viernes, 13 de octubre de 2017

678. Cuentos de nunca acabar

Bien, unos días después del gatillazo del prusés, parece claro que al señor Puigdemont le pudo la prudencia o el vértigo ante el abismo y optó por atender las voces suplicantes de la soberanía nacional a punto de ser ultrajada, unas voces que proclamaban: –La puntita nada más, don Carles, que soy doncella. Los congregados ante el Parlament, que aguardaban anhelantes el orgasmo de la independensieeee, que ya estaban tocando el clímax con la punta de los dedos, sufrieron finalmente una auténtica eyaculación precoz que los ha dejado compuestos y sin república bananera. Vean abajo las fotos de la prensa. Las caras de la doña de la primera fila del motín callejero, expresan sucesivamente la inminencia del éxtasis, la decepción del fiasco inesperado y el cabreo subsiguiente. Son las mismas que te pone cualquier prójima ante la vergonzante situación equivalente sobrevenida. Lo primero es la cara de asco. Luego vienen las frases más hirientes: me he quedado como estaba, ni me he enterado, ¿es que no sabes contenerte un poco? te dije que no te aceleraras.



Mira que tenía yo la ilusión de que los catalanes se fueran de una vez. O que se quedaran y callasen para siempre. Pues nada. Ni lo uno ni lo otro. Se quedan y siguen dando el coñazo, qué hartura. El cuento de nunca acabar. Así que en este blog procedemos a continuar con la enumeración de las novedades y planes para el año en curso. Supongo que recuerdan la secuencia: 1, cortarme el pelo, 2, empezar a correr y 3, fijar la fecha de la jubilación. Todos estos planes (y algún otro que ya les contaré) están obviamente condicionados al disfrute de una buena salud, una especie de input nº 4, que de momento no va mal (toco madera).

Como ya he amagado varias veces con hablar de temas de salud, varios seguidores se han interesado por mí privadamente (¿te pasa algo?). Incluso algún listillo ha creído que mi calificación del prusés como hemorroides de Europa encubría una pista sobre mis dolencias supuestas. No han acertado. Lo cierto es que no estoy mal (llevo dos meses corriendo 5 kms tres veces por semana, aunque ahora estoy parando un poco, no por falta de energías sino de tiempo). Pero a mi edad uno tiene siempre pequeños ruidos, los popularmente llamados alifafes. Y basta que acudas con cualquiera de ellos a un médico para que inmediatamente ingreses en otro largo cuento de nunca acabar. Mis frentes abiertos son tres.

1.- El señor Konrad Adenauer. Así bauticé al clavo de titanio que me implantaron en el húmero fracturado, en base a que el gran canciller alemán fue clave para solucionar la fractura de Europa. De esto ya se ha hablado en el blog, incluso en exceso, pero es un tema que no se acaba nunca. A poco de recibir el alta, acudí al doctor Gárate a pedirle que me extrajera el clavo, que me molestaba mucho. Respuesta: hasta que pase un año de la fractura, no se puede ni considerar. Obedientemente, volví a la consulta en marzo, a la vuelta de Birmania. Me hicieron un TAC y descubrieron que mi hueso estaba soldado sólo por fuera; que en su interior albergaba cuévanos importantes que desaconsejaban la extracción del General De Gaulle (también le llamé así durante un tiempo). Y me emplazaron a volver en seis meses.

En este septiembre, he vuelto a la consulta, pero con una novedad: cada vez la molestia es menor. Paso horas sin acordarme de mi hueso roto, que poco a poco va cantando menos y que no me impide hacer vida normal, ni correr, ni nadar, ni hacer pesas. Así que actualmente, mi primera opción es no tocar nada y dejar tranquilo al bueno de Adenauer (ya lo vuelvo a llamar así). Ante este giro de la situación, Gárate me ha dicho que vuelva dentro de un año. Como me voy a jubilar, le propuse acudir ya de pensionista, pero dice que no, que quiere ver la evolución del brazo cuando aún esté activo. No sabe que cuando me jubile voy a empezar a hacer muchas más cosas que ahora. Finalmente, una historia interminable. 

2.- El ausente dienteputo. Otro tema que empezó en marzo. Aguanté como pude mi tambaleante piño durante el viaje a Birmania, pero, en cuanto volví, me lo hice extraer. Ese mismo día, el dentista me explicó que, para sustituirlo por un implante, había dos caminos: el largo y el corto. El corto consiste en que te hacen todo en un día y no es muy aconsejable (dijo el dentista) porque hay riesgo bastante alto de infección. Y si se pilla usted una infección con lo degradada que tiene la base ósea de la mandíbula superior, pues eso sería algo grave. Nada, nada, vamos al procedimiento largo, quite usted –fue mi respuesta inmediata. No sé si me equivoqué, pero, siete meses después, sigo sin diente y ya he perdido la cuenta de mis visitas al dentista. El procedimiento largo va despaciiiiito, despaciiiiito, como la canción. Si ya sé que se trata de un vídeo muy hortera pero ya ha recibido 4 millones de visitas, por lo que ha batido el record del coreano Gangnam Style. Si usted querido lector, no es uno de los 4 millones de visitantes, puede visionarlo pinchando AQUÍ.

De mis visitas al dentista, hay muchas en las que los distintos médicos de la clínica se limitan a echarme un vistazo, constatar que todo va bien y luego felicitarme las pascuas, o estar un rato conmigo hablando de literatura o de cine. Ya me han puesto dos dientes provisionales sucesivos y ahora tengo que hacerme el molde para el tercero. De momento, el mayor avance es que me han puesto el injerto de hueso que me faltaba, es decir, en lenguaje de albañil, el recrecido necesario para constituir una base suficientemente sólida como para asegurar en ella el tornillo al que un día se fijará el implante. En estos momentos, la cosa está fraguando. Cada semana voy a la consulta, me echan un ojo, o me hacen una radiografía y el comentario final es el mismo: todo va cojonudo, pero no hay que apresurarse. Calculo que para las Navidades me pondrán el tornillo y, con suerte, para el verano el diente.

En medio de esas consultas inocuas, me calzaron el asunto del injerto de hueso, sin avisarme de que era una cosa tan cruenta (casi mejor). El asunto consiste en que te duermen toda la boca y un cirujano te raja la encía con un bisturí. Luego, te tiene que limpiar la base ósea y empezar a apretarte pegotes del falso hueso, que ha fabricado en parte con tu propia sangre. Una carnicería. Por último, tiene que coserte para cerrar el desaguisado. Cuando ya estaba hasta los huevos, abrí un ojo. A pocos milímetros de mi cara, el matasanos sostenía fuertemente entre el pulgar y el índice una aguja que me pareció gigante, en donde estaba enhebrado el hilo quirúrgico de color negro. Sin soltarla, usó el meñique engarfiado para enganchar una lazada del citado hilo y tiró con fuerza hacia él. Pude imaginar, bajo su máscara blanca, la punta de su lengua levemente sacada para mejorar la concentración mental. Ante tan terrorífica imagen, opté por cerrar los ojos de nuevo. Ahora mismo ya no tengo puntos, todo parece bien cerrado y se disponen a hacerme un tercer diente provisional, hasta que se pueda poner el tornillo.

3.- La cuestión digestiva. De esto no se ha hablado nunca en este blog, porque para qué. Más o menos en agosto del año pasado, estando aun de baja médica, empecé a tener una molestia muy extraña que, ahora con perspectiva, me parece claramente atribuible a la medicación que hube de tomar como consecuencia de la fractura de húmero. La molestia se la describo a continuación. Cada día, después de dormir más o menos bien, me despertaba, como suelo, antes de que sonara el despertador. Me encontraba bien. Encendía la luz y cogía la tablet, para echar un vistazo a las noticias de la noche. Entonces, en medio del silencio absoluto de esas horas, mis tripas empezaban una sinfonía de ruidos, retortijones y pirotecnias diversas, que terminaba indefectiblemente en una diarrea tremenda. Sin desayunar ni nada.

Después, me levantaba, incómodo y jodido, como se pueden imaginar, y desayunaba así como sin ganas. Pero el desayuno me sentaba bien, me asentaba las tripas y me animaba a ir a trabajar. A media mañana me tomaba un café y un bollo con los compañeros y la cosa mejoraba todavía más. A mediodía, como me encontraba bien, hacía una comida normal, que volvía a sentarme fenomenal, y luego por la tarde estaba bien. Y por la noche lo mismo: cena normal, sobremesa grata, a dormir con buenas sensaciones y a olvidarme del tema hasta el día siguiente. Pero, en la siguiente madrugada, volvía a repetirse la catástrofe. Pregunté a los amigos y nadie había oído nunca nada igual. Es muy raro tener una diarrea enorme una vez al día, no repetirla nunca a otras horas y mantenerte bien todo el día.

Hace más o menos un año me tocaba hacerme una colonoscopia, que ofreció un resultado normal, lo que me quitó de la cabeza patologías más preocupantes. Dada la hora en que se producía el desarreglo, inevitablemente lo relacioné con las cenas. E intenté todas las estrategias posibles: cenar cosas más digestivas, cenar poco, cenar pronto, no cenar absolutamente nada, cenar con cerveza, cenar con vino, cenar con agua, cenar con leche. Los resultados de estas pruebas fueron totalmente nulos. Una cuestión clave: cuando me iba de viaje, se me arreglaba. No tuve la menor molestia en San Petersburgo, ni en Japón, ni en Marsella, ni en Birmania. Lo que venía a sugerir un componente psicosomático.

En marzo, me decidí a pedir ayuda médica. Me dijeron que llamara a la doctora Menganita, que es buenísima. El problema es que el servicio de esta señora me dio hora ¡para el 3 de julio! Este proceso es todavía más lento que el del dentista. Me arrepentí de no haberlo planteado como una urgencia, pero yo soy pariente de médicos y sé lo que es una urgencia y lo que no lo es. Resumiendo. Cuando llegué a la consulta de la señora Menganita, la disfunción digestiva había mejorado bastante. Le conté lo que me había pasado, utilizando el pretérito imperfecto, porque ya no me pasaba. La doctora me dijo que era la sintomatología típica de una dolencia leve que se llama espasmos de colon. Pero, para descartar otras patologías, me prescribía una serie de pruebas. Yo ya me tenía que ir a Portland, así que las pruebas me las hice a lo largo del mes de agosto y los resultados me los han dado en septiembre. Y me han dado hora para una nueva consulta el 23 de octubre. Hasta me dan ganas de no ir, porque mis molestias han desaparecido totalmente. 

Esto es lo que quería contarles. Uno entra en un protocolo por una tontería y el médico ya no le suelta. A ver si tengo suerte y me libro de estas pejigueras, que me hacen perder mucho tiempo. Todo esto se lo estoy contando desde la casa rural La Lastra, en el municipio asturiano de Campo de Caso. El miércoles salí del trabajo, comí algo por allí y salí de viaje, para reunirme con mi grupo habitual de senderistas. Hoy jueves hemos hecho la llamada Ruta del Alba, unos 16 kms, según el medidor de un colega. Mañana nos espera un recorrido aun más duro. Ya les voy contando.

2 comentarios:

  1. Dado que usted, como yo, parece gozar de una mala salud de hierro,mi consejo es que prescinda de los médicos. A nuestras edades sólo dan malas noticias.

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    1. Me parece que va a tener razón. Las dolencias leves lo mejor es solucionárselas uno mismo. Si no, caes en una trampa de nunca acabar.

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