miércoles, 15 de marzo de 2017

616. El dienteputo y otros alifafes

Corre el tiempo, tengo pendientes algunas entradas con más fotos e historietas de Birmania y ahora estoy bastante ocupado en el trabajo, con la puesta en marcha de los llamados Foros Locales, un nuevo instrumento de participación ciudadana por distritos, que se vertebra a través de mesas: la Mesa de Festejos, la Mesa de Salud, la Mesa de Medio Ambiente. Y la Mesa de Urbanismo. Mis jefes han decidido acudir a quince de estas mesas de urbanismo para darle a nuestros trabajos en marcha un consenso vecinal que los refuerce y confirme. Estas mesas se celebran por la tarde, a razón de tres por semana y yo estoy colaborando en la organización, empezando por cuadrar un calendario que nos permita cerrar una primera ronda antes de Semana Santa. Además, empieza ahora uno de los períodos punta de visitas institucionales, de otras ciudades y universidades, en las que sigo teniendo un papel destacado.

Por eso estoy escribiendo menos en el blog, porque estoy bastante entretenido por las mañanas, donde ahora se me pasan las horas a toda velocidad, sensación que hace tiempo no disfrutaba. Pero en paralelo, pues también tengo mis pequeños problemas de salud, propios de una persona de 66 años, que voy sobrellevando con paciencia y sobre los que quiero hablarles hoy, ya que en este blog se ha hecho siempre un cierto exhibicionismo de estas cosas, rayano en la impudicia, en el convencimiento de que reírse de estas pequeñas dolencias contribuye a desdramatizarlas, lo que es un primer paso para afrontarlas. La palabra alifafes, de clara ascendencia árabe, designa según el DRAE estos pequeños achaques o molestias físicas propias de la gente mayor como yo. En este momento, mis alifafes, por fortuna se reducen a tres y vamos a exponerlos punto por punto.

1.- El general De Gaulle. Así dimos en llamar al clavo de titanio de 25 centímetros que tengo insertado en la caña del húmero izquierdo, fuertemente sujeto al codo por dos tornillos. Como pensé que sería un compañero de por vida, me sentí obligado a asignarle un nombre. Inicialmente le llamé Konrad Adenauer, por reminiscencia del otro gran artífice del acuerdo que dio origen a la Unión Europea y solucionó la fractura que había generado tantas guerras y sufrimientos. Al principio el clavo se comportó como Adenauer, manteniendo unidas las dos partes de mi húmero. Pero, a medida que el callo de fractura (también bautizado: la señora Ashton) fue consolidándose y haciéndose más rígido, el clavo empezó a convertirse en un incordio, como lo fue De Gaulle en los últimos tiempos, cuando el mayo de 1968. Entonces empecé a pedirle al doctor Gárate que me lo quitara. Respuesta: hasta un año después de la operación, esa posibilidad no se puede ni plantear. Luego, ya veremos.

Transcurrido el año de cuarentena, he vuelto a llamar a Gárate (a la vuelta de Birmania) y he conseguido una cita para el próximo día 21. Ese día me harán un TAC y luego una consulta con el doctor que, a la vista del TAC, decidirá si se me libra de De Gaulle o no, y supongo que, en el primer caso, me dará ya la cita para la nueva operación. El general en mi brazo no me supone una molestia invalidante, pero da por culo. Les pongo un ejemplo. Hace unas noches estaba yo en una cena con más gente, cuando la deriva de la conversación me llevó a la oportunidad de hacerle un gesto de cariño a la chica que estaba a mi izquierda, a la que quise así mostrar mi apoyo a sus razonamientos. Levanté el brazo para pasárselo por los hombros a mi compañera y, en ese momento, mi brazo hizo un ruido espantoso: ¡¡CRACK!! Hasta tal punto que la chica lo escuchó, se sobresaltó y me miró aterrorizada: –¿Qué te pasa en el brazo?

Por supuesto que el momento prerromántico se fue al traste, ya saben que estas cosas se sostienen sobre entramados inmateriales muy sutiles. Siempre tuve al general De Gaulle como un parisién estirado y bastante puritano, que por eso no entendía el desmadre vital de mayo del 68. Así que espero que, con permiso del TAC, me lo puedan extraer, junto con sus tornillos malhadados, que durante un tiempo me ayudaron a consolidar la fractura, pero ahora no son sino un incordio. Libre de él, empezaré a nadar en serio, a hacer pesas y lo que haga falta.

2.- La colonia de okupas. Como saben, me hago colonoscopías con cierta regularidad, a la vista de mis antecedentes en este terreno. En la penúltima, hace unos tres años, aprovecharon que me tenían dormido para hacerme a la vez una gastroscopia (era la primera vez que me la hacían). Resultado: gastritis crónica por Helicobacter. Se trata de una bacteria que anida en el estómago y, previa patada en la puerta, se establece allí en plan okupa. Me preguntaron si padecía del estómago y les dije la verdad: que no. En ese momento, el protocolo a utilizar en estos casos rezaba: si la presencia del Helicobacter es asintomática, no hay que hacer nada. Y yo tan contento. Si tienes unos okupas que no hacen fiestas ruidosas, ni clavan clavos en las paredes, ni te destrozan el parqué, pues para qué molestarlos.

Antes de Navidad me hice mi última colonoscopia y gastroscopia. Resultado idéntico, gracias a Dios. Pero miren ustedes por dónde, resulta que en estos tres años el protocolo ha cambiado. Ahora se estima que no es bueno mantener ahí la colonia de intrusos. Hay que mandarles a los grises, a que los echen a porrazos. Al tratarse de una dolencia asintomática, en ningún caso se trata de una urgencia. Así que les dije que me dejaran pasar la Navidad, la cuesta de enero y el viaje de Birmania. Ya libre de circunstancias extraordinarias, estoy pendiente de que me den una cita con mi doctora de cabecera para que valore qué es lo mejor para mí y tal vez dictamine el desahucio inmediato del Helicobacter y su familia. Ya les iré contando.

3.- El dienteputo. Para ilustrarles este problema, recurro a repetir algunas fotos de las publicadas por mí en el blog, algo que no hago casi nunca. Vean y juzguen por sí mismos.



Sobran los comentarios. Es evidente que tengo un diente paleto bastante horrible, que me hace sonreír siempre con una especie de mueca, muy alejada de las carcajadas con las que me me despachaba antes de tener este problema. De todas formas, el asunto viene de lejos. Creo que más de diez años. Yo tenía mi diente bien, cuando se me montó una infección del carajo y el diente se me puso perpendicular, hacia fuera, una cosa horrorosa. Fui a un dentista que me dio antibióticos y procedió, en sus propias palabras a matarme el nervio. Después de una serie de sesiones, un día me dijo ya está. me miré al espejo y el diente estaba igual. Protesté y el dentista me dijo que eso que me pasaba no era cosa suya, que él había hecho la parte de su trabajo y que el resto era cosa de un ortodoncista. Me agarré tal cabreo que ya no volví más a ese dentista. Me había solucionado la infección y me había matado el nervio, pero yo seguía teniendo el diente perpendicular a los demás y encima torcido. Dienteputo fue un etarra histórico que debía de tener un diente horroroso. Pues nada comparado con el mío.

Entré entonces en el mundo de un nuevo dentista, con el que sigo. Este me tomó bajo su tutela y me mandó a una ortodoncista de su confianza. La señora, que era bastante pija y pepera, me cobró una pasta y me mejoró el diente algo. Me lo dejó en paralelo a los otros, pero con un hueco muy grande con el otro paleto, como se ve en las fotos de arriba. Le dije que por qué no seguíamos trabajando con el diente, hasta dejarlo como estaba antes de mi infección. Me contó una milonga: que ya habíamos hecho lo razonable y que algunas actrices de Hollywood, como Madonna, se habían sometido a operaciones estéticas para conseguir una separación como la mía, que era lo que se llevaba ahora. Hay que joderse. Lo dejamos allí. Pero he de decir que me cobró un pastal, como se imaginan. Y que me dejó condenado a dormir de por vida con una prótesis de plástico transparente que me debía poner cada noche antes de acostarme, para evitar que el diente volviera a su querencia de ponerse perpendicular. Si una noche no me la ponía, a la siguiente me dolía un montón al momento de ponérmela, porque el diente ya se había movido.

He vivido con esa mierda años. En el viaje a Rumanía, me la dejé olvidada en un vaso en el hotel de Bucarest. Llamamos desde el autobús y me confirmaron que la tenían. Cuando volvimos a Bucarest para tomar el vuelo de vuelta, me la entregaron envuelta en un plástico estéril. Y vi las estrellas cuando me la puse después de una semana. Pero, con todos esos manejos, el jodido dienteputo empezó a moverse. Estaba claramente suelto. Antes de mi viaje de Birmania, fui a mi dentista. Me dijo que el diente estaba perdido. Me llevé un antibiótico a Birmania, por si acaso se me caía en el viaje. Y procuré morder con cuidado. Ahora espero una nueva consulta dental, para ver cuándo y cómo empezamos el proceso de ponerme un implante.

Resumiendo: que estoy pendiente de tres citas médicas: seguimiento del General De Gaulle, revisión de digestivo para ver qué hacemos con la colonia de okupas y comienzo del proceso de implante. Ya les iré informando. Sean buenos. Y no se quejen, que cada uno lleva lo suyo como puede.

No hay comentarios:

Publicar un comentario