sábado, 19 de diciembre de 2015

457. La hostia (reflexión del día)

Bueno, contra el infundio propagado en determinados medios, declaro solemnemente que Pegahostias de Pontevedra no es seguidor de este blog y no perpetró su fechoría después de leer mi último texto. Es más, dudo de que ni siquiera sepa leer. Y, si sabe leer, está claro que carece de la capacidad de entender lo que pone en los textos escritos. Vayamos por partes. La otra noche, en cuanto terminé de redactar y subir mi post proponiendo que entre todos echemos al señor Rajoy, apagué el ordenador y me puse a ver el debate a dos de la tele, que había empezado hacía un buen rato. No es que tuviera un enorme interés por el asunto; había visto el primer debate a tres con la silla vacía de Rajoy, y no había escuchado allí nada muy estimulante, como ya consigné en el blog. Me eximí a mí mismo del siguiente peñazo, el de los mismos tres junto a la Soraya. Y no pensaba seguir el de los dos principales gallos del corral, pero al final sentí curiosidad.

Mi impresión fue bastante penosa. Vi a un Rajoy muy envejecido. Y, como siempre, bastante pasota y displicente. No se había preparado bien los datos (después se dijo que los que aportaba Sánchez eran falsos, pero él no tuvo la información para rebatírselos allí mismo). Lo imaginé el día anterior susurrando entre dientes: y, mañana, el coñazo del debate. Tenía diversos tics que, de tanto en tanto, le movían espasmódicamente las comisuras de los ojos. El maquillaje que le habían puesto, nos retrotraía al Dirk Bogarde de Muerte en Venecia, a punto de empezar a soltar churretes de rimel por las mejillas abajo. Ya no vi en él al viejo prematuro que antes personificaba, sino a un pre-anciano real, con poca capacidad de hacer alguna finta. No supo reaccionar adecuadamente ante los ataques del otro, porque lo cierto es que su nombre estaba en los papeles de Bárcenas como receptor de sobres durante once años y que, cuando este señor ya estaba imputado, le mandó un sms bastante inequívoco y revelador. Resumen: Rajoy, mal.

¿Y cuál fue mi impresión de Pedro Sánchez? Pues, sintiéndolo mucho, creo que salió peor parado aun que su oponente. En este guapo mozo ex jugador de baloncesto, vi las formas y los argumentos de un chulo, un prepotente y un maleducado. Podría haberle lanzado a su oponente las mismas críticas, y otras aun más graves como las que yo le he escrito en mi blog en varias ocasiones, pero nunca debería haber usado ese tono. De Zapatero pueden decirse muchas cosas, pero siempre fue una persona educada, que hablaba a sus contrincantes con respeto, algo que hizo hasta el último día (respeto que no le devolvió el señor Rajoy que, recordemos, llegó a tacharle en el Congreso de bobo solemne). Felipe González, antes de convertirse en un buda feliz, mantuvo siempre las formas. Y Alfonso Guerra era un faltón, pero tenía gracia, algo que a Sánchez le falta de forma clamorosa. En fin, que yo no quiero un presidente colérico, mosqueón, que no deja hablar a sus oponentes y parece todo el rato enfadado con el mundo. Me recordó, con perdón, a los mohines de Gallardón; su gestualidad venía a decir: qué mal está todo y cómo cambiaría si me hicieran caso a mí que soy el más listo y el más guapo. Así que, resumen: Sánchez, peor.

Pero todavía hay alguien que estuvo incluso por debajo de los oponentes: el moderador. ¡Por Dios! Qué estragos hace la vejez. ¿Qué fue de aquel Campo Vidal que dirigía con mano firme y tranquila los debates de otras campañas? Siento también decirlo, pero el moderador me dio en todo momento la impresión de que acabasen de sacarlo del congelador y no le hubiera dado tiempo a descongelarse adecuadamente. Sólo le faltó meterse debajo de la mesa. Recordaba a un árbitro que se ha equivocado en todas sus decisiones y está deseando ardientemente que suene la campana. Un testigo patético que intentaba que los oponentes hablaran de otra cosa (Cataluña, sugerida como tema en varias ocasiones) y contemplaba todas las veces cómo Sánchez reincidía en atacar de nuevo el flanco más débil de su oponente, como si no supiera hablar de otra cosa. Resumen del árbitro: fatal. Y resumen del combate: penoso. Ni una sola propuesta de futuro. Dos personajes enredados en un grotesco y tú más, escarbando cada uno en las miserias recientes del contrario. Abusando de los golpes bajos. Y en un tono digno de las discusiones del Salvamé.

Cuando apareció Pegahostias de Pontevedra, algunos se apresuraron a sacar consecuencias políticas arrimando el ascua a sus respectivas sardinas. Unos dijeron que la culpa era de Sánchez por haber acorralado al presidente en el debate de forma tan agresiva. Otros culparon a Podemos, por sus ataques a la casta y sus descalificaciones constantes. Y, se lo crean o no, hubo algún lector de mi blog que me hizo llegar su queja y me recordó que determinados insultos y ataques personales como el mío llevan a gente a tomárselos al pie de la letra y pasar a la agresión física. Menos mal que el propio Rajoy aclaró que se trataba de un incidente aislado que no debía dar pie a sacar conclusiones generalizadoras de ningún tipo. Declaración que le honra y que ha sido debidamente ponderada desde todos los medios. Sentado esto, vayamos al incidente en sí, porque yo sí que quiero sacar algunas conclusiones de otro orden.

Tracemos un plano vertical imaginario en el momento del impacto: a un lado el agresor y a otro el agredido. Empecemos con el agresor. Mi primera información me llegó en un bar de La Coruña en donde me estaba tomando una taza de ribeiro. Alguien comentó: un menor le ha dado una bofetada al presidente mientras paseaba por Pontevedra. Y mi primera sensación fue casi jocosa (lo confieso): pensé en un niño dándole un cachete a un sorprendido Rajoy. Cuando vi el vídeo del incidente, me quedé helado. El angelito es un bigardo que da miedo. Parece claro que no es la primera hostia que arrea (yo, si hiciera eso, me rompo seguro hasta la última de las falanges, falanginas y falangetas). El tipo toma impulso y saca un crochet perfecto de izquierda a la sien del presidente. Lo hace a traición y desde atrás, un golpe que en un combate de boxeo supondría la descalificación inmediata. Y está claro que se trata de una acción premeditada.

El gran Segurola, en Marca, ha tenido el acierto de comparar esta acción con la de Mourinho metiéndole el dedo en un ojo a Tito Vilanova. Ambos fueron actos cobardes, traicioneros y ruines, perpetrados desde atrás. Por cierto, qué alegría que hayan cesado a Mourinho en el Chelsea. Ya saben que mi sueño es que este impresentable termine de entrenador del Pazos Ferreira en su tierra, un trabajo a la altura de la valía de un mal entrenador y peor persona. Recuerda Segurola que, al siguiente domingo, el club autorizó a los ultras del Fondo Sur a desplegar una pancarta gigante que rezaba: Mourinho, tu dedo guía nuestro camino, o algo por el estilo, momento en que este gran periodista sitúa el punto de inflexión hacia la decadencia posterior del Madrís. Pero volvamos a Pegahostias de Pontevedra. Comportamientos como el suyo son consecuencia de una violencia verbal que envenena las redes sociales y que debería ser perseguida sin descanso. Da vergüenza leer los comentarios a cualquier noticia, vergüenza elevada al cubo en las informaciones deportivas.

Pegahostias de Pontevedra, avisó a través de whatsapp a todos sus descerebrados colegas de lo que iba a hacer. Y recibió las recomendaciones que ya habrán leído: duro con él, Capi, los pulgares en los ojos y luego escupes en las cuencas. El último mensaje que mandó este angelito, justo antes de su agresión, fue algo así: ya estoy listo. Sobran los comentarios. Tras la agresión el tipo sonríe a la cámara y levanta los pulgares presumiendo. Todos lo hemos podido ver. Y yo creo que este señor debería ser expuesto a la luz. Deberían publicarse su nombre, apellidos y hasta su foto de Primera Comunión. Debería ser juzgado y marcado con unos antecedentes de por vida, de forma que, cada vez que fuera a buscar trabajo, en el ordenador del empleador potencial surgiera un aviso que rezara: Ojo, Pegahostias acreditado. Y lo mismo con los que le mandaron los mensajes. La sociedad ha de defenderse de sujetos como estos, tal que si fueran yihadistas.

Vayamos ahora al otro lado del plano virtual: el agredido. Ya se ha valorado desde todos los ángulos ideológicos la corrección de sus declaraciones y actitudes posteriores. Pero ¿qué decir del momento del golpe? Esto entra ya dentro de lo portentoso. Este señor recibe un crochet de un bigardo rocoso acostumbrado a pegar, y lo recibe desde atrás, sin esperárselo. Y prácticamente no se inmuta. No se cae. Sólo pierde las gafas que se ve que no están a la altura de resistencia de su dueño. A mí, si me dan un golpe la mitad de fuerte por sorpresa, me caigo redondo. Dicen algunos que la gente que le rodeaba le sostuvo en pie. Pero es que yo, aunque hubiera estado rodeado de personas en una plaza atestada, me habría venido abajo al instante. Me habría desmayado. Está claro que nuestro presidente es duro de pelar. Tiene una resistencia prodigiosa. O resiliencia, como se dice ahora. Lleva a rajatabla su máxima de mantener la cara de cartón de que se hablaba en el artículo linkado (toma ya palabreja) en mi post precedente.

En fin esta es mi reflexión del día de reflexión. Una reflexión (del día de reflexión) a la carrera, como todas las mías. Creo que a Rajoy la hostia recibida le hará ganar votos, como al sirio zancadilleado le resolvió la vida el hecho de ser zancadilleado ante una cámara de TV. Creo que Sánchez se está comiendo las uñas de envidia de que no le hayan atizado a él. Y que sus medios afines (esos que le dieron ganador por goleada del debate) tampoco hubieran desperdiciado la ocasión inversa para echarle la culpa a Rajoy por los insultos en el maldito cara a cara. Y creo que todas estas peripecias pugilísticas benefician a Iglesias y Rivera, que al menos, muestran un poco más de educación. Y hablando de pugilatos, esta noche, en el partido de Riazor, hará el saque de honor mi paisana Ana Braña, la primera campeona de España de boxeo femenino profesional. Natural de Arteixo (¿de dónde si no?). Que ustedes lo reflexionen bien. Y no dejen de votar. Estas elecciones pueden ser la hostia.   

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