sábado, 6 de enero de 2024

1.264. Uvas de Namibia y otras excentricidades

Pues aquí estamos ya, bien entrados en el año nuevo, que ha tenido para mí un arranque glorioso. ¡Menuda entrada de año de mierda, con el VRS del que todavía me estoy recuperando! Les conté que estuve en el concierto del grupo Eclectia Project, en donde aguanté el tipo como pude. Pero al día siguiente, mis amigos Henry Guitar y Críspulo me insistieron mucho en que fuera a una sesión de flamenco callejero en el Palomeras más profundo, y ya me encontré sin fuerzas. Los artistas respondían al ocurrente nombre de La Moni y Manuel. Y parece que el tal Manuel, que es el guitarrista del dúo, es también el hijo de uno de los músicos de la Big Band Vallecana de mis amigos. Vean primero el cartel anunciador del evento.

La cosa es que me quedé en casa rumiando mis penas, mientras mis amigos acudían al evento, en donde enseguida se acordaron de mí, convencidos de que el asunto me hubiera encantado. El Críspulo me grabó un largo vídeo en el que se puede ver el escenario, en un patio cualquiera del barrio. Un guitarrista, una cantaora y unos cuantos palmeros espontáneos. Y la cosa arranca incontenible. Lo más impresionante es que hay por allí en primera fila una abuelilla del barrio que enseguida se ve poseída por el duende del cante y se lanza a bailar con una gracia sin par. Por el aspecto y la vestimenta se ve claro que esta cuasi-anciana nunca ha sido bailaora profesional, pero lleva el compás en la sangre. Eso se tiene o no se tiene. Cultura popular vallecana. Al final, con los aplausos, Henry me felicita las pascuas a voces y Crispulo remata: pa’ que se anime el gato, Emilio. Vean este vídeo entero, por favor: es impagable. 

Me perdí este evento maravilloso, pero mis amigos se acordaron de mí, o sea que puede decirse que estuve presente en ausencia, como aquello de vivo sin vivir en mí. Con esta historia, obviamente no puedo defender que he tenido una entrada de año de mierda. Además, para la Nochevieja, el virus respiratorio sincitial me suministró una excusa perfecta para no tener que sumarme a ningún sarao comunitario. Así que, una vez que se concretó que iba a pasar la noche solo, bajé al Alcampo, me compré una pata de pulpo cocida y envasada al vacío y me la preparé luego sobre una cama de patatas al vapor que me salió perfecta. Tras la cena reglamentaria, regada con un vinito verdejo de Rueda, pasé a cumplir con la ceremonia de las uvas, en la que estuve viendo la retransmisión de La 1, más que nada por apoyar a Jenny Hermoso, que me cae muy bien. Tarik Marcelino, en cambio, mostró una indiferencia absoluta hacia estos fastos, como pueden ver en la imagen.

Brindé conmigo mismo por el año que empieza, para lo que continué utilizando el vino de Rueda. Y aquí viene el asunto que da título al post. ¿Saben de dónde eran originarias las doce uvas que me tomé? Sí, han acertado, hay que ver qué listos son ustedes: de Namibia. En el Alcampo te venden unos paquetes de uvas de Namibia (muchas más de doce), al lado de unos arándanos de Chile y otras ofertas absurdas. Y digo yo. ¿Podemos pretender tener un mundo sostenible basándonos en este despelote? Así nos va. Ya les conté que muchas de las alfombras y kilims que se venden en la tiendas madrileñas de complementos para el hogar, están confeccionadas con lana de Australia, que se envía a Bélgica donde están las mejores hilaturas, para salir de allí convertida en cordaje para alfombras, en dirección a la India, donde las mujeres de los diferentes pueblos las tejen para hacer alfombras que de nuevo surcan el mundo hasta las tiendas de la calle Serrano. Es imposible que podamos construir un mundo sostenible en estas condiciones.

Obviamente, yo podría haberme comprado doce uvas en el mercado de Antón Martín, pero siempre me pilla el toro y además este año estaba malo y no tenía fuerzas de subir al mercado. Para colmo, estas uvas del Alcampo, no tienen pipos, deben de ser transgénicas y así no corre uno el riesgo de atragantarse con la patochada esta del Año Nuevo. Compré mis uvas por la tarde y allí quedaban decenas de paquetes por vender. ¿Qué haría con ellos el supermercado al día siguiente? Yo, con las que me han sobrado, estoy pensando hacerme un zumo de frutas, añadiéndole los arándanos de Chile, que están bastante malos. Pero en las revistas he visto estos días otra posible solución a los excedentes de uvas de Namibia, que es la que ilustra la imagen siguiente. En fin, un mundo completamente absurdo, con el que nos estamos cargando el planeta, está claro que nosotros somos el virus y la Tierra se defiende de nuestra toxicidad con huracanes, terremotos y eructos varios.

Mirándolo por lo positivo, les reitero que esta afección de catarro jondo o VRS, me ha brindado una excusa perfecta para librarme de la cena de Nochevieja. No pude hacer lo mismo sin embargo con la de Nochebuena, en la que me tocó soportar al cuñaaao de todos los años, haciendo chistes de Puigdemont, cagándose en la madre de Pedro Sánchez y explicándonos a todos lo mal que va el país gracias a los comunistas. Yo nada más llegar, lo saludé alabando el fachaleco con el que se abrigaba, lo que le forzó a aclarar que él no estaba yendo a las manis de Ferraz. Pero, entre gamba y gamba, inició la murga de cada nochebuena, que viene de serie con el festejo. Está todo muy mal (gamba pa’ dentro) y, sin ir más lejos, yo, que soy autónomo, acabo de recibir una carta oficial en la que se me conmina a devolver las ayudas que se me dieron cuando los encierros del Covid. Mirada en torno, a ver si alguien dice algo, pero el resto de comensales está a lo suyo, a pelar la gamba, como suele suceder.

Me aventuro yo a hacerle una pregunta. ¿Para qué quiere el Estado recuperar ese dinero? ¡Hombre! Está clarísimo, para pagarle a los catalanes los miles de millones que se han comprometido a darles a cambio del voto en el Parlamento. Además, ahora que han entrado en Telefónica, necesitan también cash para poder controlar esa operación, básica para establecer la dictadura comunista. En fin, alguien cambió de tema y seguimos con las gambitas de Huelva, pero la cosa quedó ahí sembrada. Yo no quería montar bronca, que era la cena de Nochebuena, pero esa línea de razonamiento se basa en una serie de manipulaciones. Primero, quien está reclamando a los autónomos madrileños el dinero de las ayudas del Covid, es Ayuso, no Sánchez. Segundo, a los catalanes no se ha comprometido nadie a darles dinero, sino a perdonarles la deuda. Pero no pasa nada, todo vale a la hora de manipular y es clave la mirada en torno controlando si el auditorio se está enterando de algo o no.

Esto es parte del mainstream que luego completan los cayetanos frente a la sede del PSOE en Ferraz, que ya es como las verbenas. Cuando lleguen los carnavales se reanudará la cosa. Por cierto, si el cabezudo que se dedicaron a apalear con saña representaba a Pedro Sánchez, realmente son unos artistas del papel maché bastante deficientes, porque se parecía a Sánchez como un huevo a una castaña. Por mi parte, como ya les dije, pienso que de quien tiene que guardarse el presidente es de los catalinos hiperventilados, que van a estar dando por culo desde el primero de año (ya han anunciado que votarán en contra de la primera propuesta del gobierno, para que no se diga). Y, desde luego, mi mayor preocupación para el año entrante es la posibilidad de que gane Trump otra vez, lo que nos metería en un túnel siniestro. Y lo peor es que el enemigo que le van a proponer los Demócratas es ese anciano cada vez más decrépito y confuso que deambula por el mundo como alma en pena. Vean la imagen del otro día, acompañando al genocida Netanyahu.

¿Han visto ustedes alguien cuya imagen se ajuste más a la definición de empanao? Pero bueno, aquí yo he pasado un virus que me ha dejado bastante tocado y hasta me ha afectado a los ojos. Los últimos días del año me desperté sin poder abrir los ojos por una muralla de legañas resecadas, que me tenía que lavar cuidadosamente con suero fisiológico. MI médico de cabecera me prescribió unas gotas antibióticas que todavía me sigo poniendo tres veces al día y que han sido mano de santo, incluso para el catarro en general, puesto que el producto baja luego por el canal nasolagrimal y pasa por la garganta, donde el antibiótico algo debe de hacer para ayudar. El caso es que ya voy mejorando, aunque he de limpiar mucho las vías internas, que sigo teniendo llenas de una mucosidad repugnante.

Pero el día 2 ya salí al teatro, bien abrigado, a ver Prima Facie, una obra bastante impactante, puesto que se trata de un monólogo vertiginoso que declama la actriz Vicky Luengo y es espeluznante. Empieza narrando su día a día laboral y familiar, escenificando las partes según van sucediendo y esa dinámica lleva al espectador a vivir una violación, un tema bastante en boga pero tratado de manera no demasiado sesgada en clave feminista, sino como algo que sucede de forma un poco inevitable, en un tipo de deriva que antes se callaba y ahora las mujeres han decidido empezar a denunciar. La obra era en los Teatros del Canal y decidí acudir andando para hacer un poco de ejercicio. A la vuelta lo intenté también, pero en Tribunal cogí el Metro para el último tramo, porque ya no podía más.

El jueves me avisaron mis amigos del Ricla de que la madre había cocinado un pote asturiano con grelos, una de las cosas más ricas que he comido en ese bar. Así que llamé a mi amigo el Padre de Corro para que viniera a Madrid y cumplimos una cita gastronómico-festiva de altura, comenzada con un par de manzanillas en La Venencia, el pote del Ricla y una siesta en casa al arrullo de Tarik Marcelino. Luego, mi amigo se volvió al tren y yo caminé hasta el teatro Fernán Gómez, en la plaza de Colón, donde tenía entrada para ver al grupo Ron La La, a quienes ya he visto en diversas ocasiones y son bastante divertidos. Mis hijos estaban en casa a la vuelta, apurando sus últimos momentos de estancia en Madrid. Ayer viernes, ambos trabajaban hasta las seis de la tarde, Kike en versión presencial, para lo que se ha estado llevando mi coche a la oficina de su empresa en Torrejón de Ardoz, y Lucas por teletrabajo. A las ocho de la tarde le llevé a Lucas a Barajas para que cogiera el vuelo a Londres.

Hoy mi programa de sábado empieza por una clase de recuperación de inglés de dos horas. Luego llevaré a Kike a la T4. Y ya me quedo felizmente solo con el gato. Las navidades se pueden dar por terminadas. Como saben, esto de las navidades no me gusta especialmente. Me molesta sobre todo que mi barrio se colapse con turistas del entorno castellano, dispuestos a gastarse todo el dinero que puedan, para celebrar el cambio de año. Las calles y plazas del centro se vuelven impracticables en medio de esa algarabía desbordada, que a mí me resbala bastante. Ahora, el mundo vuelve a normalizarse y mañana yo empiezo mi temporada de yoga con una sesión matutina después de la semana de descanso que se han tomado los de la academia. El hecho de pasar todas las fiestas con un trancazo monumental, ha introducido este año una variación, con sus ventajas e inconvenientes. Espero que no me queden muchas secuelas del virus para el recomienzo de mis actividades habituales.

Tengo pendiente hacer un resumen del año concluido, que ha estado lleno de hechos prodigiosos, puntualmente contados en el blog. Es otra tarea pendiente, que espero cumplir pronto. De momento, ayer pude encontrar un rato para escribirles, pero no me dio tiempo a terminar el post. Así que esta mañana, después de un rápido repaso, se lo brindo a ustedes como regalo de Reyes. Sean buenos como de costumbre.

2 comentarios:

  1. Espectacular el vídeo, no solo por la abuela bailona, sino en su conjunto: los niños peleándose por la silla, la escalera de mano al fondo, el personal entregado. Esto es cultura suburbial y lo demás son tonterías. Gracias por compartirlo.

    ResponderEliminar