jueves, 14 de octubre de 2021

1.091. El zurullo primigenio y otras digresiones

Esta vez, el título alude precisamente al tema con el que arranca este post. Ustedes que creen que están al tanto de la actualidad porque leen El País, o el inMundo en su caso, seguramente no se han enterado de la que para mí es la noticia de la semana, publicada ayer por la tarde en algunos otros medios. Resulta que en la localidad de Hallstatt, en los Alpes austríacos, un paraje desolado y medio congelado en medio de la nada, se sabe que existió una mina de sal que empezó a ser explotada hace unos 3.000 años, que se dice pronto. Ahora está abandonada, pero es un lugar, como Atapuerca, declarado Patrimonio de la Humanidad y donde un equipo de científicos excavan en busca de información sobre nuestros ancestros de la Edad de la Piedra y períodos posteriores. Pues bien, en recientes excavaciones, los científicos dieron con un cagallón (que decimos en Galicia) con aspecto de ser muy antiguo, pero sorprendentemente bien conservado. Las conclusiones de su análisis se han publicado este miércoles en la revista científica Current Biology.

Los modernos procedimientos de datación de restos determinan sin margen para la duda que este cagarro prehistórico, este zurullo primigenio, fue depositado en la antigua mina hace 2.700 años. En esa fecha, un minero al que le dio seguramente el apretón, no encontró mejor sitio para aliviarse que el propio lugar de trabajo y podemos imaginar que lo cubrió con la propia sal para que no emitiera aromas delatores. El ñordo fundamental se ha conservado en bastante buen estado a lo largo de casi tres milenios, debido a la temperatura constante de la mina, en torno a unos 8 grados C, y por el propio poder conservante de la sal. Así pues, el análisis de estas heces antediluvianas nos permite obtener una información valiosísima sobre la dieta de los mineros en aquellos tiempos primitivos. La plasta troglodítica se guarda ya en el Museo de Historia Natural de Viena y a simple vista se puede ver que parte de esa dieta estaba compuesta por mijo, cebada y alubias pintas. Bueno, a lo mejor eran alubias blancas o judiones, que han cobrado ese tinte más oscuro con el paso de los siglos.

Pero falta lo más sorprendente. Analizada en profundidad la composición de esta boñiga ancestral, se han encontrado trazas indudables de dos hongos muy significativos: el Saccharomyces Cerevisiae y el Penicillium Roqueforti. El primero evidencia que los mineros comían con cerveza de la buena y el segundo, que le daban al queso azul, tal vez tipo Roquefort, o a lo mejor en una versión más cercana al Cabrales o al Peñasanta asturianos. En este momento, ya imagino que algunos de mis lectores más desconfiados empiezan a pensar que les estoy tomando el pelo, la cosa suena a coña marinera, así que, para que no decaiga su interés, les voy a poner el enlace a un medio que da la noticia, para que comprueben que no me estoy inventando nada (ya les he dicho que si yo tuviera la capacidad de inventar cosas como esta, sería un escritor famoso). Hasta viene una foto del cagallón susodicho. En fin, han de pinchar AQUÍ.

Como han podido leer, se trata de la primera prueba jamás encontrada de que en época tan temprana el humano era capaz de fabricar queso, un alimento cuya elaboración requiere unos procedimientos bastante sofisticados y difíciles para los medios de la época. No pasa lo mismo con la cerveza, puesto que ya les conté en un post con el palindrómico título de Arriba la birra, que está demostrado que los sumerios, ese pueblo ancestral que pobló Babilonia hace unos 5.500 años y al que se atribuye la creación de la escritura y la rueda entre otros inventos decisivos, ya se ponían hasta las cejas de cerveza artesanal, como la que ahora se empieza a fabricar por todas partes, al rebufo de la moda yanqui de la craft beer.

La ciencia ha avanzado un montón y nos permite saber un montón de cosas que antes se atribuían a explicaciones mágicas o religiosas. Por ejemplo, la sonda Perseverance, que aterrizó en febrero en un aparente cráter de Marte, ya ha mostrado evidencias de que ese supuesto cráter era en realidad un antiguo lago, en el que desembocaba un río que hasta había formado un delta en la desembocadura. Falta ahora que se puedan analizar los materiales depositados en el fondo de ese lago, para que sepamos si hay huellas de que hayan existido seres vivos en el planeta. No parece descabellado pensar que Marte sufrió un proceso de calentamiento global, o algún cataclismo cósmico, que lo dejó reducido a un secarral de color rojizo, incompatible con cualquier clase de vida.

Es posible que la Tierra esté encaminada a un final de ese tipo, no lo sé, lo que tengo claro es que la Tierra puede seguir adelante sin el ser humano, un elemento que se está revelando como muy dañino para el entorno climático del planeta. La Tierra se está ya defendiendo de este incómodo colono, con inundaciones, terremotos, filomenas, tornados, huracanes y fenómenos puntuales como la erupción del volcán de La Palma, cuyo alcance final aún se desconoce y esperemos que no resulte mucho más catastrófico para los naturales de dicha isla, hasta ahora maravillosa. La ciencia permite descifrar las causas reales de este tipo de catástrofes que los antiguos atribuían a la ira de los dioses. Yo tengo bastante claro que fue el hombre quien creó a Dios a su imagen y semejanza (por eso se le suele representar con barbas y melenas blancas), como forma de explicarse cosas que parecían inexplicables.

En general, tiendo más a identificarme con las teorías expuestas por el biólogo francés Jacques Monod, premio Nobel de Medicina, que, al final de su vida, escribió un interesante libro llamado El azar y la necesidad, bastante famoso aunque no es de lectura fácil. Monod parte de la dualidad clásica de Demócrito: todo lo que existe en el Universo es fruto del azar o de la necesidad. Lo que es fruto de la necesidad responde a una intención, es algo que se planifica para que suceda de una forma determinada. Lo que se debe al azar, en cambio, ocurre de chiripa, por pura suerte. Y es fácil diferenciar en las cosas que se pueden ver o tocar cuáles responden a la necesidad y por tanto están fabricadas por el hombre o algún otro agente, como los nidos que fabrican los pájaros, y cuáles son fruto del azar y por tanto naturales.

Y Monod aventura una teoría: el hombre apareció en la Tierra como resultado del azar. Somos producto del azar en un universo completamente indiferente a lo que nos suceda. Toda la civilización, el progreso y el conjunto de la creación humana, surge en cambio de la necesidad. Es sólo una teoría, pero muy sugerente. Y este tipo de disquisiciones inciden también en el diseño. Me refiero a lo que está sucediendo ahora mismo en el parque Madrid Río. En los tiempos de Gallardón, se ganó como saben una gran superficie libre para la ciudad, al meterse en túnel los tramos de la M-30 que bordeaban el río. Esa gran superficie (unas 120 Ha) se sacó a concurso entre una serie de prestigiosos estudios de arquitectura, para que el ganador del certamen diseñara el nuevo parque. El jurado eligió una propuesta entre las presentadas, que era un ejemplo de parque urbano ultradiseñado.

Se construyó así, y puedo jurarles que en el nuevo parque no hay un solo árbol plantado (de un total de 33.000) que no se haya dibujado primero en un plano y que un diseñador lo haya mirado tras dibujarlo y haya pensado para sí: qué de puta madre está colocado ahí ese pino, es que queda cojonudamente. El resultado era un parque muy relamidito, con parterres conseguidos con piedra y ladrillo machacado para que fueran de dos colores, según la última moda en jardines. Cada fin de semana, los madrileños invadían el parque y los niños hacían zapatetas en los parterres poniendo todo perdido de esa gravilla de dos colores. Y cada lunes, los del mantenimiento debían barrer cuidadosamente los caminos para reponer cada tipo de gravilla en su sitio original.

Pero lo peor era el río. De acuerdo con los proyectos anteriores de canalización del Manzanares, el río era en realidad una sucesión de estanques separados por pequeñas represas que marcaban un salto de nivel del agua. Unos estanques de color azul oscuro, desprovistos de vida alguna y muy aburridos de observar. Pero llegó el cuatrienio de Carmena. Y se tomó la decisión de renaturalizar el río. ¿Cómo? Pues abriendo todas las compuertas y dejando que el río fluyera libre. Y observando lo que sucedía, para hacer un adecuado seguimiento. Y el río empezó muy pronto a hacer curvas dentro del cajero de hormigón, dejando nuevas islas a los lados, en donde empezaron a anidar patos y toda clase de aves acuaticas (hasta cormoranes he visto yo). El río adquirió continuidad con los tramos exteriores a la ciudad y empezaron a circular los peces originales de la fauna vernácula.

Y el río se convirtió en un espectáculo en sí mismo, bajo el sonido del agua que fluye y que tiene un efecto tranquilizador para los usuarios del parque. Esto ya se contó en el blog, y también que, tras la llegada de Almeida, se votó en el Pleno qué hacer y todos los grupos (de Más Madrid a Vox) votaron a favor de seguir con la renaturalización. Pero resulta que el río ha producido un diseño orgánico, natural, fruto del azar. Y ese diseño, que campa por sus respetos dentro del cajero del río canalizado, está ya desbordando del propio cauce, está invadiendo los laterales con su trazado aleatorio, comiéndose el diseño del que estaban tan orgullosos los ganadores del premio. Merece la pena que vayan a visitarlo. Podemos decir, pues, que un diseño elaborado por criterios de necesidad, está mutando a otro tipo de diseño basado en el azar.

No sé si es por hacer tanto yoga que me estoy volviendo más filosófico y profundo. O tal vez sea la influencia del otoño magnífico que estamos viviendo en Madrid este año. Otoño se llama precisamente el libro que me estoy leyendo para la segunda sesión de Billar de Letras que tendrá lugar el próximo martes día 19 de octubre. Su autora es escocesa y se llama Ali Smith. Es el primero de una tetralogía, que completarán Verano, Primavera e Invierno. Les diré que me está encantando, mucho más que el de la primera sesión, del que ni siquiera me pareció necesario comentar nada en el blog. Esta señora muestra un retrato desolador del Reino Unido inmediatamente posterior al referéndum del Brexit, cuando los ciudadanos empiezan a intuir que la han cagado. El libro y el tema del Brexit se merecen un post específico, que por hoy ya vamos teniendo bastante.

Mi primer otoño de jubilado, que me permite observar los cambios en la trayectoria del sol sobre mi terraza, con su jardín espléndido y los muebles recién reparados. La lucha continúa y mi vida sigue con entusiasmo renovado. Decía Churchill que la diferencia entre el triunfo y el fracaso no está en ganar siempre, sino en saber levantarse después de cada caída. Ese es mi objetivo en esta fase de mi vida. Como no les he puesto ninguna imagen en este post, les dejo con una foto, que viene al pelo de estas consideraciones. Es una pintada que todavía puede verse en una entrada de Metro de Madrid. Con ella les deseo que disfruten del nuevo finde que ya amaga detrás de esta noche que empieza. Sean felices si pueden.


4 comentarios:

  1. Es interesante tu punto de vista, pero no lo comparto del todo, porque no creo en el azar, ya que, para mí, el azar no existe en la naturaleza. El ser humano califica de azar lo que, en realidad, constituye una ignorancia inmensa de las razones y circunstancias que condicilnan los procesos naturales.

    El río ha ido ocupando unas zonas u otras, no por azar, sino porque así tenía que hacerlo, y si conociésemos todas las condiciones del cauce, hasta sus más ínfimos detalles, y las cambiantes condiciones del agua, hasta sus cambios de densidad, e incluso las variaciones climáticas, podríamos anticipar su comportamiento.

    No soy tampoco partidario del "makthub" ("estaba escrito"), pero eso plantea puntos de paralelismo que, a lo mejor, serían interesantes para una charla, en una tarde tranquila y después de habernos tomado varias cervezas (que es cuando uno puede filosofar mejor, e incluso jugar a ser
    teólogo)

    No por eso dejo de echar mi cuarto a espadas en la Lotería de Navidad; ¡Faltaría más!

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    1. Mi querido amigo, esto daría para discutir un año entero. Estoy de acuerdo en que seguimos atribuyendo al azar aquellas cosas cuyas reglas íntimas no hemos logrado descifrar; de hecho, toda la investigación en el terreno de la física cuántica va dirigida a conseguir identificar el factor aleatorio de los fenómenos que suceden en el mundo.
      Sin embargo, yo si que creo (moderadamente) en la suerte, porque me ha tocado vivir y presenciar malas y buenas rachas, que difícilmente pueden ser explicadas por otros factores. Lo del makthub, tampoco me mola nada, porque incita a la pasividad: si todo lo va a decidir Dios, yo no tengo que esforzarme. Es similar al inshallá de los musulmanes, que es una especie de "Dios proveerá".
      Dicho esto, yo ya he empezado a comprar décimos de la Lotería de Navidad, única cosa a la que juego en todo el año, a pesar de estar convencido de que no me va a tocar nunca, porque para mí es una actividad social en la que participo sin ningún convencimiento, por mor de conseguir que el resto de la gente me vea menos raro.
      Un fuerte abrazo.

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  2. Me gusta eso de organizar un texto a partir de un pedazo de mierda o de caca. Y me encantan las denominaciones sucesivas: cagallón muy antiguo, cagarro prehistórico, zurullo primigenio, ñordo fundamental, heces antediluvianas, plasta troglodítica, boñiga ancestral y finalmente cagallón susodicho. Todo un catálogo de denominaciones precisas. A su lado, resulta ridículo que en el artículo al que nos enlaza se diga que los mineros comían e "iban al baño" en el mismo lugar en el que trabajaban. ¿A qué baño?

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  3. Pues gracias por sus elogios lingüísticos. No me había fijado en lo de ir al baño. Se trata de un eufemismo un poco ridículo, pero no por ello menos extendido. Es equivalente a lo de "ir de vientre", uno va al médico por una colitis y el doctor le pregunta: "¿cuántas veces ha ido usted de vientre esta mañana?"
    Yo creo que lo más corriente es usar la palabra "cagar", que es la más común, o, si quiere usted ser un poco más alternativo y barriobajero, "jiñar", término divertido, que viene del calorro. También hay otros eufemismos más sofisticados como "visitar al señor Roca", "plantar un pino", "enviar un paquete a Portugal" o "hacer un cambio y que salga Makelele". Cualquiera menos los cursis "defecar" o "evacuar".
    Me viene a la memoria un cuento de Camilo José Cela, acerca de un profesor de instituto que era muy cursi y al que sus alumnos le pusieron el mote de "Don Agustín Cagapoquito". El mote era conocido en toda la escuela y, en las reuniones y fiestas de profesores, sus compañeros no dejaban de comentárselo, a lo que el aludido respondía enfadándose mucho y proclamando a voces: "Pero qué sabrán esos malandrines de lo que yo exonero".

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