miércoles, 24 de mayo de 2023

1.226. El comienzo de una nueva aventura

Escribo ya desde la casa parisina de mi hijo Kike a donde llegué ayer por la tarde. Les iré contando las fases de este viaje de quince días en el que voy a hacer varias cosas. Tal vez ustedes piensen que maldita la falta que me hacía salir afuera de mi zona de confort, en donde podía seguir cómodamente instalado con mi gato Tarik remoloneando a mi alrededor y disfrutando conmigo de la vida muelle de jubilado punteada por el yoga, el blues y mis visitas a los bares de la capital, pero ya saben que yo necesito algo más. Cuando mi gato Tarik no sabe qué hacer, caza moscas imaginarias, no con el rabo como el diablo del refrán, sino con estiradas dignas de Ramallets, Iríbar y otros porteros míticos de los tiempos de lo que por entonces solía llamarse el balompié (y los porteros, guardametas). Yo, cuando no sé qué hacer, me embarco en un viaje, lo que, con mi tiempo perfectamente estructurado por citas continuas, me obliga a planificar con antelación y adoptar una serie de precauciones previas.

El viernes pasado me pasé la mañana escribiendo un post para ustedes, estreno de mi nuevo ordenador, que terminé a mediodía, con tiempo de coger el coche y acercarme a comer al bar de mis amigos Sonia y Mon, cerca del APOT, donde solía parar cuando trabajaba todavía en el Ayuntamiento. Tras una larga sobremesa, me fui a unas oficinas cercanas donde tenía una reunión concertada con una amiga que me hace de asesora financiera y con la que tenía que negociar algunos puntos, de cara a la preparación de mi Declaración de la Renta de este año, asunto coñazo donde los haya, del que no me he podido ocupar todavía. De vuelta a casa le mandé un whatsapp a Henry Guitar, para preguntarle a qué hora iban él y los demás músicos a Carabanchel Alto, para coordinarme con ellos. Menos mal que tuve esa precaución porque finalmente el concierto era al día siguiente. Me había empecinado en que el concierto era el viernes y resulta que el cartel ponía bien claro que era el sábado, como me intentó avisar más tarde un lector anónimo. Finalmente dediqué la tarde a podar y abonar las plantas de la terraza y ajustar el riego automático, para que aguanten mi ausencia sin problema.

El sábado tenía ya una serie de tareas previas que acometer para mi viaje en ciernes, pero dediqué buena parte de la mañana a un asunto que no quería dejar para la vuelta: escribir una carta abierta al Defensor del Pueblo, en relación con un asunto que no he contado en el blog, pero en el que me sentí avasallado y hasta acosado por un supuesto defensor de la Ley y el Orden. No tengo una gran fe en esta institución, al frente de la cual han aparcado al mandiles Gabilondo después de su fracaso como candidato a la Comunidad de Madrid, y nunca he recurrido a esa instancia pero, por intentarlo, no se pierde nada. Cuando reciba una respuesta, ya se contará en el blog, para que tengan ustedes la información completa. Tras escribir esa carta abierta y enviarla on line por el conducto reglamentario, procedí a prepararme un pollo al ras el hanout, que me sale buenísimo.

El ras el hanout es una especie de curry pero originario de las tierras norteafricanas y yo me compré un tarro de la variedad más roja en el mercadillo de Lille durante mi última visita a mi hijo Lucas, que ya se me está acabando, por lo que espero reponer existencias en este viaje. Como el curry, es ésta una mezcla de especias molidas, que yo suplemento con comino para acentuar el toqué moruno. La receta es similar a la de cualquier curry que ya se ha contado en este blog, con el añadido de que al final le añado un yogur por persona, que remezclo en el mismo plato, lo que le da ya un toque jalfrezy insuperable. Tras el banquete, me eché una siesta de las de reglamento y ya me preparé para ir a Carabanchel Alto. Para ello tenía que coger el Metro en Atocha hasta Pacífico y allí cambiar a la circular hasta Plaza Elíptica, de donde arranca la línea 11 que pasa por Carabanchel Alto.

Por circunstancias, relacionadas sobre todo con el trabajo, conozco bastante bien barrios como San Cristóbal de los Ángeles, Orcasitas, San Fermín o el Pan Bendito, que suelen ponerse de ejemplos de zonas deprimidas o vulnerables, en las que no es recomendable aparcar el coche porque te lo desvalijan al instante y te suelen alertar de que son frecuentes los asaltos callejeros para robarte el bolso o la cartera. Bueno, pues el ambiente que yo percibí en el trayecto desde la estación de Metro Carabanchel Alto hasta el local del concierto, creo que es de lo más peligroso y amenazante que he visto. Bien es cierto que era sábado noche, pero es que las aceras estaban abarrotadas de grupos de tipos con aires de cargadores de muelle, discutiendo en voz alta, con gestos agresivos y presencia testimonial de algunas mujeres jóvenes supermaquilladas y con vestido ajustados. Esa gente no se apartaba para dejarme pasar y tenía que salirme a la calzada cuidando de que no me atropellara algún SUV con los altavoces a todo trapo, poniéndole un fondo de reggaetón salvaje a la noche.

Menos mal que el lugar del concierto, que se llama La Casa del Barrio, era un remanso de personal más tranquilo, familias con niños correteando y mucho veterano con aires de cura obrero escapado de la Iglesia para casarse con alguna monja igualmente decepcionada de su vocación. Llegué a la mitad de la actuación del primer grupo, un combo de jazz liderado por mi amigo Christian al contrabajo. Este hombre, que se define a sí mismo como alemán de Carabanchel y me confirmó que el domingo votará a Recupera Madrid, participa también en el Colectivo La Palmera, con Henry a la guitarra, Ramón al saxo y Críspulo a la batería, además de un trompeta y un pianista. Son unos músicos estupendos que tocan las composiciones de Henry y Ramón, trufadas con alguna bossa de Jobim. Les grabé un pequeño corte para que vean ustedes cómo suena este grupo. ¿Quieren verlo? Pues ahora mismito se lo pongo.

Acabado el concierto y tras recoger los instrumentos y desgranar largas despedidas, comprobamos que eran ya más de las once y nos acercamos a una especie de mesón, lleno hasta arriba de gente un poco más acomodada que la de la calle, pero también bastante ordinaria, vocinglera y bebida, por decirlo con educación. Nuestro grupo éramos unos diez o quince, pedimos bebidas y algo de picar, pero nos dijeron que la cocina ya estaba cerrada. ¿Y alguna ración de algo frío? Tampoco, estamos ya cerrando. Nos sirvieron las bebidas y nos pusieron una amplia tapa de un picadillo excelente, que nos devoramos enseguida. Hasta ahí, todo dentro de lo previsible. Pero entonces entró un grupo de cinco rusos (los identifiqué por el sonido de sus conversaciones), todos cortados por el mismo patrón, rapados a cero, musculosos, tatuados y reventando camisetas negras, y el que parecía el jefe pidió un par de raciones. Le dijeron que ya estaban cerrando pero, con gesto grave y amenazante, dijo que ellos ya estaban bebiendo antes y querían rematar la noche bien. Por supuesto, consultaron con el jefe, les sacaron sus raciones inmediatamente y a nosotros ni se nos ocurrió decir esta boca es mía. Poca broma con ellos.

Carabanchel Alto la nuit, o Carabanchel Alto on Saturday night. Mis amigos salieron hacia el norte, donde tenían su furgoneta aparcada y yo caminé al sur, hasta la entrada de Metro, atravesando otra vez las masas de sudamericanos, marroquíes y negros discutiendo acaloradamente por asuntos seguramente nimios. A la una de la noche, el Metro pasa con frecuencia muy baja y tuve largas esperas en Plaza Elíptica y Pacífico, en las que presencié varias peleas con intervención de los seguratas de la compañía y ovaciones desde el andén contrario, donde la gente que iba llegando (en este caso muy joven, pero también muy bebida) se posicionaban luego-luego a favor de alguno de los involucrados en la pendencia y abucheaban sonoramente a los de seguridad si hacían ademán de llevarse detenido al otro. En el último tramo de Metro hasta Atocha, mi vagón iba repleto de chavales derrumbados por el suelo, dándose empujones y cantando melodías a coro siguiendo la que salía de algún móvil. Yo destacaba en ese batiburrillo como el proverbial pulpo del garaje, pero llegué a casa sin problemas.

Ya ven que no necesito irme de viaje, para que me pasen cosas reseñables en el blog; ya les he dicho que mi vida es un blog y esto es lo que hay. El domingo tenía una sesión matinal de yoga, para recuperar la que había perdido el lunes por estar en Cáceres. Como de costumbre, recalé después en La Casa de las Torrijas para mi desayuno y volví a casa, atravesando nuevas hordas esta vez de turistas que siguen a un guía paraguas en alto y provistos de pinganillos para recibir las explicaciones correspondientes. Con la salsa que me había sobrado del pollo al ras el hanut, me hice una pasta que me supo a gloria. Y por la tarde estuve vegetando, leyendo y un poco al tanto de la actualidad deportiva, que saben que es una forma más de evitar la depresión inherente al domingo por la tarde.

Y el lunes continuó mi sinvivir de preparativos del viaje. Para empezar me tuve que acercar a Correos en Cibeles para votar en las elecciones locales y regionales. Me habían llevado el sobre a casa el viernes por la tarde pero, como no estaba, no se lo pudieron dejar al portero: el sobre para el voto por correo sólo se le puede entregar al interesado en persona. Recogí el sobre y emití mis votos allí mismo en un santiamén. No les extrañará saber que he votado a Mónica García en la Comunidad y a Recupera Madrid en la ciudad. Y espero que los resultados muestren que Mónica saca muchos más votos que Rita en la ciudad. A los madrileños no nos gustan los mentirosos. No voy a insistir en este tema, creo que ya lo expliqué suficientemente. Lo que se nos avecina el domingo es una debacle clamorosa de la izquierda y nos tocará aguantar a Ayuso otros cuatro años y creo que también a Almeida, un señor que es muy poquita cosa, según puede comprobarse en esta foto en que saluda al más alto del Real Madrid de baloncesto, que ha vuelto a ganar la Copa de Europa.

Continué mi mañana cogiendo el coche a la tienda Kiwoko de la Avenida de los Toreros para comprar un nuevo paquete de comida para Tarik, para llevarlo a casa de África. Volví corriendo a casa, porque esperaba a los floristas que tenían que ajustarme una pieza del riego que me habían instalado y de la que salía una especie de geiser cada vez que se ponía en marcha. Después, caminé hasta la academia de yoga, donde tenía mi sesión regular. También hice mi última comida en el Ricla, donde volvieron a despedirme como un héroe. Además de todo esto, hice el check-in on line del vuelo, formalicé el pago de la entrada de mi nuevo Toyota Corolla, recibí la nueva tarjeta VISA (la otra se estaba rompiendo) y tuve que activarla, cargué algún dinero en mi tarjeta-monedero Revolut, que llevo siempre al extranjero para tener más de una. Y dejé mi equipaje prácticamente listo.

El martes tuve mi clase de inglés con Ed y, nada más terminar, metí a Tarik en el transportín en un abrir y cerrar de ojos y bajé a buscar un taxi. Tal vez no se lo crean, pero experimenté un sentimiento de culpa muy grande haciéndole semejante felonía a traición a mi querido colega y socio, que no se quejó nada en todo el trayecto. A lo mejor fue porque se trataba de un taxi totalmente eléctrico de la marca Tesla, que no hacía ningún ruido. En casa de África, sus gatos recibieron al intruso como cabía esperar. Ulises le gruñía en tono grave cada vez que trataba de acercarse y Mina le bufaba bajito. Pero Tarik es un gato muy sociable, confiado y curioso y se hará con ellos más pronto que tarde. De momento, África ya me manda una foto de Tarik y Mina comiendo tranquilamente sin problema. Véanla. 

Regresé a casa en el Metro y, al entrar en casa, sentí el llamado síndrome del nido vacío con una intensidad que no esperaba. Llevo apenas dos meses con Tarik, pero no se pueden ustedes hacer idea de cómo estoy echando de menos su compañía. Es que la casa era un escenario desolado y vacío, sin la presencia ubicua y continuada de mi querido colega cazando moscas imaginarias. Me sentí tan abrumado que no quise ni hacerme la comida, bajé a la calle y, estando cerrado el Matilda por ser martes, me acerqué hasta La Pitarra y me comí unas lentejas y una merlucita al horno con patatas. Después subí, recogí mi equipaje casi sin mirar alrededor y bajé al Metro para llegar a la Terminal 2 de Barajas. Allí no me sobró demasiado tiempo, subí al avión en un periquete y me acomodé, aunque luego el aparato estuvo más de media hora esperando la cola de aviones hasta tener el permiso de despegar.

Mientras esperaba, recibí un mensaje de Linkedin. El día anterior, una chica llamada Mia Li me había pedido ser mi contacto. Se identificaba como traductora del coreano afincada en Alicante y acepté su invitación en un plisplás. Y ahora me escribía un mensaje. Dice que me conoce de una visita anterior de una delegación del KDI. Recuerdo perfectamente esa visita, el KDI es el think tank más prestigioso de Corea del Sur y clasificado entre los primeros en el ranking internacional de think tanks, esa clasificación en la que suelen aparecer, muy al final el CIDOB de Barcelona y el Instituto Elcano de Madrid. Los de la delegación eran unos tipos muy preparados, con los que pasé una mañana muy interesante en la que visitamos Madrid Río, el Centro de Control de Túneles y las oficinas de Madrid Calle 30, antes de comer cerca del río.

Según me cuenta Mía, el Dr. Chung, jefe de esa delegación se acuerda mucho de dicha visita y la ha llamado para que me buscara, porque hay una empresa pública coreana de construcción y gestión de autovías en la que tiene un amigo. Y este amigo, se quedó tan impresionado cuando Chung le habló de Madrid, que ha decidido venir a verlo con un pequeño grupo de técnicos de la empresa. Mía me buscó en Linkedin, supo que estoy jubilado y, muy respetuosamente, me sondea para ver si puedo guiarles en esta visita, a pesar de mi condición de clases pasivas (así se llama) y siendo una visita en sábado. Por supuesto, le contesté que sí ipso facto. Buscando en mi archivo de visitas que tengo asociado al currículum, compruebo que la visita del KDI tuvo lugar en septiembre de 2017. Ya ha llovido. Pero el Dr. Chung no se olvida de mí ni de Madrid Río. Así que, como ven, tengo un nuevo bolo para el 17 de junio.

Estas cosas me encantan, así que subí al avión muy animado. El vuelo fue como la seda y recuperó la mayor parte del tiempo perdido en la pista. En el Charles de Gaulle, me orienté hasta encontrar la estación del RER, llegué a la Gare du Nord y subí a casa de mi hijo que me esperaba con una cenita de las suyas a medio preparar. He dormido como un cura y hoy estoy en casa, con Kike que se ha pedido teletrabajar para pasar el día conmigo. He aprovechado su tiempo de teletrabajo para escribir este post, con una paradita para comer una pasta con verduras y después nos daremos una vuelta y recalaremos en un restaurante en la zona de Pigalle, donde hemos reservado mesa.

Mientras escribía, me ha llegado otro mensaje interesante. Mi amiga Cl. me manda el enlace a un taller de escritura de relatos sobre la ciudad, que empezará en septiembre. Y me sugiere que nos apuntemos ella y yo. Tengo que pensarlo pero, en estos momentos en que estoy valorando si continúo o no en Billar de Letras, tal vez podría ser una historia cojonuda. Este post es una muestra de que no se me dan mal los relatos sobre la ciudad. Por lo demás, mañana mi aventura da un giro que se irá contando a toro pasado; lo contrario saben que trae mala suerte. No pensarán ustedes que me voy a pasar quince días a la sopa boba de mi hijo, invadiendo su espacio vital, a pesar de lo cariñoso que es conmigo y lo bien que cocina. Mi tour tiene varias etapas, y hasta puede que alguna se inserte plenamente en esa zona de sombra que no se cuenta en el blog y que Paco Couto imagina luminosa. Todo a su tiempo. Sean buenos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario