material de la censura de borrarlos. Li Wenliang es ya un héroe nacional. La OMS ha alabado su conducta, lo mismo que las universidades y colegios médicos de toda China. En la ciudad de Wuhan, los ciudadanos apagaron todas las luces cinco minutos la misma noche de su muerte, en señal de duelo y protesta por la gestión de la crisis. El padre de Li no se cortó de hablar con el corresponsal de la BBC, quejándose del trato que se le había dado a la familia. Y un clamor unánime inunda China: el país necesita libertad, no puede seguir en las condiciones de censura y limitación de derechos básicos que sufre, porque, si algo ha quedado claro, es que, en una situación diferente, como la que disfrutan los países occidentales, la reacción frente al brote del Covid-19 hubiera sido mucho más ágil y eficaz.

En fin, sobre la evolución de la epidemia tienen ustedes información fehaciente a diario. Yo sólo quería contarles la historia de Li Wenliang, un relato que es pura literatura y que además proporciona una información muy precisa de lo que está sucediendo y del contexto sociopolítico chino. La catástrofe del Covid-19 es una catástrofe específicamente china, lo mismo que la catástrofe de Chernobyl fue una catástrofe específicamente soviética (les insisto en que vean la serie de TV al respecto; es espeluznante). Pueden creerme si les digo que, mientras escribía esto, las lágrimas han pugnado por brotar de mis ojos varias veces. Me he contenido a duras penas. Este es un foro normalmente humorístico y positivo, pero uno a veces tiene sus momentos bajos como todo el mundo. Les pido disculpas y les insisto: no se crean los bulos. La realidad es tozuda y al final se impone, aunque resulte increíble. Un periodista preguntó en una ocasión a García Márquez si su realismo mágico estaba basado en hechos reales. La respuesta de Gabo es magistral: Es justo al revés; yo reflejo fielmente la realidad latinoamericana, mi trabajo se limita a intentar hacerla creíble. Que disfruten del finde que ya asoma detrás de la noche.

4 comentarios:

  1. Varias cosas. Lo primero, no se enoje, que se le ve muy colérico en la foto. A ver si le va a dar un yuyu. El artículo de Reixach, sensacional, sería bueno que el seny se volviera a hacer dueño del destino de Cataluña. No lo tengo yo muy claro, pero ojalá. Y el relato del doctor Li, pues muy interesante. Se cuentan cosas que parecen vividas, lejos de las crónicas que leemos en los periódicos, llenas de estadísticas sesgadas. Me dicen mis amigos médicos que la mortandad que produce el nuevo virus es inferior a la del SARS y hasta a la de la gripe común. Lo que sí es muy contagioso y habrá que ver si se consigue controlar. El miedo es la enfermedad que más rápido se propaga. ¿Recuerda usted cuando los tiempos de la gripe aviar (SARS) que, si uno estornudaba en el Metro, todo el mundo le miraba mal?
    Por otro lado, parece que el Partido (no hace falta decir cuál) no tiene ninguna intención de relajar su control sobre la sociedad a sus órdenes. Por eso los de Hong Kong se niegan a ser homologados. Son mucho más libres como están. De momento, lo que ha hecho el presidente es destituir a los responsables políticos de la ciudad y del estado de Hubei. Y sustituirlos por gente de su máxima confianza.
    Gracias por su trabajo. Algunos de sus textos, como este, son especialmente valiosos y meritorios.

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    1. Gracias por sus comentarios y no se preocupe: lo del cabreo es un simple juego para motivar al público. En cuanto a Cataluña, comparto su escepticismo, el pueblo catalán ha ido demasiado lejos y seguramente seguirán su camino, aunque no van a ninguna parte, y lo saben. Pero si los etarras nos son capaces de reconocer que el uso de la violencia fue una mierda y los descalifica de por vida para la historia, estos no van a ser menos cerriles.
      Lo del Covid-19 realmente no se sabe, hay que bucear en las informaciones para obtener un relato fiable de lo que está pasando. Esperemos que no se siga extendiendo. Un abrazo.

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  2. ¡Pobre doctor Li! A mí también me dio una pena enorme y también mucha rabia que ese gobierno corrupto le haya arrebatado todo... Es el destino de los héroes; si hubiera leído La Ilíada, quizá hubiera hecho una elección muy distinta de la de Aquiles. Los griegos tenían claro que la mediocridad de una larga vida no compensaba la gloria de una vida heroica. Li no ha elegido, tal vez ha sido un héroe sin proponérselo. Una tragedia. Y no hagas caso del anónimo: Estás muy gracioso de profe sabio y cabreado.

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    1. Querida, este tipo de héroes anónimos siempre han sido mi debilidad. Es una historia muy trágica que parece diseñada expresamente por ese Guionista del que hemos hablado tantas veces. Li será recordado en la historia. La pena es la de su familia, que tiene que estar destrozada.

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