martes, 15 de octubre de 2019

876. Mdgscr 1: los lémures

Bueno, aquí estoy de nuevo después de un lapsus inhabitual por lo largo. El blog hay que reactivarlo, que, si no se le alimenta debidamente, enseguida vanishes into thin air, que dicen los ingleses y que podemos traducir aproximadamente por se va a la mierda. Dejo constancia de mis disculpas y espero que sepan comprender mis razones. Cuando uno se embarca en un viaje de grupo, como el mío a Madagascar, su identidad individual desaparece, se diluye y uno pasa a formar parte de una identidad colectiva, en la que es difícil abstraerse un rato para centrarse en tareas como escribir un post, que es algo que requiere un mínimo de privacidad y tiempo libre. El grupo toma sus decisiones (de forma democrática o autoritaria) y desarrolla una actividad incansable que abarca todo el día. Cuando uno llega por la noche a su cuarto de hotel compartido, está tan agotado que no tiene la energía necesaria para escribir nada. A esto se suma el hecho incontestable de que en ninguno de nuestros alojamientos había WiFi en los cuartos, sólo un poco en la recepción, intermitente y de baja calidad.

Tengo notas tomadas y escenas guardadas en mi memoria para hacerles un relato detallado del viaje y es lo que me dispongo a hacer. En el título de la serie le he quitado las vocales al nombre para expresar mi voluntad de resumir y abreviar, porque si lo cuento todo acabaremos en Navidad. Aunque lo cierto es que tampoco pasaría nada si de aquí a fin de año me dedico en exclusiva a hablar de Madagascar, que sobre los otros temas de actualidad ya tienen ustedes información de sobra. Acerca del prusés son conocidas mis opiniones, la sentencia me parece bien y nos la van a meter hasta en la sopa. El traslado de los restos de Franco es un ejemplo claro de McGuffin, ese truco tan querido por Alfred Hitchcock, que consiste en tener al personal entretenido con un asunto que parece crucial, cuando en realidad es circunstancial, para distraerlo de los asuntos verdaderamente importantes. Quédense con la idea: en estos momentos Franco es un McGuffin.

En cuanto al impeachment a Trump, es un asunto peligroso. Si no triunfa, el presidente saldrá muy reforzado para su reelección. Nancy Pelosi lo sabe desde siempre; por eso se ha opuesto siempre a su iniciación. Si ahora ha aceptado es porque parece que hay pruebas incontestables de que el presidente es un cabrón y un pedorro. Pero en toda la historia de los USA ningún impeachment ha triunfado, solamente el de Nixon parecía tan claro que el tipo prefirió dimitir antes que sufrir la indignidad de que lo echaran formalmente. Y nos queda hablar del Deportivo, colista de la Segunda División, situación que no recuerdo en mis casi 69 años de vida. Así que mejor correremos un tupido velo sobre este asunto lamentable. Les recuerdo también que pasado mañana jueves, me voy a Innsbruck, con mi compañera M. para el último arreón del concurso EUROPAN 2019. A la vista de todo esto parece más prudente y práctico que nos centremos en Mdgscr. Mi intención es compaginar una cierta cronología del viaje con algún tema concreto de interés, que se destacará en el título del post.

Les cuento por tanto que mi primer día de viaje fue un interminable desplazamiento iniciado a las 6 de la mañana en Barajas, en donde nos reunimos todo el grupo a las 4 de la madrugada. Un trayecto breve a París, una escala corta y luego un largo vuelo de doce horas París-Antananarivo. Bajando del avión, observamos que algunos pasajeros corrían apresuradamente para ponerse los primeros en la cola ante las ventanillas de la aduana. En el trámite de entrada se pierden unas dos horas y pico, que se suman a la paliza anterior. Allí parados y hacinados con el equipaje de mano bien sujeto, por en medio pasa un funcionario con una especie de pistola de rayos paralizantes, que apunta a la cabeza de algunos viajeros y que da bastante miedo. Luego me explicaron que se trata de un aparatito que mide la fiebre, para detectar pasajeros que vengan enfermos de malaria, cólera, tifus o fiebre amarilla. A mí me disparó por sorpresa en todo el entrecejo un tipo con cara de poca-broma-poquita-broma y les juro que me llevé un buen susto. Debe de ser que me vieron muy blanco y depauperado.

El trámite es tedioso, y te hace ir pasando por sucesivos mostradores, en donde hay bastantes funcionarios: uno mira el pasaporte y compara la cara con la del viajero (yo me tuve que quitar las gafas), otro comprueba el impreso que hay que rellenar en el vuelo y le pone con mucho cuidado un sello, que repite en el pasaporte, el siguiente firma ambos sellos, otro les pasa un secante, el siguiente se queda con el impreso, que sitúa sobre un montoncito de papeles similares y le entrega el pasaporte a un último sujeto que se lo queda vaya usted a saber para qué. Luego tienes que esperar a que te llamen por tu nombre y te lo devuelvan con todos los sellos de entrada. Tras ello todavía hay que pasar por un puesto de la policía en donde te revisan que esté todo bien. Un proceso totalmente analógico, como ven, en un país al que la revolución digital aun tardará en llegar. Una vez dentro del país, se puede pasar a recoger los equipajes facturados, que algún mozo caritativo ha reservado a un lado para que no estén dando vueltas y vueltas en la cinta mientras te arreglan los papeles.

Con los equipajes completos, te asalta un montón de gente que te ofrece taxis, hoteles, o simplemente cargarte el equipaje a donde sea. Uno del grupo salió a la calle a buscar al guía que teníamos contratado. Se llamaba Alain y es un merna auténtico, de rasgos malayos, pelo liso y barba rala de oriental. Es un chaval educado, que habla un español perfecto, que aprendió en la Universidad de Antananarivo, en donde cursó Filología Hispana. Nos esperaba fuera con un minibús que nos trasladó al hotel, en medio de la noche. Una vez dejadas las cosas en los cuartos, se lo creerán ustedes o no, pero mis compañeros y yo preguntamos si podíamos salir a dar una vuelta por la ciudad (el cansancio es algo que ni se menciona en este grupo). Nos dijo Alain que no era aconsejable en absoluto, que nos podían asaltar y robar el móvil y todo el dinero. Esta situación sólo se daba en Antananarivo, el resto del país era más seguro. Así que nos fuimos a dormir.

El segundo día amanecimos con el sol a las 5.30 de la mañana y salimos a desayunar a una amplia terraza sobre la ciudad. De los barrios más próximos subía el murmullo inconfundible de las ciudades africanas, trufado de gritos y bocinazos, testimonios sonoros del cáos urbano. Inmediatamente nos pusimos en camino en el minibús, en dirección a Andasibé, en la costa oriental de la isla. La carretera era bastante aceptable, a pesar de tener baches como pequeñas piscinas. Es una zona montañosa y de selva, en la que llueve casi siempre. Llegamos a tiempo de dar una vuelta por el pueblo y ya observamos a la mayoría de la gente caminando descalza por los charcos y el barro. Nos dijo Alain que lo de ir descalzo es una cuestión cultural, que la gente no es tan mísera como para no poder adquirir unas chanclas. Pero a las 18.00 cayó la noche y hubo que retirarse al hotel, porque en el pueblo no había luz ni agua. Como ya les he dicho, nunca en mi vida había estado en un lugar tan pobre.

El tercer día lo pasamos íntegramente en el lugar, visitando varios parques nacionales y jardines en los que observar la flora y la fauna locales, para volver a dormir al mismo hotel, un lugar más o menos correcto, sin medidas antimosquitos, porque es una zona con unas temperaturas tan bajas que no hay mosquitos. Entre los parques que visitamos está el llamado Vakuna, en el que hay animales más o menos acostumbrados a la presencia humana. Además de Alain, nos acompañaba un guía del parque y un par de ayudantes que saben cómo hacer venir a los lémures, un animal que sólo existe en Madagascar. Los lémures son los primates más antiguos del mundo, tan ancestrales que ni siquiera tienen cara de mono, sino casi de zorro. Viven por los árboles, por donde se desplazan con agilidad y se alimentan de frutas y verduras. Hay muchas especies de lémures, desde los más pequeños, como el lémur rata, que sólo se puede observar  por la noche. Había unas excursiones nocturnas para ir con un guía con linterna, pero no nos apuntamos a ninguna. En el otro extremo, el indri indri, que pesa unos diez kilos, se alimenta de la hoja del bambú y es difícil verlo de cerca. Abajo tienen algunas imágenes de lémures, empezando por el pardo, el más común.



Los lémures viven unos 20 o 30 años. Su época de apareamiento es variable, pero abre un período de embarazo de unos tres/cuatro meses. Cuando nacen los pequeños lémures, se pasan otros tres meses en una bolsa abdominal de la madre, como los canguros. Es frecuente verles asomados estudiando el exterior. A continuación se pasan a la espalda de la madre, en donde siguen otros tres meses más y luego ya empiezan a andar por el suelo y los árboles, pero no abandonan el núcleo familiar. Los lémures son monógamos y los grupos familiares son de unos diez o doce individuos. Los hijos están con la familia dos años, hasta que son adultos para poderse aparear y formar su propia familia. Se comunican entre sí con un lenguaje que se compone de tres sonidos básicos: contacto, alerta y amor. Los expertos del parque saben imitarlos perfectamente y así los atraen. Luego les ofrecen trozos de zanahoria o de mango y se acercan a cogerlo. Hacen un gesto característico, con una mano fría te sujetan la mano y con la otra cogen el trozo de fruta. Aquí unas imágenes del sifaka, el lémur más elegante.



Por último, el miska cat, el lémur gato, el de la cola más vistosa. Vimos muchos de estos miska cat por todas las zonas boscosas de la isla, que son escasas porque es un país deforestado en casi un 80%. El miska cat es el que más confraterniza con los humanos, como verán en las imágenes de abajo. Pero no les gusta que les acaricien el lomo. Uno al que se lo hice por desconocimiento, me amagó con un mordisco a la mano, pero sin llegar a apretar, a modo de advertencia, como acostumbran a hacer los gatos.




Vistas estas fotos, les deseo que sean felices, como aparezco yo en la última imagen. Escribí este texto ayer por la tarde pero quería repasarlo por la mañana y hasta última hora no he encontrado un rato. Hasta pronto.

4 comentarios:

  1. ¡Qué tío tan valiente! Con un animalito salvaje dotado de unas garras respetables y le dejas trepar a tu cabeza... Eres un insconsciente, Emilio. Pareces muy contento y el pequeño lémur muy curioso y atrevido. A la hora de hacer amigos por el mundo, no discriminas: gente, bichos, piedras... y hasta cubos de pirita. Yo no quiero hacer viajes tan aventureros, pero me gusta que los hagas tú y los cuentes. Un beso.

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    1. Son muy tiernos los lémures y muy empáticos. Les gusta la proximidad de la gente, con reservas. La verdad es que no te veo yo por África, valga la redundancia. Besos a porrillo.

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  2. Tío, que preciosidad los lemures.

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