domingo, 28 de enero de 2018

702. El Deportivo y la autoficción

Escribo ya desde Madrid, adonde he llegado después de un plácido viaje de vuelta por carretera de unas seis horas y media, con buen tiempo y poco tráfico. El primer objetivo de mi viaje era visitar a mis familiares. El segundo, respirar el aire salino de mi tierra y relajarme un poco, después de casi un año desde mi última visita. Y sólo en último lugar, asistir al partido del Deportivo. He de decir que mis dos primeros objetivos se han cumplido. Mi familia está bien, o al menos razonablemente bien para sus edades y circunstancias. Y, en cuanto al aire, sólo diré que salí de Madrid en la última fase de un constipado, entre cuyas secuelas tenía un incómodo grano en el interior de la nariz, que me martirizaba desde hacía varios días, produciéndome un dolor reflejado por toda la cara, que me hacía llorar el ojo y hasta me molestaba para comer. Bastaron 24 horas en La Coruña para que desapareciera del todo.

Lo del Deportivo es diferente. Después de verles por primera vez en directo este año, creo que es un caso perdido. Nos vamos a Segunda de cabeza y probablemente acabemos de últimos, porque yo creo que ahora mismo somos el peor equipo de Primera División con diferencia. Una panda de mataos. Joder, no es normal que fueran ganando 2-0 en el minuto 80 y se dejen empatar el partido. Es que cuando estás a 10 minutos del final tienes que hacer antifútbol y eso lo saben hasta los equipos de pre-benjamín, que tienen siete años. Es lo que se llama cerrar el partido. Si te quedan diez minutos y estás cansado, tienes que retener el balón. El portero tiene que sacar en corto y los jugadores pasarse el balón sin perderlo, hacer rondos, irse al córner y protegerlo con el culo. Y, en cuanto te toquen un poco, caerte al suelo como si te hubieran pegado un tiro en la cabeza y pedir que vengan las asistencias. Y, si no te tocan, fingir una lipotimia y pedir también que entren las asistencias. Que no haya un solo segundo de juego efectivo. Eso es lo que hace un equipo con experiencia.

Pues el Dépor no hacía eso ayer. El portero sacaba en largo y el equipo contrario se hacía con el balón enseguida. Pero eran también muy malos y tiraban mal y se les iba fuera. Y volvía a sacar en largo el portero, se la daba al contrario y vuelta a empezar. Hasta que nos metieron dos goles. Si no llegan a ser tan malos nos habían metido cuatro. Los partidos del Deportivo son de dos clases. En unos encajan un gol enseguida, les entra la ansiedad de que les van a meter una goleada, se bloquean y al final se la meten. En otros marcan primero, les entra la ansiedad de que les van a remontar, se bloquean y al final les remontan. El equipo está muerto, es una banda de cadáveres ambulantes. Yo no veo ninguna posibilidad de que las cosas cambien. Ya han cambiado al entrenador y han hecho no sé cuantas fintas de despacho. Pero es que tendrían que cambiar a todos los jugadores y no hay dinero para ello.

Ahora mismo, ser del Deportivo es como tener un grano en la nariz por dentro. Un ejercicio de masoquismo. El desastre no se puede arreglar por procedimientos racionales. Nos queda únicamente hacer rogativas a San Benitiño de Lérez. Si San Benitiño se esmera, puede ser que el muerto resucite. Estas cosas pasan, no tienen más que ver el reciente caso del gitano de Asturias al que estaban a punto de hacer la autopsia, cuando despertó. Por si no conocen la noticia, AQUÍ pueden leerla. Tres médicos habían certificado la defunción por error. Dicen ahora que fue un caso de catalepsia, pero yo creo que los tres médicos eran tan malos como los del Deportivo jugando. El tipo tiene 29 años, cinco hijos y estaba en la cárcel por diversos hurtos. Parece que se tomó un frasco de pastillas con intención de suicidarse (no era la primera ni la segunda vez que lo intentaba) y se quedó inconsciente. Pero hay varias cosas muy curiosas en este asunto. Realmente es un caso de sainete.

En primer lugar, los análisis toxicológicos que le han hecho en el hospital, después de revivirlo, han revelado no sólo las pastillas que se tomó, sino también trazas recientes de cocaína, heroína y hachís. Parece que, en esa cárcel, los médicos no son los únicos mantas. Luego resulta que el tipo, en cuanto se ha encontrado un poco mejor, ha insistido en pedir el alta voluntaria, para poder volver a la cárcel, porque padece de claustrofobia y se siente mejor en su celda que en un cuarto del hospital (el mundo al revés). Esto, más que sainete, es puro surrealismo. Pero aún falta lo mejor. Su familia (madre y esposa) han salido en la televisión asturiana dando pena, con el tonillo ese de déme argo señorita, con la intención de ir preparando el terreno para pedir el indulto. Y, textualmente, han contado que a su marido y esposo, lo metieron en una bolsa de plástico negro, que cerraron con cremallera, lo introdujeron en una cámara frigorífica y luego lo sacaron para la autopsia. Ya le habían pintado el cuerpo con rotuladores negros, para marcar las incisiones que se disponían a hacerle con un bisturí, cuando empezó a removerse y hacer ruidos.

¿Qué tiene de raro todo esto? Nada. Sólo que los de la morgue asturiana han declarado que las bolsas que ellos utilizan son blancas, que no llegaron a meterlo en ninguna nevera, y que nunca usan rotuladores para marcar las incisiones, de hecho ni siquiera tienen rotuladores. Ya sabemos que los gitanos prototípicos son bastante mentirosos (no entre ellos, sino de cara a los payos). También sabíamos que suelen tener parabólica en el chabolo. Lo que yo no imaginaba es que fueran tan forofos de las series americanas. Porque en series como CSI New YorkLey y Orden y otras, hay un gran protagonismo de los forenses, que todo el rato usan esa parafernalia de bolsas negras, rotuladores y neveras (por cierto, en El País sale hoy una encuesta entre los oyentes para saber cuáles son las mejores series de todos los tiempos y aparecen, entre las primeras, cuatro de las que yo les recomendé: Breaking Bad, The Wire –sin duda las dos mejores–, Los Sopranos y True Detective).

Estas gitanas han contado su historia, entremezclándola con sus propias ficciones, fabulaciones y ensoñaciones, en una técnica narrativa que se conoce como la autoficción. Es una denominación que no conocía, pero resulta que mi hermano estuvo el jueves en un taller literario al que suele acudir y allí dedicaron la sesión a la autoficción. La autoficción se definió en 1977, pero ya ciertos escritores  la practicaban desde mucho antes, como Unamuno y Baroja. Se trata de hacer una especie de narración autobiográfica, pero mezclándola con elementos de ficción. El escritor tiene un triple papel, como autor, como narrador y como protagonista central del relato. El lector asume que está ante una novela, es decir, una obra de ficción y no entra a diferenciar qué es lo cierto y qué lo inventado. Hay un pacto ambiguo con el lector, que excluye el que se ponga a constatar la veracidad de los datos e informaciones que se le suministran.

Supongo que les va sonando. Este blog es una historia de más de cinco años de autoficción. Yo soy el autor, el narrador y a menudo el protagonista de las historias ínfimas que suelen narrarse aquí. Y ya saben que les meto muchas bolas entremezcladas. Pero, a menudo, las anécdotas más increíbles son las ciertas y mi objetivo es conseguir un resultado lo suficientemente nebuloso como para que lo verdadero no se diferencie de lo ficticio. Lograr que ustedes, mis queridos lectores, acepten ese pacto ambiguo. No les voy a revelar aquí mis trucos y recursos literarios. Por poner un ejemplo, todo lo contado en el relato de mi viaje por Portland, Seattle y Vancouver es rigurosamente cierto. También todo lo que se cuenta en el post llamado Estimada Ruth. Sin embargo, aquí hay un pequeño truco. La carta que escribí en la realidad era larga, pero no tanto. Ruth ya sabía muchas de las cosas que habían pasado, no tenía sentido que se las contara. Pero al convertirlo en un relato para terceros, hube de añadir ciertas informaciones para que se entendiera. El trabajo contrario al que hice al confeccionar un artículo para un libro colectivo de urbanismo a partir de cuatro posts del blog centrados en las chabolas de Madrid.

El relato de los responsables del Deportivo (entrenador, jugadores, presidente), es también cada semana un esfuerzo de autoficción notable. Todos dicen que ha sido una cosa de mala suerte, que la racha cambiará algún día, que si el árbitro, que si el empedrado, que si el temporal de lluvia, las lesiones, los goles en propia meta y todo un amplio muestrario de excusas. Esa es la parte de ficción. La realidad es que es un equipo muy malo (yo dudo que ahora mismo fuera capaz de ganarle al Benevento italiano). A falta de la intervención de San Benitiño, creo que ya no voy a hablar más del Dépor en mucho tiempo. No es compatible con el mensaje positivo que quiero darle a esta tribuna. A cambio, parece claro que, últimamente, hay poco rock and roll. Pinchen AQUÍ  para remediarlo. Y que pasen una buena semana.

2 comentarios:

  1. Que el tipo quiera volver a la celda es normal. Está claro que en el hospital no tiene posibilidad de conseguir heroina, cocaina y hachís. Yo ni lo dudaría. Lo de la claustrofobia supongo que se debe a que no se le ha ocurrido una excusa mejor.

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