jueves, 31 de marzo de 2016

489. Los consejos del doctor Letamendi y otras digresiones

Hace unos cuantos posts, a cuenta de mi accidente en el Metro, les hablaba yo de esta sociedad estresada y enloquecida en la que vivimos, al menos los de las ciudades grandes. Una vida que nos lleva a correr para pillar el Metro, o el bus, o para llegar al otro lado de la calle cuando el semáforo se ha puesto naranja o ha empezado a parpadear. Me contaron que el 75% de los accidentes laborales in itínere se deben a esas carreras absurdas que, a cambio del riesgo de sufrir una caída y rompernos algún hueso, nos permiten unos logros efímeros y absurdos: el semáforo se vuelve a poner verde en un minuto, el Metro siguiente viene en tres minutos y el bus en unos cinco. Sin embargo, todo el mundo lo hace, por lo que vengo observando desde entonces, incumpliendo el segundo de los principios para una buena vida que recomendaba Adolfo Bioy Casares y que les detallé en dicho texto.

Los repito de nuevo, por si alguien no los leyó, o los ha olvidado: 1, buena salud; 2, ritmo lento, nada de prisas; 3, coito frecuente; 4, un cine cerca; y 5, la familia lejos. Ayer, hablé largo rato con mi amigo Philippe, de París, le mostré la radiografía de mi brazo roto y comentamos todo lo divino y lo humano, atentados de Bruselas, traición a los refugiados sirios, locura de la vida en las grandes ciudades, etc. Cuando le revelé los consejos de Bioy, se rió mucho y me dijo que él practicaba tres de los cinco (es un hombre muy familiar, no un lobo solitario como Bioy y, a sus 75 años, ya imaginan cual es el otro que le falla, el mismo que a mí, que tengo 10 años menos). Eso me hizo buscar algún otro decálogo o código de conducta más austero y menos propio de gente tan epicúrea y disfrutona como el genial argentino, amigo de Borges y Cortázar. Lo que me llevó a descubrir al doctor Letamendi. Veamos primero quién era este señor.

El venerable caballero que tienen a la izquierda, fue un eminente médico y humanista del siglo XIX español. Nacido en Barcelona en 1828, estudió allí medicina y poco después era catedrático de su Universidad. Pero un hombre tan inquieto como él, no podía conformarse con eso, así que, siendo ya el titular de la Cátedra de Anatomía de Barcelona, preparó las oposiciones a la de Patología General de la Universidad de Madrid, que ganó a la primera. Se trasladó entonces a la capital, donde vivió hasta su muerte en 1897, con la suerte de no llegar a vivir el desastre del 98. Madrid era una ciudad mucho más adecuada a las inquietudes culturales y vitales de este señor que, además de médico era nada menos que antropólogo, filósofo, pedagogo innovador, escritor, pintor y músico aficionado. En esta última faceta, Letamendi fue un virtuoso del violín, compositor de varias piezas orquestales e introductor en España de la música de Wagner, autor al que admiraba mucho, hasta el punto de que fue el primer extranjero que publicó artículos en la revista Bayreuther Blattër que dirigía ese genio de la música.

Este auténtico humanista del siglo XIX publicó más de mil artículos en periódicos de toda España, sobre temas de literatura, música, filosofía, economía y, por supuesto, medicina. Y aquí viene la pregunta del millón: ¿cómo es que este verdadero genio es prácticamente un desconocido en el mundo actual? ¿Cómo es que alguien tan brillante pudo caer en un olvido tan tremendo? Bien, ya saben que este es un país de gente envidiosa y cainita. Letamendi era además un catalán que se fue de su tierra y, tal vez, en Madrid fue siempre considerado un forastero. Esto son conjeturas. Lo que sí que parece que influyó es que fue profesor de Pío Baroja a quien suspendió en su asignatura al menos tres veces. El cáustico y genial escritor vasco, que finalmente consiguió acabar la carrera a pesar de Letamendi, se vengó de la afrenta incluyendo en El Árbol de la Ciencia una serie de alusiones, con nombre y apellido, en las que ponía verde a aquel profesor que tan mal le había tratado: Por dentro, aquel buen señor de las melenas, con su mirada de águila y su diletantismo artístico, científico y literario; pintor en sus ratos de ocio, violinista y compositor y genio por los cuatro costados, era un mistificador audaz con ese fondo aparatoso y botarate de los mediterráneos dice, entre otras descripciones crueles.

Sea por lo que fuera, Letamendi es hoy un completo desconocido, aunque hay constancia de que era alguien bien conceptuado por ilustres intelectuales del momento, como Menéndez Pelayo, Marañón, Galdós y Laín Entralgo. Pero para la historia han quedado sus Consejos Para Una Vida Sana, que es por lo que lo hemos traído a este blog, y que este hombre escribió en forma de poema, en concreto una décima, que dice lo siguiente:

            Vida honesta y ordenada
                                               Usar de pocos remedios
                                               Y poner todos los medios
                                               De no apurarse por nada
                                               La comida, moderada
                                               Ejercicio y diversión
                                               No tener nunca aprehensión
                                               Salir al campo algún rato;
                                               Poco encierro, mucho trato
                                               Y continua ocupación

Creo que estos consejos son más apropiados para gente mayor como nosotros. Yo los sigo bastante a rajatabla. Sobre todo lo de la continua ocupación. Desde el lunes pasado acudo cada día a rehab y no digo nooo, nooo, no. Me someten a hora y cuarto de estiramientos y ejercicios, de los que salgo baldado, aunque luego me voy relajando según va avanzando el día. El gimnasio al que voy, está a media hora de mi casa, caminando a buen paso. El lunes descansé, después de mi primera rehab, pero el martes tuve mi club de lectura, en el que debatimos durante dos horas sobre Técnicas de Iluminación, el último libro de relatos de Eloy Tizón, un escritor del que no había leído nada y que maneja una prosa abrumadoramente buena, que te absorbe y te hipnotiza, hasta dejarte más agotado que muchos de los ejercicios que me ponen por las mañanas.

Ayer miércoles, me vestí con mi terno gris de invierno y bajé al gimnasio, donde, como es natural, me puse una camiseta para los ejercicios. Al acabar, me vestí de nuevo, crucé el Paseo de la Chopera y me constituí en la Casa del Reloj, sede de la Junta de Arganzuela. Tenía allí una cita a las 12 en punto con una delegación de la Comisión de Planificación y Obras Públicas del Área Metropolitana de Estambul, encabezada por su director Hadi Diler, todo un personaje, como pueden comprobar buscando su nombre en Google. Estuve con ellos dos horas, una de conferencia (en español, con intérprete, sólo Mr. Diler hablaba inglés), y otra de paseo por el parque del río y el Centro Cultural Matadero. Me despedí de ellos, pasé por el gimnasio a recoger mi mochila y subí andando hasta Atocha, si bien hice una parada en las Bodegas Rosell para tomarme un merecido vermú. De camino a casa pasé por una hamburguesería que conozco, en donde me calcé una Tijuana Burguer de tamaño natural, bien cargada de jalapeños. Tras una mínima cabezadita, me tuve que poner a hacer los deberes pendientes de mi taller de inglés, al que me incorporé, también andando, a las 20.30, hasta las once de la noche, porque seguimos bebiendo en la barra tras terminar el taller.

Hoy había pedido permiso para ir antes a la rehab, lo que me ha obligado a levantarme a las 7.30, para estar allí a las 9.30. Hora y cuarto después, he cogido un bus, un tren y un Metro hasta el Campo de las Naciones. Allí había quedado a desayunar con África y mis colegas del curre, adonde no voy desde hace mes y medio. Luego, no he tenido más remedio que entrar en el edificio de mi oficina, porque tenía que entregar un parte de baja y me apetecía saludar a la gente. He ido pasando por las seis plantas del edificio dando abrazos y besos, hasta las 14.30. Entonces me he ido al único bar interesante que hay en ese no-barrio, en donde me he obsequiado con un cocido completo, rodeado de mis amigos los camareros del lugar, que me habían echado de menos, porque antes solía comer allí al menos un día a la semana. Luego, de nuevo Metro y tren hasta Atocha, una siesta merecida, un té, un repaso a mis dos direcciones de correo electrónico para contestar mensajes, y a escribir en el blog.

Ahora díganme: ¿creen que estoy siguiendo los consejos del Doctor Letamendi, o no? Les prometo que todo lo he hecho a ritmo lento. Llevo tres días sin parar, pero tranquilamente, sin apurarme por nada. Hoy, una cena frugal, por aquello de la comida, moderada. Y, desde luego: poco encierro, mucho trato y continua ocupación. En fin. Resulta que ya estamos en primavera y yo no me había enterado, porque, como no ha habido invierno... Por eso me ha sorprendido el cambio de horario. Cojonudo. A mí me gusta más este horario que el de invierno. Esas tardes largas. Mañana, después de la rehab, ya empezaré a vaguear, que llega el fin de semana y hay que descansar de tanto ajetreo. Y, a todo esto, mi proceso escultórico de construcción del callo de fractura lleva ya casi mes y medio, la mitad del tiempo previsto. Esto está chupao. Así que, como dicen en Tijuana: cuates, puro p'adelante, que p'atrás ni para agarrar vuelo. 


6 comentarios:

  1. No es por fastidiar pero, si está de baja, yo creo que debería descansar más. Es mi modesta opinión.

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    1. Agradezco su interés por mi salud, pero cuando estoy haciendo cosas me olvido de mis molestias. Además protejo el brazo de cualquier peligro y acabo por las noches más cansado, con lo que duermo mejor.

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    2. Pues a mí me parece que hacer cosas que te gustan es algo que ayuda a sobrellevar cualquier inconveniente físico que te sobrevenga. El ánimo es fundamental para cualquier proceso de recuperación. Yo le recomiendo lo contrario que el señor de más arriba: haga usted lo que le apetezca (con cuidado, pero hágalo)

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    3. Me inclino más por esta segunda opinión, pero agradezco ambas. El ánimo no me falta, tal vez tenga que cuidar que no se me acabe la paciencia, que también es algo importante.

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  2. Mira que eres fantasma. Lo digo por eso de coger un autobús, un tren y un Metro para ir a desayunar con tus colegas. Podías haber atravesado el Retiro y así añadías un barco de los del estanque.

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    1. ¿Qué quieres? ¿buscarme las cosquillas? Mi gimnasio está en Legazpi. Para llegar desde allí hasta el destierro del Campo de las Naciones no hay mejor combinación: autobús 45 hasta Atocha, tren hasta Nuevos Ministerios y línea 8 de Metro al destierro. De todas formas, te agradezco la coña. Aquí son bien recibidos todos los comentarios, siempre que sean con educación. Un abrazo.

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