viernes, 2 de febrero de 2018

703. Let’s get moving into action

Let’s get moving into action. O lo que es lo mismo: pasemos a la acción, coño. Esa es la máxima por la que se rige mi vida en estos últimos tiempos, incluso estoy, como saben, un poco acelerado. Lo mismo me da estar de vacaciones que en la oficina. No paro. Esta semana que termina he estado todo el tiempo haciendo cosas y por eso no he podido escribir en el blog.

Como saben, los tres primeros días estuve de vacaciones. El domingo por la noche, después de llegar de La Coruña y escribir mi post anterior, llamé a mi amiga L. para preguntarle cómo conseguir que me hicieran una analítica, sin tener el preceptivo volante para ello. Resulta que, a la vuelta de Portland, me hice unos análisis que revelaron una subida preocupante de las transaminasas, seguramente debida a la ingesta masiva de cerveza IPA y comida basura yanqui. La doctora me sugirió mejorar la dieta y reducir el alcohol. Y me citó de vuelta para el 5 de febrero (este lunes próximo), para una consulta de control a la que debía presentarme con una analítica hecha, para lo que no me dio ningún volante. Mi amiga me citó a primera hora de la mañana siguiente en la cafetería del hospital, para pasarme un volante por debajo de la mesa.

El lunes me levanté a las 7 con un problema. No tenía bote para la orina. Sin ducharme, en ayunas y meándome vivo, me vestí, bajé al Metro y recorrí varios lugares fantasmales de un semivacío centro urbano en busca de una farmacia de guardia. La encontré por fin en la calle Mayor 15. Llamé a un timbre, me vendieron el botecito por un ventanuco cuadrado, regresé a casa, lo llené debidamente y solté el resto en el inodoro, con el alivio que imaginan. Me duché entonces y bajé corriendo al coche para ir a la clínica Virgen de América. Mi amiga me pasó el volante, me pincharon y salí a la calle. Mi primer plan era desayunar enfrente, en el Centro Comercial Arturo Soria. Pero con los líos se me había apretado el programa. Así que cogí el coche y me fui cagando leches a la plaza Conde de Casal, donde tenía cita a las 10.15 para llevar el Toyota Auris a la revisión de los 30.000 kms.

Dejé el coche y caminé hasta una cafetería cercana. Allí me obsequié con un desayuno completo: zumo de naranja natural, café con leche y pincho de tortilla king size. Tomé el bus 32 hasta mi casa y descansé un rato, aprovechando para avanzar en el libro que me toca para el próximo Billar de Letras. A mediodía me llamaron del taller: el coche estaba listo. Fui a por él en el 32, volví a casa y me bajé a comer al Matilda, el agradable local de mi amigo Fernando, a la vuelta de la esquina. Luego dediqué la tarde a terminar la tercera temporada de The Wire, que es sensacional.

El martes, aunque estaba de vacaciones, me vestí con chaqueta y corbata y crucé la Castellana para acceder a la sede del Ayuntamiento. Allí me esperaban para atender al Director de Planeamiento (o, como ellos dicen, de planeasión) del Área Metropolitana de Guadalajara–México). Me vestí de gala pensando que se trataría de un tipo con el engolamiento y la prestancia de un charro (estilo Jorge Negrete), pero me encontré con un chaval con jersey amarillo, listo como el hambre, educado y muy interesado en los modelos de gobernanza de Madrid. Un ejemplo de lo que son los nuevos mexicanos. Se trataba de charlar con él, yo no llevaba ninguna presentación y tampoco las otras personas de Madrid Salud, Marca Madrid y Relaciones Internacionales, que le atendimos. Como se imaginan, no dejé de comentarle que en Madrid echamos de menos una coordinación metropolitana que la Comunidad no asume, entretenida como está en dar por culo con esmero al Ayuntamiento. Ya conocen mi discurso al respecto. Al final, la foto de rigor.


El miércoles me levanté y fui de nuevo en coche a la clínica, para recoger los resultados. Estaba cagado de miedo. Si las transaminasas no me habían bajado, me vería abocado a dejar la cerveza, creo que ya no puedo reducir más la ingesta de alcohol, salvo dejarlo del todo. Pero me encontré con que mis resultados estaban niquelaos. Esto se explica, entre otras cosas porque desde agosto he vuelto a hacer bastante deporte, en la medida que me lo permite el trabajo. Desde la clínica me fui al Centro Municipal de Salud Fabiola de Mora y Aragón. Estoy citado allí para el Reconocimiento Médico ordinario del Ayuntamiento, el día 6 de febrero. Pero yo tengo una analítica de una semana antes y me parece absurdo repetirla. Tuve la suerte de que no me recibió un burócrata de manguitos. Quedamos en que el día 6 yo me presento con los análisis y me hacen el resto de las pruebas. Y, de esta forma, ya no tengo que ir en ayunas.

Para celebrar que ya no me sube la bilirrubina, ni la transaminasa, ni nada, me fui a comer a La Pitarra, en donde me dieron un plato de moros y cristianos con prueba extremeña, bien regado con cerveza, para chuparse los dedos. Por la tarde me acerqué a pié al final de la calle Barquillo, a la galería de arte donde desempeña sus servicios mi gran amigo Mariano. Habíamos quedado allí con el periodista Carlos Santos, el autor del libro sobre el bar El Avión, que quería conocerme (y yo a él, por supuesto). Me tomé un vinito blanco con ambos en un lugar por el que parece que últimamente viene la creme de la creme del barrio de Salamanca, Albert Rivera incluido. Carlos es un tipo superagradable, con el que pasamos un rato estupendo. Regresé a pie de nuevo, en medio de la noche, y me acosté pronto. Cerraba así otros tres días de anticipo de mi futura vida de jubilado, en la que espero seguir colaborando esporádicamente con el Ayuntamiento y hacer muchas más cosas.

El jueves me incorporé a la oficina y tuve una mañana demoledora. A primera hora una reunión maratoniana con los abogados de Patrimonio del Suelo que han de enhebrar legalmente el Reinventing Cities, un asunto en el que nuestros jurídicos son primerizos (no sé por qué este hermoso calificativo se reserva en exclusiva para las embarazadas), lo que conlleva numerosas dudas y cautelas. Nada más terminar, nos montamos en un coche oficial para recoger en Atocha a una señora del consulting de Valencia que hemos contratado para que nos ayude y desplazarnos con ella hasta La Nave, el centro de innovación municipal creado en la antigua industria Boetticher, Villaverde profundo, en donde estamos preparando el segundo sarao de lanzamiento del programa Reinventing.

Estuvimos por allí hasta que el conductor nos avisó de que se acababa su turno. O nos íbamos ya, o nos dejaba en tierra. Pasamos de nuevo por Atocha para que la señora del consulting cogiera el AVE de vuelta a Valencia, y llegamos a la oficina con la hora justa para la correspondiente call con Hélene Chartier, de Nueva York, la directora mundial de Reinventig Cities. Hablo todo el rato en plural porque todo este tinglado del Reinventing cae sobre mis hombros y los de mi jefa, S. y mi compañera M., los tres que fuimos a París. Si un día se les ocurre entrar en mi blog, no creo que les moleste que suba aquí los selfies que nos hicimos, con un frío que pelaba, en el barrio de Bercy y frente a la torre de la Gare de Lyon, muy cerca de nuestro hotel. Están las dos muy guapas.




Si repasan mi trabajo del jueves, no les extrañará saber que no tuve margen para tomarme un café a media mañana, ni tampoco para comer. Salí de la ofi en coche a las cinco de la tarde, cuando todos los restaurantes que frecuento están cerrados. Aparqué en mi plaza de residente frente al Reina Sofía y salí en dirección a mi casa. Pero mis pasos me llevaron en otra dirección: el Mercado de Antón Martín. Allí me compré un entrecot extra-size con el que regresé a casa para cocinarme una comida-merienda-cena. Aparte de estas cosas que estoy contando, he de decirles que el miércoles recibí un pedido de ocho garrafas de dos litros de aceite virgen extra en rama, del que elaboran en la almazara Samaria, de Linares (Jaén), propiedad de un amigo del grupo senderista, que visitamos en nuestra excursión del año pasado. Desde entonces he aprovechado las tardes para quedar con los amigos que me las habían encargado, lo que ha terminado de llenar mis horas vespertinas.

Esta mañana me he vuelto a trajear y encorbatar para cruzar andando el Retiro y asistir con mi jefa a la reunión del Foro de Empresas, que estaba convocada a las 9.30. Es este un grupo de grandes empresas de la ciudad que colaboran económicamente con el Ayuntamiento ayudando a financiar proyectos sociales municipales. Es algo que creó la señora Botella y que la actual corporación ha ampliado y reforzado. Allí están El Corte Inglés, Mahou, la Mutua, Ferrovial, Sacyr, Telefónica, varios bancos, la Cámara de Comercio, Mercamadrid, Ifema… Nosotros acudíamos para publicitar el Reinventing Cities y ha sido muy productivo: hemos hablado con Luis Cueto, Coordinador General de la Alcaldía, con quien hemos arañado una cita, hemos repartido contactos con los empresarios y hasta la propia Alcaldesa, que ha asistido al comienzo, ha tenido conocimiento de que existimos.

Luego nos hemos ido a la oficina en el coche oficial a completar la mañana. Como ven, una semana bastante nutrida de actividades. Pero aun me falta la guinda. Mañana sábado, a las 6 de la tarde, tengo que estar en Parla, otra vez debidamente maqueado, para asistir a la fiesta del Año Nuevo Chino, que se celebra en la Casa Municipal de la Cultura. Me invita mi amiga Julia Zhang, presidenta de la Fundación Orient de amistad hispano-china. Esta señora me ha traído durante años grupos de chinos a visitar Madrid Río y otros lugares. Dentro de mis contactos para difundir el Reinventing Cities, la llamé y le mandé una breve nota de prensa, que ella tradujo al chino para enviarla a los principales medios de su país. Ahora me ha invitado y me ha pedido que haga un discurso sobre nuestro proyecto, que ya le he mandado. Voy a ver si logro aprenderme algún saludo en chino mandarín.

El año nuevo chino llega esta vez el 16 de febrero, pero las fiestas arrancan mañana. El día 16 despediremos el Año del Gallo Rojo de Fuego y daremos la bienvenida al Año del Perro. Es la primera vez que acudo a este festejo. Hasta hace unos años solían invitarme los de Hong Kong, que hacen la fiesta en el Casino de Madrid, pero el año en que me rompí el brazo no pude acudir y me temo que ya me han borrado del mailing. Pero estos son los otros chinos, los de Mao. Por cierto, he escrito todo esto mientras jugaba el Deportivo. Después de lo que conté el otro día, ya no me interesa ver sus partidos. Compruebo que ha perdido 5-0, lo que no me extraña lo más mínimo, después de lo que me tocó ver el sábado pasado en el campo. Yo ya no voy a sufrir viéndolo.

Les dejo. Que pasen un buen finde. Pero ya saben que soy sensible a lo que me dicen mis lectores. Alguien me comentó por detrás que en el blog había últimamente poco rock and roll. Así que les voy a obsequiar con una pequeña joya, de las que se publican en la marca Hellcat Records a la que estoy suscrito. Es ésta la discográfica que fundó el gran Tim Armstrong, el padre del grupo Rancid, entre otros. Aquí, el propio Tim se marca un ska de libro, apoyado por una bella chica de las que la casa patrocina, que responde al sugerente nombre de Skye Sweetnam. El sonido, la imagen quemada en blanco y negro, el montaje con las escenas que se repiten adelante y atrás, como si un dj las manejara como un vinilo: todo es una exquisitez. Es ésta y no otra la musiquilla que llevo en la cabeza en estos tiempos acelerados. Que la disfruten. ¡Ah! Han de pinchar AQUÍ.


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