domingo, 26 de marzo de 2023

1.215. Primavera

Pasaron por aquí los de la delegación de Brazzaville y me dejaron con una sensación agridulce, como verán, mezcla de interés por una cultura tan diferente y tan potente, y decepción por los lastres que han de arrastrar, precisamente por cargar sobre sus hombros con los ancestros de esa cultura. Se fueron por fin el jueves por la tarde y les deseo tanta suerte como alivio dejan, porque los tres días de su visita me han dejado literalmente exhausto. Física y, sobre todo, mentalmente. Ahora estoy descansando y preparándome para recibir a mi gato, que arribará el martes si todo va como está planeado. En su compañía pienso relajarme y prepararme para esta primavera calurosa que ya ha empezado y en la que, así de primeras, no tengo otros compromisos que los derivados del yoga, el inglés, el blues y, por supuesto el running. En la terraza, la primavera la anunció anticipadamente mi begonia de flor, que se puso como ven en la foto de abajo (ahora ya se han secado las flores, todo es efímero).

Ya que hemos hablado de running, les diré que ayer sábado salí al Retiro después de un mes sin correr por falta de tiempo y no hice mal papel; hoy tengo las correspondientes agujetas. Es que menudo trimestre que me he montado: artículo para el e-book del máster de la ETSAM sobre el realojo de Palomeras, entrevista con la investigadora sueca Jenny Stenberg, viaje a París, doble clase en el máster de Alain Sinou, celebración de mi cumple en Lille, concierto en Madrid de Ghalia Volt, viaje a Baeza para verla de nuevo, semana en Madrid con los alumnos del máster de Alain. Y, como colofón, el desembarco de los de Brazzaville y los días agotadores que me han brindado. Para este tema, creo que merece la pena hacer un relato cronológico.

Como les conté, el viernes anterior les habían dado los nueve visados que habían pedido, pero ya no encontraron vuelos para el sábado. Lo único que pudieron pillar fue una oferta de la Turkish Airlines. Debían salir el domingo, en un avión de Brazzaville a Pointe Noire, la segunda ciudad del país y auténtica capital económica, en la costa, donde se encuentran los yacimientos de petróleo, a hora y media de vuelo. Allí, tras una escala, volarían a Estambul, y luego a Madrid. A todo esto, los nueve que venían se habían reducido a seis. Una de las señoras del programa inicial se encontró con que su marido le prohibía venir a Europa ella sola, sin compañía masculina que la vigilase. Otros dos caballeros se cayeron también del cartel, sin que se nos explicara la razón, imagino que por ahorrar gastos. El caso es que los seis supervivientes salieron hacia Estambul, vía Pointe Noire.

Aterrizados en Estambul, se enteraron de que el vuelo a Madrid del lunes estaba repleto, porque era la vuelta del puente de San José. En cambio, había plazas de sobra a Barcelona. A última hora les dijeron que había una plaza para Madrid. Y decidieron cedérsela a una de las señoras del grupo, por nombre Koumba. Esta señora tomó el vuelo a Madrid, llegó a Barajas sin saber una palabra de español ni de inglés, sin un euro ni forma de cambiar sus francos africanos y sin saber la dirección del hotel. Y con una bolsa enorme, gigantesca, sin ruedas ni forma de moverla. Un primer dato de cómo funciona esta gente. Pero su instinto de supervivencia les hace salir de las situaciones más difíciles y, si no, esperan a que venga Dios y lo arregle; ellos no se estresan especialmente. Koumba encontró un recurso. En París tienen un contacto, miembro de su ONG. Le llamó y consiguió que nos telefoneara para preguntarnos el nombre del hotel. Y luego le hizo una transferencia instantánea a través de Westen Union a la oficina que esta empresa tiene en el propio aeropuerto, para casos como este. Con el dinero fresco, se buscó un taxi, que le cobró por llevarla a un hotel del centro 50€, cuando la tarifa única es de 30. Por cosas como esta odio a los taxistas.

Los otros cinco no tuvieron un viaje más plácido. Llegaron a Barcelona y se movieron hacia la estación del AVE, donde habían reservado billetes para todos. Pero imagino que lo hicieron a su habitual paso de tortuga, cargados con sus bolsas y con su concepto africano de la puntualidad. Porque finalmente perdieron el tren. Werner había venido por la tarde en coche desde Asturias y quedamos una hora antes de la llegada del AVE para tomar una cerveza cerca de la estación y recibirlos. Allí nos llegó la llamada del jefe del grupo, Ugain Kaya Mikala: je-je, que ya no vamos en tren, que hemos cambiado a autobús, estamos ya a punto de embarcar. Imagino que pensaban que eran modos de viajar similares. Pero el AVE tarda un par de horas y el bus toda la noche. Así que Werner y yo nos fuimos a cenar a las Bodegas Rosell y nos retiramos.

Nuestros avezados viajeros llegaron a Méndez Álvaro a las cuatro y media de la madrugada y, en taxi, al hotel a las seis de la mañana. El martes estaban reventados, así que les dimos cuartelillo y nos presentamos en el hotel a las 12. Fueron bajando medio groguis. El plan del día era dar una vuelta por el centro para que conocieran la ciudad. Pero hubo que parar en una oficina de Western Union para que sacaran ellos también dinero, porque las tarjetas Visa que traían no son operativas en Europa, cosa que al parecer desconocían. También les acompañamos a comprar dos móviles de prepago, para que nos pudieran llamar en caso de apuro sin gastarse una millonada. Cumplidos esos trámites, echamos a andar hacia la Puerta del Sol (el hotel estaba cerca). Y continuamos hasta el Palacio de Oriente para ver los monumentos y el mirador sobre el sur de la ciudad. Allí les hice una foto al grupo al completo.

A la izquierda, Koumba y la gran mole humana del jefe Ugain. En el centro, los dos delgados, la misteriosa Elvire y el informático Regis, que además es deportista y Dj. Y por la derecha, el gordo Pi-Austin y madame Sondra. Intimé uno a uno con casi todos y me contaron cosas de sus vidas. Regis es un rockero amante de la música africana. Hace yudo y boxing, además de correr. Se mantiene en buena forma, habla poco, es hermético, pero en general es el más formal y cumplidor, el primero que llegaba a las citas. A Pi le pregunté que qué clase de nombre era ese. Me dijo que viene a significar padre, en el sentido religioso. Es decir, que le habían puesto el nombre de un cura. Este era simpático, canchero, siempre de buen humor. Las tres chicas venían tocadas con las trenzas proverbiales que usan ahora todas las africanas, insertadas en cuentas de nácar o de plástico. Koumba parecía la de más alto nivel, la mano derecha del jefe. Y se ocupaba de las cuentas y las finanzas del grupo.

El jefe era bastante autoritario con los demás y la verdad es que era el único que tenía un discurso un poco más profundo y elaborado. Los demás pululaban a su alrededor sin hablar más que lo justo. Elvira y Sondra, figuraban en los pasaportes que nos hicieron llegar como secretarias y probablemente lo eran. En estos países, los funcionarios son una casta bastante privilegiada, recuerdo que en Sri Lanka podían acceder a mejores viviendas. Y suelen ser bastante jerárquicos. Sondra me contó que además de trabajar con Ugain regenta un buen restaurante de comida africana en Brazzaville. En fin, por volver a la foto, les diré que seguimos por los restos de la muralla árabe y luego subimos por la calle Mayor, visitando también la iglesia de San Nicolás, cuya torre del campanario tiene vestigios de su pasado como minarete.

Burla, burlando, llegamos al Mercado de San Miguel y allí nos hicieron ver que estaban hambrientos. Les dijimos que el mercado es muy caro y buscamos un restaurante cercano donde pudiéramos conseguir una mesa de ocho. Preguntados sobre qué comida querían, dijeron que les gusta todo. La pregunta no era baladí: cuando me tocó pastorear por Madrid a un grupo de funcionarios del Ayuntamiento de Colombo, resultó que los hinduistas no comían vaca, los musulmanes no comían cerdo y los budistas eran más propensos a las verduritas. Estos comían de todo. ¿Seguro? ¿Por ejemplo, pescado? No, mejor no, no hemos venido a Europa a comer pescado. ¿Y verduras? Pues mejor tampoco. Total que, como yo me imaginaba, querían carnaza. No he visto a nadie que devore la carne con tanta fruición como los africanos en general.

Así que pedimos rabo de toro, pollo en diferentes versiones y costillar de cerdo que hubo que repetir. Los cuatro gordos, en cuanto se daban por saciados, se repantigaban llamativamente en sus sillas. Les entró la flojera de la digestión a todos, con lo que decidimos abreviar el programa. Pero sí queríamos subirlos a la terraza del Círculo de Bellas Artes, para que vieran la panorámica de la ciudad. Y esto les encantó. Hasta el punto que se revivieron, especialmente las chicas. Sondra empezó a coquetear abiertamente conmigo, algo bastante sorprendente, porque no soy precisamente Brad Pitt. Me contó que estaba separada, que tenía dos hijos de catorce y ocho, ambos varones y que quería que fuéramos amigos. Estuvimos por allí zascandileando un buen rato y haciendo muchas fotos y selfies. Abajo tienen dos de ellas.  


Desde allí los acompañamos al hotel. Luego, Werner y yo caminamos un rato juntos, en dirección a Atocha y le comenté lo que me había pasado con Sondra. Y resulta que él había percibido algo similar en Elvire, un interés desmesurado, claramente por encima de lo que es un contacto en un viaje de trabajo. Por cerrar este tema, les diré que, al día siguiente, Sondra estuvo totalmente fría conmigo y yo no hice por seguir con el tonteo. Y a Werner le pasó lo mismo con la otra. No sabíamos qué había pasado. ¿Tal vez habíamos metido la pata, ambos dos, en claves de conducta africanas? Llegué a pensar que el autoritario Ugain les había regañado por sus coqueteos. Pero la clave nos la suministró el propio Ugain, cuando le preguntamos qué tal habían cenado la noche anterior. Su respuesta: oh, muy bien, salí a cenar con Koumba y encontramos un sitio agradable y con buena comida.

¿Lo pillan? No es muy difícil de entender. Koumba viaja con el jefe, a saber si hay algo más entre ellos. Las otras dos van de relleno. Y, con la mentalidad de estos países, saben que para poder cenar necesitan de algún pringado que las invite. Si no, comen un bocadillo con una coca cola, de lo que llevan en sus bolsones gigantes (cuando le pregunté a Sondra el último día que qué coño llevaba en esas bolsas mastodónticas, me dijo en voz baja: comida). Y ellas dos habían elegido a sus pringados, sólo que ninguno de los dos captamos el mensaje. Esa noche, le dijimos a Ugain que al día siguiente tenían que ser muy puntuales: iríamos a recogerlos a la puerta del hotel a las 8.30. La cita era en el APOT a las 9.30 y Ugain apuntó que no hacía falta que fuéramos al hotel, que ellos sabían cómo manejarse en el Metro y podíamos quedar directamente en el lugar, pero nos negamos: se hubieran retrasado una hora.

El miércoles todo salió como un reloj. A las 8.30 estábamos en el hotel y no se retrasaron demasiado. Fuimos en el cercanías a Nuevos Ministerios y de allí en Metro a Feria de Madrid. El sistema de transportes y los intercambiadores les maravillaron: no imaginaban que debajo de la Puerta del Sol hubiera un espacio tan amplio. Mis compañeras les explicaron el Bosque Metropolitano y le dieron margen a Ugain a que explicara lo que están haciendo en Brazzaville, que la verdad es que es bastante interesante, movilizando a toda la población y difundiendo unos conceptos de cuidado del medio ambiente bastante novedosos en el continente africano. En un autobús recorrimos algunas de las parcelas ya reforestadas y luego el bus nos dejó en el Bernabeu, que nuestros visitantes querían conocer, al menos por fuera. Comimos algo y después tomamos el 27 para ir al Retiro, en donde mis amigos del Área de Medio Ambiente les explicaron sus políticas. Algunas fotos de estos eventos.  



En el Retiro, Ugain seguía a pleno rendimiento, pero todos sus colegas estaban muy cansados, así que nos metimos en dos taxis y les acompañamos al hotel. Un día cansado pero productivo. Pero nos quedaba el jueves, el día más decepcionante. Quedamos en el hotel a las diez de la mañana, para darles un poco de margen para descansar. Y a las once aún no habían bajado la mayoría. Teníamos el plan de enseñarles la Plaza de España y un poco Madrid Río, pero no fue posible, nos pasamos toda la mañana en la planta baja del hotel. Ugain necesitaba que le mandaran más dinero, porque tenía que pagarnos algunas deudas pendientes, como el tren AVE a Valencia o los apartamentos allí. Y ya no les mandaban más dinero. Una vez que habían visitado las dos unidades del Ayuntamiento el día anterior, tampoco querían hacer nada más. Mientras Werner y yo asistíamos a las gestiones de Ugain alrededor de una mesa, los demás estaban por el hall derrumbados en los sofás.

Y en un momento dado, el jefe nos planteó que querían ir luego a París. Porque, si alguien de Brazzaville viaja a Europa y no visita la antigua metrópoli colonial, no puede presumir luego; esto de Madrid no es lo mismo. Sondra quería comprarse una cocotte para su restaurante, Regis un equipo de música para su trabajo de Dj y todas las chicas ropa de marca. Como lo oyen. Primera noticia para nosotros de que pensaban ir a París. Y Ugain nos preguntó que para qué iban a Valencia, que había sido idea nuestra. Werner se lo dejó muy claro: ellos habían planteado venir diez días a Madrid y habíamos buscado lo de Valencia para que no estuvieran tanto tiempo en una ciudad que no daba para tanto. Si nos llegan a decir que querían ir a París, lo hubiéramos planificado como un viaje Madrid-París.

En un cierto punto, Ugain nos planteo incluso suspender lo de Valencia. Tenían tren y apartamentos pagados, pero no les importaba perderlos. Hasta ese punto llega su desidia y su desorganización. Y su falta de respeto, porque en Valencia les esperaban dos guías con un programa muy interesante, visitando la Albufera y otros espacios naturales. Al fin le convencimos de que fueran a Valencia. Y Werner y yo nos inventamos un compromiso para irnos a comer solos; ya no podíamos más. Por la tarde, tenían que estar preparados con sus equipajes para bajar a Sol, coger el Metro hasta Chamartín y llegar a los andenes del AVE. Fue entonces cuando aparecieron las tres mujeres con sus bolsones gigantescos. Más el propio Ugain con una maleta también enorme y con las ruedas rotas. Era imposible llegar con eso a Sol.

Les propusimos coger dos taxis. Pero dijeron que bastaba con uno. Lo buscamos, cargamos todas las maletas y Sondra y Koumba se montaron atrás. En ese asiento ya no cabía un tercer pasajero, así que yo me monté delante con ellas. Llegamos pronto, pero la estación está en obras y el taxi nos dejó como a cien metros de la entrada de la estación. Era ilusorio que entre los tres pudiéramos llegar hasta allí con lo bultos. Las dejé en donde nos desembarcó el taxi y fui a buscar unos carritos como los de los aeropuertos. No hay en Chamartín. Pedí ayuda a algunos mozarrones cuadrados, pero no conseguí liar a nadie. Cuando volví, las chicas habían hecho un corro con los maletones y se habían sentado a charlar tranquilamente en ligala, el idioma local. No parecían preocupadas. Llamé a Werner. Ya estaban en el tren saliendo de Sol. Le mandé nuestra ubicación en el Maps para que, cuando llegaran, vinieran a ayudarnos.

Y empezó a pasar el tiempo. Yo me estaba poniendo histérico. Llamé a Werner. El tren se había parado en Nuevos Ministerios y habían anunciado que, por las obras en Chamartín, tenían que volver a Sol. Después de varias llamadas, Werner me dijo que ya estaban en otro tren que sí llegaba a la estación. Pero yo supe enseguida que, si llegaban, subían al hall y salían a buscarnos a cien metros fuera, más luego volver con los bultos, perderían el tren. Decidí que teníamos que mover los bultos hasta la estación entre los tres, como fuera, a rastras. Se lo dije a las chicas, pero se hicieron las locas. Llamé a Werner. Me puso a Ugain por teléfono para que les diera unas voces imperativas. Entonces movieron el culo. Medio a rastras y sudando como pollos, llegamos al control de equipajes a la vez que nuestros colegas. Y nos pusimos Werner y yo a ayudarles subiendo los bultos a la cinta del escáner, porque ellos seguían medio pasmados.

Werner entró con los de delante y yo me quedé ayudando a Sondra, que se había atascado. Pasado el control, no vi a los demás. Hay que llegar frente a una pantalla luminosa donde indican los andenes de cada tren y ante la que hay una multitud. Le dije a Sondra que no se moviera, me acerqué a la pantalla y vi que el tren de Valencia estaba en el andén 16. Teníamos que volver atrás, rebasando la zona del control, y tomar la escalera mecánica de bajada del andén 16. Bajamos a la carrera. En el andén, hay un segundo control de billetes y pasaportes o DNIs. Allí estaba Werner con los demás. Llegamos con diez minutos de margen. Entonces todos nos miraron y preguntaron: ¿Pero dónde está Koumba; no está contigo? Koumbá había bajado con todos, pero luego creyó haberse dejado el bolso arriba y volvió a por él. Su bolso lo tenía Elvire, la llamaron y se lo dijeron, pero no sabía volver. Estaba arriba perdida.

La sola idea de que perdieran el tren y tener que aguantarlos otro día más, me resultaba insoportable. Así que hice lo que suelo hacer yo en estas circunstancias, como ya les he contado en otros posts: echar a correr. La escalera mecánica de subida estaba atestada de gente con maletas ocupando todo el ancho, pero yo salté sobre las maletas, diciendo: por favor, por favor, que he perdido a una señora y vamos a perder el tren. Llegué arriba. No se la veía por ninguna parte. Fui al control de equipajes. Nada. Me interné entre la multitud que miraba la pantalla luminosa. Y entonces la vi. Estaba tan tranquila; era la única persona que no miraba hacia adelante a la pantalla, sino hacia atrás. Corrí llamándola, la cogí de la mano y echamos a correr, aunque llevaba unas chanclas bastante poco adecuadas para ello.

No dejamos de correr en las escaleras mecánicas y, cuando divisé al grupo, levanté la mano libre, señalé a mi compañera y levanté el pulgar. Todos estaban allí, no podían entrar sin ella porque todos los billetes los tenía Ugain en su móvil. Y fueron los últimos en acceder al tren, tras unos abrazos apresurados. Las chicas del control de acceso nos felicitaron, y eso que no sabían por lo que habíamos pasado. Madre mía, qué angustia. Esa noche nos mandaron un whatsapp: habían llegado felices, comido perdices y descansaban tranquilos en sus apartamentos. El que descansó tranquilo esa noche y los días siguientes fui yo. Y Werner, supongo

Algunas reflexiones rápidas, que ampliaré en alguna entrada posterior. Los africanos tienen otro concepto de la puntualidad y de la formalidad. Y son incapaces de programar nada con antelación. Por eso pierden trenes y aviones. Es una rémora cultural que arrastran consigo. Pero esto va acompañado de un corolario muy desagradable: la idea de que a ellos ya los jodieron con la colonización, el esclavismo y la descolonización posterior y ya no tienen que esforzarse, porque ellos son los inocentes, los buenos de esta película; ahora que se esfuercen los blancos. Sé que es muy duro decir esto, pero ya lo explicaré más en detalle. De momento, me dispongo a retomar mi ritmo vital hecho de yoga, inglés, running y blues, para el que confío en que el bueno de Tarik Marcelino Martínez me haga mucha compañía. Sean buenos.  

4 comentarios:

  1. Amigo, Pese a tu probada experiencia, creo que, al final, te has tomado las cosas con poca filosofía y demasiado método. Me malicio que tus múltiples viajes no te han formado suficientemente bien como para asimilar la naturaleza de la mentalidad africana (quizás conviniera que la catases más a menudo). Si proliferasen más tus viajes al continente africano profundo, comprenderías que, para sus habitantes, la vida tiene otra medida. Para ellos, dos y dos no son necesariamente cuatro; puede que el resultado no sea ni siquiera un número, sino, por ejemplo... una banana.
    El tiempo, para ellos, es algo relativo (a lo mejor, ni existe), pues lo único seguro es que la muerte llegará puntual, sin otros planteamientos. Lo demás es accesorio y, por supuesto, nada de cuanto los rodea es importante, excepto la comida, el abrigo y (con ciertas dudas) el techo.
    ¡Pobre blanco europeo, que alude a una supuesta falta de educación de unos viajeros, cuyas reglas de Urbanidad consistían, hasta hace relativamente poco tiempo (entre otras costumbres, también extrañas para nosotros), en agradecer al cielo el obsequio del antílope recién cazado y a pedir perdón a éste último por haberlo hecho, forzados por la necesidad de alimentarse!
    Te sugiero que, amparándote en el hecho de haber sido el anfitrión aquí, te procures uno o dos viajecitos al África profunda, para impregnarte de su mentalidad, aparentemente rara pero probablemente, más racional de lo que parece.

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    1. Paco tiene razón, Emilio, te pones demasiado estupendo. Si quieres puntualidad, queda con surcoreanos. Los africanos no planifican, ¿para qué? ¿Para qué quieres tener un reloj, si no tienes el tiempo?

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    2. Querido Ateo Piadoso, tus comentarios son siempre bienvenidos en este foro, pero siento decirte que esta vez te has columpiado un poco. Te has dejado seducir por el mito del "buen salvaje", por no hablar de lo de mirar los toros desde la barrera, me gustaría verte a ti toreando esta clase de personal.
      Además, te devuelvo la crítica: demuestras bastante desconocimiento de la idiosincrasia africana. Aquí hay una cosa básica. Estos señores pidieron venir a visitarnos. Les propusimos un programa y lo aceptaron. Y no es de recibo que quedemos con ellos para uno de los tres días y no aparezcan. Yo he estado en el África subsahariana y me he adaptado a su caos y a sus rutinas, por educación y deferencia hacia ellos: donde fueres haz lo que vieres. Ellos sin embargo son incapaces de adaptarse a nuestro mundo y así les va. A mí me parece que nuestra sociedad es más avanzada que la suya, pero ya hablaremos más de este tema en posts sucesivos.
      Un abrazo fuerte.

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    3. En cuanto a ti, querida África, desde que has decidido usar este foro para chincharme, me pones las respuestas a huevo. ¿No crees que aquí quien se ha puesto estupenda eres tú? No sabes como añoro tus comentarios de épocas anteriores. Un abrazo también para ti.

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