viernes, 18 de enero de 2013

78. La señora Sabine Moreau

En pleno tsunami sobre los sobresueldos en negro de prácticamente todos los dirigentes del PP, no quiero hablar de esa mierda, me niego, no me gusta y me parece que estamos entrando en una deriva muy peligrosa. Dejo sólo una reflexión: la izquierda y la derecha siguen teniendo algunas diferencias (cada vez menos). En parecida situación, el PSOE contó con unos cuantos pringaos (léase Barrionuevo, Vera, etc.) que, por disciplina de partido, se comieron el marrón y dejaron a salvo la imagen de sus jefes. Ahora el PP confiaba en que el señor Bárcenas cumpliera un papel similar, pero ya parece claro que ese sujeto (a quien, no lo olvidemos, se referían en las conversaciones intervenidas de la trama Gurtel como “Luis el Cabrón”) va a tirar de la manta, va a poner el ventilador y la mierda nos va a llegar a todos hasta el cuello. Conste que, si me parece peligroso es por su incidencia en la imagen externa de nuestro país. A nivel doméstico es bueno que se destape todo y se sepa lo que se tenga que saber.

Para llevar la contraria, hoy no les voy a hablar de Luis el Cabrón, sino de la señora Sabine Moreau, esa dama de la foto de más abajo, de nacionalidad belga, que ha sido protagonista de una noticia que parece sacada de los informativos de El Mundo Today. Ya les decía yo en algún post anterior que Bélgica es un estado inexistente que prácticamente se reduce a Balduino, o como coño se llame el rey que tienen ahora; que los flamencos y valones forman dos identidades irreconciliables que no quieren saber nada una de la otra y que, como reflejo de esa situación, han estado más de un año sin gobierno, sin que a nadie se le diera una higa.

Recuerden también que pronostiqué que, cuando se separasen, algo que parece inevitable, los flamencos serían bien recibidos entre sus primos de Holanda, mientras que el futuro de los valones sería más negro, porque en Francia no los quieren. Como saben, tengo unos cuantos amigos franceses y, todos sin excepción, cuentan chistes de belgas, como los nuestros de los de Lepe. En Francia se tiene una imagen de los belgas, como unos tipos un poco bolos, como decimos aquí de los de Toledo, con perdón.

Así que pueden imaginarse lo que se habrán reído en toda Francia con la peripecia vivida por la señora Sabine Moreau (iba a decir “amable ancianita”, pero me he dado cuenta a tiempo de que tiene apenas cuatro años más que yo), a quien pueden contemplar en la foto que les pongo más abajo, coquetamente tocada con una gorra de paño de jefa de partisanos y sosteniéndole la mirada a la cámara con aplomo de abuela autosuficiente. La historia ha salido en todas las cadenas de televisión y ha sido la noticia más leída de El inMundo durante varios días, así que supongo que la conocen, pero por si acaso no, se la cuento a continuación. 

    
Resulta que esta señora vive en un pequeño pueblo a 150 kilómetros al Este de Bruselas y hace unos días recibió la noticia de que un amigo suyo llegaba a la capital en tren para visitarla, por lo que decidió ir a buscarlo a la Gare du Nord. Sacó el coche, se preparó para el viaje y conectó el GPS, pero parece ser que lo puso al revés, con lo cual el aparato la guió en sentido contrario al correcto. Pues nada, la señora tiró para adelante, obedeciendo al aparatejo, sin percatarse de que aquello se hacía más largo de lo esperado. Tenía que llegar a Bruselas al atardecer y se le hizo de noche, pero no le dio mayor importancia, su amigo la esperaría en la estación.

En un momento dado le entró sueño y decidió hacer lo correcto en estos casos: pararse un rato en un arcén y echar una cabezadita. Unas horas después continuó su camino, siempre adelante. La gran autopista que recorre el centro de Europa es cómoda, un poco sobrecargada de camiones, pero es obvio que a esta señora le divierte conducir, que pisar el acelerador la relaja hasta extremos de nirvana. En un momento dado, los carteles dejaron de estar en francés, pero lo atribuyó a la manía de los flamencos de ponerlo todo en su idioma. Los carteles estaban en realidad en alemán, pero ella nunca imaginó que podía haber salido de su país.

Paró dos veces a poner gasolina, tuvo un pequeño accidente saliendo de una de las gasolineras, intercambió teléfonos con el otro implicado, y siguió siempre de frente. Más allá los carteles dejaron de estar en alemán y pasaron a un extraño idioma ininteligible, y eso le hizo pensar por primera vez que tal vez se había equivocado de camino. Decidió parar en la siguiente ciudad para preguntar dónde se encontraba. Así lo hizo, y le dijeron que estaba en Zagreb, la capital de Croacia. Había recorrido 1.450 kilómetros. Entró en un bar, pidió un café, llamó por teléfono a su tierra y descubrió que la estaban buscando por todas partes, tras la denuncia de desaparición presentada en una comisaría por sus hijos, alertados por el viajero amigo a quien nadie fue a esperar en la Gare du Nord. Menos mal que se dio cuenta a tiempo que, si no, hubiera seguido tranquilamente hasta Belgrado, Sofía y Estambul. 

La historia es digna de un guión de los hermanos Marx, incluso entroncaría con las corrientes más extremas del surrealismo. Si los belgas no fueran tan siesos, esta señora se convertiría en una celebridad local, como nuestra restauradora del Ecce Homo, y en las navidades del año que viene sería la encargada de cantar las doce campanadas en cualquier televisión local. También me viene a la memoria el anciano dinamitero que protagoniza la hilarante novela de Jonas Jonasson El abuelo que saltó por la ventana y se largó, reciente éxito de ventas europeo.

La señora Sabine Moreau, belga hasta los tuétanos, se ha defendido diciendo que, si ella se pone en manos de un aparato en el que confía y que en otras ocasiones le ha funcionado, no se le ocurre pensar que la pueda estar engañando. Se cuenta que en un pueblo de Inglaterra, se pasaron varios meses sacando del río a automovilistas a los que los sistemas GPS les guiaban hacia un puente que había desaparecido en una riada. Tal vez los avances técnicos de los que disponemos de manera barata y cotidiana, están consiguiendo que se nos atrofien algunos sentidos naturales, a fuerza de no utilizarlos. A mí me cuesta hacer una multiplicación escribiendo los números en un papel, después de años utilizando la calculadora. No digamos una división. ¿Sabe usted hacer una división sencilla sin calculadora, querido lector? Yo no.

Tal vez nos han engañado generándonos la necesidad de estos artilugios. Antes, uno quedaba con su novia en una plaza y, si no había llegado, mataba el tiempo leyendo un libro, observando el tranquilo discurrir de los paseantes o admirando las tonalidades del cielo del invierno. Ahora, desde que llegas hasta que ves a tu novia aparecer al fondo, se han desarrollado al menos una o dos conversaciones de móvil, con interesantísimos mensajes del tipo “Acabo de cruzar Montera y voy a empezar a andar por Carmen, o sea que llego en unos siete minutos”. ¿Vale de algo esa nube de mensajes absurdos? No. Pero nos los cobran.

Manuel Vicent, en el excelente artículo del domingo pasado cuyo link les adjunto, plantea el advenimiento del Hombre Nuevo, el que hará la revolución que todos soñamos. Es un sujeto fuera de toda cobertura, al que no alcanza ninguna de las redes que componen la telaraña que nos tiene atenazados.  Les recomiendo vivamente su lectura. Es cortito y maravilloso. Que ustedes lo pasen bien.

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