sábado, 20 de enero de 2018

699. Descongelando

Bueno. ¡Qué impresión! ¿No? Me refiero a eso de entrar en el blog y encontrarse un letrero que decía algo así como “en esta página no hay colgada ninguna entrada”. No me digan que no han sentido un cierto vértigo. ¿Cómo dicen? ¿Que no han entrado? ¡Venga ya! ¡Pero qué mentirosos! Les va a crecer la nariz. Por supuesto que han entrado durante los dos días que ha durado el cierre. Me lo chiva la página de gestión del blog. Según dicha página, el día 17 se registraron 49 visitas y el día 18 otras 28. Eso totaliza 77 intentos de encontrar algo para leer en este foro, todos con el resultado de toparse con el aviso de marras. Así que imagino que todos ustedes, queridos lectores habituales, sintieron curiosidad y entraron a ver cómo era eso de meter el blog en la nevera. Y no nieguen tampoco que en algún momento sobrevoló sus mentes un pensamiento como el siguiente: huy, qué peligro tiene esto de la nevera, con lo manazas que es el Emilio, a ver si la cosa falla y luego no puede recuperar los textos congelados y se pierde todo ese esfuerzo creativo de más de cinco años. Ya sé que no se fían mucho de mí en cuestiones técnicas, no es ninguna novedad.

Pero al final ha salido todo según lo planeado. Y seguro que también se habrán preguntado: ¿y todo este circo para qué? ¿No se nos estará volviendo este hombre un poco paranoico, primero con los rusos y ahora con los italianos? Bueno, ese es otro tema. A lo mejor sí que estoy un poco paranoico. Se lo explico y juzgan ustedes mismos. Veamos. En mi blog se registran más o menos entre 50 y 100 visitas diarias. A veces varias a la vez, pero normalmente de una en una. De vez en cuando hay algún lector que, supongo, se entusiasma con un texto concreto y lo replica a través de Twitter, o de otra red similar. Me ha sucedido con lectores españoles, norteamericanos, argentinos, irlandeses o de otros lugares. Es algo muy evidente, de pronto aparece un pico enorme en los gráficos estadísticos, que no deja lugar a duda. Y no es una cosa que me moleste, sino al contrario, me encanta que se produzcan esas difusiones masivas eventuales.

Pero lo que me inquieta es cuando uno de esos fenómenos empieza a repetirse con una cadencia constante, se convierte en crónico y parece que va a seguir indefinidamente, que ya no va a acabarse nunca. Porque eso me indica que alguien me ha dejado una especie de parásito informático para que actúe con una periodicidad fija. Lo de los rusos fue llamativo. Una vez al día se producía un pico de 21 visitas desde Rusia. Miraba qué textos se habían visitado y eran siempre siete consecutivos, un poco al azar. Con la variedad de temas que se tratan en el blog, es muy raro que de pronto haya tres rusos interesados por un texto de urbanismo, otro de música, y otro de literatura, o de pedos, sólo porque están publicados sucesivamente. Pregunté entonces a un experto blogger que me asesora a veces y me explicó que no era nada peligroso para mí, en principio; que los rusos lo hacen todo el rato, que capturan textos y los rebotan de forma compulsiva, incluso de idiomas que no entienden, no se sabe con qué intenciones, tal vez sólo por tener un cierto control de determinados espacios virtuales, que luego puedan utilizar, como se dice que han hecho en Cataluña.

Aun así, hice unas cuantas maniobras, consistentes en pasar a modo borrador los bloques de textos capturados, y unos cuantos más anteriores y posteriores, como cuando se limpia alrededor de un nódulo canceroso. La cosa funcionó tras varios intentos, si bien, después de la última maniobra, aún sucedió una sola vez, como si el cabrón que me había puesto el dispositivo digital me enviara un mensaje: ojo, voy a dejar de darte el coñazo, pero sólo porque yo quiero, porque ya ves que podría seguir haciéndolo. Después de ese último pico de 21 visitas, la cosa se calmó. Hasta que hace unos meses llegaron los italianos. Estos eran peores. Estos capturaban siempre los veinte últimos textos del blog, fueran cuales fueran, y los replicaban tres o cuatro veces, resultando unos picos de 60 o de 80 visitas simultáneas, según los casos. Con una cadencia continua e implacable: cada dos días, con puntualidad suiza. Hice una comprobación, cambiando a modo borrador los últimos cincuenta posts y, a la hora esperada, sucedió: 60 mascalzoni visitaron los últimos veinte textos que estaban abiertos, es decir, los anteriores a los cincuenta puestos en cuarentena. 

Ya tenía la prueba de que mi blog tenía un artilugio digital adherido como una ladilla, que me distorsionaba las cifras de visitas, disparando las de los posts más recientes. ¿Solución? Sólo había una. La que se deduce del icónico grito de Husillos, inefable albañil de la película El Milagro de P.Tinto: ¡¡¡AQUÍ HAY QUE SANEAR!!! Eso fue lo que hice, para inquietud de mis más fieles seguidores, que comprobaron el desaguisado 77 veces, sintiendo en sus propias carnes lo frío y desabrido que sería el mundo sin mis textos maravillosos. Pero ya ven que no les he dejado tirados. Pasada la cuarentena, el blog muerto ha resucitado. Se levanta y anda, como Lázaro. Lo he metido en el microondas, he puesto el mando en la posición defrost, indicada con el símbolo de dos estrellas congeladas goteantes y ¡hala! a descongelar. Veinticuatro horas después de la resurrección, no se ha vuelto a producir ninguna avalancha de 60 u 80 schifosi, o sea, que la cosa parece haber funcionado, al menos por ahora.

Otro asunto es si todo esto tiene algún interés, o les estoy calzando un coñazo insufrible. Son ustedes libres de opinar, yo me sentía obligado a darles una explicación de esta muerte y resurrección del blog. Al fin y al cabo, en este mundo, cada loco está con su tema. Vean por ejemplo lo que me cuenta mi hijo Lucas, que, como saben, vive en Lille y se dedica a la investigación puntera en química orgánica sobre temas que a menudo me cuesta entender. Ahora ha estado una semana en Grenoble, en misión de trabajo, y anoche se me ocurrió preguntarle en qué había consistido esa misión. He aquí lo que me contó. En el laboratorio de Grenoble se ha dedicado a crear una proteína fluorescente. Sí, como lo oyen. Fluorescente, como los tubos de neón de los anuncios. ¿Y cómo se crea una proteína fluorescente? Pues muy fácil: la producen unas bacterias, previamente modificadas genéticamente para conseguir que se dediquen al noble arte de producir proteína fluorescente, una labor artesanal de mérito.

Como las han modificado genéticamente con mucho esmero, estas bacterias han conseguido producir nada menos que tres mutantes de la misma proteína, que sólo se diferencian en el aminoácido 151. Fascinante. Después de una semana de trabajo, Lucas ha conseguido producir 1,8 gramos de proteína. Y ahora se los lleva a Lille, para analizarlos. Anoche estaba volviendo en tren pero perdió el transfer en Lyon y se tuvo que quedar a dormir en un hotel que le paga la compañía de ferrocarriles franceses. Lo que no me ha explicado es cómo transporta los 1,8 gramos de proteína fluorescente que ha fabricado, si los lleva en un bolsillo, o en un envoltorio de papel de plata, o en una neverita supersofisticada, como las que salen en las películas, o como la que he usado yo para sanear el blog. Por cierto, a las bacterias artesanas, una vez cumplida su misión, las dejan morir.
  
Pero la cosa no acaba aquí. Porque durante un tiempo, el trabajo de Lucas va a consistir en analizar esa proteína fluorescente, en el laboratorio de Lille, mediante un proceso de espectroscopia de absorción transitoria en cemtosegundos. Es decir, supongo, que los 1,8 gramos de proteína se observan mediante un espectroscopio con ese grado de precisión (un cemtosegundo equivale a diez elevado a menos quince segundos). Y esa observación permite averiguar cómo es que esa proteína fluoresce, o refulge, o fulgura, o resplandece, o como se diga. Qué comportamiento tiene, qué propiedades ostenta, qué utilidades potenciales presenta, qué riesgos comporta. La investigación química es algo apasionante. Un sector de la ciencia que nos permite saber más de nuestro planeta, este lugar que tanto está machacando el ser humano. Ya saben que esta especie nuestra de bípedos implumes es capaz de lo más maravilloso y también de lo más abyecto. La química lo explica todo. Por ejemplo, yo estoy convencido de que la concejala de urbanismo que sufrimos durante el Trienio Negro, era en realidad una mutante, idéntica a una concejala de verdad, pero con el aminoácido 151 alterado, como resultado de una modificación genética gallardónica.

No muy lejos de Grenoble, en París-de-la-France, estuve yo esta semana, en un viaje que ya les contaré cuando me dé por hablar en profundidad de Reinventing Cities. El miércoles estuvimos reunidos con el equipo técnico del Ayuntamiento que ideó y gestionó Reinventer Paris, para conocer todos los detalles del proceso y aprender de su experiencia. Y el jueves asistimos a un evento de bastante tronío, donde se presentaban los programas de las cinco ciudades europeas que participamos: Madrid, París, Milán, Oslo y Reykjavik. Lo presidió la alcaldesa de París Anne Hidalgo, a la que tuvimos la oportunidad de saludar en español. Hablo todo el rato en plural porque viajé con mi jefa y otra compañera. Avisé a mi amigo Philippe, que vino al acto y luego comió con nosotros. El asunto progresa y es algo que, si sale bien, comprometerá a la ciudad de Madrid para varios años, por lo que yo me limitaré a dejarlo lanzado cuando me jubile a final de año, a menos que encuentre alguna fórmula de seguir colaborando desinteresadamente desde fuera. Paciencia, ya lo explicaré en detalle cuando toque.

Volviendo al mundo de la química, supongo que no ignoran que todo el comportamiento de nuestros cuerpos es pura química orgánica. Y la investigación permite saber por qué le duele a usted hoy una rodilla y por qué mañana le va a sentar mejor o peor la comida. Incluso, por qué estaba usted ayer más malhumorado o, por el contrario, se sentía capaz de comerse el mundo, que la mente es también química y por eso las depresiones se curan con determinados fármacos. Y, desde luego, la química explica por qué se tira usted más pedos últimamente (a ver si se cree que sus allegados no se han dado cuenta). En este incómodo y maloliente asunto, y en el caso de que sea usted un cervecero inveterado como yo, tal vez todo se deba a que no se preocupa de tirar bien la cerveza (o de que se la tire correctamente el camarero, en caso de que esté usted en un bar). Una cerveza bien o mal tirada tiene una incidencia decisiva en su comportamiento más o menos pedorro, como se explica de forma muy expresiva en el vídeo que les dejo de despedida. Pórtense bien y disfruten del finde.    


2 comentarios:

  1. Mira qué es listo Lucas, fabricando proteínas "luciérnaga". Y tú piénsate eso de despedirte a fin de año, te vas a perder la "reinvención de Madrid", eso sería muy triste. Para mí, triste y pico.

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