lunes, 20 de junio de 2016

520. Nacionalismo, violencia y humor

Un lector a quien no tengo identificado me acusa de ser un hater (de hate, odio) en relación con el tema del nacionalismo. Tal vez tenga razón y, desde luego, es una de los pocos temas sobre los que tengo una opinión clara y rotunda, en un mundo en el que estamos sometidos a un bombardeo de información del que no suelo creerme casi nada. Digo que tal vez tenga razón este lector, porque estoy convencido de que el nacionalismo es un virus que ataca a los pueblos y, a lo mejor, yo estoy saturado de anticuerpos generados por ese virus. Creo que ese virus se expande siempre de forma interesada por determinados políticos localistas y ataca indistintamente a pueblos de idiosincrasia muy variada. Por ejemplo, en el caso de la antigua Checoslovaquia, fueron los eslovacos, la mitad más pobre, la que insistió en separarse. Algo no muy usual.

También creo que algunos pueblos consiguen superar el virus por sí mismos, como por ejemplo, el Quebec en Canadá, los escoceses en Gran Bretaña, los flamencos en Bélgica o los vascos en España (a los gallegos nunca llegó a afectarles de forma mayoritaria; por eso nunca han querido hacer una consulta, porque esa es otra característica intrínseca del nacionalismo: sólo insinten en hacer referendums y consultas cuando piensan que pueden ganar). La historia de estos pueblos que he citado, es diferente y no sé si la conocen en detalle, pero se la resumo. En Canadá se hicieron dos consultas que perdieron los independentistas quebecquoises, la última por los pelos. Entonces, el gobierno canadiense consultó al Tribunal Supremo si los independentistas podían seguir convocando consultas indefinidamente, hasta que ganasen, o qué cachondeo era ese. El tribunal respondió con una resolución impecable, la llamada Clarity Act, en donde se definen las condiciones en que una región puede separarse de su estado madre. Esta ley canadiense, es considerada ahora en todo el mundo como jurisprudencia para este tipo de procesos.

Lo que dice la Clarity Act es que, para eso, se requiere un acuerdo entre el gobierno central y el regional, en donde se determine el paso a paso del proceso a iniciar. Ese acuerdo, una vez suscrito, se somete a referéndum en la región que quiere separarse, consulta que ha de ganarse por un porcentaje que se fija en el propio acuerdo, porque puede que no se considere suficiente un 51% pelado. En Canadá, ya no se volvieron a hacer más consultas y, en las siguientes elecciones generales, los secesionistas se vinieron abajo. En cuanto a Escocia, el viejo zorro Alex Salmond, cuando fue elegido presidente con una mayoría holgada, fue a ver a Cameron y le sacó un acuerdo para convocar una consulta. Es decir, que el proceso escocés se ajustó escrupulosamente a la Clarity Act, algo que no sucede en el proceso catalán, donde no hay acuerdo previo de los dos gobiernos.

Lo que no se sabe es por qué Cameron tragó con eso. En su día ya se dijo en este blog que este señor es bastante tonto (dicho esto con los debidos respetos). Yo creo que Cameron entró al trapo escocés como una frivolité. Luego, cuando vio los sondeos que amenazaban con una victoria de los secesionistas, se asustó y sacó de la nevera a Gordon Brown, para que dijera a los escoceses que, desde Londres, se les quiere mucho. Lo de ahora del Brexit, es otra frivolité. Cameron quería únicamente mejorar su situación relativa dentro de Europa y ya lo ha conseguido en este ínterin. Y ahora, está acojonado de que el Brexit gane y él pase a la historia como el idiota que propició tal desastre. Por eso ha vuelto a sacar del congelador a Gordon Brown, porque ya no sabe cómo frenar el asunto. Lo siento, pero creo que este señor es muy tonto. Casi tanto como Hollande, Rajoy, Zapatero y otros. El mundo tiene un problema grave de falta de liderazgo político.

Los secesionistas flamencos, por su parte, han declarado solemnemente que, una vez que han conseguido todo lo que querían, incluso la total autonomía política y económica, renuncian a deshacer Bélgica. En realidad, son ya dos países en un solo estado, pero saben que, si se empeñan en separarse formalmente, los van a echar de Europa y van a sufrir económicamente por una cabezonería absurda. Y nos queda hablar de los vascos. Sin ánimo de insultar a nadie, yo creo que a los vascos se les ha pasado la tontería, esa tontería que está en plena efervescencia en Cataluña. Se lo creerán o no, pero yo tengo algunos amigos catalanes independentistas, con los que mantengo la amistad por el sistema de que hay una serie de temas sobre los que no podemos hablar. No podemos hablar, no porque yo no quiera, sino porque ellos conocen mis posiciones y se ponen enseguida muy nerviosos y muy tensos. Hace unos veinte años, me pasaba lo mismo con mis amigos vascos, con el agravante de que allí se ejercía una violencia sistemática sobre la parte de la población que no estaba por la labor. Y yo perdí muchos amigos, por esa imposibilidad de hablar de ciertos temas.

En general, mis amigos de entonces sostenían que compartían con ETA sus objetivos, pero no sus métodos. Y yo les decía que a mí lo que no me gustaba de ETA eran sus objetivos, que con semejantes objetivos era muy coherente que usaran el tiro en la nuca y el coche bomba. Claro, así me quedé sin amigos vascos. Pero la violencia nacionalista no se queda sólo en el tiro en la nuca y el coche bomba. Los catalanes presumen orgullosos de que su movimiento es pacífico, y por ahora lo es, pero en cualquier momento puede surgir un bárbaro que se tome las cosas al pié de la letra. Y hay otras formas de violencia. A mí me ha contado un amigo, nada sospechoso de fascista (es miembro de Podemos) que, hace muy poco, en un bar de playa cerca de Salou, llegó con su chica, pidió dos cañas en español y ni le contestaban. La chica, que es valenciana, se dio cuenta del tema y las pidió en catalán, y entonces se las pusieron al instante.

¿Es eso violencia, o simple estupidez? En los años de plomo del conflicto vasco, yo recuerdo un caso que podría ser similar. Estaba yo con unos amigos en la cola de una cabina de teléfonos (en aquellos tiempos había cabinas telefónicas) y, cuando se quedó libre, unos tipos de aire violento se colaron. Fuimos a protestar y nos dijeron que ellos eran unos gudaris y tenían preferencia para llamar y que nosotros éramos unos putos españoles y que nos jodiéramos y esperáramos a que ellos terminasen. Pueden encontrar muchas historias de ese tiempo en los libros de Fernando Aramburu, un tipo que se tuvo que ir a Alemania para poder escribir en libertad. Las cosas no son así ahora en el País Vasco. Precisamente la aparición de la violencia fue clave en esta deriva actual. Hubo un momento en que se puso por delante la paz a la independencia. Primero, que callen las pistolas y luego ya veremos.

Ayudó mucho a este proceso el sentido del humor y sobre todo el programa de la televisión local Vaya Semanita, en donde se empezaron a reír por igual de todo el mundo, vascos y españoles. Borja Cobeaga, uno de sus directores, es también el responsable de algunas películas muy recomendables, como Pagafantas, además de ser coguionista de Ocho apellidos vascos. Una película suya excelente y menos conocida, se llama Negociador (2014) y narra la peripecia del último intento de negociar con ETA, el impulsado por el socialista Jesús Eguiguren por instrucción de Zapatero. Se la recomiendo encarecidamente, si quieren conocer la forma en que esa negociación se intentó. El guión está inspirado en el relato del propio Eguiguren, a quien en la película lo interpreta el excelente actor gallego Ramón Barea, que hasta pone cara de vasco y todo.

En la televisión de Cataluña hay un programa similar, que se llama Polonia pero, por lo que he podido pulsar, todavía no se ríen de ellos mismos. Sólo de los españoles. Todo llegará. Ahora mismo, la cosa no está para bromas. A unas chicas que tenían un stand a favor de la selección española de fútbol ya les dieron de bofetadas y a Albert Rivera le interrumpen los mítines con gritos de independencia. En fin, yo confío en que a los catalanes se les pase también un día la tontería. No sé si por la vía quebecquoise, por la escocesa, por la flamenca o por la vasca. Pero espero por su bien que se les pase. Aunque están en un punto bastante peligroso. Pero el pueblo tiene sentido común. De momento ya han tenido la suerte de desenmascarar a Pujol y su familia de lladres y de quitarse de en medio al impresentable de Artur Mas. De Puigdemont, todavía no se ha dicho nada malo en este blog (pueden comprobarlo). Para empezar, un tipo que es capaz de tocar una guitarra eléctrica y salir a un escenario apoyando a un grupo que se llama Sopa de Cabra, ya tiene, para mí, un punto a favor.

4 comentarios:

  1. Pues yo estoy con usted si es verdad lo de "hater". Recuerde la frase: Nacionalismo = Catetismo ilustrado.
    Aunque todo el mundo tiene derecho a enarbolar lo quiera, yo propondría una "prueba del algodón": Si a cada uno de los que enarbolan una "estelada" se les cobrase simbólicamente 50 céntimos estoy completamente seguro que no habría más de cinco en un estadio.
    Cuídeseme don Emilio que ya no estamos para muchos inventos.
    Un abrazo.

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    1. Estoy de acuerdo. Yo ampliaría la medida a los que tocan la bocina en las calles de Madrid. Si cada vez que la tocaran tuviesen que pagar 50 céntimos, habría mucho más silencio. Y mucho mejor, una pequeña descarga eléctrica en los huevos.
      Un abrazo, amigo.

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  2. Bueno, tú siempre catalogas de bolos a los belgas. Tal vez no recuerdes tus clases de historia del bachillerato; te refresco la memoria: En la ola nacionalista que sacudió a Europa en 1830, la única revolución que triunfó fue la de los belgas: Se separaron de Holanda, menudo éxito, así que, sí, son muy listos.

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    1. Es que son bastante bolos, como he podido comprobar en mis propias carnes. Se empecinaron en separarse de Holanda, contribuyeron a cargarse la Gran Holanda que era una potencia mundial y, desde entonces, tanto los franceses como los holandeses hacen chistes de belgas. También me ha tocado comprobar cómo, en las montañas del sur de Polonia, hacen chistes de eslovacos. Todos estos chistes son similares a los que hacemos nosotros con los de Lepe (desconozco por qué)
      O sea que sí, que son unos bolos, lo que pasa es que los catalanes van camino de superarles en la bolez. Como alguien no lo remedie, dentro de poco serán independientes y todo el mundo hará chistes de catalanes.

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