miércoles, 17 de abril de 2013

115. Un día triste

Estamos a miércoles y aun me cuesta olvidar las imágenes de la meta del Maratón de Boston. Estuve por allí este verano. Nos alojamos en el Hotel 140, que está situado en ese número de la Clarendon street. Cada día, salíamos del hotel hacia el lado izquierdo, rodeábamos la torre Hancock y doblábamos a la izquierda antes de la Trinity Church, para atravesar en diagonal la Copley place en dirección a la Avenida Boylston. Allí rebasábamos la Biblioteca Pública de Boston, para echar a andar por el lugar donde el domingo estallaron las bombas. Escribo esto mientras escucho el Famous Blue Raincoat de Leonard Cohen, una canción adecuada para este día triste. Aquí la tienen, por si quieren ponérsela mientras siguen leyendo.


Hay que ser muy mal nacido para planear y ejecutar un crimen como este. El Maratón es una fiesta urbana, en la que los ciudadanos de a pié se apoderan por un día del espacio urbano. Es una verdadera heroicidad terminar un Maratón y se lo digo por experiencia. Requiere una preparación mental de un año entero y casi seis meses de entrenamientos duros, alternando jornadas de simple rodar, con series muy duras, carreras de tamaño medio, farlek (que ya les explico otro día lo que es), una planificación minuciosa de los descansos, la alimentación y casi toda tu rutina diaria.

Es algo que a veces resulta difícil de compatibilizar con una vida familiar o profesional un poco exigentes. Pero todo se da por bueno el día en que corres la carrera de una maldita vez y terminas con un asunto que resulta muy absorbente. Y adictivo también, porque, aunque todas las veces juras que ya no lo vas a repetir, poco después empiezas a preparar el siguiente. Para las familias y los amigos es algo que suscita curiosidad y solidaridad. Por eso van a las tribunas o se sitúan estratégicamente en lugares con buenos puntos de vista, en donde aguantan el coñazo de ver pasar a miles de personas anónimas en condiciones climáticas muchas veces adversas, para acompañarte en el medio minuto de gloria en que te ven pasar.

Desde el punto de vista del corredor, la zona de meta es un lugar en el que uno saca fuerzas de donde no hay y esprinta de manera inesperada, lo que muchas veces te afecta a la cabeza, de forma que alucinas, ves cosas raras, de pronto escuchas con precisión inusitada lo que un espectador le susurra a su vecino a cien metros de ti, o te parece que te mueves a cámara lenta, o ves una imagen lejana con una nitidez sorprendente, en medio de una bruma que te difumina el entorno. A mí me ha sucedido ver a una amiga animándome, saludarla y verla otra vez cincuenta metros más adelante, vestida de otra manera. A día de hoy no sé cuál de las dos era la de verdad. Que alguien ponga una bomba llena de metralla en medio del público en ese punto, es algo que excede de mi capacidad de lenguaje. No tengo palabras.

No tengo tampoco palabras para describir la emoción que me produce ese corredor Bill Richard, sindicalista del barrio de Dorchester, cuya familia estaba en la tribuna. Su hijo Martin, de 8 años, es una de las víctimas mortales. Su hija Jane, de 6, ha perdido una pierna. Su mujer, Denise, tiene daños en el cerebro. No puedo imaginar, qué haría yo en su lugar. Supongo que el cuerpo me pediría convertirme en un asesino obsesionado para siempre en la venganza. Pero este hombre tendrá que reprimir ese deseo, porque ha de cuidar de sus dos heridos y del hijo mayor que le queda sano. Parece que estaban en la primera fila, como hacen los niños en estas ocasiones. La explosión les sorprendió desde atrás.

No tengo grandes dotes de adivino (ha quedado demostrado en este blog en varias ocasiones), pero a mí esto me huele a asesino loco aislado, al estilo Unabomber. Inicialmente se dijo que este tipo de atentados indiscriminados son más típicos de los islamistas, que los nazis del interior buscan matar de forma más selectiva. Pero esta teoría no se sostiene. Piensen en el noruego que mató a tanta gente hace unos veranos. Y tengan en cuenta también que se trata de un par de bombas artesanales, hechas con pólvora y tornillos apretados dentro de una olla a presión. Por eso la explosión es con humo blanco. Parece que la goma 2 y los explosivos plásticos generan una humareda más negra.

En el vídeo del instante de la primera explosión, se ve caer al suelo a un corredor veterano a punto de llegar a la meta. Allí se queda un rato, junto a los policías que pasan a la carrera, en esta imagen que ha dado la vuelta al mundo. Se trata de otro Bill. En este caso, Bill Iffrig, de 78 años, que corría su tercera Maratón. Al principio uno piensa que le ha derribado la onda expansiva. Pero al rato se levanta y sigue renqueando hacia la meta que está al lado. Tiene una herida superficial en la rodilla producida por una esquirla de metralla que le ha rozado. Por eso se ha caído. Este tipo de bombas artesanas no tienen apenas onda expansiva, como evidencia el hecho de que los otros corredores que le rodean no se caen, sólo se sobresaltan. Historias individuales del horror colectivo.

A día de hoy, nadie ha reivindicado el ataque. Otro indicio en el mismo sentido. Los islamistas no suelen tardar tanto en hacerlo. Así que yo apuesto por la autoría de un colgado yanqui (uno más de la larga serie de los Tim McVeigh y los dos de Columbine). Veremos si se averigua algo. De momento, mucha gente piensa lo mismo que yo. Sólo los de El Mundo no se pronuncian. Están a la expectativa. Tienen aquí una oportunidad de oro para adherirse a una nueva teoría conspiranoica, como la que montaron en torno al 11-M. Dos años dando el coñazo con la mochila de las narices. Abría uno el diario y ¡hala! otra vez la puta mochila. 

En fin. Discúlpenme este paréntesis melancólico. El objetivo de este foro es mantener vivo el ánimo y el sentido del humor. Lo siento pero hoy no he querido ajustarme a esos parámetros. Creo que era obligado hacer un pequeño tributo a esas familias destrozadas por la locura irracional. Como las de Siria y tantos otros lugares. Sólo que estas me pillan anímicamente más cerca. Les prometo que en el próximo post recuperaré el hilo.

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