martes, 5 de diciembre de 2023

1.260. Si seis fuera nueve

Con una agenda como la que les detallé en el último post, no les extrañará que no haya tenido tiempo de escribir algo más para ustedes en estos días. Les diré que cumplí todos los ítems de mi programación de festejos prenavideños, fui y volví a Ciudad Real y, nada más bajarme del AVE de vuelta, cogí el coche para subir a Torrelodones a comer con mi amigo el Padre de Corro, con quien nos despachamos sendas raciones de rabo de toro estupendas, amén de unos entrantes de arroz caldoso de bogavante, lo que nos llevó de cabeza a su casa para una reglamentaria y merecida siesta. Pero de vuelta en Madrid, tampoco pude siquiera parar un rato en mi casa, porque seguí de largo para recoger a una amiga y acudir juntos al mercadillo en el que mi amiga portuguesa Tato vende su producción de cerámicas artesanales, cada año por estas fechas. La verdad es que el mercadillo está muy bien y compré unas cuantas piezas en prevención de necesidades de futuros regalos de estos próximos días.

Mi gato se alegró mucho de que apareciera por casa tras dos días de ausencia y caí de cabeza en la cama bastante cansado después de tanto sarao. El sábado reanudé mis rutinas con una sesión de yoga y mi desayuno habitual en La Casa de las Torrijas. Pero no tuve demasiado margen de descanso, porque a las ocho de la tarde estaba en la puerta del Rincón del Arte Nuevo, calle Segovia 17, ya cerca de pasar por debajo del Viaducto. Es este un lugar clásico, donde solían tocar Krahe y Sabina entre otros y donde hacía años que yo no entraba. El sábado actuaba el dúo Sin Porvenir, que está formado por Ángel, el pianista de la big band vallecana y del Colectivo La Palmera, con un amigo medio poeta, medio juglar bastante gracioso. Tenían el apoyo eventual de Henry Guitar y otro guitarra para algunos temas y allí que nos constituimos Críspulo y yo para apoyar a nuestros colegas. Vean un clip que les grabamos. Apenas habían ensayado, pero se puede ver lo buen guitarrista que es mi maestro Henry.

Al acabar el concierto nos acercamos a un viejo bar del entorno, fuera del radar de los turistas, en donde toda la peña de músicos y adláteres cenamos a gusto con bien de cerveza. Le comenté a Henry que el mercadillo de Tato merecía la pena, lo que me llevó al día siguiente a recogerlo con su mujer y llevarles al citado mercadillo, que ya se cerraba a mediodía y en el que hicieron también sus compras correspondientes. Desde allí nos movimos a la Villa de Vallecas a tomar el vermú con Críspulo y su gente, sarao que rematamos ya cerca de las cuatro de la tarde. Dejé a mis amigos en su casa y me fui a dormir la mona a la mía, para lo que directamente me puse el pijama. Medio adormilado vi el partido del Dépor que finalmente ganó. Pero ya no me quedaron ganas de ponerme a escribir. Y, ayer lunes, tenía cita matutina con el podólogo, que me tenía que hacer algunas reparaciones de chapa y pintura.

Estaba ya descansado y con las fuerzas recobradas, así que decidí volver caminando, desde la clínica que está en la calle Galileo hasta mi casa, un buen paseo por una ciudad que, en lunes por la mañana, podía recorrerse sin que estuviera petada de turistas y compradores de regalos. De paso, entré en El Corte Inglés a comprarme la agenda Moleskine del año que viene y me llevé también un pandoro para alegrarles el desayuno a mis hijos cuando vengan a casa por Navidad. Por la tarde tuve yoga de nuevo y al salir me acerqué al bar en el que habíamos estado el sábado en donde me tomé unos huevos rotos con jamón bastante bien preparados. Esta mañana he tenido clase de inglés y por la noche asistiré a la sesión de cierre del año de Billar de Letras, a ver si me da tiempo de terminar este post y publicarlo.

Este recuento minucioso de mis andanzas urbanas, a mí ya me resulta algo bastante rutinario y sin grandes sorpresas pero, por lo que me dicen las cifras de visitas al blog, es lo que más le interesa a los lectores, cuyo número dio un bajón explícito y sin matices en mi reciente post sobre los fachapobres y cayetanos. Entiendo que mi audiencia prefiere que les relate mis peripecias cotidianas, con un punto de morbo, para ver si digo algo del tipo: me picaba el culo, así que me paré a rascármelo (dicho esto sin ánimo de insultar a mi distinguida y fiel banda de seguidores del blog). Yo tengo que ser, a mi vez, fiel a este sentimiento que capto, aunque por mi gusto me hubiera limitado hoy a contar la única actividad que se salió un poco de lo habitual y en la que me centro a partir de este punto y aparte.

Estoy hablando de la visita del máximo director de planeamiento de la ciudad de Shanghái, a quien di un paseo por Madrid Río, breve, porque era de estos tipos importantes que se cansan rápido, aunque intenso. Este asunto me llegó a través de mi amiga Cr. que me puso en contacto con los arquitectos Lucía Cano y José Selgas, jefes de un estudio de arquitectura de mucho postín, que trabaja habitualmente en esa ciudad china. Yo tengo diferentes discursos sobre el Madrid Río, en función de que los visitantes sean arquitectos, gestores o directamente políticos, como era el caso. Además imaginaba que la visita sería corta, así que condensé mi discurso en unas cuantas cuestiones base, coste del proyecto, forma de financiarlo, grandes magnitudes, programación de las obras, forma de vender el tema a los ciudadanos. El gran hombre venía acompañado por un séquito de ocho personas y yo creo que se interesaron mucho por el tema, pero querían abreviar, porque se iban a ver Toledo, lo que sugiere que venían a hacer turismo por occidente para aprovechar el presupuesto para viajes de trabajo del que seguramente disponen.

Los dos arquitectos de la élite les acompañaron en la visita e hicimos buenas migas, si bien quedó claro en todo momento que yo no pertenezco a su clase, algo que se evidenció cuando en los días siguientes no me mandaron ningún mensaje de agradecimiento, ni tampoco a la querida amiga que les facilitó mi contacto. Esto no es algo que me moleste especialmente, siempre he tenido claro que no pertenezco a la familia de los arquitectos. Un grupo en el que hay grandes sagas y lazos familiares: los Cano Lasso, los Moya, los de la Hoz, los Lamela. Yo he tenido mala relación con ellos desde la Escuela, en donde era obvio que se les trataba con consideración especial. En realidad, tras terminar la carrera, no volví por la Escuela, hasta que fui un poco conocido como explicador de proyectos y, sobre todo, cuando llegó al claustro una línea disidente, con la que yo me identifico mucho más, en las personas de Ester Higueras, José Miguel Fernández Güell, Patxi Lamikiz, Julio Pozueta, Eva Gil o Sonia de Gregorio.

Hasta la llegada de esa hornada, yo recibía a grupos de estudiantes extranjeros en la antigua Gerencia de Urbanismo, a menudo traídos por profesores de la Escuela, que se limitaban a presentarme a la audiencia y luego me dejaban solo ante ellos, porque aprovechaban la visita para subir a la tercera planta a encontrarse con Ezquiaga, Lasheras o Díaz Sotelo, que sí pertenecían al clan de profesores. Yo prefería que se fueran porque así les contaba a los estudiantes foráneos lo que me daba la gana. Esto se acabó el día que Julio Pozueta (que, por cierto, es ingeniero de Caminos), me dijo que él se quedaba a escucharme. Me dio mucha vergüenza, pero seguí adelante y al final me felicitó y me dijo que mi discurso era muy interesante, precisamente como contrapunto de lo que les cuenta la mayoría de los profesores. Eso me vino muy bien al ego profesional y fue la primera de las puertas que se me abrió, seguida de las veces que fui a la Escuela y los demás disidentes descubrieron que existía.

Tengo muy claro que no pertenezco a la familia de los arquitectos, no sólo a los de la élite, sino a la de todos, de arriba y de abajo. Porque yo sólo he pertenecido en mi vida a una familia, aparte la biológica: la del rock and roll. Mi única patria, como ya les dije, mi única familia y el único clan al que pertenezco es el del rock, como ya han comprobado ustedes, porque es realmente el único tema del que hablo con una cierta autoridad. Lo que pasa es que los de esta familia estamos ya muy mayores y les aporto un dato. El pasado 27 de noviembre, el gran Jimy Hendrix hubiera cumplido 81 años. Acojonante. Los mismos 81 años que está a punto de cumplir mi hermano Pepe, a quien iré a acompañar a tan grato festejo en La Coruña, esta vez sin aparecer por sorpresa en su fiesta, como hice el año pasado por el cambio de década.

Jimy, por cierto, nació en Seattle, en donde le recuerda una estatua callejera que les fotografié para el blog en uno de mis viajes más interesantes. Jimy es para mí el mejor músico de rock de la historia, como guitarrista desde luego, pero también como compositor y cantante. En la guitarra se le han acercado algunos como Eric Clapton, Rory Gallagher o Stevie Ray Vaughan. Pero Jimy era el más grande. Y no ha cumplido estos días 81, porque murió en Londres, ahogado en sus propios vómitos tras haberse pasado un poco de alcohol y otras sustancias. Se ha sabido que Jimy estaba de gira por el UK, que tenía una novia que se había quedado en los USA, que estaba en un hotel con una chica diferente y que la chica se puso nerviosa al verlo inconsciente y perdió un tiempo crucial para avisar, que podría haberle salvado la vida. Y que ambas mujeres tuvieron luego una larga lucha por los derechos del músico en los tribunales, con acusaciones cruzadas y muchos tirones del moño, metafóricamente hablando.

Tenía Jimy 27 años, la edad maldita a la que sucumbirían en cascada Janis Joplin, Jim Morrison y Brian Jones, en apenas dos años. Más tarde se sumarían al club Kurt Cobain y Amy Winehouse entre otros. Pero Jimy fue el primero. Sucedió el 18 de septiembre de 1970 y tengo un recuerdo preciso de ese día, porque para mí ya era el máximo referente del rock. En esos años, yo ya me había dado cuenta de que la arquitectura no era lo mío y llevaba la carrera bastante a rastras, para disgusto de mi padre, que no aprobaba mis pelos largos, mis vaqueros baratos o de segunda mano, ni siquiera mi manera de andar, que sólo aprobó cuando volví de la mili, donde me habían enseñado a desfilar, lo que cambió mi forma de caminar por la calle. Y en los veranos, cuando yo volvía con varias asignaturas suspendidas, mi padre montaba una tragedia enorme y me encerraba en casa todo el día a estudiar para remediarlo en septiembre.

Y yo me buscaba un pretexto para escaparme de ese confinamiento asfixiante, consistente en irme a Madrid, con la excusa de que allí iba a concentrarme mejor para estudiar. Mi padre accedía porque esa estancia en Madrid estaba tutelada por mi hermano Viti, arquitecto recién acabado, que me ofrecía alojamiento en unas literas en su estudio, por entonces en la calle Orense. De verdad, yo estudiaba más cómodamente allí, sin la vigilancia permanente de mi padre, mientras mi hermano y su colega de estudio Aurelio trabajaban en la sala de al lado. La noche del 18 de septiembre de 1970, terminamos nuestras distintas actividades ya a las nueve de la noche y bajamos los tres a cenar a un restaurante al lado. Allí tenían la tele puesta. Una tele en blanco y negro en la que sólo había dos canales: la 1 y el UHF.

En la 1, a mitad del programa de variedades de los viernes, su director José María Íñigo dio la noticia: Jimy Hendrix había sido encontrado muerto en un hotel de Londres. Y yo me quedé lívido, desolado, hecho polvo, hasta el punto de que mis contertulios se preocuparon en saber quién era el tipo y por qué me afectaba tanto. Aurelio, con su retranca asturiana habitual, me preguntó si era Dios o algo así. Con un hilo de voz le respondí: no, Dios es Eric Clapton, lo que acrecentó aún más la brecha generacional, a pesar de que ellos tenían apenas seis años más que yo. Es que esa es la brecha cultural básica: antes y después del rock. Por cierto, José María Íñigo, que también era consciente de la importancia del personaje, trajo al programa de manera no prevista en el guion a un músico que andaba por Madrid por entonces, el gran Taj Mahal que, con una simple guitarra acústica, improvisó un par de temas en homenaje al maestro.

Así que ya lo ven: en 1970 yo ya tenía claro que mi universo mental más íntimo era el rock. Y he de decirles que Hendrix era también un gran compositor, con unas letras sintéticas y eficaces como disparos. Y tal vez una de las más significativas fue la que da título a este post: Si seis fuera nueve, un tema publicado en 1967. Me he tomado la molestia de traducirles la letra, ciertamente un coñazo con la aplicación del blog desde que alguien tuvo a bien cambiarla. Abajo la tienen. Y luego les pido que escuchen el tema. Para mí es un auténtico himno. La canción tiene sólo dos estrofas, que les he puesto en negro, y una serie de versos susurrados que les he resaltado en rojo. 

If six was nine

Sí, canta una canción, hermano.                            Yeah, sing a song, Bro

Si el sol se niega a brillar                                        If the sun refuse to shine
No me importa, no me importa                               
I don't mind, I don't mind                    Si las montañas cayeran al mar                              If the mountains fell in the sea          Déjalo estar, no es asunto mío                                let it be, it ain't me                            Yo tengo mi propio mundo para mirar                'cos I got my own world to look through  Y no voy a imitarte                                                   And I ain't gonna copy you

Ahora si el 6 se convirtió en 9                                 Now if 6 turned out to be 9              No me importa, no me importa                                I don't mind, I don't mind                  Si todos los hippies se cortaran el pelo          Alright, if all the hippies cut off all their hair  me la bufa, me la bufa                                             I don't care, I don't care                Porque tengo mi propio mundo para vivir           'cos I got my own world to live through    Y no voy a imitarte                                                   And I ain't gonna copy you    

Conservadores de cuello blanco                             White collared conservative    desfilan por la calle                                                  flashing down the street                Señalándome con su dedo de plástico                   Pointing their plastic finger at me Esperan que pronto los míos caigan y mueran     They're hoping soon my kind will drop                                                                                  and die                                              Pero voy a flamear mi bandera freak muy alto     But I'm gonna wave my freak flag high

Flamea, flamea                                                       Wave on, wave on

Que caigan las montañas                                       Fall mountains                                  Sólo que no caigan sobre mí                                  just don't fall on me                            Que le caigan al hombre de negocios                    Go ahead on Mr. Business man    Que no puede vestirse como yo                             you can't dress like me

Tengo mi propia vida para vivirla                            I’ve got my own life to live                  Y seré el único que se muera                                 I’m the one that’s going to die              Cuando llegue mi hora                                            When it’s time for me to die                Así que déjenme vivir mi vida                                  So let me live my life                      De la forma que yo quiero, sí                                  The way I want to, yeah

Canta Brother, toca baterista                                 Sing on Brother, play on drummer

Impresionante. Así que ya lo saben. En 1970, con diecinueve añitos yo era ya quien soy. Y de rock es de lo que más me gusta hablar, aunque ya sé que ustedes prefieren que les cuente mis andanzas por calles y tabernas de la ciudad de Madrid, o mis peripecias en los viajes a otras ciudades. Muy bien. Hemos contado hasta hoy y, como de costumbre, les resumo mi plan para estos próximos días y meses. No tengo un programa cerrado para los dos días festivos del macropuente; mañana creo que me quedaré en casa, para evitar los festejos del Día de la Constitución, como de costumbre consistentes en que se reúnan de nuevo los fachapobres y cayetanos para cagarse en la madre de Pedro Sánchez a voz en grito. Tengo pertrechos y comida como para no tener que salir de casa ni a comprar. El jueves tendré inglés por la mañana y yoga por la tarde. Ese día volveré a tomarme algo en el Ricla, a cuyos propietarios les he recomendado que adquieran para su bodega el vino cuya imagen les pongo abajo.

Salvado el viernes festivo, el sábado me subiré temprano al AVE a La Coruña, en donde estaré hasta el martes 12 para participar en los festejos del 81 cumpleaños de mi hermano Pepe. Después, dejando de lado otros asuntos menores, los días 20 y 21 vienen mis hijos a casa, desde París y Londres, para pasar conmigo la Navidad. El 7 de enero viene a Madrid mi querido colega parisino Alain Sinou, como el año pasado acompañado de su amiga octogenaria Victoria y he sacado tres entradas de senior para ir a visitar el recién inaugurado Museo de Colecciones Reales, actividad que les he sugerido yo porque tengo muchas ganas de conocerlo. Ellos se van el 9 pero, como el año pasado, le dejaremos a Victoria una mañana libre para reunirnos nosotros dos y concretar el contenido de la clase que iré a dar a su master de la Université Paris Huit en el mes de febrero.

Porque de nuevo este año Alain me invita a París y he de aprovecharlo, a la vista de que en junio ya se jubila de la Universidad. Ya hemos fijado la clase para el viernes 16 de febrero, de modo que se superponga con mi cumpleaños. El año pasado, después de las dos clases que finalmente di, mi hijo Kike y señora se subieron conmigo a un tren a Lille donde celebramos mi cumpleaños con Lucas. Este año, la idea es que Lucas venga de Londres para celebrarlo en París. Y, tras la Semana Santa, Alain vendrá a Madrid una semana con los alumnos del máster, ocasión en la que he de acompañarlos como hice el año pasado. Y ya les digo que, a partir de mediados de abril, estoy despejando mi agenda para la posibilidad de emprender una aventura que aún no tengo decidido hacer, pero que implicaría incluso cambios en el blog.

Así que no se confíen conmigo. En estos días navideños, la cifra de visitas al blog baja notoriamente, igual que en agosto, pero yo voy a seguir mi propio camino, escribiendo lo que me dé la gana y cuando me dé la gana. Porque If six was nine es mi himno y, parafraseándolo, les digo desde aquí:

Si seis fuera nueve

No me importa, no me importa

Si todos mis seguidores

Dejan de visitar mi blog

Me la suda, me la suda.

Porque yo tengo mi propio camino mental

Y pienso seguirlo hasta el final


En fin, que pasen unas buenas fiestas, que se porten bien, que no se pasen de comilonas o, en caso contrario, recurran como yo al Pankreoflat, que nos toque la lotería a ser posible (no hace falta que sea el Gordo). Y que la Fuerza nos acompañe.

2 comentarios:

  1. Muy de acuerdo con el clan y la familia a que perteneces. En eso somos hermanos. Te recuerdo, como viene al caso, mi religión. Mi primera salida solo al extranjero fue para ir, con diecisiete años, de peregrinación a Liverpool a visitar la Cavern. Esa religión mía es bastante politeista y casi panteista. No me impide rendir culto a otras deidades.
    Un abrazo.

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    1. Acuerdo absoluto contigo, querido amigo. Somos cofrades de una línea ideológica y vital concreta y lo seremos de por vida. Un abrazo y feliz Navidad.

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