viernes, 19 de mayo de 2023

1.225. Con mi nuevo ordenador

Más de uno de ustedes se creyó que estaba de broma cuando les dije que mi ordenador estaba lleno de hormigas (además de los virus habituales), pero era cierto. Cuando se me cayó al suelo hace cerca de dos años, se le partieron una serie de esquinas de la carcasa y por ellas habían entrado estos incómodos insectos para anidar en su interior, de modo que, cada vez que encendía el aparato, empezaban a pasearse algunas de ellas por encima de la pantalla, con un resultado francamente asqueroso. Finalmente me he comprado uno nuevo, como les contaré y pensaba tirar el viejo al punto limpio, pero el caso es que me ha dado pena, hemos pasado muchas aventuras juntos este ordenador y yo, desde que en enero de 2017 me lo compré a pocos días de iniciar un espectacular viaje a Birmania, inserto en el frenesí viajero de ese año y los siguientes, hasta el cerrojazo de la pandemia.

Este será pues el primer texto que escriba con mi nueva herramienta, un Lenovo como el anterior, pero mucho más modernizado y rápido que el antiguo. El otro, desde que se me cayó en la vieja casa de Lucas en Lille, inició una decadencia física irreversible, que empezó porque no me podía conectar a Internet desde la cocina. Luego, el círculo útil de mi casa se fue acortando y, últimamente, ya sólo podía utilizarlo mediante una conexión directa con el router, a través de un cable punto a punto. Y cualquier operación que intentase con él, se eternizaba. No obstante, el viernes 12 me lo llevé para mi presentación ante la delegación de Almere, que les anuncié en el post anterior. Sólo tenía que mostrarles una larga serie de imágenes en power point, para lo que no necesitaba conectarme a Internet, que era lo que me fallaba.

La delegación de Almere, como todas las que me trae Werner salvo la infausta de Brazzaville, era de altura. Venía hasta un concejal de la ciudad, a la cabeza de una representación completa de lo que podemos llamar las fuerzas vivas del ramo inmobiliario local. Lo organizaba un organismo equivalente a la Cámara de Comercio y el grupo lo formaban 42 personas. Llegué el primero, me acredité en la puerta de la Torre Emperador, la más al norte de las Cuatro, y una azafata me acompañó hasta el piso 33 (la torre tiene 57). Allí funciona un restaurante bastante lujoso y preparado para este tipo de saraos. En la antesala tienen instalada una pantalla enorme, a la que conecté mi ordenador con un cable HDMI, y 44 sillas organizadas en círculo a su alrededor. Mientras esperaba a Werner y los 42 visitantes, me entretuve mirando alrededor desde la amplia cristalera. Vean la foto que le hice a la ciudad sanitaria La Paz desde mi atalaya.

Impresionante ¿verdad? Llegó la amplia delegación y resultó que dos de ellos me conocían porque habían formado parte de un viaje organizado por la Asociación de Cámaras de Comercio de toda Holanda, a la que parece que le di un speech en 2008. A mí no me sonaban de nada, pero ellos se acordaban perfectamente. La charla duró algo más de una hora, me siguieron con mucho interés y me hicieron muchas preguntas. Por cierto, yo les hablé del Madrid Nuevo Norte (antes Operación Chamartín) y del Bosque Metropolitano, como nuevos ejemplos de la dualidad promotora de esta ciudad entre la iniciativa privada y la pública. Al final, me hicieron entrega de un libro precioso: el catálogo de la exposición monográfica de Vermeer que se puede ver en estos momentos en el Rijksmuseum de Ámsterdam. Y tras todo el boato y los aplausos correspondientes, pasamos al comedor. Vean un par de imágenes.


Tras la comida, verdaderamente de lujo y con excelentes vinos, me despedí de todos ellos y cogí el Metro a casa para cambiarme a ropa de sport (se dice así ¿no?), arreglar la casa para dejar allí solo al bueno de Tarik durante tres días, bajar a por el coche, recoger a Henry Guitar y poner rumbo a Cáceres. Llegamos como a las diez de la noche, tomamos posesión de la habitación de hotel y aun tuvimos margen de dar una vuelta, pulsar el ambiente, cenar algo de picoteo y escuchar el concierto final del día. Esto del WOMAD es una iniciativa que empezó en los 90, simultáneamente en Canarias y Cáceres. En Canarias hace años que ya no se celebra, mientras que en Cáceres se ha convertido en la fiesta grande de la ciudad, como la Feria de Sevilla o los Sanfermines. Creo que WOMAD es un acróstico de World of music and dance, o algo así. Se trata de una reunión de músicas étnicas, con mucha presencia africana, pero también de irlandeses, escoceses y otros pueblos musiqueros, además de representantes nacionales, pero más ligados al folclore de los pueblos que a la línea rock/blues.

Pero casi lo más destacado es que los conciertos son gratuitos, en la plaza Mayor y en la de San Jorge. No hace falta entrada de ningún tipo, lo que congrega a su alrededor a mucho personal joven, adictos a la juerga sin límites, el macrobotellón, el camping y todo lo demás. La aglomeración que se concentra en la plaza Mayor es apoteósica y el estado en el que queda la plaza al final es dantesco, completamente tapizada de bolsas de plástico y botellas vacías. Hay un servicio de limpieza urgente que es muy eficiente, de modo que al otro día la plaza está otra vez impoluta. Los artistas de menos nombre se derivan a la plaza de San Jorge, que es muy pequeña y de accesos difíciles, por lo que se peta enseguida. En la plaza Mayor, el mayor problema es el sonido, en el que se conoce que no invierten demasiado. Ese sonido un poco flojo, sumado a la bullanga que montan los del botellón (muchos de ellos de espaldas al escenario hablando a voces) imposibilita una audición adecuada de los artistas que se desgañitan en el escenario.

Parece que esto del sonido malo es una tradición del WOMAD, es una pena que no lo mejoren, pero creo que el festival lo pagan el Ayuntamiento, la Diputación y algunas subvenciones autonómicas y la cosa no da para más. Y he de decir que, en comparación con los sanfermines o las fiestas del norte, el WOMAD es un lugar pacífico, en donde yo no vi una sola pelea ni nadie que se extralimitara o se pusiese cansino. Además, por todos los rincones del casco viejo se montan actuaciones espontáneas de músicos que acuden al sarao para darse a conocer y pasar unos días haciendo lo que les gusta. Los turnos en el escenario principal empiezan como a las siete y el último es de una a dos de la madrugada. Hay extensos mercadillos y los bares, restaurantes y hoteles de la ciudad hacen el agosto en mayo. Un par de imágenes que atestiguan mi presencia en el sarao.


La última es en una terraza-jardín de esta ciudad, cuya visita merece la pena (yo ya la conocía). El casco viejo, encerrado en la muralla árabe es una maravilla, aunque parece que no vive nadie por allí, como en muchas de las ciudades del mundo moderno. Hay restos romanos, visigodos, árabes y cristianos y el ambiente medieval en el entramado de calles entrecruzadas es muy sugerente. Resuenan las campanas de las iglesias y hay muchos balcones con flores y enredaderas. Casi lo más destacado para mí es el barrio judío, bastante bien conservado y mantenido. Pero, al exterior de la muralla, la ciudad extendida está cuajada de palacios señoriales, de los llamados indianos, los conquistadores que regresaban forrados. Se come bien en cualquier chiscón en el que entres y se sirven unos caldos de la tierra realmente sabrosos. La gente tiene un punto señorial y soportan la algarabía del festival con bastante estoicismo. Hay también una zona cultural muy interesante en torno a la calle Pizarro, con talleres de artistas, galerías de arte, librerías y bares con terracitas.

El festival empieza el jueves, pero nosotros pillamos sólo la noche del viernes, el sábado y el domingo. Regresamos el lunes a mediodía, aprovechando que era puente en Madrid. En la prensa local de Cáceres hay hace años mucho debate sobre si se debería prohibir el botellón (suponiendo que tal cosa sea posible sin montar un bochinche de cuidado). Yo creo que el hecho diferencial de este festival es que los conciertos sean gratuitos y de entrada libre. En nuestro país, cualquier actividad que se anuncie gratis, reúne a muchísima gente de todo tipo. Por ejemplo, yo bajo a coger el coche que aparco bajo la plaza del Reina Sofía y sólo se dan dos situaciones: si hay una cola que da la vuelta a la plaza, es que ese día es gratis. En cambio, si es de pago, no hay nadie esperando.

A la vuelta de Cáceres, el Maps nos aconsejó ir por la R-5, que es de peaje, porque había un atasco de entrada considerable. Pagamos por el peaje exactamente 3,55€. Y no había casi coches. La gente prefiere sufrir el atasco y ahorrarse tres euros de mierda. Los días en que no es Operación Retorno, nadie usa esas autopistas. Los concesionarios que las diseñaron y construyeron, no tuvieron en cuenta esa característica roña de los españolitos y por eso están casi todos en quiebra técnica, recibiendo la ayuda del Estado. Por cierto, si ustedes quieren quedar de modernos, chuletas y expertos en el mundo, no pueden usar la palabra euros. Ni siquiera euros de mierda. Han de decir pAAvos, poniendo mucho énfasis en la A. Lo cierto es que mi viaje salió bastante redondo, lo pasamos muy bien y no será este el último festival al que nos apuntemos este verano.

Tras descansar el lunes por la tarde, he tenido una semana bastante nutrida de eventos, que apenas me han dejado tiempo para escribir. El martes tuve clase de inglés, hube de bajar luego a hacer compra y me acerqué a la tienda Kiwoko a comprar un saco nuevo de arena para el gato. Por la tarde tuve sesión de Billar de Letras, en torno al libro Limpia, de la joven escritora chilena Alia Trabucco, que se conectó con nosotros desde Santiago. Es un libro que les recomiendo sin reservas, tal vez el mejor de los que hemos leído este año en el club. El miércoles, quedé a primera hora con mi amigo M. para ir a comprar el ordenador. Acudimos primero al Media Markt de Vallecas, en donde localizamos uno que me gustó, pero sólo tenían el de exposición. De allí nos mandaron a otro Media Markt, el de Rivas donde sí lo tenían. Pagué 570 euros, perdón PAVOS, disculpen el error, un precio que con los tiempos que corren no está mal.

Luego me fui con M. a su casa para que me lo formateara y me lo dejara listo. Tras ello no pude menos que invitarlo a comer con su familia al completo, en una terraza de su barrio. Tras una breve siesta, me cogí el Metro a Palomeras, para la clase de guitarra. Estamos tocando últimamente juntos, tres guitarras y un batería y tenemos el sueño de hacer una audición para los amigos, a modo de cierre del curso, que se termina al final de junio. Mi problema es que, como me voy de viaje, me voy a perder dos de las seis clases que nos faltan. Ya veremos si la idea cuaja. De vuelta a casa, conseguí conectarme a un link pirata que me dejó mi hijo Kike para ver el partido del Madrí, en el que le metieron 4-0, derrota que me dolió especialmente porque, con el Dépor en tercera, uno de los pocos placeres que me depara el fútbol es ver perder a Guardiola. No pudo ser esta vez, así que me fui a la cama decepcionado.

El jueves fue un día largo. Primero clase de inglés. A las once vinieron los floristas, cargados con un saco enorme de tierra y multitud de pertrechos. Se trataba de hacer una serie de ajustes en la organización de la terraza, para adaptarla a los cambios introducidos a causa del gato, para evitar que se escape. Aproveché para cargarme un rosal al que le tenía bastante manía, porque no daba rosas ni por equivocación. Terminada la tarea, a falta de un par de plantas que debía yo elegir por la tarde en la tienda, barrí y limpié el suelo de la terraza y caminé a la academia de yoga. Tras la sesión y la comida en el Ricla, regresé, descansé un poco y bajé a la floristería. Elegí unas margaritas y unas lavandas que luego tuve que plantar. Y, tras un lavado rápido de manos, salí de nuevo al concesionario de Toyota, donde estuve una hora haciendo papeleos para el cambio de coche, que se materializará a la vuelta de mi viaje.

Esta mañana he encontrado por fin un hueco para escribirles, durante este sinvivir final pre-viaje. Sin ánimo de agobiarles: estoy esperando la respuesta de mi petición de voto por correo, que en caso de no llegar a tiempo me empujará a la abstención sin clase, espero también un duplicado de la tarjeta Visa, que se me está rajando justo por la parte del chip y ya no me funciona como tarjeta de contacto, he de hacer la transferencia de la entrada de mi nuevo coche, más toda una serie de recados previos a mi viaje, como llevar al gato a su residencia temporal en casa de África, hacer el check-in on line o preparar el equipaje. De momento, esta noche tengo un concierto del Colectivo La Palmera en Carabanchel, abajo tienen el cartel. Es uno de los grupos en los que participa mi maestro Henry y donde tal vez algún día pueda meter la cabeza, si la audición de fin de curso se hace y me sale bien. Sean buenos.   

4 comentarios:

  1. En el cartel del sarao de Carabanchel pone que es el día 20, o sea mañana. Espero que su confusión no le haya llevado a darse un paseo para nada hasta Carabanchel Alto, que está por donde Cristo perdió el mechero, por decirlo con suavidad.

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    1. Gracias por su aviso. Por suerte, hablé con Henry Guitar antes de aventurarme en el Metro a Carabanchel Alto y me hizo ver que me había "embarullao" con las fechas.

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  2. Pues no, no se dice ropa de sport. La ropa de sport sería ponerse un chandal, digo yo. Eso se llama ponerse ropa informal, que no quiere decir vestirse de persona informal sino ponerse una ropa para los actos en los que no hay que guardar unas formalidades protocolarias. Lo peor es que ahora tampoco se dice así, ahora le dicen ponerse ropa casual. Casual acentuado en otro sitio, cásual, que no es ponerse la que uno se encuentra por casualidad sino ropa informal, pero utilizando una de esas malditas palabras inglesas que en español tienen otro significado, lo que llaman falsos amigos.
    Pero tú, que como todos sabemos eres un dandy de Coruña, creo que debes seguir diciendo vestirte de sport que era como lo decía mi padre y como corresponde, siguiendo la tradición de los ingleses que inventaron esto de practicar cualquier sport y vestirse para el caso. Desde luego nunca con chandal. Eso un dandy ni el la carcel.

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    1. Tienes razón, amigo, ya no se dice ropa de sport. Antes sí se decía, pero es una expresión que ha caído en desuso, qué le vamos a hacer. Lo del chándal, especialmente de la marca Tactel, es un distintivo de la gente de baja estofa, la que sale a pasear por los barrios del extrarradio para espantar sus penas. Más les valdría pensar un poco y votar con más acierto. Un abrazo.

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