miércoles, 21 de febrero de 2024

1.270. Investigación sobre los palominos

Escribo desde París en mi primer día un poco tranquilo y calmado, tras el carrusel acelerado de eventos que han sido estas jornadas precedentes desde que aterricé en el Charles De Gaulle y les escribí un autentico post a la carrera, en la mejor tradición de este blog. Son también las primeras horas que paso en soledad, algo a lo que estoy bastante acostumbrado en mi vida cotidiana de Madrid, al contrario que estos días en los que me he sumido en una vorágine colectiva entre mis hijos, sus chicas, sus amigos y el gran Alain Sinou, una persona arrolladora, torrencial, portentosa, súper divertida e incansable que tras unos días de convivencia, te deja exhausto.

El miércoles pasado llegué a Paris, me senté en un cafetín del aeropuerto y me pedí una quiche lorraine con una cerveza, porque no había comido nada desde el desayuno en mi casa. Allí en la mesa saqué el ordenador, completé mi post anterior y lo publiqué. Me dirigí entonces a la estación del RER en donde me saqué un billete de ida y vuelta a la ciudad, además de recargar mi tarjeta del Metro con diez viajes adicionales. Tomé el ferrocarril suburbano y siguiendo las indicaciones que me había mandado Alain en un Whatsapp, conseguí llegar al portal de su casa, cerca de la zona de Bercy. Mi amigo se conserva bien, se cuida bastante ahora y está bastante ilusionado con su próxima jubilación como profesor y su futuro trabajo para una ONG con la que ya está en contacto.

Echamos toda la tarde en su casa poniéndonos al día de nuestras respectivas novedades y planes, pero sin hablar nada de trabajo. Al anochecer, Alain preparó una cena de pescados con chucrut y una salsa cremosa, que dijo tratarse de una receta alsaciana. Cenamos estupendamente y nos fuimos a dormir. Alain tiene una casa muy confortable y espaciosa, decorada con esmero con los recuerdos que ha ido recolectando en sus incontables viajes por todo el mundo. Había dormido allí en una ocasión, antes de la pandemia y la recuerdo como una casa con cierto nivel de ruido por el tráfico de la calle. Ahora es una casa silenciosa, gracias a las políticas de movilidad que ha implantado la señora Hidalgo, tan diferentes a las que mantiene el inefable alcalde de Madrid. Dormí como un bendito y el jueves me levanté descansado. Desayunamos y dedicamos la mañana a trabajar.

Preparamos la clase del día siguiente, revisamos mi presentación, en la que Alain me sugirió una serie de cambios que me parecieron muy oportunos, porque siempre ven más cuatro ojos que dos. Y también terminamos de configurar el programa de su visita a Madrid con los alumnos del máster en la primera semana de abril. Cerrados los temas de trabajo, nos organizamos un tentempié con un par de ensaladas rápidas que preparó Alain, mientras yo bajaba a comprar una barra de pan. Tras recoger la mesa, nos fuimos a caminar por la ciudad. Alain quería mostrarme una zona de colonias de hotelitos, construidas en los años veinte para albergar a los obreros de las fábricas del entorno, que luego se fueron vendiendo y ahora son morada de bobos (bourgeois bohemes), los únicos que pueden comprárselas. Es una zona del sur, en el entorno de la Place d’Italie, donde ya no queda ninguna de las industrias originales. Tomé muchas fotos curiosas de este tejido urbano antiguo, que sobrevive por las políticas de protección del patrimonio arquitectónico, similares en todas las ciudades. Aquí algunas de ellas.








Alain no es muy partidario de los selfies, pero conseguí que posara a mi lado para uno. Aquí lo tienen.

Volvimos caminando hacia su casa, que es una tirada importante. Rebasando la Place d’Italie, llegamos a un conjunto construido en los años 70, un poco a la manera del AZCA o el Barbican de Londres que les mostré hace poco. Son muchos metros cuadrados de viviendas en torres de apartamentos, además de oficinas, y un gran centro comercial situado en posición central. Y lo curioso es que se ha convertido en uno de los dos barrios chinos más grandes de París. Según Alain, al final de la guerra de Vietnam, la numerosa colonia china de Saigón decidió marcharse a occidente, en previsión de lo que les pudiera deparar la unificación con el Vietnam del Norte comunista. Tenían dinero, vinieron a París y compraron pisos en este complejo, que se estaba terminando. Y luego, los habitantes de otras etnias se fueron viendo más o menos expulsados. El centro comercial, que recorrimos de un extremo a otro, está lleno de tiendas y restaurantes chinos. Vean algunas imágenes del conjunto.



Como pueden observar en la foto de abajo, estos nuevos barrios, tenían siempre un enorme parking de muchas plazas, al que se entraba por el nivel menos 2. Y en el nivel menos 1 estaba el centro comercial, sobre el que había un gran espacio libre central de tratamiento duro con las terrazas de los bares. Un ejemplo prototípico del urbanismo salvaje de los 70, basado todo él en el automóvil, del que fuimos cómplices los arquitectos como gremio y como profesión, puesto que estos proyectos se cobraban en función de los metros cuadrados construidos, aunque las plantas de las miles de viviendas fueran de diseño idéntico. Es decir, uno diseñaba una vivienda pero, si se hacían 2.000 iguales, se cobraba por 2.000, no por una. No quiero decir que me parezca mal, sino que esto estuvo en el origen de que los arquitectos quedaran en manos de los promotores, que tomaban las decisiones más importantes de cada proyecto, y también está en el origen del hecho incontestable de que los barrios construidos en esos años sean todos bastante feos, con escasas excepciones.

En cuanto al origen de los chinos, Alain acostumbra a fabular un poco (como yo), pero en este caso su historia es totalmente creíble: conozco un caso similar con los chinos de Hong Kong. Cuando China llegó a un acuerdo con Gran Bretaña por el que la ciudad terminaría por pasar a dominio chino en unas cuantas décadas, miles de residentes en la ciudad emigraron a Vancouver, en donde tenían primos lejanos que habían llegado allí a finales del XIX para trabajar en la construcción del ferrocarril. La transición hacia el régimen comunista iba a ser lenta, pero muchos decidieron irse cuando aún se podía. La Revolución Cultural daba todavía mucho miedo (y lo sigue dando) y esta gente se había criado en una ciudad de vida perfectamente occidental y no querían cambiar sus rutinas. Vancouver es hoy la ciudad con mayor población china fuera de la República Popular.

Volvimos a casa a descansar un poco y salimos de nuevo, esta vez para cenar. Teníamos que coger el Metro al Marais, en donde Alain había reservado en el restaurante El Hangar, un lugar de moda y con precios medios. Le propuse invitar yo, pero me dijo que no, porque nos pagaba la universidad, en compensación de que yo renunciaba a los tres días de hotel a los que tengo derecho como profesor colaborador. Cenamos estupendamente, en mi caso un strogonof delicioso, y corrimos bajo la lluvia a coger el Metro de vuelta. Y otra vez volví a dormir bastante bien, a pesar de que al día siguiente tenía que dar una clase de dos horas en francés, sobre un tema que nunca he contado. Pero ya saben que no me pongo nervioso con estas cosas; faltaría más después de casi treinta años que llevo dando clases y conferencias.

El viernes, Alain se levantó y salió tempranito casi sin hacer ruido, porque tenía otras clases en la universidad. Yo me levanté sin prisas, me duche, me afeité, hice las maletas y bajé a coger el Metro. Llegué en hora a la universidad Paris-Huit, localicé a mi amigo y nos reunimos con los alumnos, que nos esperaban ya en el aula. Alain me había advertido de que los alumnos de este año eran más flojos que los de años anteriores, entre otras cosas porque han cambiado el sistema de selección, pero yo desde el primer momento conecté bastante bien con ellos y me parecieron chavales muy interesados y proactivos. El tema central era las formas de organización y diseño de los espacios públicos y zonas verdes de la ciudad, y ellos sacaron el tema asociado de la gentrificación, del que yo no tenía pensado hablar, pero que finalmente acaparó un buen tramo de debate.

Es obvio que cualquier actuación de mejora del espacio público causa la expulsión de una parte de la población original, que prefiere vender su piso y marcharse a otro barrio. Yo creo que es algo inevitable, pero que no es muy dañino siempre que se mantenga en una proporción determinada. Por ejemplo, en un 10 o en un 15%. Es una reflexión de mi cosecha, de la que no estoy totalmente seguro y así se lo dije a los chicos. Y mi visión del tema se ajusta al modelo español en el que la mayoría de los habitantes son propietarios. Con los inquilinos la cosa no funciona así y muchos de ellos se ven obligados a irse por la presión de sus caseros. Al final le dije a Alain que los chavales eran buenos estudiantes, con inquietudes y curiosidad. Con una media sonrisa, me dijo que era yo el que los había motivado, algo que él no conseguía de la misma forma.

Más alimento para mi ego, por si no tenía bastante. Recogí mis trastos y mi equipaje y tomamos el Metro hasta La Chapelle, muy cerca de la casa de Kike, adonde debía llegar en torno a las cinco. Paramos a comer en un restaurante lleno de árabes (ninguna mujer), en donde por fin Alain me dejó pagar. Nos despedimos con un abrazo hasta el lunes y caminé hasta la casa de Kike, donde subí los seis pisos de escalera para dejar allí mi maleta y quedarme sólo con la mochila para ir a Lille. Un rato después, Kike y su chica Clarice (así la llamo yo en honor a Clarice Lispector, mote que me consta que no le desagrada), bajaron conmigo a la calle para llegarnos hasta la Gare du Nord a coger el TGV, bien cargados con numerosos pertrechos, como sábanas, edredones y toallas, porque íbamos a una casa que nos dejaba una amiga de Lucas, que ya nos esperaba allí y no tenía ni idea de si había de todo eso en la casa.

El tren a Lille tarda una hora y llegó en punto. Lille es una ciudad a la que le tengo mucho cariño; Lucas ha vivido allí casi siete años y yo le he visitado muchas veces, como se ha contado en el blog. Es una ciudad casi más belga que francesa, con mucha vida callejera y cultural, donde siempre hay bares con música en directo hasta altas horas de la noche y donde hay también mucho rollo multicultural, sobre todo con marroquíes y argelinos, como en las ciudades belgas. Lucas lo pasó aquí muy bien, aquí conoció a su pareja Laura con la que vive en Londres y aquí conserva muchos amigos. De hecho, él estaba en Lille desde unos días antes de que nosotros llegáramos. Cogimos el Metro para ir a la casa de Lesly, la amiga de Lucas, en donde ya nos esperaba él. Laura llegó desde Londres algo más tarde, bajamos a comprar unas cervezas y algo para cenar y nos lo comimos en buena armonía.

El sábado fue un día muy grato para mí. Desayunamos en la casa y salimos a callejear por Lille. A mediodía habíamos reservado para comer los seis (con Lesly incluida), en un estaminet, que es como se llaman los restaurantes tradicionales en esta zona. Se trataba de celebrar mi cumpleaños con dos días de anticipación, y nos calzamos unas carbonades estupendas, creo que es la mejor versión que he probado de este guiso de carne con una salsa oscura con regustos como de chocolate, que se come acompañado de patatas fritas y ensalada. Aquí unas imágenes del día.




Tomamos cafés, caminamos de vuelta a la casa y descansamos un rato para poder salir luego a disfrutar del Lille Saturday Night. El resto del viaje hasta mi vuelta a Madrid lo vamos a dejar para el siguiente post, porque quiero centrarme ahora en un tema sobre el que llevo tiempo pensando y que esa noche dio un avance sustancial. Me refiero a la forma en que se designan en los diferentes idiomas esos restos que se quedan en los calzoncillos o bragas, generalmente secos y de color oscuro y sobre los que se bromea siempre con los niños simulando regañarles por haberse limpiado mal, pero en el fondo quitándole importancia y haciendo de ello un motivo para la diversión. Es este un tema sobre el que nadie escribe, como tampoco se escribe sobre pedos, que son otro motivo ancestral de diversión siempre reprimido por las religiones y las normas de la buena educación. Sin embargo, yo he escrito bastante sobre pedos, como se puede comprobar en la etiqueta Culopedopis, aquí a la derecha.

Tenía este tema olvidado, hasta que mi hijo KIke, en su visita más reciente a mi casa, reflexionó al respecto con una de sus frases siempre certeras y demoledoras: Papá, no entiendo la manía que tenéis los boomers de compraros calzoncillos blancos, yo los tengo todos de colores; ¿será para que se vean bien los palominos? Palomino es una denominación típicamente levantina, que se usa desde Cataluña hasta Murcia y en mi casa, de procedencia materna alicantina, siempre se utilizaba de forma jocosa. Sin embargo, por la parte manchega y toda la España interior, es más frecuente el uso del término zurrapas, recogido en el Diccionario de la RAE y distorsionado en zurraspas en algunos mentideros madrileños. Sin salirnos de nuestro país, en el norte, Pais Vasco, Cantabria etc. es frecuente utilizar la expresión: aquí ha habido un pedo pintor, que naturalmente provoca la risa a carcajadas del chaval acusado de la tropelía.

Hace tiempo que sabía que en Francia y zonas de Suiza se suelen referir al tema con la expresión traces de freins, es decir, huellas de neumáticos en la carretera después de un frenazo brusco, también registradas como traces freinage. Y mi hijo Kike me confirmó a través de su familia política romana que, en Italia se usa una palabra que remite al mismo origen: la sgomatta, que hace referencia a que las huellas de un frenazo en carretera hacen que parte de la goma de las ruedas se quede impresa en el asfalto. Con semejante muestrario de expresiones, a mí se me ocurrió hace tiempo preguntarle a mi hermano Antonio, cuya esposa es alemana, que cuál era el equivalente a los palominos en el idioma alemán. No lo sabía. Y le dije que se lo preguntara a ella, ante lo que, muerto de risa, me respondió que él no le podía preguntar eso a su señora, que le daba mucha vergüenza. No está mal este resto de pudor en una persona de más de 80 y con más de 60 años de matrimonio.

En nuestra noche de Lille, no sé por qué surgió este tema y entonces Lucas me dijo que uno de los amigos con los que había quedado en verse en esa velada, era alemán y que se lo preguntaría. Pero lo que yo no me esperaba es que se lo soltara a bocajarro, nada más llegar, cuando nos presentó: Mira, aquí mi padre que está muy interesado en saber cómo se llama a los palominos de los calzoncillos en alemán. El bueno de Dominic, que así se llamaba el chaval, respondió enseguida: bremsstreifen, que viene a ser lo mismo, huellas de frenazo. Le pedí que me lo deletreara, porque se pronuncia straaaaaifen, con el énfasis de los alemanes al hablar.

Cuando lo escribí en mi móvil, observé que el chico nos miraba un poco raro, sin saber si los Martínez le estábamos tomando colectivamente el pelo. Para suavizar la cosa, le dije en francés (era el idioma en el que estábamos hablando): C’est seulement une investigation lingüistique. A lo que me respondió con gesto admirativo: Et d’hauteur; y de altura. Dominic resultó ser un tipo estupendo con el que hice buenas migas y acabamos hablando de cosas mucho más profundas para su alivio. Mientras, la noche discurría desbocada, animada por un grupo musical cuyo objetivo central era poner a los presentes a bailar sin descanso, objetivo que lograron hacia el final, como pueden ver en el vídeo que les grabé.

Por cerrar el tema central de este texto, me faltaría la expresión equivalente en inglés, pero me temo que no exista, por el tradicional pudor inherente a ese pueblo, imbuido de la ética del protestantismo, que evita hablar de sensaciones físicas del cuerpo por considerarlas motivo de tentación pecaminosa. Por ejemplo, supongo que ustedes no ignoran que el idioma inglés es el único del mundo que no tiene una expresión para decir Que aproveche, buen apetito, bon apetit, bon proveito. También podríamos extendernos un poco más sobre el curioso hecho de que en todos los países de nuestro entorno se hace referencia a las manchas en los calzoncillos o bragas con símiles automovilísticos, lo que supone que se trata de expresiones creadas muy recientemente, tras la invención del coche y la adopción universal de las ruedas forradas con neumáticos de caucho. ¿Habría antes otras expresiones más arraigadas como las del pedo pintor o los palominos? Se admiten comentarios que aporten otras variantes lingüísticas. Pero esto sería objeto de una investigación más profunda, que excede de los límites conceptuales y de tamaño de este humilde foro. Así que, como de costumbre, sean buenos y les recomiendo ventilar la habitación después de la lectura de este post, por aquello de los malos olores.

4 comentarios:

  1. Para tu investigación léxica: En Carranque dicen palominos y zurraspas, preferentemente lo primero. Mis amigos macarras de Madrid dicen "la anchoílla". Me parece muy gráfico.

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    1. Gracias por la aportación. Pero insisto: zurrapas, que es como lo decía mi padre como buen manchego, es una palabra recogida en el Diccionario de la RAE, mientras que zurraspas no existe más que en el léxico degradado del entorno madrileño. Abrazos de parte de Tarik Marcelino y míos.

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  2. Lo del pedo pintor es genial, no lo había escuchado nunca.

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