viernes, 28 de octubre de 2016

568. Tokio blues (con Reikiavik en la mente)

Casi finalizando mi semana de trabajo, he de compaginar mis informaciones japonesas, más que nada para que no se pierdan en el olvido, con la actualidad rabiosa del día a día. Y no me refiero a la investidura de Rajoy, por Dios, qué tema más aburrido. Después del harakiri del PSOE, estaba claro que tenían que abstenerse. ¿Por qué? Pues porque la alternativa era ir a unas terceras elecciones en las que, con toda seguridad, bordearían un ridículo histórico. Julio Llamazares lo explica con una metáfora precisa: el PSOE es como esos boxeadores que ya ven imposible ganar y se abrazan al contrario para perder por KO técnico, evitando el bochorno de perder por KO absoluto. Una imagen cruel pero certera. Así que lo que Rajoy les ofrece no es el abrazo del oso, sino otro muy diferente: un abrazo misericordioso al boxeador sonado.

Con estos sobresaltos, casi nadie se ha enterado de que en Islandia hay este sábado unas elecciones generales cruciales. Ya saben que me encanta tirarme el moco cuando me adelanto a alguna noticia. Pues nada menos que en el pasado mes de julio dediqué un post a este pequeño y poco poblado país, con motivo de la meritoria participación de su selección de futbol en la Eurocopa que se estaba entonces celebrando. Pueden comprobar AQUÍ que en tan temprana fecha ya les hablaba yo del Alpingi, el parlamento islandés, y de la presencia en él de una representación del Partido Pirata, encabezada por la señora Birgitta Jónsdóttir, un hecho ciertamente singular en las naciones europeas actuales. Bueno, pues la señora o señorita Jónsdóttir parece tener serias posibilidades de alcanzar el poder en Islandia, en una posible coalición de todos los grupos de izquierdas, entre ellos uno que se llama Futuro Brillante.

Si piensan que les miento, pueden consultar AQUÍ  AQUÍ una precisa información al respecto del portal de noticias Telam. Verán que Birgitta Jónsdóttir es una conocida poetisa y colaboradora de Wikileaks, bastante guapa en mi opinión, que encabeza un grupo de anarquistas, hackers, antisistema y frikis diversos. Desde julio han sucedido muchas cosas en Islandia, entre ellas la aparición en los Papeles de Panamá de la esposa del primer ministro, que se vio obligado a dimitir de su cargo (como nuestro ministro Soria), lo cual llevó a la convocatoria de las elecciones de este sábado. Si realmente ganan los piratas, será un hito mundial (existen partidos piratas en toda Europa, incluida España). De todas formas, habrá que esperar, que yo no me fío nada de las encuestas.

Los islandeses son un pueblo que me resulta muy simpático. Bueno, la verdad es que ahora mismo, con la excepción de los catalanes, casi todos los pueblos del mundo mundial me resultan simpáticos y atractivos. Incluidos, por supuesto los japoneses. Nada más llegar al país y tras 60 kilómetros de conducción por la izquierda, nos vimos sumergidos en la metrópolis por antonomasia. Tokio tiene 13 millones de habitantes en su término municipal y 35 en el total del área metropolitana, lo que la convierte en la mayor aglomeración de población del mundo. La metrópolis incluye, por ejemplo, a Yokohama, la segunda ciudad del país por número de habitantes, que está junto a Tokio sin solución de continuidad. En centro de Tokio es una masa de rascacielos a cuyos pies circula una multitud abigarrada y festiva, con diferentes disfraces según las distintas tribus urbanas, entre el bombardeo permanente de mensajes publicitarios que te atacan por todos lados y una iluminación nocturna ciertamente generosa. 

Caminando por Tokio, uno se siente como si estuviera en medio de la película Blade Runner (Ridley Scott se inspiró en Tokio para crear sus escenarios), a falta sólo de los vehículos voladores. Y de los robots llamados replicantes, aunque de esta ausencia no estoy tan seguro. El centro de la marcha nocturna, el botellón, la prostitución y los rockeros con chaqueta de cuero, es el barrio de Shinjuku, en la zona Oeste del centro urbano. Y allí estaba precisamente nuestro hotel para cuatro noches en Tokio: el Gracery Shinjuku Hotel. Y se preguntarán ustedes: es posible que exista un lugar tranquilo para dormir en pleno centro del mogollón? Pues sí. Porque el Gracery está situado en un rascacielos, cuyas primeras siete plantas están ocupadas por unos cines Imax. La entrada al hotel da a un pequeño hall, con unos ascensores que sólo paran en los pisos 1 y 8. En la planta 8 del edificio están la recepción, la cafetería y una pequeña azotea, en donde hay una cabeza gigante de Godzilla vigilando a los botellónidos. Otro ascensor te sube desde allí a las habitaciones, a las que no llega ruido alguno (la mía estaba en la planta 15). Aquí unas fotos del hotel.




El primer día llegamos a mediodía con un jet lag de la leche y, para conjurarlo, nos fuimos a recorrer la ciudad en cuanto hicimos el chek-in en el hotel. Visitamos el barrio de Ginza, en la zona Este, más próxima al puerto. Es éste un barrio elegante, donde se concentran las tiendas de las marcas más prestigiosas. En las horas centrales, algunas calles se reservan a los peatones, y luego se abren a los coches al anochecer. Abajo les dejo otras fotos, porque ya saben que una imagen vale más que mil palabras. Basta con unas fotos para expresar lo que es Tokio mucho mejor que con algo que yo les escriba. De todas formas, nada comparable a estar en el centro del lío. Las fotos no muestran la escala real de los espacios.





Esta última imagen corresponde a la marca Uniqlo, que confecciona unos plumas extraordinariamente ligeros. Hace años que llevan diciendo que esta marca va a abrir una tienda en Madrid (ya las hay en París, Roma y otras ciudades europeas), pero no se acaba de concretar. Yo me compré una chamarra en la tienda de Kyoto y la he llevado puesta toda esta semana. En Ginza está el teatro Kabuki en donde sufrí la agresión culera de la que les hablé. La visión del espectáculo es ciertamente pintoresca (vimos una obra de media hora). En un escenario limpio, con un telón atrás que representa un paisaje hay dos filas de músicos a los lados: cuatro cantantes, cuatro percusionistas y cuatro que manejan una especie de charamitas. Entre todos componen un marco sonoro hipnótico, a cuyo ritmo se desenvuelven los actores, totalmente maquillados y con falsas calvas, que van saliendo de un biombo en la parte trasera.

Han de saber que el Kabuki es el estilo más popular del teatro japonés. El otro, el llamado Teatro No, es el preferido de las élites y, al parecer, es mucho más abstruso e ininteligible para un occidental. El Kabuki gusta a todo el mundo, como comprobamos a la salida del teatro. En la explanada frente al edificio se veía salir a tipos con aspecto de ministros, encorbatados y solemnes, que caminaban hasta unos coches no menos imponentes, en donde les sujetaba la puerta un chofer, con aires de miembro de la Yakuza, con uniforme y guantes blancos. Además, salían abuelas arrugaditas y encorvadas, acompañadas por sus parientes más jóvenes. Estas abuelas se habían puesto de tiros largos para la función, como las negras de Harlem cuando van a misa. Y todo el mundo se conocía y se saludaban sonrientes con series interminables de reverencia. La salida del Kabuki es como la de los toros en España a comienzos del siglo pasado.

Tengo cientos de fotos de Tokio, esto es sólo una selección. Ya saben que me gustan mucho las ciudades grandes y aquí me encontré en mi salsa. Además de los barrios citados, conviene saltar una noche a la isla Obaida, una antigua zona portuaria reconvertida en zona de ocio. Y visitar los numerosos monumentos de la ciudad (cualquier guía les seleccionará los más destacados). Me fui con pena de Tokio, una ciudad que merece pasar allí más de cuatro días. La siguiente parte del viaje se desarrollaba por zonas más rurales, interesantes para hacer turismo, pero a mí lo que me gusta es el asfalto. Me compensó luego la estancia en Kyoto, un lugar interesantísimo. Pero tengo todavía el Tokio blues. Algún día volveré, como vuelvo siempre a New York. Les dejo con unas imágenes nocturnas. Que pasen un  buen finde.

 

  


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