sábado, 29 de marzo de 2014

240. Juicios y apellidos vascos

El otro día le preguntaron en la radio a Paco Jémez, el mítico defensa del Depor que ahora entrena al Rayo Vallecano, si se sentía anímicamente preparado para afrontar el partido de este fin de semana frente al Real Madrid en el Bernabeu. Respuesta del tipo: −Claro que sí. Ya me he comprado un traje y todo. Yo voy al Bernabeu y estreno traje. Algo así hice yo ayer: para acudir al juicio contra el Ayuntamiento por impago de mi premio de treinta años de servicio, me puse mi mejor terno y me presenté en la sala hecho un pincel. Dice mi amigo Paco Couto, veterano de unos cuantos juicios, que la apariencia es fundamental en estas lides, que al tipo que se presenta, por ejemplo, con un pendiente en la oreja, lo declaran culpable seguro.

En este caso, yo actuaba de denunciante, pero lo mismo da. Por consejo de mi abogado, estaba previsto que no abriera la boca en el juicio. Me parece un consejo muy acertado. Todos tenemos en mente al típico acusado que toma la palabra, se pone estupendo, y echa a perder la estrategia de la defensa. Por la mañana, mi hijo me transmitió su escepticismo acerca de que fuera capaz de estarme callado durante todo el juicio. Me debe de considerar un palizas. Pero yo soy un tipo bastante respetuoso con los profesionales de cada ramo. En una cosa como ésta hay que dejar el duelo al fiscal y al defensor, permitirles que desarrollen su esgrima y jueguen sus bazas y confiar en que el resultado sea el pretendido. Ellos dominan el escenario y saben en qué condiciones pueden ponerse estupendos y con qué resultados.

Ayer, por ejemplo, mi abogado se vino arriba en un momento de su alegato y en tono apasionado dijo que qué pasaría si el recurrente (o sea, yo mismo) contrajera una enfermedad grave y entrara en estado terminal. ¿Quién cobraría entonces mi premio de los 30 años? Era una pregunta retórica, pero tuvo la virtud inmediata de que la señora juez dirigiera su mirada hacia mi persona y me midiera de arriba a abajo, como si me viera por primera vez. Aquí entró en juego mi terno oscuro inmaculado, la corbata azul marino con motitas claras y la planta de corredor veterano. Tal vez mi galanura sea una de las pocas bazas con las que cuento para un resultado favorable (ya saben que a Suárez le votaban masivamente todas las mujeres).

Porque lo cierto es que mi sensación íntima es que he perdido el juicio, en el doble sentido de la frase. Mi demanda es nimia y los jueces tienen sólidos argumentos para desestimarla. Pero en todo momento pensé que era mi obligación defenderme del atropello, aun con todas las de perder. Por mí y por todos mis compañeros, como se decía en el juego del escondite. Y en todo caso, ya veremos. La justicia española se basa en rutinas y entresijos difíciles de entender desde fuera y sus resultados son bastante impredecibles. Es una justicia acorde con nuestro nivel de desarrollo democrático y nuestro lugar en el ranking de las naciones más civilizadas.

Por descontado que yo prefiero tener una justicia como ésta que no la que tienen ahora mismo en Egipto, por ejemplo. Allí, como seguramente saben, acaban de condenar a muerte a 528 manifestantes pro-Morsi. Si no lo remedia el veto del gran muftí Alam, podemos estar ante la mayor ejecución masiva de ciudadanos desde Stalin. El gran muftí tiene en su mano rechazar la sentencia y yo he firmado esta mañana una petición colectiva de change.org para que ese importante personaje sea clemente y anule la pena. Al lado de este tremendo asunto, mi problema judicial es irrelevante y ridículo, pero ya saben que en este blog se entremezclan las cosas importantes con las nimias, como sucede en la vida cotidiana de cualquiera.

La otra noche fui a ver la película Ocho apellidos vascos, el gran éxito del cine español en estos días, y pasé un buen rato. Mi doble tocayo el director lleva más de 40 años haciendo cine, pero éste es su film número 15, así que tampoco es un tipo demasiado prolífico. Al revés que yo en el blog, prima la calidad sobre la cantidad. En esta ocasión, ha partido de la idea ya explotada por los franceses en la excelente Bienvenidos al Norte: llevar al límite de la caricatura los tópicos regionales y contraponer esos estereotipos mezclando dos pueblos tan diferentes como el andaluz y el  vasco. Tengo que decir que a mí me hacen mucha gracia tanto los vascos como los andaluces.

Sobre este tema de las peculiaridades de cada pueblo, que hacen que haya una manera de ser de los vascos, otra de los gallegos y otra de los franceses o los alemanes, tengo yo un viejo post que ha sido uno de los más leídos del blog: el #64 “De escoceses y otros estereotipos”, en el que se incluye un curioso chiste final acerca de la forma en que Dios repartió esas cualidades diferenciales entre los pueblos. Emilio Martínez Lázaro ha recurrido a unos estupendos expertos para reírse de vascos y andaluces. Para los primeros, utiliza a Borja Cobeaga y Diego San José, firmantes del guión, que son los creadores del programa de la televisión vasca Vaya Semanita. Desde esa tribuna semanal llevan años descojonándose de la situación vasca sin dejar títere con cabeza. Ellos arrancaron en un momento histórico crispado, en el que reírse de ciertos temas era una especie de herejía y han contribuido con su programa a que esa crispación desaparezca. El éxito de esta película en los cines vascos es demostrativo de que en Euskadi ya se puede uno reír prácticamente de todo.

En cuanto a la parte andaluza, Lázaro se apoya en dos personajes singulares, que responden a nombres tan corrientes como Alfonso Sánchez y Alberto López. Estos dos elementos se dieron a conocer hace dos años con una película desternillante llamada El mundo es nuestro. En ella interpretaban a un par de raterillos sevillanos que perpetran un atraco vestidos de nazarenos, atraco que se complica y propicia un montón de situaciones en la línea del mejor surrealismo. Es una película que les recomiendo vivamente y que se puede comprar ya en el FNAC y en cualquier tienda similar. Yo me la voy a comprar, porque es de esas cintas que deben verse varias veces para completar los diálogos que se te escapan en la primera visualización por las carcajadas propias y de los demás espectadores.

En El mundo es nuestro, los personajes centrales responden a los alias de El Cabeza y El Culebra. Alfonso Sánchez, que interpreta al Cabeza, es el responsable del guión y la dirección de esta película extraordinaria, una de las mejores que he visto sobre la crisis actual en España y cómo ayudan el humor y la imaginación a sobrellevarla. Sánchez y su socio recurrieron al crowdfunding para financiarla, porque tenían tan poco dinero como sus personajes. Y todos sus colegas aportaron lo que pudieron. Otro motivo más para que se la compren. Anímense, hombre, les juro que merece la pena. Aquí tienen el tráiler que circuló por los cines en 2012.


Bueno, pues Sánchez y López son precisamente los que interpretan en Ocho apellidos vascos a los dos amigos del protagonista, y estoy seguro de que se han hecho ellos mismos sus diálogos, los más hilarantes de todo el film. Porque esta película no es tan de reírse como la que les he recomendado que se compren. Es divertida pero tiene más de comedia sentimental en la que priman la ternura y los lazos afectivos y sale a flote algo que me parece fundamental: que las conexiones entre las personas (el amor, la amistad, los lazos de familia) están por encima de las diferencias entre los pueblos. Ya saben que Hanna Arendt decía no amar a ningún pueblo, ni siquiera al judío al que pertenecía. Ella amaba a su marido, a sus amigos, a sus colegas de la universidad, a sus alumnos.

Es importante que por fin nos podamos reír de los vascos y de los andaluces, y que ambos pueblos acojan la película sin complejos, hagan cola para verla y se rían las tripas con sus escenas más celebradas. La pena es que, justo ahora, ya no nos podemos reír de los catalanes. El último que lo intentó fue Boadella, con obras como Ubú president, que en este momento no le dejarían ni estrenar en Barcelona. Parece mentira que todo un pueblo se deje comer el tarro con lemas como España nos roba, y no vean la segunda parte del mensaje: Indepèndencia y així només vos robarem nosaltres. Estos también han perdido el juicio.

4 comentarios:

  1. Como de costumbre, estropea usted un post inocuo y conciliador con un párrafo final innecesario acerca de su cruzada particular contra el derecho a decidir de los catalanes. Nada nuevo en el blog. Lo sorprendente es su mensaje en supuesto catalán. ¿De dónde ha sacado usted esa frase ininteligible? Desde luego de ninguno de los traductores que hay en Internet. El empeño de los centralistas en hablar catalán en la intimidad resulta bastante patético.

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    1. ¡¡Mi querido troll pronacionalista!! Ya le echábamos de menos por este foro. La verdad es que ha tardado usted más de 24 horas en entrar al engaño que le puse. No fue algo consciente, simplemente a la hora de escribir un retruécano merecido al eslogan "España nos roba", me salió en valenciano (ya he explicado que ése es mi origen por el lado materno y la lengua que utilizaba casi en exclusiva mi tía Lola). Estuve por pasarlo al castellano, pero me pareció que quedaba bien como estaba, y que a lo mejor chinchaba un poquito más a algunos, ya sabe que soy un poco gamberro. Aunque, aparte de usted, creo que en mi blog no entran muchos fanáticos del derecho a decidir.
      Ustedes ignoran y ningunean deliberadamente la lengua de mis antepasados, que es cuando menos tan rica como la suya. Le pongo un ejemplo. Una de mis escritoras catalanohablantes preferidas es, por supuesto Mercé Rodoreda. Su obra más conocida "El espejo roto" es una radiografía precisa de la sociedad de su tierra. Esa novela se titula originalmente "El mirall trencat". Sin embargo, en valenciano se diría "El espill romput".
      Un abrazo transideológico, querido troll.

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  2. Querido Emilio, como hablábamos, el aspecto acorde con las circunstancias es fundamental. Tanto es así que si no guardas esa regla se pueden dar equívocos como el que me sucedió cuando trabajaba en la Comunidad de Madrid. Te cuento. Resulta que en la planta baja de un edificio del IVIMA, en un barrio de la periferia, había una especie de centro de día para rehabilitación de drogadictos. Estábamos haciendo allí unas obras de acondicionamiento. Un día que tocaba visita me presenté allí con mi indumentaria habitual de motorista, chupa de cuero, botas de chupame la punta y demás aditamentos. Ya estaba entrando en la obra cuando un funcionario me para y me dice: "Los pacientes tienen que ir por la otra puerta, que aquí estamos en obras". "Sí, perdone, pero precisamente yo soy el director de la obra".
    Ya ves, los prejuicios - nunca mejor que cuando vas a un juzgado - funcionan.

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    1. La anécdota es cojonuda. Me la puedo imaginar perfectamente. Ya sabes que en una obra que hice en un pueblo de Segovia antes de entrar en el Ayuntamiento, yo iba a las visitas de obra en autobús (seguramente de La Sepulvedana, o similar), hasta que el aparejador me dijo que tenía que hacerme con un coche como fuera, que si era necesario él me prestaba uno, pero que de ninguna forma podía el señor arquitecto llegar a una obra en alpargatas y encima en el coche de línea.

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